sábado, 25 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 31





Pero Ariana se negaba a abandonar.


–Sería mejor un anillo de diamantes. Cuando la tía Estela vea esa cosa tan vieja no se creerá
que estás enamorado de Paula.


Paula miró su anillo. ¿Esa cosa vieja?


Pedro miró a su hija, exasperado.


–Tendremos que hacérselo creer.


–¿Cómo?


–Pues... le diré que estoy enamorado de ella.


–No creo que eso sea suficiente –replicó Ariana–. Ya sabes cómo es.


–Ya se me ocurrirá algo. Bueno, vamos a poner la mesa.


–Tendrás que besarla –insistió la niña.


–Posiblemente.


Paula se dedicó a pelar patatas para no tener que mirar a nadie.


–¿La has besado alguna vez? –siguió Ariana.


–Eso no es asunto tuyo –replicó su padre.


–Es que a lo mejor necesitas practicar.


–Pues no vamos a practicar ahora. Vamos a cenar y si sigues poniéndote tan pesada, te irás a la cama.


Mientras cenaban, Ariana era la única que parecía relajada. Paula no dejaba de pensar en la posibilidad de besar a Pedro. Y no le importaría nada practicar. «Por favor, por favor, que me bese».


Mientras Pedro llevaba a la niña a su habitación, ella se quedó limpiando la cocina. Pero cuando
volvió, por supuesto, no volvió a mencionar el tema del beso. Simplemente la ayudó a limpiar sin acercarse siquiera.


Frustrada, Paula pensó en sacar el tema. Le daba vergüenza, pero el silencio era tan incómodo... además, los dos eran adultos, se dijo. ¿Por qué no podía hablar de ello? Era precisamente de lo que deberían hablar si querían engañar a Estela.


–He estado pensando en lo que ha dicho Ariana.


–¿A qué te refieres? –preguntó Pedro, mientras colocaba los vasos en el armario–. Es increíble lo que habla esa niña. No para.


–Sobre la visita de tu hermana.


–Ah.


–Ariana ha sugerido que practicásemos lo del beso –se atrevió a decir Paula.


–¿Y tú qué piensas? –preguntó él, sin poder disimular una sonrisa.


–Creo que deberíamos hacerlo. Esta farsa no valdrá de nada si tu hermana se da cuenta de que no nos hemos tocado nunca.


–Sí, supongo que tienes razón –admitió Pedro, con desgana.


Paula apretó los labios. Genial. Parecía una tarea desagradable para él.


–No será fácil para ninguno de los dos –dijo, enfadada con él y consigo misma–. Creo que sería más fácil que nos besáramos por primera vez... a solas.


Pedro cerró el armario y se cruzó de brazos.


–Entonces, ¿quieres que te bese?


«Sí».


–No quiero que me beses –mintió Paula–. Sólo sugiero que sería más sensato hacerlo por primera vez sin público. Para practicar, como dice tu hija.


–Muy bien. ¿Lo hacemos ahora?


–¿Ahora? –a Paula empezaron a temblarle las piernas:


–¿Por qué no? ¡Estupendo! ¿no?


–Muy bien.


Pedro se acercó y le quitó los platos de, la mano. 


–¿Lo hacemos?


Paula tenía un nudo en la garganta, de modo que se limitó a asentir con la cabeza. Pedro la tomó por la cintura y ella levantó la cara, pero se dieron un golpe en la nariz.


–Menos mal que vamos a practicar –murmuró, intentando reírse, aunque le salió más bien un
graznido.


–¿Lo intentamos otra vez?


–Sí.


Pedro la miró a los ojos. Encerrada en su mirada gris, Paula se quedó quieta mientras él tomaba su cara entre las manos.


Aquella vez les salió bien. Tan bien que sintió como si el suelo cediera bajo sus pies.


Temblando, se sujetó a sus brazos. Pedro volvió a besarla y... y entonces todo fue un poco confuso.


Paula no sabía muy bien lo que había pasado, pero los brazos de Pedro rodeaban su cintura y ella le había echado los suyos al cuello. Siempre le pareció que el trazo de sus labios, aunque erótico, era un poco frío... pero cuando la besaba, sus labios eran cálidos, calientes. Ardientes.


La caricia era tan intensa que casi le daba miedo. No quería apartarse pero temía que, de no hacerlo, Pedro se daría cuenta de lo que sentía por él. Quizá intuyó su confusión o quizá también él estaba sorprendido, porque levantó la cara. Se miraron a los ojos un momento y entonces dio un paso atrás.


Paula tuvo que sujetarse a la mesa. Estaba desorientada y su corazón latía como si quisiera salirse de su pecho.


–Bueno... –empezó a decir él.


–Eso... ha estado mejor –consiguió decir ella.


La expresión en el rostro de Pedro era suficiente para devolverla a la tierra. Lo único que podían hacer era tratar el tema como si no fuera nada importante. Evidentemente, a Pedro Alfonso el beso no lo había afectado en absoluto.


–Sí, supongo que sí.


–Al menos sabemos que podemos hacerlo.


–Sí.


¿Qué debía hacer?, se preguntó Paula. ¿Decirle que no volvería a pasar? ¿Que había tenido novios que besaban mejor?


–Tengo que escribir algunas cartas –dijo él entonces como si nunca la hubiera besado, como si nunca la hubiera envuelto en sus brazos–. Estaré en mi estudio si necesitas algo.


Paula lo observó salir de la cocina, aún desorientada y trémula de deseo. Quizá debería llamar a la puerta del estudio y decirle: «Necesito que subamos a la habitación para hacer el amor durante toda la noche».


Pero no lo haría, por supuesto. No podía necesitarlo de esa forma.


Pensar en la expresión de Pedro después de besarla le encogía el corazón. El beso había sido un error. Aunque no se lo pareció mientras lo estaban haciendo.


Pero Pedro claramente no había sentido nada. 


Cuando por fin conseguían hablar como si fueran viejos amigos, ese beso lo había estropeado todo. Seguro que no iba a salir de su estudio para hablar del asunto. Seguro que él no había leído revistas en las que se decía que la base de una relación era la comunicación.


Aunque ellos no tenían una relación, tuvo que recordarse Paula a sí misma. Ella tenía un trabajo y él una hermana a la que quería engañar. Pero esas no eran bases sólidas para una relación.


Sin embargo, seguía esperando que ocurriera el milagro, que Pedro saliera de su estudio, que le dijese: «Quiero que repitamos el beso». Pero no.




CITA SORPRESA: CAPITULO 30




Pedro quería pedir comida china por teléfono, pero Paula estaba decidida a probar que era una
magnífica ama de llaves.


–Será mejor que me gane el sueldo.


No había mucho en la nevera, pero sí lo suficiente como para hacer un plato de pasta. No era nada, pero Pedro y Ariana se lo agradecieron como si hubiera hecho algo digno de la guía Michelin.


–Creo que en esta casa no se come muy bien. Y eso tiene que cambiar.


A las nueve, Ariana empezó a cerrar los ojos.


–Hora de irse a la cama, jovencita –dijo Pedro–. