Aunque no tenía ningún motivo para pensar que Pedro se pareciese en nada a los novios de su madre. De hecho, estaba segura de que era un buen hombre. Y muy guapo. Pero no era el tipo de hombre con el que saldría.
Independientemente de su situación económica, era demasiado… algo.
Demasiado sexy y encantador. Y ella no quería que la sedujesen. Solo quería encontrar a un hombre responsable, en quien pudiese confiar. Un hombre centrado en su carrera como ella en la suya. Alguien a su altura. Que pudiese cuidarla si fuese necesario. Aunque, hasta entonces, no le hubiese hecho falta.
Siempre se había cuidado sola, pero siempre estaba bien tener un plan alternativo.
–Solo quería saber si ibas a necesitar otra invitación para la gala –le dijo.
–No señora, no me hace falta.
Respondió él, sin contestarle a la pregunta de si tenía pareja. Aunque tal vez fuese mejor para Paula no saberlo.
–Imagino que no tendrá esmoquin –le dijo.
Pedro se echó a reír.
–No, señora.
Paula estaba empezando a cansarse de que la llamase señora. Dejó el bolígrafo.
–Puedes llamarme Paula.
–De acuerdo… Paula.
Algo en su manera de decir su nombre hizo que se sonrojase. De hecho, se había puesto a sudar. Tal vez se hubiese estropeado el termostato del despacho.
O su termostato interior.
Contuvo las ganas de abanicarse el rostro.
–Dado que falta menos de un mes para la gala, lo primero será alquilar un esmoquin.
–Con el debido respeto, no creo que eso entre en mi presupuesto.
–Seguro que la fundación puede cubrir ese gasto.
Él frunció el ceño.
–No necesito limosnas.
–La fundación es una organización benéfica que se dedica a ayudar a la gente.
–Pues a mí no me parece ético que una fundación para la alfabetización se gaste el dinero el alquilar esmóquines.
Paula nunca lo había visto así, pero imaginaba que no habría ningún problema.
–Hablaré con Ana al respecto. Seguro que lo solucionamos.
Él pareció aceptar la respuesta y, aunque su comportamiento fuese un poco… extraño, Paula se imaginó que se debía seguramente a su orgullo masculino.
Esperaba que aceptase la ayuda de la fundación, ya que sería una pena no verlo vestido de esmoquin. Debía de estar impresionante.
Aunque seguro que como mejor estaba era sin ropa.
Se imaginó las cosas que podría hacer con ese cuerpo…
–De acuerdo, hagámoslo.
¿Hagámoslo? Paula se quedó sin respiración. ¿No habría pensado en voz alta? No, no era posible.
–¿Pe-perdón?
–Que podemos ir a alquilar ese esmoquin.
–Ah, sí. Por supuesto.
–¿A qué pensaba que me refería?
Ella se negó a responder a aquello.
–A nada. Es solo… que no hay que hacerlo ahora mismo.
Pedro se inclinó hacia delante en el sillón.
–No hay nada como el presente, ¿no?
–Bueno, no, pero…
Con el ceño fruncido, Paula abrió el ordenador para ver si tenía algo más apuntado en la agenda.
–Tengo que comprobar mi agenda. Esta tarde tengo que hacer unas llamadas.
Él frunció el ceño.
–A ver si lo adivino, es de las que planea hasta el último momento de su jornada laboral.
Lo dijo como si fuese una rara. Dado que él llevaba una vida tan espontánea y… desinhibida, no podía entender las presiones del sector empresarial. Normalmente, Paula habría necesitado un par de días de antelación para una actividad así, pero podía cambiar un par de cosas y quedarse a trabajar una hora más esa tarde.
De todos modos, no la esperaba nadie en casa, ni siquiera una mascota.
Era alérgica a los gatos y, teniendo en cuenta lo mucho que trabajaba, un perro era una responsabilidad para la que no tenía tiempo.
–Supongo que podría hacerte un hueco –le dijo–, pero antes tengo que hablar un momento con Camila.
–¿Espero fuera?
–De acuerdo. Será solo un momento.
Se levantaron los dos al mismo tiempo.
A pesar de llevar puestos sus Manolos, él seguía siendo mucho más alto.
Normalmente no le intimidaban los hombres altos, no le intimidaba nadie, pero había algo en aquel hombre que la ponía nerviosa.
Se preguntó si sería capaz de agarrarla al pasar por su lado y darle un apasionado beso.
«Ojalá».
Tener a un hombre tan sexy cerca le hacía acordarse de todo el tiempo que llevaba sola. Había trabajado tanto últimamente que no había tenido tiempo para salir con nadie.
Por no hablar del sexo.
Ya no se acordaba ni de cuándo había sido la última vez.
Seguro que el señor Dilson podía solucionarle ese problema, pero no parecía ser de los que tenían relaciones largas y a ella no le gustaban las aventuras de una noche. Además, nunca mezclaba los negocios con el placer.
Así que lo mejor que podía hacer era hacer su trabajo y mantenerse lo más alejada posible de Pedro Dilson.