Aquel lujoso barrio de Denver le resultaba a Paula ligeramente familiar. Mientras el taxi recorría sus perfectamente delineadas calles, Paula intentaba aplacar su miedo haciendo uso de la razón.
El taxista la dejó frente a una impresionante casa de tres pisos.
—¿Es aquí, señora?
Pero Paula apenas lo oyó. Su miedo se había intensificado.
—Sí, quédese aquí. Y espere un momento. Es posible que tenga que irme pronto.
—Tómese todo el tiempo que quiera. Al fin y al cabo, usted es la que paga.
Paula murmuró las gracias y se dirigió nerviosa hacia la casa. Recordaba aquel lugar de cuidados jardines. Sabía que había sido feliz allí. Pero entonces, ¿por qué le temblaban las rodillas mientras subía los escalones de la entrada?
Tomó aire y llamó al timbre.
Se abrió la puerta y frente a ella apareció Gastón Tierney, con una americana azul marino, una camisa gris y unos elegantes pantalones.
—Paula —una sonrisa iluminó su rostro—. Has vuelto a mí —le tendió las manos y la condujo al interior de su mansión—. Te he echado terriblemente de menos. No tienes idea de la alegría que me produjo escuchar tu voz en el contestador, diciéndome que volvías a casa —la estrechó contra él para abrazarla.
El aroma de su colonia, la cercanía de su cuerpo y otros muchos detalles le hicieron revivir a Paula recuerdos de los días pasados al lado de Gastón. Específicamente de los días anteriores a su boda.
Recordó de repente que había tenido grandes dudas. Sus abrazos, sus miradas habían comenzado a resultarle agobiantes, pero había intentado achacar aquella sensación a los nervios previos a la boda.
En ese momento comprendió que el problema era mucho mayor. Jamás había estado verdaderamente enamorada de él. Se había dejado deslumbrar por su encanto, sus atenciones y sus lujos, pero entonces no conocía el verdadero significado de la palabra amor.
Con Pedro había aprendido todo lo que aquella palabra quería decir.
—Lo siento, Gaston—susurró, apartándose de él. Se sentía como si tuviera que medir cada una de sus palabras—. Esta situación es muy difícil para mí. Llevo mucho tiempo fuera, y han pasado tantas cosas...
—Creía que me habías abandonado.
Paula lo miró desconcertada.
—Gaston, tenemos que hablar. Tengo muchas preguntas que hacerte.
—Por supuesto que tenemos que hablar. ¿Dónde has estado? ¿Por qué no me has llamado ni has ido a visitarme?
—¿A visitarte? —Paula frunció el ceño. No le parecía la pregunta más adecuada para un marido que llevaba dos meses sin ver a su esposa.
—¿No lo sabías? ¿No te has enterado de que me encerraron?
—¿Encerrarte? Gastón, ¿qué quieres decir?
—La policía. Me arrestaron, Paula. He estado en la cárcel durante dos meses. Oh, Paula, no sabes cuánto te he necesitado —la abrazó de nuevo y la estrechó con fuerza contra él.
Y fue entonces cuando Paula recordó exactamente lo sucedido. ¡Gastón había disparado a Mauro! Ella había interrumpido la boda, le había pedido a Mauro que la llevara a casa ¡y Gastón le había disparado!
—¿Puedes creer que pretendían culparme por lo ocurrido? Un hombre me ataca el día de mi boda, y pretenden acusarme a mí. Menos mal que tengo buenos abogados.
El terror había dejado a Paula sin habla.
—Hablemos de la cena —Gaston la agarró por la cintura y la condujo a un lujoso comedor—. Para celebrar tu vuelta, he pedido que prepararan algunos de tus platos favoritos. Cocina francesa, como la que disfrutamos en Broussard, ¿recuerdas?
—Gaston, espera —se detuvo en la puerta del comedor—. Siento que no hayas interpretado correctamente mi mensaje, pero en realidad no he vuelto contigo —Gaston la miró con el ceño peligrosamente fruncido—. En realidad he venido a recoger las cosas que tengo aquí. Y mi cartera con mi documentación, si es que todavía la tienes.
—Claro que la tengo. Todavía están preparadas las maletas para nuestra luna de miel. Luna de miel que estoy dispuesto a empezar en este mismo instante. Ya he esperado durante demasiado tiempo. Vamos disfrutar de una romántica velada y mañana nos iremos a Hawái para empezar nuestra vida en común —a pesar de la delicadeza de su voz, en sus ojos se advertía una determinación de acero.
—Gastón, no estamos casados.
—¿Y quién tiene la culpa de que no estemos casados? —preguntó suavemente—. Dime, Paula, ¿quién tiene la culpa?
—Yo —susurró aterrorizada—. Interrumpí la ceremonia porque tenía dudas.
—Pero yo te puse la alianza ante el altar. Así que eres mía, Paula.
Paula tragó saliva, intentando dominar su pánico creciente.
—Pero yo no te quiero —retrocedió unos pasos para alejarse de él y acercarse a la puerta de la entrada. El taxi estaba esperándola. Lo único que tenía que hacer era abrir la puerta y refugiarse en él—. ¿Por qué quieres seguir atado a una mujer que no te quiere?
—Oh, ya aprenderás a amarme, Paula. Me hiciste unas promesas, y las vas a cumplir.
Paula apretó las manos con fuerza para ocultar su temblor y se acercó disimuladamente a la puerta.
—No puedes amenazarme con convertirme en tu esposa —le advirtió.
Gastón se acercó a ella a grandes zancadas y le tomó el rostro con la mano.
—Ya estás casada conmigo —replicó Gastón con dureza—. Mañana firmaremos los papeles necesarios para completar el proceso.
—Déjame marcharme —le ordenó Paula con toda la autoridad de la que fue capaz. No podía dejarse doblegar por el miedo. Tenía que conservar la cabeza fría.
Gaston apartó la mano de su rostro, pero no se separó ni un centímetro de ella.
—Jamás te dejaré marcharte. Siempre serás mía. Y esta noche, tomaré lo que es mío. Esta noche, Paula será la noche más feliz de nuestro matrimonio. Y te gustará. Te gustará mucho, te lo prometo.
Un escalofrío recorrió la espalda de la joven mientras Gastón acercaba sus labios a su boca. Paula apartó bruscamente la cabeza y él rió suavemente.
—Oh, ya sé que estás nerviosa, no importa. Es normal, siendo ésta tu primera vez. Pero llevo tanto tiempo esperando este momento, que no puedes negármelo.
Paula tenía que hacer algo antes de que la llevara a su dormitorio. Gaston la sujetaba con fuerza, no podía moverse. Tenía que conseguir, de cualquier manera, que la soltara.
—Gaston —susurró, intentando eludir sus besos—. Ésta no será la primera vez,
Gastón se tensó como si acabaran de darle una puñalada.
—Mientras he estado fuera, me he enamorado y... he tenido relaciones íntimas.
Lentamente, dominado por una furia sorda, Gastón se apartó de ella. Una fría máscara descendió por su rostro, convirtiéndolo en un siniestro semblante de hielo.
—Entonces eres como todas las demás. Corrupta, sucia...
—Yo no lo diría así —replicó ella con voz temblorosa.
Gaston dio un puñetazo en la pared.
—¡Eres una mujerzuela!
Aquel insulto le proporcionó a Paula la adrenalina que necesitaba. Concentrando todas sus fuerzas en aquel movimiento, le dio un rodillazo en los genitales.