lunes, 14 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 4

 


El médico le sostuvo la mirada durante unos instantes que para Paula fueron de aturdimiento. La diversión había desaparecido de su rostro y la miraba con una extraña intensidad mientras bajaba los ojos hacia su boca.


El corazón de Paula latía violentamente.


El médico le alzó la barbilla con el pulgar y susurró:—Di «aaahh».


Paula apenas lo miraba. La sensualidad que corría por su cuerpo la había dejado sin voz y sentía que un intenso rubor cubría su rostro.


—Es más fácil examinarte la garganta con la boca abierta —le explicó el médico con ligera brusquedad.


Paula desvió la mirada, mientras intentaba recuperar la compostura. ¿Qué diablos le pasaba? El médico estaba comportándose exactamente tal como debía, pero cada uno de sus movimientos despertaba en ella una respuesta íntimamente sensual. Y lo peor de todo era que no conseguía olvidarse de que estaba prácticamente desnuda y de que el examen médico pronto llegaría a zonas más íntimas.


—Quizá debería revisarte las lesiones —Paula asintió y entonces él le preguntó—: ¿Qué tipo de molestias te están causando?


Paula tuvo que hacer un serio esfuerzo para poder hablar.


—Las costillas me duelen de vez en cuando y la cadera... —bueno desviando la mirada, apoyó la mano en la curva de su cadera mientras le explicaba vacilante—: En realidad la herida ya no me duele, pero a veces siento el muslo entumecido. Desde aquí... —trazó el camino con la mano—, hasta aquí aproximadamente.


Como el médico no contestaba, Paula lo miró y lo descubrió observándola con extraña intensidad. Sin decirle una sola palabra, se inclinó hacia la pared y pulsó el botón del intercomunicador.


—Gladys, necesito que vengas a la sala B. Ahora —tras unos embarazosos segundos, le dio por fin una explicación—. Es un procedimiento de rutina. Gladys me suele ayudar en todas las revisiones.


Paula sospechaba que el hecho de que hubiera reclamado su presencia tenía más que ver con la sexualidad que impregnaba el ambiente y que ella no había sido capaz de ignorar. Pero estaba convencida de que el que hubiera una enfermera entre ellos no iba a servir de nada.


Hasta el médico parecía estar nervioso.


—Háblame de tus mareos —le dijo con voz tranquila.


Paula obedeció. Cuando terminó, el médico le preguntó por su dieta y por la medicación que tomaba.


—Los mareos pueden ser debidos al cambio de altitud —le explicó por fin—. Hace poco tiempo que viniste de Denver, ¿verdad?


Paula asintió, intentando ocultar sus nervios. Había escrito Denver en el formulario porque conocía el nombre de algunas calles de allí.


—Aquí estamos a mucha más altura. La mayor parte de la gente necesita algún tiempo para acostumbrarse. Algunas personas más que otras... —continuó hablándole de la necesidad de consumir más líquidos en aquellas circunstancias.


Mientras el médico hablaba, Paula fijó la mirada en su pelo, aquel pelo oscuro que probablemente tendría un tacto tan suave como el terciopelo. Y, por absurdo que a ella misma le pareciera, tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no deslizar la mano por su cabello.


¿Por qué tendría aquel hombre un efecto así en ella? Todo en él parecía atraerla como un imán, desde sus ojos hasta la ruda textura de su piel.




domingo, 13 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 3

 


Se trataba de un hombre de cuerpo atlético que todavía no debía haber cumplido ni los treinta. Su piel bronceada contrastaba duramente con su bata blanca. Una hermosa mata de pelo oscuro enmarcaba un rostro de facciones duras. Aquel hombre se movía con una gracia viril que le hacía parecer un vaquero o un pistolero del oeste. Cualquier cosa menos un médico. Para completar el cuadro, bajo la bata llevaba unos vaqueros y unas botas de cuero.


