lunes, 12 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 2

 


Sonriendo con tanto vigor que le dolían los músculos de las mejillas, Paula Chaves, se movía por todo el salón, asegurándose de que todo iba conforme al programa. Llevaba meses preparando la gala, con la esperanza de despertar las conciencias y reunir suficiente dinero para el ala hospitalaria.


Lamentablemente, las cosas no iban tan bien como habría deseado y Paula sabía que la culpa era sólo suya.


Parecía como si todos los presentes la estuvieran observando. Podía ver su curiosidad, percibir su reprobación.


Y todo, porque había tenido la mala suerte de haberse relacionado con el hombre equivocado.


De todas las cosas que hubieran podido amargarle la gala, aquélla era la peor. Un huracán, una inundación, ni siquiera un incendio…


Podría haber manejado cualquiera de esos desastres. Apenas la habrían hecho parpadear.


Pero en vez de eso, era ella en persona el objeto de los ataques, su reputación había quedado dañada.


Le estaba bien empleado por relacionarse con Bruno Winters. Debería haber sabido nada más conocerlo, que terminaría causándole problemas.


Y ahora todos los presentes, todos en Gabriel's Grossing, en todo el estado de Texas y hasta puede que en todo el país, pensaban que era una adultera culpable de haber roto el hogar de un hombre casado.


Eso era lo que decían las páginas de cotilleos del periódico. Su foto, junto a la de Bruno y la de su mujer y sus dos hijos, estaba por todas partes, bajo titulares difamatorios en letras mayúsculas.


Ignorando las miradas y los murmullos que sabía iban dirigidos hacia ella, Paula prosiguió con su supervisión con la cabeza bien alta, actuando como si no ocurriera nada. Como si el corazón no le latiera a mil por hora, o no estuviera roja de vergüenza o las manos no le sudaran a causa de los nervios.


Nada de lo ocurrido en la semana transcurrida desde que saliera a la luz su aventura con Bruno Winters la había llevado a creer que la gala benéfica no fuera a resultar un éxito. Ninguno de los invitados había cancelado su invitación con excusas de última hora para no asistir. Ningún miembro de la organización benéfica del hospital, había llamado para quejarse del escándalo que se había suscitado a su alrededor ni para expresar preocupación alguna porque su nombre estuviera ligado a la organización.


Motivo que la había llevado a creer que no se encontraría con ningún problema. Que aunque los periodistas estuvieran acampados en el césped de su casa, no se alteraría el curso de su vida.


Sin embargo, ya no estaba tan segura. En esos momentos pensaba que si lo más granado de la alta sociedad del centro de Texas estaba allí esa noche, era porque querían ver de cerca al miembro que había caído en desgracia.


Cualquiera diría que llevaba una letra escarlata cosida a la pechera, a juzgar por la forma en que atraía la atención de todos.


Ella sabía manejar la atención, aunque fuera negativa. Pero más que las miradas y los murmullos, lo que le preocupaba era el impacto que su reputación mancillada pudiera tener en el dinero que se recaudara esa noche.


Había trabajado mucho en la organización de la gala. Era una filántropa apasionada, que dedicaba su tiempo y su propio dinero a apoyar las causas que sentía más cercanas. Y siempre se le había dado bien convencer a los demás, para que colaborasen en ellas.


Normalmente, a esas alturas de la gala, ya habría conseguido una docena de cheques generosos por parte de los presentes, seguidos de muchos más al final de la velada. Esa noche, sin embargo, sus manos, y también las arcas del hospital, aún estaban vacías.


Sólo por haber tenido la desgracia de conocer a Bruno Winters en otra gala benéfica precisamente el año anterior, y por haber carecido del sentido común de rechazarlo cuando empezó a pedirle que saliera con él, personas que verdaderamente necesitaban su ayuda podían terminar sin nada.


La perspectiva le destrozaba el alma y tuvo que apretar las costuras que armaban el cuerpo, de su vestido tratando así de calmar los nervios que le atenazaban el estómago.


Actuaría como si no hubiera pasado nada, y rogaría por que los asistentes dejaran a un lado la curiosidad y recordaran el verdadero motivo por el que estaban allí. Si no, tenía la desagradable sensación de que su particular cuenta bancaria se iba a llevar un buen golpe cuando tratara de costear ella sola lo que debería haberse recaudado esa noche. Y seguramente tendría que hacerlo, por culpa de su mala suerte y sus malas decisiones.


