jueves, 28 de mayo de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 1




La puerta del despacho de Pedro se abrió con tanta violencia que éste creyó que en la estancia iba a irrumpir un equipo de bomberos; pero quien entró fue una rubia de un metro sesenta de altura enfundada en un traje amarillo canario.


—Buenos días, Pau —saludó, dejando el informe que había estado leyendo—. Damian
me dijo que habías vuelto.


—¡Él lo sabía! —respondió a modo de saludo.


«Oh, oh», pensó Pedro, que habría preferido a los bomberos. Paula Chaves furiosa no era algo a lo que un hombre debiera enfrentarse sin al menos un whisky en el estómago y otro en la mano. El modo en que podía oscilar de la volatilidad a la vulnerabilidad era capaz de dejar a una persona en un desequilibrio emocional.


—¿Puedes creerlo? —demandó ella—. ¡Sabía en todo momento que estaba casado! ¡Quiero decir, lo sabía y no dijo ni una sola palabra! ¡Oh, Dios! ¡Estoy tan enfadada que podría arrancarle el corazón! No estaba preparada para que me lo soltara de esa manera. Incluso ahora me cuesta creer lo sucedido, y...


—Paula —interrumpió, sabiendo que si no la cortaba en ese momento podría divagar durante una hora sin que él se enterara de nada—. ¿De qué estás hablando? ¿Quién lo sabía?


—El padrino, por supuesto —fue de un lado a otro sin dejar de pasarse la mano por su corto pelo—. ¡Ha sabido en todo momento que estaba casado y yo ni siquiera me enteré hasta ayer por la noche! Así... —chasqueó los dedos—. ¡Se levanta y se casa sin decir una palabra!


Cualquiera que no conociera a Damian Porter habría pensado que la evidente irritación de su ahijada al descubrir que ella era la última en enterarse de su matrimonio era comprensible. Pero Pedro conocía a Damian Porter. También era su tutor y lo había criado desde los diez años. Lo cual habría sido reto más que suficiente para cualquier soltero, sin los quebraderos de cabeza adicionales de educar a la airada y gesticulante rubia que no paraba de moverse en el despacho de Pedro.


—Quiero decir, ¿puedes creértelo? —repitió. Pedro no podía. La idea de que Damian, de setenta y dos años, se hubiera casado sin mencionárselo a ninguno de los dos resultaba incomprensible. No, imposible; incomprensible era Paula.


—¡Maldita sea, Pedro! —bufó—. ¿Es que no vas a decir nada? No me vendría mal un poco de simpatía.


—Lo siento —murmuró, luchando por contener una sonrisa—. Te prometo que te brindaré toda mi simpatía si te calmas y me cuentas de qué demonios estás hablando.


—¡Hablo de Ivan Carey! —su tono y su mirada impaciente indicaron que el nombre debería significar algo para él.


—Carey... Carey... —el nombre resultaba vagamente familiar, pero...— ¡Ah! ¿Te refieres al tipo que Damian ascendió a Director de Diseño hace más o menos una semana?


Un suspiro sonoro y un gesto de ella confirmaron que había identificado al hombre.


Pedro apenas iba por el departamento de diseño, y en las raras ocasiones en que tenía que tratar con él lo hacía a través del director, pero Carey y él aún no habían necesitado ponerse en contacto.


—¿Y? —instó cuando Pau no añadió nada más—. ¿Qué pasa con él?


—Te lo acabo de decir —espetó—. Se casó.


—Entonces es él quien necesita mi simpatía, no tú —ese comentario por lo general habría provocado uno de los discursos a favor del matrimonio de Paula; pero lo único que consiguió fue que frunciera los labios y parpadeara con vehemencia—. ¿Pau? ¿Qué pasa?


—¡Se casó con Kiara Dent!


—Hmmm... ¿su secretaria? —Pedro tuvo que volver a esforzarse por darle una cara al nombre.


—¡Sí! —exclamó antes de menear otra vez la cabeza—. Todo es una locura. Quiero decir, ¿puedes creerte que de verdad se casara con ella?


