martes, 7 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 1




Pedro Alfonso había escuchado muchas mentiras a lo largo de su vida, en particular sobre su hermosa y cruel ex amante, pero aquélla se llevaba la palma.


—No puede ser verdad —dijo escandalizado mientras observaba al médico—. Está mintiendo.


—Señor Alfonso, le aseguro que es cierto —replicó con voz grave el doctor Bartlett—. Ella tiene amnesia. No se acuerda de usted, ni de mí ni siquiera del accidente que tuvo ayer. Sin embargo, no tiene ninguna lesión física.


—¡Por qué está mintiendo!


—Llevaba puesto el cinturón de seguridad cuando se golpeó la cabeza con el airbag —prosiguió el doctor Bartlett—. No hay conmoción cerebral.


Pedro observaba al doctor Bartlett con el ceño fruncido. El médico tenía una gran reputación en su profesión, en la que se le consideraba un hombre muy cualificado y con una integridad sin tacha. Era rico, dado que llevaba toda la vida atendiendo a pacientes aristocráticos y de grandes fortunas, lo que significaba que no podía comprársele. Hombre de familia, llevaba casado cincuenta años con su esposa, tenía tres hijos y ocho nietos, lo que significaba que no podía ser víctima de la
seducción. Por lo tanto, debía de estar plenamente convencido de que Paula Chaves tenía amnesia.


Pedro frunció los labios. Dada su astucia, habría esperado más de ella. Once semanas atrás, después de apuñalarlo por la espalda, Paula Chaves había desaparecido de Atenas como por arte de magia. Sus hombres habían estado buscando por todo el mundo sin éxito alguno hasta hacía dos días, cuando, de repente, Paula había reaparecido en Londres para el entierro de su padrastro.


Pedro había abandonado las negociaciones de un contrato millonario en Sidney para ordenarles a sus hombres que no le perdieran el rastro hasta que él llegara a Londres en su avión privado. Kefalas y Leónidas le habían ido pisándole los talones el día anterior por la tarde, cuando ella había abandonado una clínica privada en Harley Street. Habían visto cómo se cubría el sedoso y largo cabello oscuro bajo un fular de seda, cómo se ponía unas enormes gafas de sol y unos guantes blancos para conducir y se marchaba en un Aston Martin descapotable de color plateado… para terminar chocándose contra un buzón de correos que había en la acera.


—Fue tan raro, jefe —le había explicado Kefalas cuando Pedro llegó aquella misma mañana procedente de Sidney—. En el entierro parecía bien, pero al marcharse de la consulta del médico comenzó a conducir como si fuera bebida. Ni siquiera nos reconoció cuando la ayudamos a entrar de nuevo en la clínica después del accidente.


El doctor Bartlett parecía igualmente desconcertado.


—La he tenido en observación, pero no he podido descubrir ningún daño físico en ella.


—Porque no tiene amnesia, doctor —le dijo Pedro, apretando los dientes—. ¡Le está tomando el pelo!


El doctor se puso tenso.


—No creo que la señorita Chaves esté mintiendo, señor Alfonso. La conozco desde que tenía catorce años, cuando vino aquí por primera vez de los Estados Unidos con su madre. Todas las pruebas han dado negativas. El único síntoma parece ser la amnesia. Esto me lleva a pensar que el accidente ha sido simplemente un catalizador y que el trauma ha sido simplemente emocional.


—¿Quiere decir que se lo causó ella misma?


—Yo no diría eso exactamente, pero este tema queda fuera de mi campo. Por eso, le he recomendado a un colega, el doctor Green.


—Un psiquiatra.


—Sí.


—En ese caso, si no le ocurre nada físicamente, se puede marchar del hospital.


El médico dudó.


—Físicamente se encuentra bien, pero como no tiene memoria, tal vez sería mejor que un familiar…


—No tiene familia —le interrumpió Pedro—. Su padrastro era su único pariente y murió hace tres días.


