martes, 14 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 25



El coche se detuvo. En silencio. Pedro bajó del coche y abrió la puerta. Al mirar al exterior, Paula vio un restaurante francés muy elegante.


—¿Esta es tu idea de salir a desayunar?


—Era tu restaurante favorito de Atenas. 


En el interior, los acompañaron como siempre a la mejor mesa. El elegante restaurante resultaba gélido y frío por el aire acondicionado.


Había muchos camareros, pero ningún cliente.


—Veo que este sitio no es muy popular los domingos por la mañana.


—He reservado toda la sala.


—¿Por qué?


—Quería que estuvieras cómoda. ¿Qué quieres tomar?


Con un suspiro, Paula abrió el menú. Estaba escrito en inglés y francés. Una vez más, pensó que el restaurante carecía de personalidad y que resultaba demasiado frío.


Por fin, un camarero se les acercó y anotó lo que iban a tomar.


Cuando se marchó, un camarero diferente les llevó las bebidas. Paula tomó un poco de zumo de naranja y luego se apoyó sobre la mesa.


—Está bien, Pedro. Dime cuál es la verdadera razón de que estemos aquí.


—El pasado verano, estuve a punto de perder mi negocio —dijo él, mirándola muy fijamente—. Se robó un documento de mi casa que sugería que yo podría estar engañando a mis accionistas y estafándoles una gran cantidad de dinero. Por supuesto, eso no era cierto, pero fue un golpe para mi reputación.


—¡Eso es terrible! ¿Descubriste quién lo hizo?


—Sí.


—¡Espero que lo metieras en la cárcel!


—Ese no es mi estilo —comentó Pedro después de tomar un sorbo de café.


—¿Y qué tiene eso que ver conmigo y con este restaurante?


—Este es el último lugar en el que te vi antes de tu accidente, Paula.


Ella frunció el ceño.


—¿Justo antes de que me marchara para el entierro de mi padrastro?


—Te marchaste mucho antes de eso. Casi tres meses antes.


—No lo comprendo…


—¿Reconoces esta mesa?


—No. ¿Acaso debería reconocerla?


—La última vez que te vi, estabas sentada aquí con Luis Skinner. Desayunando con él unas pocas horas después de hacer el amor conmigo.


—¿Qué?


—Kefalas te seguía para protegerte. Aquel día, yo tenía una cita a la que no podía faltar. Él me telefoneó y lo dejé todo. Vine corriendo aquí a pedirte una explicación. Trataste de quitarle importancia.


—Por eso querías que bailara con él… Fue una trampa.


—Quena que recordaras que me habías traicionado.


—¡Eso no es cierto!


—Desapareciste de la ciudad. A la mañana siguiente, me desperté y vi el nombre de mi empresa en todos los periódicos de la ciudad. Mi teléfono comenzó a sonar incesantemente. Eran llamadas de periodistas y de accionistas furiosos. Skinner le dio ese documento a la prensa, pero quien lo robó de mi casa… fuiste tú.


—¡Yo!


—He estado esperando que lo recordaras todo. Te he llevado a todos los sitios para conseguir que recordaras algo, para que pudieras explicarme por qué.


De repente, ella lo comprendió todo.


—Y no sólo eso. Querías castigarme. Llevas queriendo hacerlo desde el día en el que me encontraste en Londres. Querías venganza…


—Justicia.


—Entonces, descubriste que estaba embarazada y eso lo cambió todo, ¿verdad?
Decidiste que debías casarte conmigo porque yo estaba esperando un hijo tuyo. Nunca me amaste. Lo único que querías era hacerme daño.


—Me pasé meses tratando de encontrarte antes de que reaparecieras en el entierro de tu padrastro. Eres una mujer rica, Paula, por lo que no me traicionaste por dinero. Debiste hacerlo por amor. Estás enamorada de Luis Skinner. Esa debe de ser la única explicación.


—Yo jamás podría amar a ese hombre —afirmó.


—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué lo hiciste?


—No lo sé…


—¿Acaso fue por odio? ¿Ofendí alguna vez a un amigo tuyo? ¿Le hice daño a alguna persona a la que apreciaras? ¿Por qué? ¿Por qué me entregaste tu virginidad para luego traicionarme?