Una vez terminada la ronda para comprobar que todos los invitados estaban en su sitio, correctamente servida la comida y todo en orden, regresó a su sitio al frente del salón, sobre el estrado que se había montado para los organizadores de la gala. Charló un poco con las mujeres sentadas a ambos lados y se tragó como pudo la comida, sin saborearla.


A continuación, tuvo lugar el discurso del presidente de la organización y una breve ceremonia en la que se otorgaban placas a aquéllos que más se habían esforzado durante el año anterior. Incluso la propia Paula recibió una, por su continua dedicación a recaudar dinero para el hospital.


Paula sintió verdadero alivio cuando la gala terminó por fin. Para entonces tenía en su poder varios cheques generosos y había conseguido la promesa de recibir alguno más. No eran tantos como había recibido en otras ocasiones, y definitivamente había notado la diferencia en el trato de los asistentes. Pero, al menos, las perspectivas eran más optimistas que al principio de la velada.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 1

 


«Sólo puede ser ella».


El príncipe Nicolás Pedro Alfonso de Glendovia, observaba a la belleza de cabello de ébano desde la distancia. Era esbelta y grácil, con una figura en forma de reloj de arena y una cortina de sedoso pelo negro, que le caía por la espalda hasta la altura de las caderas. Estaba demasiado lejos para poder advertir el color de sus ojos o la generosidad de sus labios, pero confiaba en sus instintos y sabía que serían tan seductores como el resto de ella.


Ladeó la cabeza hacia el hombre alto vestido de traje que tenía al lado y le ordenó:—Averigua cómo se llama.


El guardaespaldas siguió la mirada de su jefe y tras una rígida inclinación de la cabeza se alejó. Pedro no necesitaba preguntar a Oscar cómo pretendía conseguir la información, ni le importaba.


El hombre regresó al cabo de unos minutos y se quedó junto a Pedro.


—Se llama Paula Chaves, alteza. Es la organizadora de la gala.


«Paula». Un nombre precioso para una mujer preciosa.


Se deslizaba por el inmenso y abarrotado salón de baile como si flotara, sonriendo, charlando con los invitados, comprobando que todo estaba en su sitio. El vestido de noche largo en color lavanda que llevaba, resplandecía a la tenue luz cada vez que se movía, ciñéndose como un guante a sus femeninas curvas.


Pedro no había ido a aquella gala benéfica con la esperanza de encontrar una amante, pero ahora que la había visto, sabía que no tenía la intención de abandonar los Estados Unidos sin conseguir que aquella mujer se convirtiera en su amante.


Cierto era que él era el miembro de la familia real encargado de supervisar las organizaciones benéficas de Glendovia, pero sus obligaciones no incluían asistir fuera de su propio país a actos para recaudar fondos. Normalmente, se lo dejaba a su hermana o a alguno de sus dos hermanos.


Pero aunque su hermana, Mia, había programado el viaje a Estados Unidos y asistir a esa cena, con el fin de recaudar fondos para construir un nuevo ala infantil en el hospital central de Texas, había tenido que cancelarlo todo en el último minuto. Y dado que él estaba allí con los magnates del petróleo, para discutir las condiciones de la importación de crudo para su país, se decidió que asistiría él en su lugar.


Hasta hacía pocos minutos había lamentado la interrupción de sus propios planes, sin dejar de maldecir a su hermana. Sin embargo, en ese momento, estaba pensando en enviar a Mia un ramo de flores o una caja de sus trufas favoritas. Quería agradecerle que lo hubiera puesto en el camino de lo que prometía ser una experiencia muy agradable.



EN SU CAMA: SINOPSIS

 


Se había convertido en la amante del príncipe, pero… ¿alguna vez sería su esposa?


En cuanto el príncipe Pedro vio a la seductora Paula Chaves, deseó que se convirtiera en su amante. Con la intención de tenerla en su cama antes de Navidad, el príncipe la tentó con una oferta de empleo en palacio. Pedro no se detendría ante nada para conseguir seducirla y qué mejor que tratarla como a una reina.


Pronto su pasión despertó también el deseo de Paula, pero, ¿lo abandonaría cuando descubriera que estaba a punto de embarcarse en un matrimonio sin amor?



sábado, 3 de octubre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO FINAL



Separándose únicamente lo necesario para hablar con Mauro, Pedro y Paula miraron a éste de reojo, un tanto aturdidos.


—¿Y? —preguntó Pedro.


Mauro rió con pesar.


—La policía se ha llevado a Tierney. Supongo que ahora me tocará ir a comisaría para contestar algunas preguntas. Bueno, lo menos que puedo decir de lo ocurrido es que ha sido interesante.