Se detuvo a corta distancia de Paula y le dirigió una amable mirada. No dijo nada y pareció un tanto sorprendido al verla.


¿Por qué se habría sorprendido?, se preguntó Paula. Ella era la única que tenía que estar asombrada. La temperatura de la habitación parecía haber subido algunos grados con su sola presencia... debido quizá a la potente virilidad que aquel hombre irradiaba.


—Soy el doctor Pedro Alfonso —se presentó con una voz profunda y aterciopelada que encontró eco en el mismísimo corazón de Paula. Sin sonreír, se acercó todavía más a ella y le tendió la mano—. Y tú debes de ser Paula.


Paula asintió en silencio y le estrechó la mano. Una mano cálida, callosa e incuestionablemente fuerte. Y aunque no podía recordar a nadie de su pasado, sabía que no había conocido un hombre más atractivo en toda su vida.


Cuando el médico le soltó la mano, Paula fue repentinamente consciente de que estaba sentada en una camilla con solo una fina bata sobre su cuerpo desnudo.


—¿Dónde está el doctor Brenkowski? —consiguió preguntar, cruzándose instintivamente de brazos.


—En Europa. Ahora estoy atendiendo a sus pacientes y a los míos. Pero tú no eras paciente suya, ¿verdad?


—No.


El médico arqueó una ceja con expresión interrogante, pero Paula no le ofreció ninguna explicación. El médico miró entonces su carpeta. La joven comprendió que estaba leyendo su informe con el ceño ligeramente fruncido. Pero cuando alzó la mirada del papel, el ceño había desaparecido para ser sustituido por una profesional sonrisa que consiguió acelerar el pulso de Paula.


La joven sentía la habitación cargada de electricidad.


—Gladys ha escrito que tuviste un accidente. ¿Fue muy grave?


—No demasiado —contestó prudentemente. Esperaba que no se le ocurriera pedir informes a sus médicos anteriores pues había escrito nombres y direcciones falsas en aquella sección del formulario.


El médico se dirigió hacia un pequeño armario y tras tomar algún instrumental médico se acercó de nuevo a ella.


—¿Qué tipo de daños sufriste?


—Costillas rotas, arañazos, una herida en la cadera izquierda y... —balbuceó cuando el médico comenzó a recorrer su cuerpo con la mirada, como si pretendiera adivinar las secuelas que habían dejado aquellas lesiones—... y una ligera conmoción cerebral.


—¿Perdiste la consciencia? —su mirada empezaba a causarle a Paula problemas para respirar.


—Brevemente.


—¿Y tuviste alguna pérdida de memoria?


—No —respondió muy tensa.


El médico la miró un tanto sorprendido.


—¿Ninguna? ¿Recuerdas entonces cómo fue el accidente?


—La mayor parte.


—Bien —encendió una diminuta linterna y le apartó el pelo de la cara para iluminar el interior de su oído—. ¿Sucedió en Sugar Falls?


Al sentir su mano en la oreja, Paula se estremeció débilmente.


—¿Perdón?


—El accidente —se dirigió hacia el otro oído—. ¿Tuvo lugar aquí, en Sugar Falls?


—Oh, no, no.


El médico le examinó el oído derecho y la tomó después por la barbilla para hacerle volver la cabeza de lado a lado.


—Me lo imaginaba. No había oído comentar que hubiera habido ningún accidente por aquí. Mira hacia el frente.


Paula obedeció y el médico le examinó los ojos. Estaba tan cerca de ella que Paula sentía reaccionar su pituitaria al recibir la fresca y boscosa esencia que emanaba de su piel.


Por ridículo que pudiera parecer, aquella proximidad estaba causando estragos en su corazón. El médico apagó la linterna y le tanteó con sus propios dedos los oídos. Aunque sus gestos eran impecablemente profesionales, la reacción de Paula estaba siendo estrictamente personal. Su fragancia, su cercanía, su contacto... todo ello le infundía una dulce sensualidad.


