Los tres hermanos se miraron entre sí, los dolorosos recuerdos afloraron a la superficie y una oleada de comprensión reemplazó la hostilidad que sentían desde hacía tanto tiempo.
Eduardo estudió el papel, sujetándolo como si fuera una reliquia de su padre, al que tanto había amado y respetado.
—¿Por qué no nos lo dijo?
—Creo que él quería que pareciera un simple trato de negocios, sin que se viera ningún favoritismo por su parte hacia Darío —le dijo Paula—. Quería a Darío como si fuera un hijo y, para vuestro padre, traer a Darío a la compañía completaría el círculo. También quería salvar la cara con vosotros. Hacía tanto tiempo que estaba diciendo eso de que la compañía era sólo para la familia que se vio atrapado. Quería que Darío estuviera en el consejo de administración, pero su orgullo le impedía admitirlo. Así que la fusión con Bradford era su forma de hacerlo parecer como un buen negocio sin que se necesitaran más explicaciones.
Eduardo se quedó mirándola por un momento, sumido en sus pensamientos, luego asintió ante la sabiduría que había en sus palabras.
—Supongo que le debemos al señor Carmichael una disculpa muy larga —dijo suavemente—. Todos nosotros. Y tú, jovencita, lo que has hecho hoy ha sido algo muy valiente. Creo que también voy a tener que cambiar de forma de pensar con respecto a ti —le dijo tomándola de la mano y sonriendo.
Paula le devolvió la sonrisa y le apretó la mano.
—Eso me gusta, Eduardo.
Brian se le acercó desde el otro lado de la mesa y la abrazó.
—¡Eres sorprendente! ¿Por qué no me dijiste nada de la nota?
—No supe lo que decía hasta la otra noche. Y le prometí a Darío que no la utilizaría a no ser que fuera absolutamente necesario. La reacción de Eduardo lo ha justificado ¿no crees?
Brian se rió.
—Sí, creo que se le podría llamar muy bien una necesidad —luego se dirigió a sus hermanos—. Si no me necesitáis más, tengo que irme corriendo.
—Vete —le dijo Eduardo amontonando las carpetas.
Pedro se acercó a Paula.
—Has ganado —le dijo con una evidente mezcla de emociones en la voz.
—Todos lo hemos hecho —le dijo ella y, en voz más baja añadió—: Gracias.
La puerta se abrió y apareció la cabeza de la secretaria.
—Perdón —les dijo—. Aquí hay alguien que quiere verlos.
La puerta se abrió de par en par y Darío Carmichael apareció en el umbral.
—¡Dario! —dijo Paula casi echando a correr hacia él. Él abrió los brazos y la abrazó.
—Espero que no te importe. Tenía que venir. ¡No podía esperar una llamada telefónica!
—¡Lo logramos! —le dijo ella sonriendo ampliamente.
—Ya lo sé. Brian me lo ha contado todo cuando salía. ¡Eres una chica fantástica! —le dijo él volviendo a abrazarla.
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