—No lo sé… pero, si hice eso, lo siento.


—¿Y ya está? ¿Admites tu culpa?


—No recuerdo este restaurante. No recuerdo haberte traicionado. Ni siquiera me imagino haciendo algo tan horrible —susurró. Los ojos se le habían llenado de lágrimas—, pero sabía que tenías que tener alguna razón de peso para odiarme. Si tú dices que yo te traicioné, te creo.
Debo de haberlo hecho, pero no sé por qué ni te puedo ofrecer excusa alguna. Lo único que puedo hacer es decirte que lo siento. Que lo siento mucho.


Pedro la miraba fijamente, sin moverse. Sin decir nada.


—Debes de odiarme —añadió ella, suavemente.


—No. No eres tú a la que odio.


—Entonces, ¿a quién?


—Pensé que te acordarías de Skinner si lo volvías a ver. Estaba seguro de que recordarías que habías estado enamorada de él.


—¿De él? ¡No! Si dices que te traicioné, te creo, pero no por ese hombre. No. ¡Nunca!


Paula vio la sorpresa reflejada en el rostro de Pedro. Empezaba a tener dudas.


—¿Cómo puedes estar tan segura?


—¡Es horrible!


—Tal vez no siempre pensaras eso. Has cambiado mucho desde el accidente, Paula.


Ella se mordió los labios y se miró.


—¿Acaso te resultaba más atractiva antes?


Inesperadamente, él extendió la mano sobre la mesa y la colocó encima de la de ella.


—No. Entonces, eras fría y egoísta. Sólo estabas pendiente de ti misma. Ahora… ahora eres completamente diferente. Te preocupas por otras personas. Eres cariñosa, amable y sexy. He hecho todo lo posible por no desearte, Paula. He intentado que no me importes, pero he fracasado.


Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas. 


Respiró profundamente.


—Te amo, Pedro —susurró—. Fuera lo que fuera lo que sentí por ti el verano pasado… ahora estoy enamorada de ti.


La mano de él comenzó a temblar sobre la de ella. Comenzó a retirarla, pero ella se lo impidió.


—Y lo siento —añadió. Entonces, se llevó la mano a la mejilla y le dio un beso—Perdóname…


Sintió que Pedro comenzaba a temblar, pero, en vez de apartar la mano, tomó una de las de ella entre las dos suyas. Entonces, se aclaró la garganta y miró a su alrededor.


—Vayamos a desayunar a otro sitio.


Paula lo miró y el corazón se le llenó de alegría. 


De repente, supo que todo iba a salir bien. Se secó las lágrimas de los ojos y asintió.


Sin soltarle la mano, Pedro dejó un montón de billetes encima de la mesa.


Entonces, la sacó al exterior.


Comenzaron a andar por la calle, de la mano. 


Cada vez que cruzaban una calle, él la protegía con su cuerpo. De repente, Paula estuvo segura de que felicidad la estaba esperando a la vuelta de cada esquina.


—Siento haber hecho peligrar tu fortuna —dijo ella. 


Pedro la miró sorprendido.


Entonces, la tomó entre sus brazos con una repentina sonrisa en los labios. Le hacía parecer tan guapo, que la dejaba sin aliento.


—Trataste de arruinarme, pero, al final, la prensa terminó por revelar mi integridad. En estos momentos, mi empresa vale más que nunca.


—Entonces, en realidad, deberías darme las gracias.


Pedro la estrechó contra su cuerpo. De repente, todo quedó en un segundo plano. Los ojos de él se oscurecieron. Comenzó a acariciarle el rostro.


—Gracias…


Mientras bajaba la boca hasta encontrarse con la de ella para besarla profundamente, ella comprendió que lo amaría para siempre…




UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 24




Acurrucada entre los fuertes brazos de Pedro, Paula no habría querido despertarse. Se había apretado contra su pecho desnudo, gozando con la calidez que emanaba de su piel. Se sentía protegida. Segura. Amada. Había muchas cosas sobre él que aún no comprendía, pero, a pesar de todo, volvía a enamorarse de él.


Satisfecha y feliz, se había relajado con los latidos de su corazón.


Poco a poco, se fueron haciendo más fuertes, como el sonido de los pesados pasos que resonaban al unísono sobre un suelo de piedra.


