sábado, 29 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 48

 


A ella le gustaría saber si estaba haciendo las cosas bien. Paula estaba sentada en su coche, en el aparcamiento del Harry's Pub. Era mediodía, y ése era el sitio y la hora en que había quedado con Dario Carmichael. Cuando él llamó, ella no tuvo intención de aparecer en absoluto. Pero Pedro había cancelado sus planes de comer juntos ese día porque tenía una cita importante con su nuevo banquero. Eso la había dejado sin saber qué hacer. Le había parecido preocupado, sin ganas de hablar, así que no había insistido. ¿Es que los Alfonso estaban teniendo problemas serios de dinero, como había insinuado Dario? Impulsivamente, había tomado su bolso y se había ido al restaurante.


Pero ahora que estaba allí, todas sus dudas volvieron a la superficie. Pedro se podía poner furioso si se enteraba. Su mente estaba cerrada a todo lo que tuviera que ver con Dario Carmichael. Teniendo en cuenta lo que le había contado acerca de lo que le pasó a su padre, ella sentía que tenía toda la razón en estar disgustado con Dario… eso es, si es que era verdad. Su instinto le decía que Pedro no conocía toda la verdadera historia. ¿Podría ella llegar hasta el fondo de la cuestión?


El fin de semana pasado con Mateo había estado muy bien. Se habían quedado por la noche en la otra casa de Pedro y habían visto un partido de hockey. El domingo por la mañana, Pedro y Mateo la dejaron que se fuera de compras a la Quinta Avenida, mientras ellos se iban a Nueva Jersey a ver un partido de fútbol. Cuando volvieron, ya eran amigos, y le había alegrado el corazón oír lo bien que hablaba Mateo de Pedro.


Los Alfonso celebraron posteriormente un tranquilo y tradicional Día de Acción de Gracias. Pero ella y Pedro habían compartido una cierta incomodidad desde que se encontraron con Dario en el restaurante. Nadie se dio cuenta, excepto ella. Pedro era educado, agradable y, ciertamente, se había abierto camino con Mateo; pero también había como un alejamiento, un muro entre ellos. Sabía que se estaba protegiendo colocando barreras para sus sentimientos hacia ella. Su insensible comentario acerca de que su matrimonio fuera sólo temporal era la causa y, le habría gustado poder dar marcha atrás en el tiempo y haberse tragado la palabra antes de haberla pronunciado.


Tenía que hacer algo. Pero ¿No sería ese encuentro con Carmichael como añadir leña al fuego? Paula suspiró. Ya había hecho su elección en el mismo instante en que entró en el coche. Se sentía impulsada a hablar con él, a saber lo que él sabía acerca de los Alfonso, para ayudar, si era capaz, a terminar con el problema que había entre ese hombre y la familia. Cerró la puerta del coche un poco más fuerte de lo que era necesario y se dirigió a la entrada. El recepcionista le pidió su nombre y la acompañó inmediatamente a una mesa en lo más apartado del comedor.


—Gracias por venir.


Dario estaba impecablemente vestido. Su traje de tres piezas se notaba que era obra de un buen sastre. La camisa azul pálido y la corbata a rayas le sentaban bien a su cabello de color rojizo y fuerte complexión. Tenía todo el aspecto de un poderoso ejecutivo y, a juzgar por cómo le miraban las demás mujeres del restaurante, de un hombre tremendamente atractivo.


—Podría decir —continuó—, que me sorprende que esté usted aquí. Pensé que Alfonso se lo impediría.


—Él es mi marido, no mi dueño —le dijo ella mientras se sentaba delante de él—. Yo puedo hacer lo que quiera.


Lo que no le dijo era que Pedro no sabía nada de aquella cita.


—Espero que eso sea cierto, ya que es usted mi última esperanza. Necesito su ayuda, Paula.


—¿De qué se trata, Dario?


—No de las acciones, si es en eso en lo que está pensando. A pesar de que, gracias a ellas, está usted en posición de hacerme un gran favor.


