Paula salió al escenario sin dejar de pensar en Pedro Alfonso. Pero tenía que calmarse. Tenía que apartar de su mente la turbadora escena del camerino.
La charla de los espectadores terminó en cuanto la luz del foco central cayó sobre ella. Para entonces, la mayoría de los clientes había terminado de cenar y, siendo viernes por la noche, el local estaba lleno.
Por un momento, los nervios se le agarraron al estómago. Pero enseguida dio un paso adelante. Aquél era un sitio que le gustaba. Un sitio especial donde su voz, su mente y su cuerpo se mezclaban con la música.
Sólo al final de la segunda canción vio el rostro de Pedro entre la gente. Estaba solo y su mirada no revelaba nada.
Paula tembló al pensar que después tendría que tomar una copa con él. El recuerdo de lo que había sentido en la playa cuando la tocó. Y el miedo que le daba aquel hombre…
Apartando la mirada, Paula siguió intentando que el público disfrutase de sus canciones. Al final, durante la última nota, todos se quedaron un momento en silencio y luego empezaron a aplaudir. Paula les lanzó un beso e hizo una reverencia, la larga melena cayendo sobre su cara. Cuando se incorporó, apartándose el pelo de la cara, los aplausos se convirtieron en silbidos de admiración y peticiones de bis.
—Muy bien. Una composición de Andrew Lloyd Webber, una de mis favoritas. Si alguna vez han perdido a alguien, esta canción es para ustedes.
Paula empezó a cantar Memory. Su voz atravesaba la sala, clara y pura. Apenas se dio cuenta de que la gente contenía el aliento pero, cuando llegó a la nota final, el público se volvió loco.
Sonriendo, Paula volvió a saludar. Pero no podía dejar de mirar a Pedro… pensando en la letra de la canción. Un nuevo día. Sus ojos se encontraron y la sonrisa de Paula desapareció.
No habría un nuevo día para ellos. El pasado era una barrera infranqueable.
Paula estaba temblando cuando llegó al camerino. Sentía como si acabara de tener una pelea a dos asaltos con Rocky Balboa. Lucie, su compañera, había vuelto y estaba tumbada en el sofá.
—El jefe quiere verte —le dijo.
—¿Mauricio?
—No, el jefazo. Pedro Alfonso. Me ha dicho: «Recuérdale que quiero tomar una copa con ella». No me habías dicho nada sobre esa invitación.
Paula debería haber sabido que Pedro no iba a dejarla escapar. Que querría una explicación después de la bomba que había soltado antes de salir del camerino.
—Vino a verme unos minutos antes de salir al escenario —Lucie no sabía nada sobre su relación con Pedro, y ella no pensaba contárselo—. Pero estoy agotada.
En realidad, estaba asustada por su propia reacción. Lo último que quería era sentir algo por Pedro Alfonso. Y necesitaba tiempo para lidiar con esa inesperada complicación.
Cuando se enfrentase con él sería en sus términos, en su espacio. No en territorio del magnate griego.
—Así que puedes decirle que hoy no me apetece —terminó.
Rechazarlo sería lo mejor. Eso haría que Pedro quisiera verla desesperadamente.
—Paula, no seas tonta. En los ocho meses que llevo trabajando aquí, Pedro Alfonso no ha invitado a nadie a una copa. ¿Y tú te niegas? —Lucie se levantó del sofá y empezó a pasear por el camerino.
—Estoy cansada.
—No te entiendo. Esta vez ni siquiera ha venido a Strathmos con una mujer. Dicen que ha roto con… —Lucie mencionó el nombre de una conocida modelo—. ¿Por qué no pruebas suerte? Evidentemente, está interesado por ti.
Paula no se molestó en contestar. Tomó unas toallitas limpiadoras y empezó a quitarse el maquillaje a toda prisa. Pedro iría a buscarla, y ella no tenía intención de estar allí.
Unos segundos después, Lucie salió del camerino murmurando algo sobre la suerte que tenían las demás.
Pero Paula sabía que la invitación de Pedro no tenía nada que ver con la suerte. Su reacción en la playa había dejado bien claro que no quería verla allí.
Y ella debía ir con pies de plomo.
Llevaba un año intentando ponerse en contacto con él y, por fin, había conseguido un contrato para trabajar en Strathmos.
Sólo tenía dieciocho días para descubrir lo que quería y para encontrar la forma de hacerlo pagar por todo el dolor que le había causado. De modo que no podía dejarse asustar por el roce de su mano.