—Sí, me enteré del fallecimiento del señor Chaves y sentí mucho su muerte, pero
esperaba que Paula pudiera tener tíos o incluso algún primo en Boston…


—No es así —dijo Pedro, aunque en realidad no tenía ni idea. Sólo sabía que nada le iba a impedir llevarse a Paula con él—. Yo soy su…


¿Qué? ¿Un antiguo amante decidido a vengarse de ella?


—…novio —terminó—. Me ocuparé de ella.


—Eso fue lo que me dijeron sus hombres ayer cuando me explicaron que venía usted de camino —comentó el doctor Bartlett mirándolo como si no le gustara del todo lo que veía—, pero, por cómo habla usted, no parece que crea siquiera que ella necesita cuidados especiales.


—Si usted dice que ella tiene amnesia, no me queda más remedio que creerlo.


—La ha llamado mentirosa.


Pedro sonrió.


—Las verdades a medias son parte de su encanto.


—Entonces, ¿tienen ustedes una relación estrecha? ¿Piensa casarse con ella?


Pedro sabía cuál era la respuesta que el médico estaba buscando, la única que podía dejar a Paula en su poder. Por lo tanto, dijo la verdad.


—Ella lo es todo para mí. Todo.


El doctor Bartlett examinó cuidadosamente la expresión del rostro de Pedro y asintió.


—Muy bien, señor Alfonso. Le daré el alta y la dejaré a su cuidado. Cuídela bien. Llévela a casa.


¿A Mithridos? Pedro moriría antes de que ella pudiera contaminar su hogar de aquella manera, pero a Atenas… Sí. Podría encerrarla allí y le haría lamentar profundamente el hecho de haberlo traicionado.


—¿Podré llevármela hoy mismo, doctor?


—Sí. Haga que se sienta amada —le advirtió—. Que se sienta segura y querida.


—Segura y querida —repitió él, casi sin poder evitar que se le reflejara un gesto de burla en el rostro.


El doctor Bartlett frunció el ceño.


—Estoy seguro de que podrá comprender, señor Xenakis, lo que las últimas veinticuatro horas han significado para Paula. No tiene nada a lo que aferrarse. Carece de recuerdos de familiares o amigos para apoyarse. No tiene sentimiento alguno de pertenencia ni recuerdos de su hogar. Ni siquiera sabía su nombre hasta que yo se lo dije.


—No se preocupe. Cuidaré bien de ella.


Entonces, cuando Pedro había comenzado a darse la vuelta, el doctor le hizo detenerse.


—Hay algo más que debería saber.


—¿El qué?


—En circunstancias normales, jamás revelaría esta clase de información, pero éste es un caso único. Creo que la necesidad de que la paciente reciba cuidados adecuados excede su derecho a la intimidad.


—¿De qué se trata? —preguntó Pedro con impaciencia.


—Paula está embarazada.


Al escuchar esa palabra, Pedro se puso tenso. Sintió que el corazón se le paraba literalmente en el pecho.


—¿Embarazada? ¿De cuánto? —preguntó a duras penas.


—Cuando realicé la ecografía ayer, estimé la fecha de concepción a mediados de junio.


Junio. Pedro se había pasado casi todo ese mes al lado de Paula. Había estado pendiente de su trabajo lo mínimo posible dado que solo quería estar en la cama con ella. Había pensado que podía confiar en ella. El deseo se había apoderado por completo de su mente y de su pensamiento.


—Me siento culpable —continuó el médico con voz entristecida—. Si hubiera sabido lo disgustada que se iba a poner con la noticia de su embarazo, jamás la habría dejado marcharse en coche del hospital, pero no se preocupe —añadió rápidamente—, el bebé se encuentra bien.


Su bebé.


Pedro miró al doctor casi sin poder respirar. El médico, de repente, soltó una sonora y alegre carcajada y le dio una palmada en la espalda.


—Enhorabuena, señor Alfonso. Va usted a ser padre.





UN AMOR EN EL OLVIDO: SINOPSIS




La bella Paula Chaves cayó bajo el influjo del poderoso Pedro Alfonso en un tórrido encuentro en Atenas. Tres meses después de que perdiera con él su inocencia, perdió también la memoria...