—Bueno, ella siempre me dio la impresión de ser más el tipo de persona orientada hacia su carrera que la amante de un ejecutivo —ofreció, ya que estaba claro que Paula quería su opinión—. Pero es atractiva, así...


—¡Pedro! —le lanzó una mirada de «¿eres un completo imbécil?»— ¡Sólo se casaron para que Ivan pudiera conseguir el ascenso! —el tono rebosaba desaprobación e indignación—. Es lo que se conoce como matrimonio de conveniencia.


—Un matrimonio de conveniencia... —Pedro rió—. Esa sí que es una tontería.


—¡El único tonto eres tú! —replicó, antes de musitar lo que podría haber sido una disculpa y respirar hondo para calmarse—. Por si no te has dado cuenta, este asunto no me parece gracioso.


—Es evidente. Pero desde donde estoy yo, siempre y cuando no sea mi boda, pequeña, no me parece el fin del mundo.


—¡No lo entiendes! —en esa ocasión se pasó las dos manos por el pelo, revolviéndolo por completo—. ¡Pedro, no se aman! ¡Toda la situación es un desastre!


Paula era una romántica incurable y, por ende, sus emociones y reacciones siempre resultaban más extremas que razonables, aunque a Pedro le sorprendió la pasión con la que reaccionaba ante el matrimonio de dos empleados de la empresa.


—No sabía que tú y esa tal Kiara fuerais tan amigas.


—Bueno, lo éramos. Lo somos. ¡Oh, no lo sé! —respiró hondo y suspiró—. Sólo llegamos a conocernos cuando quise que alguien trazara algunos planos para mejorar mi cocina...


Hizo falta toda la voluntad de Pedro para que no estallara en una carcajada. La única mejora útil que Pau podía hacer en su cocina era forrarla con plomo y donarla al gobierno como contenedor para residuos nucleares. El sólo hecho de recordar su reciente intento de hacerle una tarta de cumpleaños a Damian bastaba para que se le encogiera el estómago.


—Descubrimos que teníamos mucho en común, y por ello a veces al salir del trabajo salíamos. Nada especial, ir al cine, a cenar o a dar un paseo por la playa, ya sabes. Pero una noche regresamos a mi casa y... bueno, nos sorprendió descubrir que nos atraíamos mutuamente, pero una cosa llevó a la otra y terminamos besándonos y...


—¿Qué? ¡Paula! —ella se sobresaltó al oír el tono de su voz. Pedro no había pretendido gritar, pero... Demonios, no era un puritano, aunque...


—¡No me mires así! Besarse es algo perfectamente normal. Tengo veintiséis años y estoy enamorada de él.


—¿De él ¿Te refieres a Carey?


—Sí —lo miró con expresión cansada—. Ivan Carey, del departamento de diseño. Bueno, como iba diciendo...


Pedro sintió un profundo alivio. Había mezclado a Kiara con Carey y durante unos segundos su actitud abierta de vivir y dejar vivir se había visto sacudida.


—Oh, Pedro... me siento tan confusa.


—Cuéntamelo —musitó; una elección desgraciada de palabras, ya que Paula las tomó al pie de la letra y comenzó una exhaustiva narración de lo que sentía por Carey



MAS QUE AMIGOS: SINOPSIS




Casi todas las mujeres encontraban irresistible a Pedro Alfonso, pero para Paula simplemente era el chico con el que había crecido... sexy, estupendo, pero nada más.


Pedro sentía mucho cariño por Paula... ¡aunque a menudo criticaba su desastrosa manera de cocinar y su aún más desastrosa vida amorosa! 


Era una mujer imposible, pero en el momento de necesitar una esposa falsa para asegurarse un trato de negocios, no pudo pensar en alguien mejor. Sin embargo, fingir estar casados significaba compartir un dormitorio... ¡y descubrir una atracción sexual que no era nada fingida!






miércoles, 27 de mayo de 2020

MI DESTINO: CAPITULO FINAL




Oír aquello conmovió a Pau.


