Sonriendo con tanto vigor que le dolían los músculos de las mejillas, Paula Chaves, se movía por todo el salón, asegurándose de que todo iba conforme al programa. Llevaba meses preparando la gala, con la esperanza de despertar las conciencias y reunir suficiente dinero para el ala hospitalaria.
Lamentablemente, las cosas no iban tan bien como habría deseado y Paula sabía que la culpa era sólo suya.
Parecía como si todos los presentes la estuvieran observando. Podía ver su curiosidad, percibir su reprobación.
Y todo, porque había tenido la mala suerte de haberse relacionado con el hombre equivocado.
De todas las cosas que hubieran podido amargarle la gala, aquélla era la peor. Un huracán, una inundación, ni siquiera un incendio…
Podría haber manejado cualquiera de esos desastres. Apenas la habrían hecho parpadear.
Pero en vez de eso, era ella en persona el objeto de los ataques, su reputación había quedado dañada.
Le estaba bien empleado por relacionarse con Bruno Winters. Debería haber sabido nada más conocerlo, que terminaría causándole problemas.
Y ahora todos los presentes, todos en Gabriel's Grossing, en todo el estado de Texas y hasta puede que en todo el país, pensaban que era una adultera culpable de haber roto el hogar de un hombre casado.
Eso era lo que decían las páginas de cotilleos del periódico. Su foto, junto a la de Bruno y la de su mujer y sus dos hijos, estaba por todas partes, bajo titulares difamatorios en letras mayúsculas.
Ignorando las miradas y los murmullos que sabía iban dirigidos hacia ella, Paula prosiguió con su supervisión con la cabeza bien alta, actuando como si no ocurriera nada. Como si el corazón no le latiera a mil por hora, o no estuviera roja de vergüenza o las manos no le sudaran a causa de los nervios.
Nada de lo ocurrido en la semana transcurrida desde que saliera a la luz su aventura con Bruno Winters la había llevado a creer que la gala benéfica no fuera a resultar un éxito. Ninguno de los invitados había cancelado su invitación con excusas de última hora para no asistir. Ningún miembro de la organización benéfica del hospital, había llamado para quejarse del escándalo que se había suscitado a su alrededor ni para expresar preocupación alguna porque su nombre estuviera ligado a la organización.
Motivo que la había llevado a creer que no se encontraría con ningún problema. Que aunque los periodistas estuvieran acampados en el césped de su casa, no se alteraría el curso de su vida.
Sin embargo, ya no estaba tan segura. En esos momentos pensaba que si lo más granado de la alta sociedad del centro de Texas estaba allí esa noche, era porque querían ver de cerca al miembro que había caído en desgracia.
Cualquiera diría que llevaba una letra escarlata cosida a la pechera, a juzgar por la forma en que atraía la atención de todos.
Ella sabía manejar la atención, aunque fuera negativa. Pero más que las miradas y los murmullos, lo que le preocupaba era el impacto que su reputación mancillada pudiera tener en el dinero que se recaudara esa noche.
Había trabajado mucho en la organización de la gala. Era una filántropa apasionada, que dedicaba su tiempo y su propio dinero a apoyar las causas que sentía más cercanas. Y siempre se le había dado bien convencer a los demás, para que colaborasen en ellas.
Normalmente, a esas alturas de la gala, ya habría conseguido una docena de cheques generosos por parte de los presentes, seguidos de muchos más al final de la velada. Esa noche, sin embargo, sus manos, y también las arcas del hospital, aún estaban vacías.
Sólo por haber tenido la desgracia de conocer a Bruno Winters en otra gala benéfica precisamente el año anterior, y por haber carecido del sentido común de rechazarlo cuando empezó a pedirle que saliera con él, personas que verdaderamente necesitaban su ayuda podían terminar sin nada.
La perspectiva le destrozaba el alma y tuvo que apretar las costuras que armaban el cuerpo, de su vestido tratando así de calmar los nervios que le atenazaban el estómago.
Actuaría como si no hubiera pasado nada, y rogaría por que los asistentes dejaran a un lado la curiosidad y recordaran el verdadero motivo por el que estaban allí. Si no, tenía la desagradable sensación de que su particular cuenta bancaria se iba a llevar un buen golpe cuando tratara de costear ella sola lo que debería haberse recaudado esa noche. Y seguramente tendría que hacerlo, por culpa de su mala suerte y sus malas decisiones.
Una vez terminada la ronda para comprobar que todos los invitados estaban en su sitio, correctamente servida la comida y todo en orden, regresó a su sitio al frente del salón, sobre el estrado que se había montado para los organizadores de la gala. Charló un poco con las mujeres sentadas a ambos lados y se tragó como pudo la comida, sin saborearla.
A continuación, tuvo lugar el discurso del presidente de la organización y una breve ceremonia en la que se otorgaban placas a aquéllos que más se habían esforzado durante el año anterior. Incluso la propia Paula recibió una, por su continua dedicación a recaudar dinero para el hospital.
Paula sintió verdadero alivio cuando la gala terminó por fin. Para entonces tenía en su poder varios cheques generosos y había conseguido la promesa de recibir alguno más. No eran tantos como había recibido en otras ocasiones, y definitivamente había notado la diferencia en el trato de los asistentes. Pero, al menos, las perspectivas eran más optimistas que al principio de la velada.