Rápidamente, inventó respuestas para todo el formulario y se lo tendió a la recepcionista.
—¿Señorita Flowers? —una enfermera de pelo cano y sonrisa afable la introdujo en el despacho del médico tras presentarse a sí misma como Gladys—. El doctor vendrá ahora mismo. Y ahora veamos —repasó el formulario—. ¿Cuál es el motivo de su visita?
—Tuve un accidente hace seis semanas y quería asegurarme de que mis heridas están curando como deben —la enfermera asintió y apuntó algo en un cuaderno. Cuanto terminó, Paula añadió—: También estoy teniendo mareos y me encuentro cansada.
—Por lo que dice, parece necesitar una revisión médica —le colocó en el brazo el medidor de tensión—. En cualquier caso, cuando una paciente viene por primera vez a la consulta, nos gusta hacerle un reconocimiento completo. ¿Está usted embarazada?
¿Embarazada? Esperaba que no... Sí, tenía mareos. Se sentía extrañamente cansada y no había tenido el periodo desde hacía seis semanas... desde el accidente al menos. Pero había muchas mujeres que tenían desajustes menstruales tras un accidente...
—No creo que esté embarazada —contestó, estupefacta ante aquella posibilidad—, pero no estoy del todo segura.
—Podemos descartarlo antes de que venga el médico —le quitó el aparato de la tensión y apuntó los resultados—. No nos llevará ni un minuto.
Paula le dio a la enfermera una muestra de orina y esperó a que saliera de la habitación a la que había ido a hacer la prueba intentando apaciguar la ansiedad que albergaba su pecho. ¿Sería posible que estuviera embarazada? Y en el caso de que así fuera, ¿sería capaz de criar a un bebé? Estaba trabajando de asistenta por poco más del alojamiento y la comida y sólo podía contar con la ayuda de una amiga a la que prácticamente no conocía.
A pesar de la presión del miedo, la idea de la maternidad le producía también una emoción irracional. ¡Era posible que su cuerpo albergara una criatura! Una criatura que llenara sus brazos, su corazón, su vida...
Pero qué egoísta era. Desear aliviar la propia soledad no era la mejor razón para tener un hijo. Ella no tenía nada que ofrecerle a un bebé, ni siquiera podía darle un verdadero nombre.
Tuvo la sensación de que transcurría una eternidad hasta que la enfermera reapareció.
—No sé si se alegrará o no de la noticia —le dijo con extrema amabilidad—, pero el resultado es negativo. No está embarazada.
Paula sintió un inmenso alivio, pero no podía dejar de encontrar cierta amargura a la noticia. Algún día, se prometió. Algún día, cuando averiguara quién era, podría regocijarse cuando le dieran la noticia de su embarazo. Pero de momento tenía que agradecer su situación.
—Gracias —contestó.
Se le ocurrió entonces que, de la misma manera, podría obtener fácilmente la respuesta a otras muchas de sus preguntas.
—¿Un médico puede saber si una mujer ha tenido un hijo al examinarla? —preguntó sin pensar.
—Normalmente sí —contestó Gladys con aire ausente mientras preparaba el equipo que el doctor iba a necesitar—. Suelen quedar señales.
Paula se llevó la mano a su palpitante corazón. En cuestión de minutos, iba a poder responder a preguntas fundamentales sobre su vida.
—Me gustaría que el doctor me dijera todo lo que averigüe sobre mí. Todo.
—¿Como qué? —preguntó la enfermera asombrada.
—Bueno, como si alguna vez he tenido un hijo, o... —se interrumpió bruscamente, consciente de lo absurda que su pregunta podría parecer.
No le extrañaba que la enfermera la estuviera observando como si acabara de perder la cabeza. Tendría que explicarle lo de la amnesia en ese mismo instante o inventar algún motivo por el que pudiera desconocer algo tan fundamental.
Mientras Paula dudaba sobre si dar o no información sobre sí, Gladys garabateó algo en el formulario.
—Ha dejado en blanco la pregunta sobre si ha tenido o no embarazos —observó la enfermera. Una llamada a la puerta salvó a Paula de la obligación de contestar.
—Gladys, tienes una llamada por la línea dos —se oyó decir a una voz femenina.
Gladys abrió la puerta y estuvo hablando con una atractiva rubia a la que Paula reconoció inmediatamente. Era una de las mujeres que frecuentaba la casa de su patrona. Al parecer trabajaba en aquel consultorio, lo que quería decir que tenía acceso a los archivos. ¡Toda Sugar Falls podía enterarse de lo que le ocurría en cuestión de horas!
Inclinó la cabeza, de modo que el pelo ocultara su rostro, con la esperanza de que la rubia no la reconociera. Había sido una locura considerar siquiera la posibilidad de mencionar su amnesia.
—Desnúdese y póngase una de esas batas —le dijo Gladys antes de ir a atender su llamada—. El doctor vendrá dentro de un momento.
Paula agradeció su suerte. Por lo menos no iba a tener que seguir hablando con Gladys. Obediente, se quitó la ropa y se puso la bata mientras buscaba alguna forma de hacer determinadas preguntas sin necesidad de admitir su amnesia. Quizá pudiera arrancar alguna información intentando jugar con el médico a las adivinanzas. «Eh, doctor», le diría, «veamos si puede averiguar cuántos hijos he tenido...».
La puerta se abrió en ese momento y entró el médico.
A Paula se le paralizó al instante el corazón. Aquel no era el dulce anciano que su amiga Ana había descrito.
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