De repente, sintió mucho frío. A su alrededor, veía rostros borrosos.


Vio claramente el de su madre, llorando. Se aferraba a Paula y lloraba desconsoladamente mientras observaban el ataúd de su padre sobre los hombros de unos hombres. Paula agarró con fuerza las manos de su madre para no perderla a ella también. En apenas una semana, había perdido a su padre, además de su hogar, su fortuna y su reputación.


Todo era culpa de ese hombre. Él había destruido a su padre con todas sus mentiras. Los había destruido a todos sin piedad.


Vio que su madre extendía los brazos hacia el ataúd completamente cubierta por un velo negro mientras el ataúd de su amado esposo era bajado a la tierra, como si tuviera la intención de enterrarse también en aquella fría tumba…


—¡No! —gritó Paula—. ¡Por favor!


—¡Paula!


De repente, sintió los fuertes brazos de un hombre a su alrededor.


Una voz ansiosa trataba de sacarla de su sopor.


—Despierta, despierta…


Con un grito, Paula abrió los ojos y vio el rostro de Pedro.


—¿Qué? ¿De qué se trata?


—Estabas gritando —le dijo él mientras le acariciaba suavemente el rostro—. ¿Estabas soñando?


—Estaba recordando el entierro de mi padre…


Lo apartó de su lado y se puso de pie. Entonces, se dio cuenta de que estaba completamente desnuda. Recordó la noche que habían pasado juntos, lo feliz que había sido durmiendo entre sus brazos…


Respiró profundamente para tranquilizarse y se apartó el cabello del rostro.


—Voy a darme una ducha —dijo—. Sola —añadió, antes de que él pudiera sugerir acompañarla.


—Está bien…


Paula se dio una rápida ducha para tratar de quitar el dolor que aquel sueño le había producido. Se vistió rápidamente con una camiseta de color rosa, una falda blanca v unas sandalias. Mientras se cepillaba el cabello, se miró en el espejo.


Llevaba días tratando de recordar su pasado y en aquel momento…


¿Y si no le gustaba lo que averiguaba?


—¿Tienes hambre? —le preguntó Pedro cuando regresó al dormitorio—. ¿Desayunamos?


—De acuerdo —respondió, con cuidado de no tocarlo. Necesitaba salir de allí, donde, tras encontrar la máxima felicidad, se había visto asaltada por el dolor.


Tomaron el ascensor para bajar al vestíbulo. Tomaron el Bentley, pero mantuvieron las distancias en su interior. ¿Cómo habían podido cambiar las cosas tanto entre ellos después de lo ocurrido la noche anterior?


—¿Qué más es lo que no recuerdo? —susurró—. ¿Y si es algo aún peor?


—¿Qué podría ser peor?


—¿Qué le ocurrió a mi padre?


Pedro frunció el ceño.


—No sé qué fue lo que le ocurrió a tu padre. Jamás hablamos de tu familia.


—¿Nunca? ¿Durante todo el tiempo que estuvimos juntos?


—No.


—¿Cómo es eso posible?


—No hablamos del pasado.


—¿Nunca?


—No.


—¿De qué hablamos entonces?


—No hablábamos. Tan sólo hacíamos el amor.


Paula sintió un escalofrió. ¿Nunca habían hablado de nada? ¿Acaso su relación se basaba sólo en el sexo?




lunes, 13 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 23





Estaba amaneciendo. Llevaban durmiendo el uno en brazos del otro al menos dos horas. Algo que él jamás había hecho.


Habían dormido juntos en una cama, por supuesto, haciendo el amor cada poco tiempo. Sin embargo, él jamás la había abrazado de aquel modo, mientras dormían.


Se sentía… satisfecho. Muy protector.


Contempló la belleza desnuda de Paula. Tenía la piel lustrosa y cremosa. Los pechos eran grandes y estaban henchidos por el embarazo, con los pezones que tan ávidamente había lamido él del color de las rosas rosa. El ligero abultamiento del vientre le daba un aspecto más femenino.


Al verla, sintió de nuevo el inicio de una erección. Quería volver a poseerla y no sólo con su cuerpo…


¿Cómo podía haber cambiado tanto? ¿Cómo el hecho de perder la memoria había podido convertirla en una persona tan diferente?


