jueves, 2 de julio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 56



Paula seguía escribiendo notas en su cuaderno. Había trabajado como una posesa desde que se levantó de la cama aquella mañana, sumergiéndose en una frenética actividad. Por tres veces una voz interior la había interrumpido para recordarle que no había escape alguno para sus sentimientos, pero la había desoído para ocuparse de otra hoja de cálculo o de otro informe financiero.


En aquel instante se sentía cansada, y estaba sucumbiendo a la avalancha de emociones que la había estado atormentando durante los últimos días. Varias imágenes asaltaban su mente: se veía a sí misma meciendo a una preciosa niña, dándola de mamar, vistiéndola.


El anhelo era tan abrumador como siempre. No tenía sentido negarlo. Pero aun así… ¿cómo podría quedarse con el bebé? En su trabajo se sentía valorada, necesitada. Pero su trabajo era exigente, consumía una gran cantidad de su tiempo, le imponía viajar. Ella no tenía nada que ofrecerle a un bebé. Con toda seguridad fracasaría en su papel de madre, como le había pasado a Mariana.


Empezaron a temblarle las manos y cerró el cuaderno. Las demás mujeres no se ponían histéricas solo de pensar en la simple posibilidad de convertirse en madres. ¿Qué le sucedía a ella para que tuviera tantísimo miedo de intentarlo? Eso mismo le había ocurrido cuando ya tenía un pie puesto en el altar y cortó su relación con Joaquin. Suspiró y escondió las manos en el regazo para disimular su temblor cuando oyó acercarse a Pedro.


—¿Vas a seguir dirigiendo la empresa desde el hospital?


—No estoy dirigiendo la empresa —respondió.


—Cualquiera lo diría por el ritmo de trabajo que te has impuesto esta mañana.


—No hay razón para no trabajar. Florencia tiene la casa bajo control.


—Podríamos dar un paseo por la playa.


—¿Es eso lo que quieres hacer?


De repente sonó el timbre y Pedro reaccionó por impulso. Paula pudo ver cómo se tensaban sus músculos y se endurecían los rasgos de su rostro, mientras se llevaba la mano a la pistola. 


Segundos después escucharon a Florencia hablando con su hijo. Sus voces llegaban claramente hasta donde estaban, por la caja de la escalera.


—Te dije que no vinieras aquí a molestarme. No tengo ningún dinero que darte —le recriminó Florencia, furiosa.


—Te lo devolveré.


—¿Con que? No tienes trabajo y no haces ningún esfuerzo por encontrarlo.


—Ya te dije que tenía un negocio en marcha. Antes de que pasé mucho tiempo, tendré todo el dinero que necesite. Solo te estoy pidiendo un crédito. O me lo das o ya lo conseguiré yo como pueda.


—No me amenaces, Leo. Me he desvivido mil veces por ti y siempre es lo mismo. Sé para qué quieres ese dinero, y yo no pienso pagarte ese vicio. No pienso pagarte para ver cómo te vas matando a ti mismo poco a poco.


—Me voy.


—No, Leo, espera. Te daré un poco, no tengo más. Tengo que pagar el seguro y los gastos de tu estancia en el hospital.


—Es igual, guárdatelo. No necesito suplicarle a nadie.


El portazo resonó en toda la casa. Lo siguiente que escucharon fue el ahogado llanto de Florencia. Pedro salió a la terraza y Paula bajó para consolar al ama de llaves.


Aparentemente la maternidad no había sido una cosa fácil para Florencia Shelby. una mujer buena y cariñosa que durante años no se había movido de su pueblo. Ella había llevado en su seno a Leonardo como Paula llevaba en aquel momento en su seno a la hija de Juana. Debía de haber albergado sueños, ilusiones, esperanzas para el futuro de su retoño. E, incluso ahora, debía de quererlo desesperadamente. La maternidad era lo contrario de la seguridad. No había garantía alguna de nada.


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