Paula abrió la boca para hablar, pero él se lo impidió.


—Antes de que diga nada, deje que yo le cuente lo que sé acerca de las condiciones de su matrimonio. A pesar de… o mejor, a causa de ello, está usted en una situación única. Eso le da derecho a voto en el consejo de administración. Es por eso por lo que necesito su ayuda.


—¿Cómo ha sabido lo del acuerdo de mi matrimonio?


Dario se encogió de hombros.


—Cotilleos, rumores. Cuando los oí, me resultó fácil llegar hasta el fondo. Arrinconé a Patricio Bradly y él me puso al tanto de los detalles.


—No creo que me guste mucho la idea de ser blanco de esos rumores.


—No los desprecie —le dijo Dario sonriendo—. El cotilleo es un arma muy poderosa en los negocios. Se usa todo el tiempo.


—Pero los rumores no siempre son ciertos.


—Siempre hay un grano de verdad en ellos. Además, generalmente te llevan en la buena dirección.


—Entonces, tal vez me pueda aclarar algunos rumores que he oído acerca de usted.


Dario se rió.


—Adelante.


—¿Es verdad que traicionó al padre de Pedro?


Paula observó al hombre que tenía delante. Era muy grande pero no por ello perdía gracia en sus movimientos. La estaba estudiando como si estuviera bajo un microscopio y ella se dio cuenta de que estaba decidiendo cuánto debía revelarle. Se dio cuenta también de que sus ojos se entornaron un poco y su barbilla se levantó levemente.


—¿Ha sido pobre alguna vez, Paula?




EL TRATO: CAPÍTULO 47

 


Mucho más tarde, estaban tumbados juntos, sin apenas tocarse. Pedro tenía las manos detrás de la cabeza y miraba al techo en silencio. El hecho de que sólo se conocieran desde hacía muy poco tiempo no aminoraba la sensación de desolación que le había dejado su comentario acerca de la naturaleza de sus relaciones. Pero su orgullo le impedía mostrarle lo mucho que le había afectado.


Paula le acarició el pecho. Decir que lo que acababan de compartir había sido hermoso podría llegar a ser hasta inadecuado. Habían sido realmente sinceros el uno con el otro y nada ni nadie podía alterar ese hecho. Sabía que estaba luchando en una batalla perdida manteniéndolo apartado. Ya fue demasiado tarde para eso la primera vez que hicieron el amor.


Estaba aprendiendo mucho acerca de sí misma, de su propia sensualidad, que había estado encerrada tanto tiempo. Eso la asustaba.


Pedro tomó la mano que ella tenía sobre su pecho y la dejó quieta. La sujetó firmemente por un momento, luego respiró profundamente y se volvió hacia ella. Sus miradas se encontraron en la oscuridad. Él observó su rostro y ella sonrió, pero él no le devolvió la sonrisa.


—Estás equivocada, y lo sabes —susurró—. No hay nada temporal en todo esto.


Ella le tocó los labios con los suyos.


—Lo sé —le dijo mientras se subía encima de él—. Lo sé.




viernes, 28 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 46

 


Todas las preguntas y pensamientos racionales se evaporaron de la mente de Pedro. Cuando la tomó en brazos y la llevó al dormitorio el ruido que hacía era casi violento. Su mirada era el espejo de la pasión que se avecinaba. La dejó suavemente sobre la cama y se sentó, saboreando el momento. Ella se quedó quieta, devolviéndole la mirada, como si esperara que fuera él el que hiciera el primer movimiento.


Pedro nunca había estado tan excitado. Todo lo de antes era algo pálido en comparación. Sus sueños de ese día estaban a punto de verse cumplidos y trató de evitar darse prisa. Quería tomarse su tiempo con ella. Hacer el amor pausadamente. Quena crear un recuerdo.


A pesar de lo mucho que le había gustado su camisón, tenía que desaparecer. Rápidamente la ayudó a quitárselo y rápidamente le siguió también su albornoz. Se tumbó a su lado en la cama, apoyándose sobre un codo y recreándose con los contornos de su cuerpo. Se maravilló ante la cremosidad de su piel. La luna enviaba un halo de luz hasta la cama. No tenía por qué hacerlo; sus cuerpos ya estaban hablando por ellos.