Paula consiguió despertar el deseo y la ira de Pedro a partes iguales. Paula lo había traicionado. ¿Qué mejor modo de castigar a la mujer que estuvo a punto de arruinarlo que casarse con ella para destruirla? 


Entonces, Pedro descubrió que Paula estaba esperando un hijo suyo...

lunes, 6 de julio de 2020

A TODO RIESGO: EPILOGO




25 de diciembre


—Novia embarazada… Despejen el camino —pronunciaba la enfermera mientras empujaba la silla de ruedas en la que estaba sentada Paula.


Dario corría a su lado, tomándola de una mano en un desesperado intento por aliviar el dolor de sus contracciones. El sacerdote lo seguía apresuradamente, con una Biblia en la mano, esperando terminar la ceremonia que el advenimiento del bebé había interrumpido. Por fin entraron en el paritorio.


—Puedo volver más tarde —terció el reverendo Forrester, algo azorado—. Continuaremos más cómodamente con la ceremonia cuando os encontréis de vuelta en casa.


Paula aspiró profundamente, sujetándose el vientre con las dos manos.


—Ni hablar. Dese prisa. Si he llegado hasta aquí, quiero terminar de una vez.


En aquel instante apareció el doctor Brown.


—Parece que vamos a tener un bebé navideño. Mejor regalo, imposible —se puso los guantes esterilizados—. ¿Quién necesita una cigüeña cuando Santa Claus anda metido en el asunto?


—Un bebé navideño y una boda navideña —exclamó la enfermera—. Paula se estaba vistiendo para la boda cuando se puso de parto. El sacerdote los ha seguido hasta aquí.


—¿Una boda? Entonces sigan con la ceremonia, pero rápido —le hizo un guiño a Forrester—. Los bebés tienen su propia agenda.


—Lo entiendo —repuso el reverendo, ajustándose las gafas de montura de alambre—. Si Dario y Paula están de acuerdo, prescindiré de la retórica habitual.


—Por mí estupendo —le aseguró Dario.


—Y por mí también —añadió Paula, entre jadeos.


—En ese caso, ¿quieres a Paula Chaves como esposa, en la salud y en la…?


—Sí, quiero —lo interrumpió Dario, mientras los gritos de Paula amenazaban ya con ahogar la voz del sacerdote.


—Yo también quiero —dijo ella, aferrándose a las manos de Dario.


—Creo que con esto debería bastar —pronunció el doctor Brown, aprestándose a la tarea—. Y ahora retírese, reverendo, si no quiere que lo tome como ayudante.


El reverendo Forrester dio un paso atrás, nervioso.


—Ya firmarán la licencia más tarde. Me temo que ahora mismo tienen las manos ocupadas…


—Respire y empuje, Paula—la urgió el médico—. Respire y empuje. El bebé está en camino.


El bebé. Una niña. Aquellas palabras resonaron en su cerebro como una deliciosa melodía. 


Incluso en medio del dolor, fue consciente de que nunca en toda su vida viviría un momento tan dulce y maravilloso.


—Lo vamos a conseguir, Juana. Ya lo verás.


Pero la mejor recompensa vino después, cuando finalmente el médico le entregó a la niña. El corazón le rebosaba de alegría. Acarició su cabecita con los labios.


—Quiero que se llame Juana. Sé que su madre nos está viendo ahora mismo. Lo sé.


Dario deslizó un dedo por la diminuta mejilla del bebé.


—Si Juana nos está viendo, entonces tiene que estarte muy agradecida, Paula.


—Y a cierto valiente, guapo y tenaz agente del FBI que acudió en nuestro rescate.


—Bueno, ya soy padre —esbozó una enorme sonrisa—. Esto hay que celebrarlo, ¿Qué te apetece?


—Lo único que me apetece eres tú.


—Estupendo, porque ya me tienes. Para siempre —se inclinó para besarla suavemente en los labios, pero alzó la mirada cuando el reverendo Forrester asomó la cabeza por la puerta.


—Casi me olvidaba: os declaro marido y mujer. Feliz Navidad. Ya puedes besar a la novia.


Y la besó, mientras Juana les hacía saber que, con toda probabilidad, aquella noche no los iba a dejar dormir.