Buscó apoyo moral en su amiga Tamara, que, a pocos pasos de ellos, enternecida, se tapaba la boca con una servilleta mientras grandes lagrimones corrían por su cara. Aquel loco, desatado, imprevisible y maravilloso amor era lo que ella siempre había buscado y de pronto Paula lo tenía frente a ella; sin poder evitarlo, se emocionó.


Aquellas lágrimas tan significativas a Pedro le dieron valor para acercarse a ella y lenta, muy lentamente, le pasó una mano por la cintura, hizo que lo mirara a los ojos y dijo:
—Ahora que has conseguido que te diga las cosas que nunca pensé decir delante de tantas personas y que sabes que te quiero con locura, ¿qué tal si me dices que tú también me has echado de menos?


Pau cerró los ojos. Aquello era una locura, pero... ¡viva la locura!


Tras tomar aire y saber que ella sentía exactamente lo mismo que él y que ante eso nada se podía hacer, abrió los ojos y, segura de lo que iba a decir, murmuró sonriendo:
—Te he echado de menos, Pedro.


Aquellas simples palabras le hicieron saber a él que por fin todo estaba bien y suspiró mientras corregía:
—Pepe, cariño. Pepe para ti.


Volvía a tener a la mujer que amaba a su lado y, acercando sus labios a los de ella, la besó, sin importarle las docenas de ojos emocionados que los observaban, ni los aplausos que se oyeron tras aquel candoroso y romántico beso.


Un vez que sus bocas se separaron, Paula, sin comprender todavía lo que había ocurrido, fue a hablar cuando él la cogió entre sus brazos y, entre vítores, la sacó del restaurante.


—Pedro, suéltame.


—Pepe—murmuró él.


—Tengo que trabajar. —Ella rio.


—No, cielo. Hoy no trabajas. Te doy el día libre.


Divertida por aquello, sonrió y, al ver que bajaba la escalera del hotel mientras la gente aplaudía a su paso, preguntó:
—¿Adónde vamos?


Pedro, feliz como nunca en su vida, anunció:
—A mi casa, que a partir de este instante es nuestra casa. Allí te desnudaré, te haré el amor y terminaré de convencerte para que te cases conmigo mañana mismo, aunque sea en Las Vegas. Ah, por cierto, hablé con tu padre esta mañana y tanto él como tu madre nos dan su bendición y no te esperan esta noche a dormir.


Alucinada, lo miró.


—¿Has hablado con mis padres?


Él asintió y explicó:
—Cuando saliste de casa, me recibieron y tuve una larga e interesante conversación con ellos. Por cierto, tu madre hace unas tostadas muy ricas.


Boquiabierta al pensar en sus padres, soltó una carcajada y, observándolo, cuchicheó:
—Pepe, estás loco.


Encantado por aquello, él la besó y añadió:
—Me encanta que me llames Pepe y, sobre todo, saber que hago buena pareja con Pau la Loca.


La susodicha, al oír aquello, puso los ojos en blanco pero finalmente sonrió. Él acababa de cometer una gran locura por amor y, sin duda, ella no se iba a quedar atrás.


Los cuentos de princesas que su madre le leía cuando era pequeña no existían o raramente pasaban en la vida. Sin embargo, ella era una chica afortunada y su cuento de amor, con su morboso y maravilloso príncipe llamado Pedro, acababa de comenzar.




MI DESTINO: CAPITULO 39





Confundida por todos los sentimientos que afloraron en ella al verlo, se apoyó en la mesa y, como pudo, preguntó, consciente de que su jefe de sala acababa de entrar junto a Tamara y varios huéspedes y los observaban:
—Buenos días, señor. ¿Cómo quiere el café?



—Sin sal, a ser posible. —Sonrió.



Paula cerró los ojos. Si había ido a provocarla, la iba a encontrar.



No estaba en su mejor momento anímico, pero cuando abrió los ojos y le fue a contestar, él, con una encantadora sonrisa que le desbocó el

corazón, se acercó a ella y, tocándole el óvalo de la cara, murmuró con dulzura:

—No he podido dejar de pensar en ti.



Acalorada, desconcertada, sobrecogida y consciente de que todos los estaban mirando, parpadeó. ¿Se había vuelto loco?