Paula estaba muy sensible a su contacto. Le tocó para notar la piel de sus brazos y hombros. Se exploraron el uno al otro en la oscuridad, hasta que todo fue a la vez demasiado y demasiado poco.


Él la besó. Suavemente al principio, luego con más ansia, exigiendo todo lo que ella pudiera darle, y ella se lo dio de buena gana. Los labios y dientes de Pedro juguetearon con los de ella hasta que Paula le abrió la boca y él aceptó la invitación. Sus lenguas se encontraron lenta y sensualmente, anticipando todo lo que tenía que llegar. Él deslizó luego la boca por el cuello de Paula, luego más abajo, hasta sus pechos. Los besó, chupando primero uno, luego el otro con su húmeda y cálida boca.


El cuerpo de Paula iba lanzándose con el montón de sensaciones que él iba despertando. Gimió levemente cuando él se puso a besarle el abdomen, luego la suave piel de los muslos. Sus piernas se tensaron, luego se relajaron cuando él acarició sus espesos y dorados rizos, antes de mirarla a los ojos.


Creyó oírle decir algo entre murmullos acerca del postre, antes de que perdiera la cabeza.


Luego, no oyó nada. Él lo estaba haciendo tan bien que se tuvo que agarrar a las sábanas para no gritar. Pero no pudo evitarlo durante mucho tiempo. Surgió de lo más profundo de su alma y se abrió camino dudosamente al principio, hasta que estalló. Le pasó los dedos por los hombros y por el cabello, apretándole la cabeza contra su cuerpo, tirando y empujando casi a la vez. Luego, de repente, un montón de luces parecieron bailar a su alrededor. Cerró los ojos fuertemente, tratando de controlar los estremecimientos que le recorrían el cuerpo.


Abrió los ojos y vio un despeinado Pedro sonriéndole. Parpadeó para aclararse la visión. Parecía muy contento de sí mismo…





EL TRATO: CAPÍTULO 45

 


Paula entró en las habitaciones que compartía con Pedro y se dio cuenta de que él no había pasado por allí. Supuso entonces que había pensado pasar la noche en las de Brian. Se apoyó contra la puerta y cerró fuertemente los ojos, luchando contra su frustración. Sabía que habría podido llevar mejor las cosas, pero ese pensamiento no la consoló.


Había que hacer algo. Todos los pensamientos que había tenido a lo largo del día acerca de cómo iban a pasar la noche se le pasaron por la cabeza. Cuando Pedro la besó en la oficina, la promesa de que habría más que eso cobró vida y se había acrecentado durante la cena. Él había dicho que los negocios no tenían nada que ver con sus sentimientos personales y ahora estaba olvidándose de sus deseos y dejando que le dominaran los negocios. Le quemaba las entrañas el ardor de las promesas incumplidas.


Lo deseaba. Y tenía que tenerlo.


Paula se apartó de la puerta y, decididamente, entró en el dormitorio. Abrió el armario y rebuscó entre la ropa hasta que encontró lo que buscaba. Sonrió y dejó el breve camisón sobre la cama, desnudándose a continuación. La sedosa tela le acarició el cuerpo cuando se la pasó por la cabeza. El color melocotón pálido hacía juego con el de su cabello y Paula se quitó las horquillas, dejándolo suelto. Se lo cepilló hasta que brilló a la luz de la lámpara. Luego se maquilló un poco y estuvo lista.


Se examinó en el espejo grande. El cabello la enmarcaba el rostro como si fuera una cascada. El camisón parecía prácticamente transparente, ya que la tela tenía casi el mismo tono que la piel.


Llevaba ya tiempo planeando algo así.


