lunes, 1 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 2

 


Tomó un cuaderno y un bolígrafo del primer cajón del escritorio y le pidió:

–¿Por qué no me habla un poco de usted?


Él se encogió de hombros.


–No hay mucho que contar. Nací en California y crecí por todo el país. Llevo catorce años trabajando en un rancho.


Paula tuvo la sensación de que tenía mucho más que contar. Como, por ejemplo, cómo había conseguido llegar adonde estaba sin saber leer. Aunque no sabía cómo hacerle la pregunta. La fundación era uno de sus mejores clientes y no quería ofender a su mejor alumno.


Así que escogió sus siguientes palabras con cautela.


–¿Cómo llegó a la fundación, señor Dilson?


–Llámeme Pedro –le dijo él, sonriéndole de oreja a oreja–. Y creo que lo que quiere saber en realidad es cómo es posible que un hombre llegue a la treintena sin saber leer.


Evidentemente, le faltarían estudios, pero no inteligencia.


Paula tuvo que asentir.


–¿Cómo es posible?


–Mi madre murió cuando yo era pequeño y mi padre trabajaba en rodeos, así que viajábamos mucho cuando yo era niño. Cuando conseguía apuntarme a un colegio, no nos quedábamos en la ciudad el tiempo suficiente para que me diese tiempo a aprender nada. Así que supongo que podría decirse que me fui quedando al margen del sistema.


A Paula le dio pena pensar en lo lejos que podría haber llegado si hubiese recibido la educación adecuada.


–¿Y qué te motivó a pedir ayuda?


–Mi jefe me dijo que me haría capataz del rancho si aprendía a leer, así que aquí estoy.


–¿Estás casado?


–No.


–¿Tienes hijos?


–No que yo sepa.


Paula lo miró y él volvió a sonreír. Ella se preguntó si sería consciente de l guapo que era.


–Era una broma –le dijo él.


–Entonces, ¿es un no?


–No tengo hijos.


–¿Y pareja?


Pedro arqueó una ceja.


–¿Por qué me lo pregunta? ¿Le interesa el puesto?


Paula quería tener pareja, pero hacía mucho tiempo, cuando gracias al último novio vago que había tenido su madre habían perdido la caravana en la que vivían y habían tenido que irse a una casa de acogida, que se había prometido a sí misma que solo saldría con hombres educados y económicamente bien situados, que no le robasen el dinero del alquiler para ir a gastárselo en drogas o whisky barato, o en el juego.



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