La canción que sonaba acabó y, angustiada, Paula oyó por los altavoces a Rosario Flores empezar a entonar Yo sé que te amaré.



Al mirar a Pedro, éste, sin moverse, preguntó:

—¿Bailas conmigo?



Como una autómata, negó con la cabeza, pero él insistió.



—Aún recuerdo cuando bailaste conmigo en Toledo y, como tú me dijiste, ¡no pasó nada!



—No... no quiero hacerlo —balbuceó al ver que la gente los miraba.



Pero ¿qué estaba haciendo aquel loco?



Trató de dar un paso atrás, pero la mesa se lo impidió. Y Pedro, enseñándole un precioso ramo de rosas, insistió poniéndoselo delante:

—Vale. No bailaremos, pero acéptame este ramo. Necesito hablar contigo.



—No.



Sin apartar el ramo de delante de ella, agregó:

—Vi estas rosas rojas en el aeropuerto y me acordé de tus preciosos labios.



Incrédula, miró el precioso bouquet redondo de rosas y, sin pensarlo, lo cogió y lo tiró al suelo con fuerza. Una princesa nunca haría eso, pero ella no era una princesa.



Se oyó un «¡ohhhh!» general, pero eso a ella no le importó. Ya sabía que estaba despedida.



William sonrió. No esperaba menos de ella y, mirándola sin importarle las docenas de ojos que los observaban con curiosidad, prosiguió:

—De acuerdo, cielo. Estás muy enfadada y Pau la Loca está aquí. Lo entiendo y me lo merezco por haber sido un tonto.



—¿Qué estás haciendo? —gruñó molesta al sentirse el centro de atención de ya demasiadas miradas.



—Intento decirte que te quiero.



—Pero ¿qué estás diciendo? —gruñó pesarosa viendo cómo todos los observaban—. ¿Te has vuelto loco?



Pedro, al ver hacia dónde miraba ella, insistió:

—Expreso lo que siento y, como una vez me dijiste, si ellos se escandalizan, es su problema y no el nuestro.



Sin dar su brazo a torcer, él se sacó un anillo del bolsillo y, poniéndoselo delante, iba a hablar cuando ella siseó:

—Ni se te ocurra... o juro que te arranco la cabeza.



Pedro sonrió y, sin hacerle caso, empezó a decir:

—Paula, yo...



Con un rápido movimiento, ella le tapó la boca y, mirándolo, insistió:

—¡Que no lo hagas!



Pedro permitió que ella le tapara la boca y, cuando se la destapó, prosiguió:

—Paula, sé que es una locura, pero... ¿quieres casarte conmigo?



Un nuevo «ohhhhh» emocionado se volvió a oír en el restaurante.



Cada vez había más gente mirando y él continuó:

—Vamos, cielo. No me puedes decir que no.



Horrorizada, lo miró. Pero ¿dónde estaba el hombre discreto y celoso de su intimidad?



Sin poder evitarlo, respondió:

—Pues te digo que no. Y, por si no te has enterado, lo repito: ¡¡no!!



—Pau —protestó Tamara, que los observaba—. ¿Qué estás haciendo?



Tras mirar a su amiga, le pidió silencio cuando el jefe de sala de la joven, acercándose a ellos, dijo azorado:

—Señor Alfonso, creo que lo que está ocurriendo no es...



—Le agradecería, señor González —dijo Pedro con rotundidad—, que no se entrometiera en la conversación que mantengo con la mujer que amo.



—Pero, señor...



Pedro lo miró con gesto serio y éste finalmente se calló, justo en el momento en el que Paula comenzaba a caminar con brío hacia las cocinas.



Debía huir del comedor y de las docenas de miradas indiscretas antes de que todo se liara mucho más, pero una mano la agarró y no la soltó. Era Pedro.



—Escúchame, Paula.



—No.



—Paula, sé que no crees en los cuentos de hadas, pero...



—Olvídame, ¡no existo para ti!



Sin darse por vencido y sabedor de la cabezonería de ella, insistió sin soltarla:

—Vamos a ver, respira y mírame.



—No quiero respirar y ¡suéltame! —gritó descompuesta.