—¿Te están causando problemas?


—¿Quién? —preguntó Sarah, mirándolo aterrada.


—Las heridas —parecía haber enronquecido mientras deslizaba los dedos por su rostro.


—Algunos.


El médico la miró divertido. Un brillo suavizó la dureza de sus ojos castaños.


—¿Siempre eres tan habladora?


—No, nunca.





EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 2

 


Rápidamente, inventó respuestas para todo el formulario y se lo tendió a la recepcionista.


—¿Señorita Flowers? —una enfermera de pelo cano y sonrisa afable la introdujo en el despacho del médico tras presentarse a sí misma como Gladys—. El doctor vendrá ahora mismo. Y ahora veamos —repasó el formulario—. ¿Cuál es el motivo de su visita?


—Tuve un accidente hace seis semanas y quería asegurarme de que mis heridas están curando como deben —la enfermera asintió y apuntó algo en un cuaderno. Cuanto terminó, Paula añadió—: También estoy teniendo mareos y me encuentro cansada.


—Por lo que dice, parece necesitar una revisión médica —le colocó en el brazo el medidor de tensión—. En cualquier caso, cuando una paciente viene por primera vez a la consulta, nos gusta hacerle un reconocimiento completo. ¿Está usted embarazada?


¿Embarazada? Esperaba que no... Sí, tenía mareos. Se sentía extrañamente cansada y no había tenido el periodo desde hacía seis semanas... desde el accidente al menos. Pero había muchas mujeres que tenían desajustes menstruales tras un accidente...


—No creo que esté embarazada —contestó, estupefacta ante aquella posibilidad—, pero no estoy del todo segura.


—Podemos descartarlo antes de que venga el médico —le quitó el aparato de la tensión y apuntó los resultados—. No nos llevará ni un minuto.


Paula le dio a la enfermera una muestra de orina y esperó a que saliera de la habitación a la que había ido a hacer la prueba intentando apaciguar la ansiedad que albergaba su pecho. ¿Sería posible que estuviera embarazada? Y en el caso de que así fuera, ¿sería capaz de criar a un bebé? Estaba trabajando de asistenta por poco más del alojamiento y la comida y sólo podía contar con la ayuda de una amiga a la que prácticamente no conocía.


A pesar de la presión del miedo, la idea de la maternidad le producía también una emoción irracional. ¡Era posible que su cuerpo albergara una criatura! Una criatura que llenara sus brazos, su corazón, su vida...


Pero qué egoísta era. Desear aliviar la propia soledad no era la mejor razón para tener un hijo. Ella no tenía nada que ofrecerle a un bebé, ni siquiera podía darle un verdadero nombre.


Tuvo la sensación de que transcurría una eternidad hasta que la enfermera reapareció.


—No sé si se alegrará o no de la noticia —le dijo con extrema amabilidad—, pero el resultado es negativo. No está embarazada.


Paula sintió un inmenso alivio, pero no podía dejar de encontrar cierta amargura a la noticia. Algún día, se prometió. Algún día, cuando averiguara quién era, podría regocijarse cuando le dieran la noticia de su embarazo. Pero de momento tenía que agradecer su situación.


—Gracias —contestó.


Se le ocurrió entonces que, de la misma manera, podría obtener fácilmente la respuesta a otras muchas de sus preguntas.


—¿Un médico puede saber si una mujer ha tenido un hijo al examinarla? —preguntó sin pensar.


—Normalmente sí —contestó Gladys con aire ausente mientras preparaba el equipo que el doctor iba a necesitar—. Suelen quedar señales.


Paula se llevó la mano a su palpitante corazón. En cuestión de minutos, iba a poder responder a preguntas fundamentales sobre su vida.


—Me gustaría que el doctor me dijera todo lo que averigüe sobre mí. Todo.


—¿Como qué? —preguntó la enfermera asombrada.