Pedro  le estrechó la mano con calor, le palmeó la espalda y le dio las gracias. Paula lo abrazó, le prometió eterna gratitud y le hizo prometer que iría a visitarlos.


Mauro se dirigía hacia su moto, llaves en mano, cuando de pronto se volvió hacia ellos.


—Ah doctor... —comenzó a decir.


—¿Sí? —lo interrumpió Pedro  al momento.


—No, en realidad me dirigía a Paula.


Pedro lo miró con extrañeza.


—¿Ibas a llamarla doctora?


Paula se mordió el labio para disimular una sonrisa mientras revoloteaba por su mente un nuevo recuerdo.


—¿No te lo ha dicho? —preguntó Mauro divertido—. Es psicóloga de animales.


Pedro sonrió de oreja a oreja, inclinó la cabeza y se quedó mirándola con admiración.


—¿Y por qué será que no me sorprende?


—¿Estás seguro de que no te importa? —bromeó Paula—. Seremos el doctor y la doctora Alfonso.


Rieron al unísono, mirándose con inmensa ternura.


Mauro sacudió la cabeza con expresión burlona.


—Antes de que volváis a ignorarme, sólo quería decirle a Paula que mi caimán está mucho mejor desde la última vez que hablamos de él.


—¡Magnífico! —Paula lo miró con renovado interés—. ¿Quieres decir que ha dejado de desafiar a los coches?


—No, pero han cerrado la playa al tráfico, así que problema resuelto —alzó la mano para despedirse con una radiante sonrisa y montó en su moto.


—Eh, Mauro—lo llamó Pedro—. Sólo por curiosidad, ¿tú a qué te dedicas?


Mauro se puso el casco antes de contestar: —Soy cirujano —y, con una radiante sonrisa, bajó la visera del casco y se alejó con la moto.


Pedro se volvió hacia Paula con expresión de absoluta perplejidad.


—¿Es cirujano?


—¿No te lo había dicho?


Pedro la arrastró hacia el con fingido enfado.


—No, señora —deslizó las manos por su espalda, para estrecharla más íntimamente contra él—. Hay unas cuantas cosas que te has olvidado de mencionar.


Completamente entregada a sus caricias y al fuego de su mirada, Paula apenas consiguió susurrar: —¿Como qué?


—Como tu verdadero nombre —rozó su boca—. De dónde eres —le susurró al oído—. O cuánto tendré que esperar para estar de nuevo dentro de ti.


Para entera satisfacción de Pedro, Paula contestó con hechos, en vez de con palabras.


Tenían toda una vida por delante para dedicarla a detalles menos importantes.





EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 65

 


Sin embargo, la pelea terminó tan rápidamente como había empezado. Cuando Paula alzó la cabeza, vio a Pedro con la rodilla apoyada en la espalda de Gastón y retorciéndole el brazo.


—Nunca, absolutamente nunca, vuelvas a hablarle a Paula de esa forma. No vuelvas a ponerte en contacto con ella, no la llames. Porque como vuelva a encontrarme contigo, te mataré, ¿lo has entendido?


Gastón se rindió al momento.


Mauro, mientras tanto, había liberado a Paula, que al incorporarse vio un objeto oscuro y brillante en la hierba.


Era una pistola.


Mauro la recogió, se acercó a la moto y metió la pistola en una cartuchera. Sacó un teléfono móvil y llamó a la policía.


—Yo me ocuparé de todo —dijo Mauro—. Será para mí el más grande de los placeres —y se acercó a Gastón para retenerlo.


Pedro corrió entonces hacia Paula y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.


—¿Te has hecho daño, Paula? —le preguntó mientras sacudía las briznas de hierba del vestido y al mismo tiempo buscaba alguna posible herida.


—Estoy perfectamente, doctor. Te lo juro.


Pedro la miró con inmensa ternura y sonrió:—Entonces espera en el coche hasta que venga la policía.


 


Mientras se dirigía hacia el coche, acompañada por Pedro, oyó aullar a Gaston: —¡Ya no vamos a celebrar ninguna boda, Paula! ¡Lo has echado todo a perder! ¡Ya no puedo casarme contigo! ¡Puedes quedártela, jefe! —le gritó a Pedro.


Pedro apretó los puños furioso, pero Paula intentó tranquilizarlo inmediatamente.


—En realidad, no es una mala sugerencia, ¿no crees?


Pedro fijó en ella su belicosa mirada, que inmediatamente se suavizó. Incluso en sus labios comenzó a formarse una sonrisa.