Antes de llegar a la puerta dudó, preguntándose si no debería ponerse una bata. De repente, se decidió a ir así mismo y abrió la puerta. La casa estaba desierta y ella suspiró aliviada. Recorrió el largo corredor con los pies descalzos, dirigiéndose a lo que esperaba que fuera la puerta de las habitaciones de Brian. Cuando llego, se quedó como muerta. El corazón le latía mucho más rápido de lo normal y pensó que nunca podría hacerlo. Tenía las manos empapadas de sudor y le ardía el rostro. Se secó las manos con el camisón, cerró los ojos y respiró profundamente antes de llamar a la puerta.


—¡Hola! ¡Hola! Mira a quién tenemos aquí.


Era Brian. Ella no estaba preparada en absoluto para tratar con él. Abrió mucho la boca y trató de ver lo que había en la habitación por detrás de él.


—¿Buscas a alguien, Paula? —le preguntó él bromeando—. Déjame ver. ¿A Eleonora? Entonces ¿a Eduardo? ¿No? Bueno, me pregunto a quién.


—Brian, por favor ¿está Pedro aquí?


Brian le guiñó un ojo malévolamente, pero pareció dudar.


—Ven. Está en la ducha. Lo llamaré.


Paula entró en la habitación; no le gustaba verse sorprendida de esa manera por Brian. ¿Por qué demonios estaría tan pronto en casa, precisamente esa noche? Estaba en medio de una discusión consigo misma cuando apareció Pedro, todavía chorreando agua por debajo del albornoz.


—Paula —le dijo mientras empezaba a secarse el cabello con una toalla—. ¿Qué pasa?


Parecía como si estuviera todavía enfadado y se estuviera conteniendo por estar presente su hermano.


—No, no pasa nada. Sólo que quería… bueno, ya sabes…


En ese momento, Pedro se dio cuenta de una vez de lo que Paula llevaba puesto. Ella se dio cuenta de que primero se puso blanco y luego, rápidamente, rojo. Luego miró a Brian, que estaba apoyado contra el sofá, evidentemente disfrutando de lo que estaba viendo. Pedro se volvió de nuevo hacia ella con los ojos echándole chispas.


—¿Qué Paula? ¿Qué quieres?


—Hablar. Quiero hablar contigo.


—Creo que ya has dicho suficientes cosas esta noche ¿no?


—Yo…


Ambos miraron entonces a Brian.


—No os preocupéis por mí —les dijo Brian inocentemente.


Pedro la agarró de un brazo y la llevó hasta la puerta, haciendo lo que pudo para ignorar la mirada de broma de Brian mientras se dirigía a su apartamento. Una vez dentro, cerró la puerta y se apoyó contra ella.


—¿De qué se trata, Paula?


Ella se apartó de él, poniéndose al otro lado del sofá.


—Ya te lo he dicho.


—¡Oh, sí! Querías hablar. Así que es por eso por lo que has desfilado semidesnuda por toda la casa y delante de mi hermano, sólo para hablar conmigo.


—¡Yo no he desfilado por ninguna parte! ¡Y tampoco semidesnuda!


—¿Ah, no? Entonces ¿cómo describirías ese… ese…?


Pedro, por favor, no hagas esto, no estropees…


Él se le acercó, luego se detuvo, un poco menos amenazante que antes.


—¿Qué no estropee qué? —le preguntó suavemente.


Ella lo miró, poniendo todo su corazón en la mirada.


—Todo.


Pedro recorrió los pocos pasos que los separaban y la abrazó, besándola a continuación. Sus labios eran suaves, cálidos y su cuerpo tan seductor. La agarró del trasero, haciendo que se amoldara a él, mientras que su lengua y labios continuaban su asalto.


De repente se apartó, su cuerpo estaba listo y la mente era un torbellino. Ella le había dicho «temporalmente». ¿Es que le había querido decir que lo deseaba físicamente, sin ningún otro compromiso?


—Mujer —le dijo al oído—. ¿Qué es lo que quieres de mí?


Paula le pasó los dedos por la barbilla, por el cuello, luego le metió las manos un poco por debajo del albornoz y le acarició la espesa mata de vello de su pecho. Eso era lo que quería; pero no sólo eso; más, todo lo que él le pudiera dar.


