Pedro contempló desde el umbral aquel escenario dantesco. Su mente trabajaba a toda velocidad mientras la adrenalina corría como un torrente por sus venas. Leonardo se hallaba tumbado de espaldas en la cama, como si hubiera estado sentado y se hubiera caído hacia atrás… en medio de un gran charco de sangre.
La herida de la cabeza era enorme, y comprendió que era inútil tomarle el pulso.
Maldijo entre dientes. Por muchas que hubiera visto, jamás se acostumbraba a aquellas escenas de muerte. Pese a ello, no desvió la mirada hasta que oyó unos pasos acercándose.
—Quédate atrás, Paula.
Paula ignoró sus órdenes. Pedro la agarró, pero no antes de que consiguiera asomarse a la habitación.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó, estremecida. Cubriéndose los ojos con las manos, se apoyó en el pecho de Pedro—. ¿Cómo se lo vamos a decir a Florencia?
—¿Decirme qué? —la mujer ya se dirigía hacia ellos por el pasillo, secándose las manos en el delantal.
Pedro cerró la puerta y se volvió hacia ella.
—Por favor, vuelva a la cocina conmigo…
—No —abrió mucho los ojos—. Una sobredosis, ¿verdad? Llamad a una ambulancia. No es la primera vez, tengo que llevarlo al hospital, pero se pondrá bien… —al borde de la histeria comenzó a empujar a Pedro, esforzándose por ver a su hijo.
—No es una sobredosis, y ya es demasiado tarde para llamar a una ambulancia.
—¡No, mi hijo no! Quiero verlo.
—No creo que sea una buena idea, Florencia —le dijo Paula con tono suave, reconfortante.
La mujer palideció, pero dejó de luchar cuando aquellas palabras penetraron finalmente en su conciencia. Cada uno de un lado, Paula y Pedro la llevaron a la cocina y la sentaron en una silla.
Aquella mañana Pedro había esperado que Leo fuera el hombre que con tanto ahínco habían estado buscando. Había querido encerrarlo y poner fin a la pesadilla que había amenazado la vida de Paula, pero no había querido verlo muerto: no así. Llamó a la policía local desde el teléfono de Florencia y marcó el número de Lucas Powell en su móvil. Powell no contestó la llamada, pero Pedro le dejó un mensaje mientras volvía a la habitación para examinar el escenario del crimen, antes de que llegara la policía.
Pedro hizo un rápido diagnóstico de la situación. O se trataba de un suicidio o de una simulación. La pistola estaba en la cama, muy cerca de la mano derecha de Leo. En la mesilla había una nota dirigida a «mamá». Procurando no tocar nada, examinó la herida. A primera vista todo indicaba que se había disparado a sí mismo. La nota estaba escrita en tinta negra. El bolígrafo estaba encima de la mesilla, sin capucha. Decía así:
Mamá, perdona por haberte hecho pasar por esto. Nada ha sido responsabilidad tuya, así que por favor, no te culpes. Me he equivocado en mis decisiones, y ahora ya no me puedo escapar. Paula, siento los problemas que te he causado y las cosas que te robé. Fueron las drogas, que destruyeron mi decencia…
El resto del mensaje resultaba ilegible, disuelta la tinta por el líquido que se había derramado del vaso, volcado. Olía a whisky. Revisó la habitación: no había evidencia alguna de forcejeo, de lucha. Todo estaba en su sitio. Sacó su bloc de notas y copió la carta de Leo, más unos cuantos detalles que lo ayudaran a recordar la habitación tal y como la veía en aquel momento. Era un evidente suicidio. Pero Pedro jamás creía en lo evidente. Un ruido de sirenas interrumpió sus reflexiones.
—¡Dios mío! Sí, es Leonardo Shelby.
Pedro se apartó de la cama en el momento en que entraron en la habitación dos policías de uniforme.
—¿Era amigo de la víctima? —le preguntó el policía.