—Bueno, como si alguna vez he tenido un hijo, o... —se interrumpió bruscamente, consciente de lo absurda que su pregunta podría parecer.


No le extrañaba que la enfermera la estuviera observando como si acabara de perder la cabeza. Tendría que explicarle lo de la amnesia en ese mismo instante o inventar algún motivo por el que pudiera desconocer algo tan fundamental.


Mientras Paula dudaba sobre si dar o no información sobre sí, Gladys garabateó algo en el formulario.


—Ha dejado en blanco la pregunta sobre si ha tenido o no embarazos —observó la enfermera. Una llamada a la puerta salvó a Paula de la obligación de contestar.


—Gladys, tienes una llamada por la línea dos —se oyó decir a una voz femenina.


Gladys abrió la puerta y estuvo hablando con una atractiva rubia a la que Paula reconoció inmediatamente. Era una de las mujeres que frecuentaba la casa de su patrona. Al parecer trabajaba en aquel consultorio, lo que quería decir que tenía acceso a los archivos. ¡Toda Sugar Falls podía enterarse de lo que le ocurría en cuestión de horas!


Inclinó la cabeza, de modo que el pelo ocultara su rostro, con la esperanza de que la rubia no la reconociera. Había sido una locura considerar siquiera la posibilidad de mencionar su amnesia.


—Desnúdese y póngase una de esas batas —le dijo Gladys antes de ir a atender su llamada—. El doctor vendrá dentro de un momento.


Paula agradeció su suerte. Por lo menos no iba a tener que seguir hablando con Gladys. Obediente, se quitó la ropa y se puso la bata mientras buscaba alguna forma de hacer determinadas preguntas sin necesidad de admitir su amnesia. Quizá pudiera arrancar alguna información intentando jugar con el médico a las adivinanzas. «Eh, doctor», le diría, «veamos si puede averiguar cuántos hijos he tenido...».


La puerta se abrió en ese momento y entró el médico.


A Paula se le paralizó al instante el corazón. Aquel no era el dulce anciano que su amiga Ana había descrito.





EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 1

 


Sola, en la sala de espera del único ambulatorio de Sugar Falls, Colorado, Paula miraba desconcertada el formulario que debía rellenar como paciente. Debería habérselo esperado, suponía. Y, por lo tanto, haberse preparado con antelación un historial médico.


La primera pregunta la dejó perpleja. Nombre, le pedían.


Estaba prácticamente convencida de que se llamaba Paula. Ésa era la primera palabra que había acudido a su mente cuando había abierto los ojos en el hospital de Denver, hacía ya seis semanas. Cuando el terror de descubrir que había perdido la memoria había disminuido en intensidad, permitiéndole al menos pensar, se había inventado el apellido. E inspirada por el ramo que alguien había dejado en su mesita de noche, había decidido convertirse en Paula Flowers. Y los médicos la habían creído cuando les había jurado que había recuperado la memoria.


Pero la verdad era que sólo había regresado a su mente un vago recuerdo, un recuerdo que la confundía y atemorizaba.


Paula sabía que debería decirle a su nuevo médico la verdad sobre su amnesia, ¿pero qué ocurriría si la noticia se extendía en aquella diminuta población? La idea la aterraba. El riesgo era demasiado grande para confiar en un extraño.


Así que escribió con trazo firme: Paula Flowers.


A partir de ese momento, las preguntas eran cada vez peores. Era extraño, ella se hacía las mismas preguntas una y otra vez todas las noches, pero le había bastado verlas impresas para sentirse desolada.


Edad. ¿Cómo iba a saberlo? Se imaginaba no obstante que debía de tener alrededor de veinticinco años.


Fecha de nacimiento. Escogió un mes, decidió un año y lo escribió.


Estado civil. Suponía que soltera. No tenía la sensación de estar casada y además no llevaba alianza cuando había sido atropellada por aquel coche. Pero no podía estar segura. ¿Tendría un marido esperándola en alguna parte? Y si así era, ¿habría denunciado su desaparición?