—Sólo si puede hacerse realidad —contestó con voz ronca, mirándola a los ojos—. ¿Tú lo ves posible?


Paula contuvo la respiración.


—No sé por qué no. Ahora sé que no estoy casada. Todavía me cuesta comprender cómo pude olvidar lo que había ocurrido en la iglesia, pero...


Pedro la hizo apoyarse en el coche y la besó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se estrechó contra él. Pedro cerró los ojos y disfrutó extasiado de su sabor hasta que el deseo de hacer el amor con ella se hizo tan intenso que tuvo que separarse y alzar la cabeza para recordarse dónde estaba.


En la gloria, se dijo, perdido en las profundidades grises de aquellos ojos que había temido no volver a ver.


—¿Y de lo otro que Tierney ha dicho? Me parece que no has contestado cuando te ha preguntado si estabas enamorada de mí.


—Estoy enamorada de ti desde la primera vez que me miraste a los ojos —contestó Paula.


Pedro sonrió, sintiendo cómo echaba raíces la felicidad en su corazón.


—Y yo estoy enamorado de ti desde la primera vez que dijiste «aahh», —la besó en la nariz—. Y la segunda —cubrió sus ojos de besos—. Y la tercera —buscó su boca—. Y estoy deseando oírlo muchas más veces.


Se fundieron de nuevo en un apasionado beso.


—Te amo, Paula. Has llegado a formar de tal manera parte de mi ser que moriría sin ti. Quiero que te cases conmigo.


—De acuerdo Pedro, me casaré contigo —susurró Paula casi sin aliento y volvieron a perderse el uno en el otro.


—Esto... ¡Caray! —murmuró Mauro de pronto tras ellos—. Apostaría la cabeza a que ni siquiera os habéis dado cuenta de que acaban de llegar media docena de coches de policía.






viernes, 2 de octubre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 64


Gaston la miró perplejo, mientras se doblaba jadeante sobre sí. Paula abrió la puerta y bajó volando los escalones de la entrada. En su precipitada huida, chocó contra el firme pecho de un hombre.


—¡Paula! —exclamó una voz milagrosamente familiar—. ¿Estás bien?


¡Era Pedro!


El miedo de Paula se multiplicó hasta el infinito.


—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Ese hombre puede matarte! —miró aterrada hacia la puerta—. Vete de aquí, Pedro, ¡ahora mismo! —intentó empujarlo, forzarlo a marcharse—. ¡Vete! ¡Vete!


—Chsss, Paula, tranquilízate —la abrazó con fuerza—. ¿Te ha hecho algún daño?


—No, Pedro, no. Pero te matará si te ve conmigo.


—Algo te ha hecho salir huyendo de la casa, Paula. Dime lo que ha sido, porque si te ha hecho algún daño, te juro que...


—¡Pedro! Por favor, escúchame. No, no me ha hecho ningún daño. Pero yo he recordado... Oh, Dios mío, lo he recordado todo... —se estremeció—. ¡Gaston disparó a Mauro!


—Lo sé, cariño, lo sé.


—¿Lo sabes? —retrocedió para mirarlo a los ojos—. ¿Entonces que estás haciendo aquí? ¿Es que te has vuelto loco? ¿Acaso quieres morir?


—He venido a buscarte.


—No puedo irme contigo. ¡Si nos ve juntos, te matará! —sollozó—. Y yo no podría soportarlo. Preferiría morir antes de que...


Pedro la interrumpió con un beso. Paula abrió la boca bajo sus labios, buscando unirse a él en medio de su desesperación. Y supo entonces que Pedro la necesitaba tanto como ella lo necesitaba a él.


—Esto es increíble —exclamó una voz masculina tras él—. Te acabo de contar que me disparó porque la iba a llevar a su casa, y te pones a besarla escondido detrás de los arbustos de su jardín.


—Maldita sea, Mauro —maldijo Pedro—. Casi me da un ataque al corazón.


—¡Mauro! —exclamó Paula, mirándolo desconcertada—. Oh, Mauro —dejó los brazos de Pedro y se acercó a su amigo con los ojos llenos de lágrimas—. Siento que te disparara por mi culpa.


—Sólo han sido un par de cicatrices. Me dan personalidad.


—¡Y mira tu cara!


—Bueno, todavía sigue estando bastante bien —musitó Pedro secamente—. Y creo que será mejor que nos vayamos de aquí antes de que Tierney decida volver a desfigurarla.