A TODO RIESGO: CAPITULO 70



Paula abrió los ojos y miró a su alrededor.


—Bienvenida.


Extrañada, volvió la cabeza para distinguir a Pedro entre las sombras, contemplándola. Y la invadió un alivio inmenso, inefable.


—Estás vivo.


—Estás hablando con un agente del FBI. ¿Pensabas acaso que un tipo como ese me iba a disparar a mí primero? —se sentó en el borde de la cama y le acarició delicadamente una mejilla—. Por supuesto, conté con un poco de ayuda. Has demostrado que tienes una cabeza tan dura como la mía.


Paula se llevó una mano a la sien, y de repente recordó. El golpe con la cabeza y el disparo.


—¿Quién recibió el disparo?


—Mateo, pero solo en la mano que tenía el arma. Ahora está en la cárcel. La policía local se lo llevó. Junto con el cadáver de Lautaro Collier.


—Pobre Lautaro.


—Te faltó poco.


—Sí. Me desmayé, ¿no?


—Perdiste el sentido. Tuve que maniatar a Mateo haciendo tiras con la ropa que encontré en la cúpula y llevarte abajo antes de poder llamar a la policía —le acercó un vaso de agua a los labios—. Toma un sorbo. Tienes la voz ronca.


—Eso es porque he estado perfeccionando mi técnica de grito.


—Ya lo he oído.


—Lo de salvarme se está convirtiendo en un hábito para ti.


—Un hábito que espero termine de una vez. Amarte es el único hábito que quiero tener de ahora en adelante.


—¿Amarme?


Se inclinó para besarle la frente.


—Amarte, si tú me dejas.


—¿Sabes? Tomé un par de decisiones durante tu ausencia de hoy, Pedro. Voy a quedarme con el bebé.


—¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de idea?


—El diario de mi madre, en primer lugar. Lo encontré en una de las cajas de la cúpula y estuve leyendo algunas partes antes de que Mateo apareciera en escena. El secreto de mi identidad ya había durado demasiado. Ya era hora de que lo desvelara.


—Es verdad.


—Pero el diario no fue el único motivo. Quiero conservar a la criatura. La otra noche estabas en lo cierto. Ya la amo más que a mi vida. Ansío cuidarla, criarla, educarla. Tenía miedo de fracasar en el intento. Solo que en esta ocasión no habrá secretos. Cuando sea lo suficientemente mayor para entenderlo, le contaré lo de Juana y Benjamin.


—Estoy muy orgulloso de ti. Yo también tengo noticias frescas, aunque no creo que te guste mucho oírlas. He descubierto la identidad de tu padre.


—Leandro Sellers.


—¿Cómo lo supiste?


—Por Mateo, aunque no estoy al tanto de toda la historia.


—Carlos Sellers me la contó a mí. Es un hombre muy lúcido para la edad que tiene, y a pesar de su pésima salud. Al parecer tu madre y el padre de Juana tuvieron una aventura. Él amaba a Mariana, pretendía abandonar a su esposa y casarse con ella, pero por esas mismas fechas Johana Sellers descubrió que estaba embarazada de Juana. Carlos y ella lo presionaron y Leandro decidió seguir casado.


—Y nadie me contó la verdad.


—A causa del trato que tu madre hizo con Carlos Sellers. Él consintió en pagar los gastos de tu mantenimiento y educación hasta que cumplieras los dieciocho años, y financiarte luego los estudios universitarios siempre y cuando tu madre mantuviera el nombre de su hijo en el anonimato y te ocultara la verdadera identidad de tu padre.


—¿Así que era de allí de donde procedía el dinero de que dispuso siempre mi madre?


—Sí. Johana descubrió que Carlos le estaba enviando cheques a tu madre y le prohibió volver a pisar su casa. Poco después de que muriera Leandro, ella le dijo que Juana conocía la verdad y que no quería volver a verlo jamás.


—Y al mismo tiempo le contó a Juana que había muerto, cuando no era cierto. En aquel entonces ella estaba estudiando en el extranjero y no pudo asistir al funeral.