Le acarició la oreja con la lengua mientras le susurraba la respuesta a su pregunta.


—El postre.


Pedro se quedó quieto. Cuando la miró por fin, su mirada era algo salvaje.




EL TRATO: CAPÍTULO 44

 


El ambiente estaba lleno de un pesado silencio mientras llegaban a su casa. Ambos estaban perdidos en sus pensamientos. Todo había ido tan bien que ella no comprendía cómo se podía haber ido al traste en cuestión de minutos. ¿Qué pasaba con Darío que a Pedro le hacía ponerse así? Pedro decía que estaba tras las acciones, a pesar de que Darío no se lo había dicho nunca. ¿Es que esas acciones eran tan importantes para Pedro como para que les diera más importancia que a otras cosas en la vida? ¿Incluso que a ella? Se preguntó en qué consistiría la «proposición» de Darío.


—¿Qué pasa entre vosotros dos? —le preguntó a Pedro.


Pedro no contestó enseguida y ella se dio cuenta de que tenía la mandíbula apretada. Fuera lo que fuese era algo que le afectaba mucho. Cuando ya creía que no le iba a contestar, Pedro empezó a hablar.


—Lo de Darío y yo viene de lejos. Fuimos juntos a la universidad. Y, a pesar de que tengo que admitir que fui yo el primero en meter la pata, nos hemos intentado degollar el uno al otro durante años.


—¿Y qué fue lo que empezó todo?


Pedro le contó todo el episodio de la cafetería del club de campo.


—Desde ese día todo ha ido a peor, parece siempre que uno de nosotros está agazapado esperando al otro.


—Me parece bastante infantil.


—Estoy de acuerdo. Lo era… hasta hace cinco años.


—¿Cuando murió tu padre?


—Sí; papá llevaba meses trabajando para comprar una compañía llamada Bradford Ltd. Quería que nos expandiéramos y Bradford entraba de lleno en sus planes. Era la culminación de todo por lo que él había trabajado.


—¿Y qué tenía que ver Darío con eso?


—Todo. Nos fastidió el negocio. Se hizo con la compañía por tan poca cantidad de dinero de diferencia que nos convencimos de que tenía un espía en nuestra organización. Tenía que tenerlo. No podía haberse acercado tanto sin tener información interna. Mi padre no se recuperó nunca de eso y murió dos semanas después de perder la compra.


—Y tú le echas la culpa de eso a Darío.


—Sí. Todos nosotros. No nos fastidió tanto el hecho de que nos pisara la compra como la forma en que lo hizo. Nunca pudimos probar nada, así que lo tuvimos que dejar. Lo peor fue que mi padre fue el que le proporcionó ayuda en sus comienzos. Sin Roberto Alfonso, Dario estaría ahora trabajando en cualquier fábrica y probablemente acabaría borracho como una cuba, como su padre —le dijo Pedro mientras detenía el coche delante de la casa—. Ése fue el agradecimiento que recibió mi padre. ¿Comprendes ahora la razón por la que mi familia no puede, y no quiere hacer negocios con Dario Carmichael?


—Sí, comprendo cómo te sientes. Pero ya han pasado cinco años. ¿No crees que, por lo menos, deberíais darle una oportunidad de explicarse?


—¿De que explique qué? ¿Cómo lo hizo? No, gracias. No quiero oír ninguna de sus mentiras. Y tampoco debes hacerlo tú. Mantente apartada de él, Paula. No estoy dispuesto a negociar esto.


A Paula le fastidió su tono autoritario.


—Bueno, lo pensaré —le dijo mientras salía del coche.


Pedro cerró de un portazo el coche y se le acercó.


—No me discutas esto, Paula. Aquí no hay un camino intermedio. Se trata de él o yo.


—Y tú no me amenaces. Nada de esto tiene que ver conmigo.


—Eres mi esposa.


—Temporalmente.