—No, yo no me voy a ir con vosotros. Me iré en el taxi que me está esperando. No quiero arriesgarme a que Gastón me vea con alguien.


En ese momento, apareció Gastón en el jardín. De su rostro había desaparecido toda señal de cordura.


—Ya es un poco tarde para eso. Le he dicho al taxi que se vaya —informó con voz glacial—. No sabía dónde estabas, pero, claro, ¿cómo podía imaginarme que estuvieras aquí, detrás de los arbustos de mi propia casa, con un hombre? El caso es que no me sorprende.


Pedro gruñó algo y se acercó a él. Paula se aferró con fuerza a su brazo, desesperada por hacerle retroceder. Había advertido que Gastón se llevaba la mano al interior de la chaqueta y le había visto hacer ese mismo gesto cuando había disparado a Mauro.


—Tiene una pistola —susurró aterrada.


Pedro la empujó tras él y le dijo a Gastón:—Tengo que hablar contigo, pero antes quiero que Paula salga de aquí.


Gaston ignoró su petición y se acercó a Paula.


—Es éste, ¿verdad? Este es el tipo del que estás enamorada. El único con el que has hecho el amor, ¿eh?


Pedro arremetió entonces contra él. Mauro apareció de entre las sombras, empujó a Paula al suelo y no la soltó para evitar que intentara mediar en la pelea. Ella sollozaba y se retorcía intentando liberarse, deseando salvar a Pedro del peligro. Temía oír el disparo de una pistola en cualquier momento.




EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 63

 


Aquel lujoso barrio de Denver le resultaba a Paula ligeramente familiar. Mientras el taxi recorría sus perfectamente delineadas calles, Paula intentaba aplacar su miedo haciendo uso de la razón.


El taxista la dejó frente a una impresionante casa de tres pisos.


—¿Es aquí, señora?


Pero Paula apenas lo oyó. Su miedo se había intensificado.


—Sí, quédese aquí. Y espere un momento. Es posible que tenga que irme pronto.


—Tómese todo el tiempo que quiera. Al fin y al cabo, usted es la que paga.


Paula murmuró las gracias y se dirigió nerviosa hacia la casa. Recordaba aquel lugar de cuidados jardines. Sabía que había sido feliz allí. Pero entonces, ¿por qué le temblaban las rodillas mientras subía los escalones de la entrada?


Tomó aire y llamó al timbre.


Se abrió la puerta y frente a ella apareció Gastón Tierney, con una americana azul marino, una camisa gris y unos elegantes pantalones.


—Paula —una sonrisa iluminó su rostro—. Has vuelto a mí —le tendió las manos y la condujo al interior de su mansión—. Te he echado terriblemente de menos. No tienes idea de la alegría que me produjo escuchar tu voz en el contestador, diciéndome que volvías a casa —la estrechó contra él para abrazarla.


El aroma de su colonia, la cercanía de su cuerpo y otros muchos detalles le hicieron revivir a Paula recuerdos de los días pasados al lado de Gastón. Específicamente de los días anteriores a su boda.


Recordó de repente que había tenido grandes dudas. Sus abrazos, sus miradas habían comenzado a resultarle agobiantes, pero había intentado achacar aquella sensación a los nervios previos a la boda.


En ese momento comprendió que el problema era mucho mayor. Jamás había estado verdaderamente enamorada de él. Se había dejado deslumbrar por su encanto, sus atenciones y sus lujos, pero entonces no conocía el verdadero significado de la palabra amor.


Con Pedro había aprendido todo lo que aquella palabra quería decir.


—Lo siento, Gaston—susurró, apartándose de él. Se sentía como si tuviera que medir cada una de sus palabras—. Esta situación es muy difícil para mí. Llevo mucho tiempo fuera, y han pasado tantas cosas...


—Creía que me habías abandonado.


Paula lo miró desconcertada.


—Gaston, tenemos que hablar. Tengo muchas preguntas que hacerte.


—Por supuesto que tenemos que hablar. ¿Dónde has estado? ¿Por qué no me has llamado ni has ido a visitarme?


—¿A visitarte? —Paula frunció el ceño. No le parecía la pregunta más adecuada para un marido que llevaba dos meses sin ver a su esposa.


—¿No lo sabías? ¿No te has enterado de que me encerraron?


—¿Encerrarte? Gastón, ¿qué quieres decir?


—La policía. Me arrestaron, Paula. He estado en la cárcel durante dos meses. Oh, Paula, no sabes cuánto te he necesitado —la abrazó de nuevo y la estrechó con fuerza contra él.