Había tratado de resistirse a ella. Tenía toda la razón del mundo para castigarla por ello, pero no podía hacerlo.


Algo en su interior se lo impedía. A pesar de que su alma le pedía justicia, no podía hacerlo. Sólo le quedaba una carta por jugar. Su última oportunidad de conseguir justicia.


Podía decirle la verdad. Podía llevarla al lugar en el que ella le había traicionado. Era su última oportunidad porque aquella nueva Paula, la mujer que en aquellos momentos estaba durmiendo entre sus brazos, era demasiado hermosa, demasiado real, demasiado vulnerable. Había contado con derribar sus defensas, pero jamás habría pensado que su inocencia derribarla las suyas.


Sin embargo, tarde o temprano, Paula volvería a ser la de entonces. La fría y cruel vampiresa que lo había vendido por amor o por dinero. La mujer que, sin duda, odiaría al hijo que vendría por lo que el embarazo le iba a hacer a su figura perfecta.


La mujer que ignoraría o descuidaría a su hijo por conseguir sus propios objetivos.


La que nunca estaría con ningún hombre mucho tiempo.


Por eso, tenía que acabar con aquel asunto aquel mismo día. Tenía que hacer desaparecer a la nueva Paula por completo antes de que él… de que él…


De repente, oyó un extraño sonido. Frunció el ceño y la miró.


Durante un instante, oyó tan sólo la respiración de Paula y el sonido de los pájaros de la mañana. Entonces, oyó que ella contenía el aliento y que empezaba a gritar.


UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 22





Cuando Pedro sintió que su cuerpo se tensaba, supo que no podría aguantar mucho más. Tocarla era el paraíso. Su piel era aún más suave de lo que recordaba.


Sabía tan dulce… La primera vez que se deslizó dentro de ella, estuvo a punto de perder el control. Con cada penetración, observaba cómo los senos se le movían con la fuerza de la posesión. ¿Cuánto tiempo llevaba deseándola? ¿Cómo había podido contenerse durante tantos días?


Sentía que el cuerpo le temblaba con cada movimiento, con la agonía de contenerse cuando lo único que deseaba era hundirse en ella por completo, perderse en el éxtasis de hacerle el amor. Todos y cada uno de sus nervios estaban ardiendo.


Jamás se había sentido así antes.


Temblaba por el esfuerzo que estaba haciendo por retener el control.


Gruñó cuando la penetró duramente, consiguiendo un placer tan intenso, que estuvo a punto de verterse en ella. Oyó que Paula gemía suavemente, para luego gritar de placer. 


Entonces, se echó a temblar cuando el cuerpo se convulsionó de puro gozo.


Ya no pudo esperar más. Con un grito, se hundió en ella por última vez y lanzó un grito gutural antes de alcanzar un potente clímax.


Completamente agotado, se dejó caer tumbado al lado de ella. La tomó entre sus brazos y la agarró con fuerza.




UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 21






Paula tenía la respiración entrecortada. Pedro la besaba lentamente mientras le acariciaba lentamente la piel desnuda.


—¿Por qué haces esto? —susurró ella—. Hice lo que querías. ¿Por qué estás tan enfadado? ¿Por qué te sentiste tan posesivo hacia mí cuando bailé con tu amigo tal y como tú querías?


—Ver cómo todos esos hombres se morían también de deseo por ti no fue nunca lo que yo quería.


—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Por qué me besas un instante para castigarme al siguiente? ¿Acaso me haces daño porque me odias?


Pedro se detuvo. La miró y ella vio que el fuego que había en sus ojos se había convertido en anhelo. En confusión. En dolor.


Sin dejar de mirarla, él se quitó la chaqueta negra que llevaba puesta y, sin decir palabra, se la puso encima del minúsculo vestido. Entonces, agarró las solapas y tiró de ella. A continuación, bajó la cabeza y descansó la frente sobre la de Paula.


—Lo siento…


Entonces, la sacó suavemente del callejón hasta llegar al Bentley, que los estaba esperando. Sin explicación alguna, Pedro le abrió la puerta y la ayudó a entrar. No le habló en el coche. Ni siquiera la miró.


Sin embargo, no le soltó la mano hasta que llegaron a su apartamento.