Pedro se quedó helado por su respuesta. A Paula le hubiera gustado morderse los labios nada más pronunciar esas palabras, pero ya era demasiado tarde. Él le dio la espalda y subió las escaleras, abrió la puerta de la casa y desapareció en su interior





jueves, 27 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 43

 


Mientras cenaban estuvieron hablando acerca de la gente que ella había conocido en la oficina. Cuando Paula le escuchó contarle anécdotas del trabajo, se dio cuenta de que Pedro podía ser un buen amigo. A cada momento se le revelaba una nueva faceta de su personalidad; tenía que admitirlo, le gustaba lo que estaba viendo. Y más que eso.


Cuando el camarero les sirvió los cafés, se apoderó de ellos como una especie de relax. Disfrutaban de su mutua compañía como cualquier otra pareja.


—Mateo llamó anoche —dijo Paula, más para interrumpir sus propios pensamientos que para entablar una conversación.


—¿Cómo lo lleva?


—Quiere venir a visitarnos y está un poco nervioso. Supongo que yo también lo estoy.


—No lo estés. Podemos pensar en hacerle un recorrido turístico; yo tengo una casa de campo al otro lado de la ciudad. Podemos hacer lo que él quiera.


—Te agradezco de verdad la oferta, Pedro; pero realmente no tienes por qué entretenerlo.


—Ya sé que no tengo que hacerlo, pero lo quiero hacer. No seas aguafiestas. ¡Ese chico lleva encerrado en ese mausoleo tres meses! Dale un descanso. Le enseñaremos la ciudad —le dijo él, dándole una palmada en el brazo—. Anda, di que sí.


Era imposible resistírsele cuando se ponía así de encantador y el rostro de Paula reflejó la profundidad de sus sentimientos hacia él.


—Sí —susurró.


Pedro se le cortó la respiración cuando vio los cambios que había experimentado su mirada. Estaba llegando a ella, lo podía notar. Le resultaba difícil controlar sus emociones, pero era más importante que lo hiciera, ahora más que nunca. La quería; no sólo físicamente, aunque Dios sabía que lo que le pasaba en su interior no iba a poder aguantarlo mucho tiempo. También quería su corazón, su alma, sus pensamientos. ¿Cómo le había pasado eso a él? Se preguntó.


Se llevó la mano de Paula a la boca y la besó.


—¿Bailamos?


Cuando estaban absolutamente absortos bailando, de repente, sonó una voz cerca de ellos.


—Perdón ¿el señor Alfonso?


Pedro se detuvo y vio al camarero.


—Sí.


—Una llamada telefónica, señor. Puede atenderla en la entrada.


—¿Quién sabe que estoy aquí? —le preguntó a Paula.


—Brian. Fue él el que me recomendó el restaurante.


—Me pregunto qué pasará.


—Sólo hay una forma de averiguarlo —le dijo Paula señalándole la entrada.


—Volveré pronto.


Paula volvió a la mesa y le dio un trago a su vino.


—Hola.


Ella levantó la mirada y reconoció inmediatamente a Dario Carmichael.


—¡Señor Carmichael! ¡Qué agradable sorpresa! Por favor, siéntese con nosotros.


—No creo que deba hacerlo, Paula. ¿Le importa si la llamo así? —le dijo él continuando cuando ella asintió—. No creo que su esposo apruebe esta intrusión. Me gustaría hablar con usted. ¿Cree que podríamos quedar para comer alguna vez?


—Señor Carmichael…


—Dario.


—Dario… Me doy cuenta de que se refiere a que comamos sin que lo sepa mi marido. Y tengo que decirle que eso está fuera de lugar.


—Si le cuenta esto a cualquiera de los Alfonso, no la dejarán que me vea. Créame, durante años he tratado de reunirme con ellos… y ha sido una batalla perdida.


—En primer lugar —le dijo Paula—, si yo sintiera la necesidad de verlo, lo haría, con o sin el permiso de los Alfonso, pero, francamente, Darío, no veo qué me puede decir que me interese.


