Recorrió el salón una última vez, despidiéndose de los invitados a medida que iban saliendo, y comprobó que nadie se dejara nada en el salón, antes de que llegara el personal del hotel a limpiar.
Recogió entonces su pequeña cartera de mano con piedras aplicadas y su chal, y se dispuso a marcharse repasando mentalmente cosas que tenía que hacer al día siguiente, cuando una voz masculina y profunda, la llamó por su nombre.
—¿Señorita Chaves?
Paula se dio la vuelta y se encontró frente a un hombre moreno y grande, como un armario de dos cuerpos. Tragó con dificultad y a continuación estampó una sonrisa en los labios. El hombre era tan alto que la obligó a levantar mucho el rostro para mirarlo a los ojos.
—¿Sí?
—Si tiene un minuto, a mi jefe le gustaría hablar con usted.
Inclinó la cabeza en dirección al fondo del salón, donde un caballero aguardaba sentado solo en una de las mesas vacías.
Por lo que podía distinguir en la distancia, era bastante guapo.
Y la estaba mirando, fijamente.
—¿Su jefe?
—Así es, señorita.
Ésa iba a ser toda la información que iba a conseguir de aquella mole humana, sobre la identidad de su jefe.
Pero si había asistido a la cena benéfica, había posibilidades de que quisiera hacer una donación, y ella siempre tenía tiempo para atender a aquéllos dispuestos a colaborar económicamente en una causa. Y más aún cuando podía permitirse guardaespaldas propio o agente de la CIA o luchador profesional o lo que fuera…
—Por supuesto —contestó, manteniendo su actitud optimista.
El gigante se colocó de medio lado y le hizo un gesto para que lo precediera y de esa guisa la escoltó hasta el extremo opuesto del vacío salón. Los acompañaba el tintineo de la vajilla como sonido de fondo, mientras el personal de limpieza del hotel se afanaba en desmontar mesas, guardar sillas y retirar vajillas.
A medida que se acercaba al hombre que quería hablar con ella, éste levantó una copa de champán y se la llevó a los labios.
Llevaba una chaqueta de color azul marino y corte impecable, aunque muy distinta a las de los demás invitados. Definitivamente, era extranjero. Comprobó entonces que se había quedado corta con de «bastante guapo». Era guapo como una estrella de cine, con el cabello oscuro y unos asombrosos ojos azules, que parecían penetrar en ella como si fueran rayos láser.
Paula le tendió la mano y se presentó.
—Hola, soy Paula Chaves.
—Ya lo sé —replicó él, aceptando su mano. Se negaba a soltarla y de hecho tiró suavemente de ella hacia él—. Tome asiento, por favor.
Dejando caer el chal por la espalda desnuda, se sentó en una silla junto a él.
—Su… empleado me ha dicho que quería usted hablar conmigo.
—Si —replicó lentamente—. ¿Le apetece una copa de champán?
Ella abrió la boca para rechazar el ofrecimiento, pero el guardaespaldas o lo que fuera estaba ya sirviéndole una copa que dejó delante de ella.
—Gracias.
Pese a estar servidos los dos y que la velada hubiera terminado, el hombre permaneció allí sentado sin decir nada. Paula se removió incómoda en medio del silencio, y sintió que se le ponía la piel de gallina en los brazos.
—¿De qué quería hablar conmigo, señor…? —presionó ella, con cuidado de mostrarse tan educada como le fuera posible.
—Puede llamarme Pedro —respondió él.
El hombre tenía un ligero acento, tal vez la cadencia musical británica, pero Paula no lograba situarlo.
—Pedro —repitió, porque el hombre parecía esperar que lo hiciera—. ¿Estás interesado, tal vez, en donar dinero para construir un ala infantil dedicada a los niños con cáncer? —preguntó, decidida a averiguar los motivos por los que quería hablar con ella—. Si es así, puedo esperar mientras me extiendes un cheque ahora o, si lo prefieres, puedo ponerte en contacto con alguien de la organización para que te pongas en contacto con ellos personalmente.
Pedro siguió examinándola cuidadosamente, con sus profundos ojos de lapislázuli cuando ésta terminó de hablar.
Un sorbo más del caro champán y entonces dijo lentamente:—Estaré encantado de contribuir a tu pequeña… causa. Sin embargo, no es para eso para lo que quería que vinieras aquí.
La sorpresa hizo que Paula abriera los ojos un poco más, sólo una imperceptible fracción, pero trató con sumo cuidado de que no mostrar su consternación.
—Me hospedo en una suite en este hotel —prosiguió él—. Y me gustaría que me acompañaras. Me gustaría que pasaras el resto de la noche en mi cama. Si las cosas van bien y somos… compatibles, tal vez podamos considerar llegar a algún tipo de acuerdo.
Paula pestañeó varias veces, pero por todo lo demás se quedó completamente paralizada, rígida como un maniquí. No podría haber quedado más sorprendida, aunque aquel hombre la acabara de abofetear.
No sabía qué decir. No sabía qué debería decir.