Cuando el coche se detuvo frente a la puerta, la ayudó a salir y volvió a agarrarle la mano sin soltársela.


Ella lo miraba asombrada, incapaz de apartar la mirada de aquel hermoso rostro. Ya en la puerta del ático, Pedro la miró. En sus ojos se reflejaba el deseo.


—Debería haber hecho esto hace mucho tiempo.


La tomó en brazos. Abrió la puerta de una patada y la cerró del mismo modo.


Tras cruzar el ático, la colocó suavemente sobre el suelo. Sin dejar de mirarla, le quitó la chaqueta y la dejó caer al suelo. Entonces, Paula cerró los ojos cuando notó que él comenzaba a acariciarle suavemente el cuerpo.


—Eres mía, Paula —susurró.


Ella sintió cómo le recorría el cuerpo con sus grandes manos. Notó cómo los pulgares le rozaban los senos haciendo que los pezones se le irguieran contra la tela de un modo que resultaba casi doloroso. A continuación, él se los tomó en las manos con un gesto casi de reverencia. El cuerpo de Paula estaba tenso, acalorado. Se encontraba débil, casi mareada.


Abrió los ojos cuando sintió que él se arrodillaba frente a ella. Vio cómo él le acariciaba lentamente las piernas, desde las pantorrillas hasta la parte trasera de las rodillas. Sin dejar de masajearle la pierna, le quitó suavemente un zapato, luego el otro. Entonces, los arrojó contra el suelo.


La miraba lleno de pasión y deseo.


Lentamente, volvió a ponerse de pie. Sin dejar de mirarla, se quitó la corbata. Se desabrochó a continuación la camisa y la dejó caer al suelo.


Al ver el poderoso torso, tan musculoso y cubierto de un oscuro vello, Paula contuvo el aliento.


De repente, se quedó completamente desnudo ante ella. Su piel aceitunada relucía bajo la luz de la luna que entraba por la ventana.


Cada centímetro de su piel exudaba un masculino poder. Paula bajó la mirada y vio lo mucho que él la deseaba. Tragó saliva, temerosa de su tamaño y de su fuerza.


Estaba embarazada de él, pero como no tenía ningún recuerdo, se sentía tan tímida como una virgen.


Murmurando suaves palabras en griego. Pedro la tomó entre sus brazos y la llevó al dormitorio, donde la depositó suavemente sobre la enorme cama. Allí, le quitó el vestido y las braguitas. De repente, Paula quedó completamente desnuda frente a él y sintió miedo. Sin embargo, antes de que pudiera apartarse, él se colocó encima de ella. Paula sintió la potente erección contra su cuerpo mientras él le besaba con suavidad el cuello y los lóbulos de las orejas.


—Ekho sizigho… Cariño mío…


Le agarró los senos, uniéndoselos, mientras le acariciaba los pezones con los pulgares hasta que se irguieron de un modo casi doloroso. Besó primero uno y luego el otro antes de deslizarse sobre ella para besarle el vientre. Con las manos comenzó a acariciarle las caderas, los muslos para centrarse poco después de nuevo en su boca.


Fue un beso duro, hambriento. La abrazó y la sujetó con fuerza contra su cuerpo. Paula contuvo el aliento al sentirlo entre las piernas y notar que él trataba de separarle los muslos.


Un murmullo de satisfacción masculina se le escapó a Pedro de los labios cuando movió su erección con la húmeda calidez de Paula. Ella se retorció debajo de él y su respiración comenzó a acelerársele. Sintió que se estaba convirtiendo en líquido deseo sólo para él. Si Pedro no…


Se deslizó dentro de ella con un único movimiento. Paula arqueó la espalda. 


Gritó cuando él la llenó por completo, sintiendo un placer tan profundo que bordeaba el dolor. 


Pedro por su parte, contuvo la respiración. Cerró los ojos y volvió a hundirse en ella. Se retiró y volvió a penetrarla. Entonces, comenzó a moverse rápida y lentamente dentro de ella. 


Cada penetración era más profunda y la enviaba cada vez más cerca del éxtasis. Más fuerte, más rápido, dolor y placer. Sólo cuatro veces.


Cuatro movimientos más, cada uno de ellos más profundo y más potente que el anterior.


Entonces, Paula explotó por completo.