—Tengo una proposición para la familia Alfonso que les puede ayudar, no sólo a ellos, sino también a usted. Hay muchas cosas que usted no sabe acerca de ellos. Necesitan dinero ahora mismo. Yo lo tengo y estoy deseando invertir en su compañía. Eso resolvería un montón de problemas y varios malentendidos que vienen de hace tiempo.


—¿Qué es lo que pasa?


—Coma conmigo —le dijo él sonriendo—, y yo le contaré toda la historia.


Era un hombre persuasivo y su oferta de hacerle saber más cosas acerca de los Alfonso era atrayente, Paula se sintió tentada.


—No lo sé; realmente no veo lo que puedo hacer.


—Usted tiene un asiento en el consejo de administración. Deme una hora yo se lo contaré.


—¿Por qué no se sienta y hablamos de ello con Pedro? Aquí viene.


Pedro volvió a la mesa.


—¿Cuál es tu idea de una broma, Carmichael? —le dijo Pedro con los puños cerrados; evidentemente, estaba muy enfadado.


—Necesitaba estar un minuto a solas con tu encantadora esposa, sin que estuvieras protegiéndola como mamá osa a su cachorro.


—¿Qué quieres? —le preguntó imperiosamente Pedro.


—Lo mismo que he querido durante los últimos cinco años.


—No le interesa a nadie, Dario; y mucho menos a mi esposa.


Los dos hombres se quedaron mirándose seriamente.


—Ya he saludado antes, y ahora me toca despedirme —dijo Darío volviéndose a Paula—. Señora Alfonso, siempre es un placer verla. Ya la llamaré.


Dario se marchó luego, sonriendo sardónicamente.


—¿Qué quería?


—¿Por qué te enfadas tanto con él? Es un hombre realmente encantador.


—Tan encantador como una víbora en el nido de un pájaro. ¿Qué quería de ti?


A Paula empezó a fastidiarle su evidente hostilidad. ¿Qué era lo que pasaba entre los dos? Estaba confundida e insegura, así que trató de jugar a lo seguro.


—Nada. Pasaba por aquí y me saludó.


—Bueno, pues no habrá ninguna llamada. A tu «encantador» Dario le gusta jugar. Recuérdalo.


A Paula no le gustaba esa actitud arrogante, en especial cuando la usaba con ella. ¡No había hecho nada malo!


—¡Sí, señor, me aseguraré de ello! —le dijo levantándose y tomando el bolso—. Creo que la velada ha terminado ya.


Salió entonces del restaurante dejando a Pedro pagando la cuenta.




EL TRATO: CAPÍTULO 42

 


El restaurante era pequeño, oscuro e íntimo. Una música suave surgía de los altavoces. Paula se sentía contenta, tanto por el vino como por la compañía.


—¿Cómo te ha ido el día? —le preguntó Pedro—. Tengo que disculparme por no haber podido ir a verte, pero los primeros días en la oficina después de un viaje suelen ser agotadores.


—Me ha ido bien, Brian me cuidó muy bien. Debo de admitir que nunca llegué a sospechar lo absorbentes que eran vuestros negocios. Nos hemos pasado horas solamente con el manual. Creo que nunca lograré aprendérmelo.


—Y no tienes que hacerlo. Lo que necesitas es saber lo que es necesario y llevarlo a los libros. El personal conoce muy bien su trabajo y ya se ocupan ellos de toda la parte técnica. A ti te necesitamos para supervisarlo todo, mantenerlo en orden y asegurarte de que todo el mundo está contento.


—Brian se ha pasado el día oyendo problemas personales. Me sorprende que la gente pueda confiar así en su empresario.


—Es un negocio familiar, Paula. Algunas de esas personas han estado con nosotros casi treinta años. Tratamos de hacerles sentirse una parte de la familia, tanto como es posible.


—Has tenido mucha suerte por haber crecido con todo eso.


—Ya lo sé. Es algo así como un sistema de apoyo.


Ella apoyó entonces los codos sobre la mesa.


—Háblame de ello.


Pedro la miró a la cara. Le encantaría abrirse, hablarle de su vida, sus esperanzas, sus sueños. Se preguntó si realmente querría oírlo.