Y fue entonces cuando Paula recordó exactamente lo sucedido. ¡Gastón había disparado a Mauro! Ella había interrumpido la boda, le había pedido a Mauro que la llevara a casa ¡y Gastón le había disparado!


—¿Puedes creer que pretendían culparme por lo ocurrido? Un hombre me ataca el día de mi boda, y pretenden acusarme a mí. Menos mal que tengo buenos abogados.


El terror había dejado a Paula sin habla.


—Hablemos de la cena —Gaston la agarró por la cintura y la condujo a un lujoso comedor—. Para celebrar tu vuelta, he pedido que prepararan algunos de tus platos favoritos. Cocina francesa, como la que disfrutamos en Broussard, ¿recuerdas?


—Gaston, espera —se detuvo en la puerta del comedor—. Siento que no hayas interpretado correctamente mi mensaje, pero en realidad no he vuelto contigo —Gaston la miró con el ceño peligrosamente fruncido—. En realidad he venido a recoger las cosas que tengo aquí. Y mi cartera con mi documentación, si es que todavía la tienes.


—Claro que la tengo. Todavía están preparadas las maletas para nuestra luna de miel. Luna de miel que estoy dispuesto a empezar en este mismo instante. Ya he esperado durante demasiado tiempo. Vamos disfrutar de una romántica velada y mañana nos iremos a Hawái para empezar nuestra vida en común —a pesar de la delicadeza de su voz, en sus ojos se advertía una determinación de acero.


—Gastón, no estamos casados.


—¿Y quién tiene la culpa de que no estemos casados? —preguntó suavemente—. Dime, Paula, ¿quién tiene la culpa?


—Yo —susurró aterrorizada—. Interrumpí la ceremonia porque tenía dudas.


—Pero yo te puse la alianza ante el altar. Así que eres mía, Paula.


Paula tragó saliva, intentando dominar su pánico creciente.


—Pero yo no te quiero —retrocedió unos pasos para alejarse de él y acercarse a la puerta de la entrada. El taxi estaba esperándola. Lo único que tenía que hacer era abrir la puerta y refugiarse en él—. ¿Por qué quieres seguir atado a una mujer que no te quiere?


—Oh, ya aprenderás a amarme, Paula. Me hiciste unas promesas, y las vas a cumplir.


Paula apretó las manos con fuerza para ocultar su temblor y se acercó disimuladamente a la puerta.


—No puedes amenazarme con convertirme en tu esposa —le advirtió.


Gastón se acercó a ella a grandes zancadas y le tomó el rostro con la mano.


—Ya estás casada conmigo —replicó Gastón con dureza—. Mañana firmaremos los papeles necesarios para completar el proceso.


—Déjame marcharme —le ordenó Paula con toda la autoridad de la que fue capaz. No podía dejarse doblegar por el miedo. Tenía que conservar la cabeza fría.


Gaston apartó la mano de su rostro, pero no se separó ni un centímetro de ella.


—Jamás te dejaré marcharte. Siempre serás mía. Y esta noche, tomaré lo que es mío. Esta noche, Paula será la noche más feliz de nuestro matrimonio. Y te gustará. Te gustará mucho, te lo prometo.


Un escalofrío recorrió la espalda de la joven mientras Gastón acercaba sus labios a su boca. Paula apartó bruscamente la cabeza y él rió suavemente.


—Oh, ya sé que estás nerviosa, no importa. Es normal, siendo ésta tu primera vez. Pero llevo tanto tiempo esperando este momento, que no puedes negármelo.


Paula tenía que hacer algo antes de que la llevara a su dormitorio. Gaston la sujetaba con fuerza, no podía moverse. Tenía que conseguir, de cualquier manera, que la soltara.


—Gaston —susurró, intentando eludir sus besos—. Ésta no será la primera vez,


Gastón se tensó como si acabaran de darle una puñalada.


—Mientras he estado fuera, me he enamorado y... he tenido relaciones íntimas.


Lentamente, dominado por una furia sorda, Gastón se apartó de ella. Una fría máscara descendió por su rostro, convirtiéndolo en un siniestro semblante de hielo.


—Entonces eres como todas las demás. Corrupta, sucia...


—Yo no lo diría así —replicó ella con voz temblorosa.


Gaston dio un puñetazo en la pared.


—¡Eres una mujerzuela!


Aquel insulto le proporcionó a Paula la adrenalina que necesitaba. Concentrando todas sus fuerzas en aquel movimiento, le dio un rodillazo en los genitales.