—No, pero lo vi un par de veces en casa de Paula.
—Así que es usted el amigo de Paula, del que nos habló Lautaro Collier… —pronunció con tono enigmático, sonriendo.
—Sí, soy amigo de Paula.
—Tendrá que esperar unos minutos a que le tomemos declaración. Después podrá irse.
Pedro los dejó haciendo su trabajo y volvió a la cocina. Florencia estaba sollozando en silencio mientras Paula le explicaba a alguien, por teléfono, lo que acababa de suceder. Se sirvió una taza de café antes de sentarse a la mesa.
—Intenté educarlo lo mejor posible —se lamentaba Florencia—. Lo mejor posible…
Pedro le puso una mano sobre la suya. Eran manos de trabajadora. Le recordaron a las de su madre, y sintió el súbito impulso de telefonearla para decirle, simplemente, que la quería.
—Estoy seguro de que Leo era consciente de lo mucho que usted lo quería, señora Shelby. Lo que pasa es que una vez que un chico se mete en el mundo de la droga, suele caer en una espiral de la que es muy difícil salir.
—Su padre era un buen hombre. Hizo todo lo que pudo por nosotros. Esto le habría roto el corazón.
De la misma forma que acababa de romperle el suyo, pensó Pedro.
—Voy a echarlo tanto de menos…
Pedro suspiró aliviado cuando Paula se reunió con ellos en torno a la mesa.
—Acabo de hablar con el reverendo Forrester. Está de camino hacia aquí. Él se encargará de explicar a las mujeres de la iglesia lo que ha pasado.
—Gracias, Paula. Eres igual que tu abuela: tan dulce, tan atenta… siempre pensando en los demás. Tu madre fue un constante castigo para ella, siempre exigiendo y nunca dando, pero tú fuiste la luz de su vida.
Sonó el móvil de Pedro. Disculpándose, salió al patio trasero a recibir la llamada. Como esperaba, era de Lucas, a quien puso al tanto de las últimas noticias.
—Eso explicaría los atentados contra la vida de Paula —pronunció Lucas cuando Pedro terminó de leerle la copia de la nota de Leo—. Un adicto a las drogas intentando esconder sus delitos y evitar ir a prisión. No había tenido oportunidad de decírtelo antes, pero tenía ya dos arrestos. No era muy probable que el juez lo hubiera enviado a una clínica después del tercero.
—Sé que tiene sentido.
—Sabes que lo tiene pero no te lo crees.
—Lo que me preocupa son los tiempos Marcos Caraway se fuga de la cárcel. Una bomba estalla en casa de Benjamin Brewster y su mujer, que resultan muertos. Un mes después, alguien atenta contra la vida de la mujer que lleva en su vientre a la hija de Benjamin y de Juana. Dos sucesos que no pueden ser una simple casualidad. Además, tú mismo admites que hay motivos para sospechar.
—Solo que no estamos seguros de que la explosión se debiera a una bomba. Y los problemas de Paula no empezaron hasta que fue a Orange Beach, donde alguien había estado robando para pagarse su droga. Y no te olvides de la madre de Benjamin, la que tendría que ser la siguiente víctima: ella no ha sufrido ningún atentado.
—Tienes razón. Lo que pasa es que me cuesta desprenderme de una teoría una vez que se me ha metido en la cabeza.
—O tal vez sea Paula Chaves la que se te ha metido en la cabeza.
Por lo que a Pedro se refería, eso era un hecho demostrado. Él no quería salir de la vida de Paula, pero no estaba muy seguro de que ella deseara lo mismo. Le gustaba, tal vez incluso lo amaba. Pero tenía tanto miedo de los compromisos que estaba dispuesta a entregar en adopción a un bebé al que quería con locura.
Lo cual no era buena señal.
Sin embargo, si Paula renunciaba a seguir con él, tendría que darle una explicación. Si no quería que siguiera formando parte de su vida, tendría que decírselo a la cara. Solo entonces se retiraría.