—Nos criamos bajo unas reglas específicas. Mis padres nos enseñaron a depender unos de otros y nos quedó muy claro que los lazos familiares son los únicos que no se deben de romper nunca.


Paula vio cómo se le nublaba la mirada.


—Parece que lo crees en serio.


—Y lo hago. Es algo que me ha resultado evidente una y otra vez. La demás gente viene y va. Tu familia es la única constante en tu vida. Por lo menos en la mía.


—¿Y tu primera mujer?


Pedro se rió en voz alta.


—¿Marcia? No, «constante» no es la palabra más acertada para ella. A no ser que te refieras a quejarse constantemente. Nunca tuvo suficiente.


—Pareces amargado.


—¿Sí? No era mi intención. Ella me enseñó algo muy importante, lo suficientemente temprano como para que me hiciera un buen efecto. Casarme con ella fue un acto impulsivo. Y me salió el tiro por la culata. Tuve que pagar por ello, tanto económica como emocionalmente. Pero eso pasó hace ya más de doce años, Paula. Y casi nunca pienso en esa etapa de mi vida.


—¿Y desde entonces no ha habido nadie más? —le preguntó ella, sorprendiéndose por lo interesada que estaba en su respuesta.


—¿Quieres decir de una forma romántica?


—Sí, ya sabes. Novias.


Pedro agitó la cabeza.


—He tenido muchas amigas. Algunas más íntimas que las otras, pero, para contestar a tu pregunta, no, no he tenido más relaciones serias.


«Hasta que llegaste tú», le hubiera gustado añadir.


—Oh.


Él sonrió.


—¿Oh? ¿Sólo oh? ¿Sin comentarios?


—Supongo que encuentro curioso que un hombre como tú no haya tenido una mujer en su vida durante todos esos años.


—Yo no he dicho que no las haya habido. Lo que he dicho es que ninguna de esas relaciones fueron serias. Hay una diferencia, Paula.


—Ya veo. Tu relación con tu familia es lo suficientemente satisfactoria emocionalmente. No necesitas ninguna otra ¿no es así?


Ese comentario le sorprendió. Nunca lo había pensado de esa manera, pero quizás ella tenía razón. ¿Es que su familia le satisfacía todas las necesidades, salvo las sexuales? No estaba seguro de que le gustara esa imagen de sí mismo.


—Yo no he dicho eso. Nadie es tan autosuficiente. Ni siquiera yo.


—El tener una familia es una cosa y el compartir tu vida con una persona es otra completamente distinta —le dijo él acariciándole el rostro.


«Comparte la tuya conmigo», se dijo para sí mismo.


Ella leyó más en su mirada que en sus palabras. Quería creer lo que le estaban diciendo esos ojos, pero temía equivocarse, sufrir. Que la apartaran de nuevo después de todos esos años podría ser devastador para sus emociones.


La confianza era algo muy difícil de alcanzar, en cierto sentido, mucho más difícil que el amor.


—¿Crees que te gustará estar con nosotros? —le preguntó Pedro apartándose.


Paula suspiró.


—Me encanta el trabajo. Me resulta algo muy distinto y, definitivamente, es un reto, pero en realidad no lo sé, Pedro. Sólo llevo un día y, para decirte la verdad, me parece que me supera un poco. He hecho un pacto con la universidad de que volveré por lo menos el próximo semestre, y no puedo quedar mal con ellos…


—¿Y?


—Y ninguno de los dos sabemos cuánto tiempo me quedaré aquí.


Él la miró. Su instinto le decía que ella no estaba lista todavía para que ese matrimonio se transformara en algo real. Le resultaba más fácil pretender que no estaba pasando nada. No podía empujarla; no era su sentido. Había otras formas de hacerlo más sutilmente, hasta que se vieran, quizás, tan juntos que a ella ya ni se le ocurriría marcharse.


—No te apresures con tu decisión —le dijo él—. Date un poco de tiempo y mira a ver cómo te va.