Aquel grito hizo que él le soltara el brazo y ella, desconcertada y sabedora de que todo había sido descubierto por su jefe inmediato y sus compañeros, voceó sin importarle ya nada. ¿Qué más daba?



—No sólo me haces sentir una don nadie, sino que ahora también, por tu culpa, me voy a quedar sin trabajo. ¿Te has vuelto loco?



Pedro asintió y, ante el gesto de alucine de ella, afirmó:

—Total y completamente loco por ti, cariño.



Incrédula, Paula parpadeó. ¿Había oído bien? Él, al verla tan desconcertada, prosiguió:

—No lo hice bien. Sé que te debería haber llamado todos los días cuando me fui para solucionar lo de mi exmujer. Lo sé. —Y tomando aire, afirmó—: Pero te quiero. Estoy loco y apasionadamente enamorado de ti y, repito, ¿quieres casarte conmigo?



Un «¡ohhhh!» general se oyó de nuevo en el restaurante. Todos los comensales, los camareros, su jefe y hasta los cocineros, que habían salido de las cocinas, los observaban, mientras Tamara, emocionada, sonreía. Si Pau le decía que no a aquel hombre, estaba loca de atar.



—Sé que presentarme así es una locura. Incluso sé que lo de la boda es otra insensatez —agregó él—. Pero un mes sin verte me ha bastado para saber que no quiero vivir sin ti. Si no quieres vivir en Londres porque estarás alejada de tus padres o tus amigos, ¡vivamos en Madrid! Estoy abierto a todos los cambios que quieras proponer y...



—Cierra la boca, Pedro.



—Pepe —corrigió él.



—Para de una vez —gimió ella.



—No, cariño. Lo he pensado y no voy a parar.



—Pero... Pedro...



—Pepe—insistió y, abriendo los brazos, murmuró—: Tú me has enseñado a ser más extrovertido, más abierto y franco. Me has hecho ver la vida desde otro prisma y, ahora, no sé qué hacer sin ti.


Pau tembló. Esas palabras le estaban afectando más de lo que nunca pensó. Luego le oyó decir:
—Me has enseñado a sentir, a apreciar, a percibir la vida de otra manera y ahora necesito seguir lo que mi corazón quiere. Y lo que él quiere y yo quiero eres tú. Sólo tú.


MI DESTINO: CAPITULO 38






Una mañana como cualquier otra, mientras colocaba los cubiertos sobre la mesa para los 
huéspedes, por los altavoces comenzó a sonar
Puedes contar conmigo, interpretada por La Oreja de Van Gogh.


Al oír la canción, suspiró. ¿Por qué? ¿Por qué todo le recordaba a él?


Continuó trabajando cuando, de pronto, oyó tras ella:
—Señorita, por favor.


Esa voz.


Ese tono.


Ese acento.


Se giró temerosa de que todo fuera un sueño. 


Pero no. Allí estaba él, más guapo que nunca, en vaqueros y con una camisa oscura de Ralph Laurent, mientras por los altavoces seguía oyéndose la canción.


Sus ojos se encontraron y Paula, besándola con la mirada y con una seductora sonrisa, preguntó:
—Señorita, ¿me sirve un café?



Desde el día en que se había marchado del hotel, no había podido dejar de pensar ni un solo instante en la joven descarada, alocada, inteligente e independiente que primero le salvó de morir atropellado, luego le sirvió un café con sal y, después, le cambió la vida.


En su casa de Londres había escuchado mil veces el disco que ella le había regalado en aquella mágica visita a Toledo y, tras mucho pensarlo, había vuelto a por ella. Paula era lo único que le importaba y se lo tenía que hacer saber, fuera como fuese.


No le importaba la diferencia de edad. No le importaba que sus ideas fueran distintas. Sólo era relevante lo que el corazón le decía y, por tanto, debía intentarlo una y mil veces más.


Él era un hombre sobrio por naturaleza, e incluso su humor no era el más maravilloso, pero ella, con su locura, con su desparpajo y con su particular manera de ver la vida, sabía hacerlo sonreír como nadie lo había conseguido antes en el mundo.