Cada una de las preguntas del formulario desencadenaba docenas de preguntas en su mente. Y cuando llegó a la parte en la que le preguntaban si había tenido algún embarazo, la mano le tembló hasta el punto de que tuvo que dejar el bolígrafo en la mesa. ¿Habría estado embarazada alguna vez? ¿Habría dado a luz?


¡Era absurdo que no supiera aquellas cosas sobre sí misma! Tenía que enfrentarse al hecho de que podía ser madre... Imaginarse a un pequeño anhelando lloroso su ausencia le destrozó el corazón.


Pero el tiempo le daría las respuestas a todas aquellas preguntas. Durante seis semanas, se había visto impedida por sus heridas, su amnesia y el miedo que aquel vacío le había producido. Pero las secuelas físicas del accidente estaban a punto de desaparecer, su nuevo trabajo le permitiría ganar algo de dinero y había decidido que el miedo no podía inmovilizarla.


Lo único que la detenía a la hora de comenzar a buscar pistas sobre su pasado eran los vértigos que estaba sufriendo últimamente. Había ido al médico con intención de poner fin a aquellos incómodos mareos, cada vez más frecuentes y más fuertes, que interferían el desarrollo normal de su trabajo.



EL DOCTOR ENAMORADO: SINOPSIS

 


¿QUÉ OCURRIRÍA CUANDO RECORDARÁ EL PASADO?



El doctor Pedro Alfonso regresó a Sugar Falls con intención de encontrar una mujer sencilla con la que casarse y formar una familia. Pero entonces apareció Paula Chaves en su consulta. Tenía todo lo que había deseado de una mujer... y también todo aquello de lo que huía.

Paula no podía recordar nada de su vida anterior. Sólo estaba segura de una cosa: respondía de forma inequívoca al magnetismo sexual de Pedro Alfonso, permitiéndose incluso soñar con un futuro juntos...




sábado, 12 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO FINAL


Se miraron a los ojos comunicándose con los colores de su iris. Paula le acarició los cabellos y Pedro le pasó los dedos por los labios.

—Dime que vas a casarte conmigo —dijo él.

—Me casaré contigo.

—¿Cuántos niños vamos a tener?

—¿Tú cuántos quieres?

—Dos, mejor tres. No sé. Quizá cuatro.

—Ya tengo treinta y tres años. Será mejor que nos demos prisa. Casi no puedo esperar —dijo ella.

—Yo tampoco.

A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No, por favor —dijo él secándoselas con sus besos.

—Hemos perdido demasiado tiempo.

—No, hemos aprendido, madurado. Lo he estado pensando mucho, Paula. Nunca hubiera funcionado bien. Tú no habrías acabado de estudiar y yo me hubiera convertido en el inútil que tu padre decía que era. Quizá habríamos acabado odiándonos. No ha sido tiempo perdido. Estamos juntos y somos lo bastante mayores como para apreciar lo que tenemos.

—¿Dónde aprendiste a ser tan listo? —preguntó ella sonriendo.

—Lo aprendí de ti. Quizá acabe pegándoseme.

Ella le dio un puñetazo cariñoso y Pedro le respondió con un beso.

—Antes hay una cosa que debemos poner en claro.

—¿Qué es?

—¿A que no adivinas quién estaba en mi ventana aquel día?

—Lorena.

—¿Cómo lo sabías?

—No hace falta ser un genio para imaginar que si no eras tú tenía que ser ella. Pablo y Lorena estaban en su apogeo. Lo sabía todo el mundo.

—¿Pablo y Lorena? ¡Dios! ¿Dónde tenía yo la cabeza? Siempre tan señora, siempre tan buenecita. Nunca hubiera imaginado que…

—¿Sabes una cosa? Para ser alcaldesa eres una ingenua. Quizá acabe metiéndome en política. Al fin y al cabo, necesito un empleo.