—Por lo visto, Johana nunca perdonó ni a su marido ni a tu madre aquella desdichada aventura. Pero ahora que Carlos Sellers se halla al borde de la muerte, quiere verte para pedirte perdón por todo. Ya había registrado tu nombre en su testamento y planeaba repartir sus bienes entre Juana, Mateo y tú. Todavía no se había enterado de la muerte de Juana y yo no se lo dije. No quería darle un disgusto tan grande en estos momentos.


—Tantos secretos, tantos engaños… en una sola familia —apretó la mano de Pedro—. Al menos pude conocer a Juana: ella siempre fue como una hermana para mí. Y ahora he descubierto que era mi hermanastra.


—Lo que significa que, de alguna manera, su hija está emparentada contigo.


—Y ahora compartiré mí vida con ella. Pero no creo que Mateo supiera que el bebé era de Juana.


—No. Por lo poco que dijo mientras esperábamos a que llegara la policía, me pareció que no lo sabía. Solo iba por Juana y por ti.


—Qué curioso. El destino y un asesino llamado Marcos Caraway hizo que nuestros caminos se encontraran. Si no hubiera sido por él, tú nunca habrías venido a Orange Beach y probablemente yo ahora estaría muerta.


Pedro se tumbó a su lado, acariciándole la mejilla con un dedo.


—Y el destino decretó también que, nada más verte, me enamoraría de ti.


—Te amo, Pedro Alfonso, Dario Cason o quienquiera que seas. Te amaré para siempre.


—¿Para siempre? Debes de estar delirando.


—Delirando del placer de estar viva y de tenerte a ti.


—Entonces esto hay que celebrarlo. Porque me parece que me voy a convertir en papá.


—¿No crees que antes deberías convertirte en marido?


—Absolutamente. ¿Qué te parece una boda navideña en la playa?


—Me gustaría, aunque no sé qué tipo de vestido me sentaría bien…


—No importa lo que lleves. Serás la novia más hermosa del mundo. Sin duda.


El bebé dio una patadita a modo de aprobación mientras Pedro la estrechaba en sus brazos, besándola. Y Paula comprendió que la palabra «siempre», aplicada al amor que sentía por aquel hombre, nunca sería suficiente.




domingo, 5 de julio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 69




Paula chilló de nuevo mientras Mateo intentaba tirarla por la barandilla. Unos pocos centímetros más y perdería completamente el equilibrio, pero él se estaba tomando la tarea con aterradora parsimonia. Como si quisiera torturarla lentamente y volverla loca antes de terminar de asesinarla.


—Levanta las manos y apártate de Paula. ¡Ya!


La brusca voz masculina se alzó por encima del murmullo del mar. Pedro. Estaba allí. Intentó volver la cabeza para verlo, pero Mateo se lo impidió de forma que lo único que podía ver era la arena del suelo.


—Lo siento, poli, pero no me voy a apartar —sujetando a Paula con una mano, sacó un arma con la otra—. Si quieres guerra, la tendrás. Aunque me dispares, todavía tendré tiempo para dispararte yo a ti y tirar a Paula al vacío. De cualquier forma, tú pierdes.


—Tal vez pierda, pero tú estarás muerto —le advirtió Pedro, acercándose—. Te tengo a tiro.


Solo que él también estaba a tiro de Mateo, pensó Paula. Dos hombres muertos y el cuerpo de una mujer embarazada estampada contra el suelo. Aquel no era ni mucho menos el final que había imaginado. Tenía un brazo retorcido detrás de la espalda. Y con el otro no tenía fuerza suficiente para hacer daño. Pero un solo segundo de ventaja era todo lo que necesitaba Pedro.


Bajó la cabeza y sintió que su cuerpo basculaba hacia delante, a punto de caer por la barandilla. 


Luego, tomando impulso y sacando fuerzas de flaqueza, echó la cabeza violentamente hacia atrás y golpeó a Mateo.


Tal fue la violencia del golpe que empezó a perder el sentido, justo en el momento en que el eco del disparo repercutía en su cerebro. No supo quién había disparado, pero sintió la sangre corriéndole por un brazo mientras se derrumbaba en el suelo… a los pies de Mateo.