martes, 14 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 24




Acurrucada entre los fuertes brazos de Pedro, Paula no habría querido despertarse. Se había apretado contra su pecho desnudo, gozando con la calidez que emanaba de su piel. Se sentía protegida. Segura. Amada. Había muchas cosas sobre él que aún no comprendía, pero, a pesar de todo, volvía a enamorarse de él.


Satisfecha y feliz, se había relajado con los latidos de su corazón.


Poco a poco, se fueron haciendo más fuertes, como el sonido de los pesados pasos que resonaban al unísono sobre un suelo de piedra.


De repente, sintió mucho frío. A su alrededor, veía rostros borrosos.


Vio claramente el de su madre, llorando. Se aferraba a Paula y lloraba desconsoladamente mientras observaban el ataúd de su padre sobre los hombros de unos hombres. Paula agarró con fuerza las manos de su madre para no perderla a ella también. En apenas una semana, había perdido a su padre, además de su hogar, su fortuna y su reputación.


Todo era culpa de ese hombre. Él había destruido a su padre con todas sus mentiras. Los había destruido a todos sin piedad.


Vio que su madre extendía los brazos hacia el ataúd completamente cubierta por un velo negro mientras el ataúd de su amado esposo era bajado a la tierra, como si tuviera la intención de enterrarse también en aquella fría tumba…


—¡No! —gritó Paula—. ¡Por favor!


—¡Paula!


De repente, sintió los fuertes brazos de un hombre a su alrededor.


Una voz ansiosa trataba de sacarla de su sopor.


—Despierta, despierta…


Con un grito, Paula abrió los ojos y vio el rostro de Pedro.


—¿Qué? ¿De qué se trata?


—Estabas gritando —le dijo él mientras le acariciaba suavemente el rostro—. ¿Estabas soñando?


—Estaba recordando el entierro de mi padre…


Lo apartó de su lado y se puso de pie. Entonces, se dio cuenta de que estaba completamente desnuda. Recordó la noche que habían pasado juntos, lo feliz que había sido durmiendo entre sus brazos…


Respiró profundamente para tranquilizarse y se apartó el cabello del rostro.


—Voy a darme una ducha —dijo—. Sola —añadió, antes de que él pudiera sugerir acompañarla.


—Está bien…


Paula se dio una rápida ducha para tratar de quitar el dolor que aquel sueño le había producido. Se vistió rápidamente con una camiseta de color rosa, una falda blanca v unas sandalias. Mientras se cepillaba el cabello, se miró en el espejo.


Llevaba días tratando de recordar su pasado y en aquel momento…


¿Y si no le gustaba lo que averiguaba?


—¿Tienes hambre? —le preguntó Pedro cuando regresó al dormitorio—. ¿Desayunamos?


—De acuerdo —respondió, con cuidado de no tocarlo. Necesitaba salir de allí, donde, tras encontrar la máxima felicidad, se había visto asaltada por el dolor.


Tomaron el ascensor para bajar al vestíbulo. Tomaron el Bentley, pero mantuvieron las distancias en su interior. ¿Cómo habían podido cambiar las cosas tanto entre ellos después de lo ocurrido la noche anterior?


—¿Qué más es lo que no recuerdo? —susurró—. ¿Y si es algo aún peor?


—¿Qué podría ser peor?


—¿Qué le ocurrió a mi padre?


Pedro frunció el ceño.


—No sé qué fue lo que le ocurrió a tu padre. Jamás hablamos de tu familia.


—¿Nunca? ¿Durante todo el tiempo que estuvimos juntos?


—No.


—¿Cómo es eso posible?


—No hablamos del pasado.


—¿Nunca?


—No.


—¿De qué hablamos entonces?


—No hablábamos. Tan sólo hacíamos el amor.


Paula sintió un escalofrió. ¿Nunca habían hablado de nada? ¿Acaso su relación se basaba sólo en el sexo?




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