Paula le mordió el nombro.

—Ya puedes olvidarlo. Tienes un cargo oficial que desempeñar, el de demonio del pueblo.

—¿Demonio? ¿Después de todo lo que he hecho? Más bien creo que soy un ángel disfrazado de diablo —dijo empezando a moverse dentro de ella—. ¿Tú qué crees?

Paula se acopló a su ritmo sin esfuerzo.

—¡Hum! Quizá, y sólo quizá, seas una mezcla de los dos.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 66

 


Pedro la empujó al centro de la habitación, al punto exacto donde habían hecho el amor por vez primera. Sólo quedaba un demonio que exorcizar.

—Aquí es.

—¿Estás seguro? —preguntó ella con sorna—. A mí me parece que era un poco más a la izquierda.

—No. Me acuerdo de todo perfectamente. Era aquí.

Se inclinó para besarla pero ella le puso la mano en el pecho.

—¿De verdad? No quisiera fallar por un solo centímetro.

—Cierra el pico. Paula.

La besó y, esa vez, ella respondió con toda su alma. Se tumbaron en el suelo conforme se desnudaban.

—¡Eres tan hermosa! ¿Qué quieres que hagamos?

—De todo. Todo lo que te apetezca. Ámame, Pedro.

—¡Cómo te quiero! —exclamó él besándole los párpados.

Paula entreabrió los labios y él no tardó en aceptar su invitación. Las lenguas iniciaron su batalla dulce y húmeda. Pedro ardía de deseo y necesidad sabiendo que no habría otra ocasión como aquella.

Aquella vez era libre.

Aquella vez tenía un futuro.

Le besó los pezones, humedeciéndolos, pellizcándolos hasta que despertaron. Paula tenía las manos en sus cabellos, controlando el movimiento de su cabeza. Pedro siguió bajando, besando su vientre hasta alcanzar el nido de rizos castaños que era el centro de su placer.

Se colocó entre sus piernas y la abrió con los pulgares, apenas rozándola con la punta de la lengua. Paula gimió y arqueó el cuerpo al sentirlo, pero él no abandonó. La besó, saboreó su esencia femenina, levantándole las nalgas con ambas manos mientras la devoraba.

Paula se opuso al asalto de su boca. Quería que se detuviera… No, quería que no se detuviera nunca, la explosión fue repentina, más intensa que nada de lo que hubiera sentido antes. Gritó su nombre una y otra vez mientras que los espasmos la arrastraban al éxtasis.

Pedro se sentía como un animal salvaje. Su olor, su sabor, su cuerpo ondulante le excitaban hasta el dolor. Antes de que Paula hubiera cesado de sacudirse, se puso encima de ella. Entró en sus humedades tórridas a tiempo de absorber los últimos temblores de su orgasmo. La sensación era tan exquisita, tan puramente hermosa, que tuvo que detenerse un momento para paladearla.

—Te quiero —susurró.

Paula abrió los ojos y le rodeó con sus piernas, afianzándole en su interior, con la intención firme de no dejarle salir nunca.

—Demuéstramelo.

Pedro se lo demostró. Cada movimiento de su cuerpo, cada vaivén que los unía y luego casi los separaba para volver a unirlos más plenamente. Todo estaba impregnado de una vida de amor. El mismo amor con el que habían soñado durante años sin llegar a alcanzarlo. Un amor hermoso, agudo, que ahora duraría para siempre.

Paula le arañó la espalda y sonrió satisfecha al comprobar los resultados. Pedro estaba perdido en una nube de pasión tan espesa e intensa que no sabía dónde se encontraba. Se sentía latir dentro de ella, cada vez más duro, más hinchado, hasta que creyó que ya no era posible estarlo más. Intentó prolongarlo, pero era una batalla perdida de antemano. Con un gemido que surgió del fondo de su alma, se abandonó al profundo placer de compartir su cuerpo y su corazón con Paula.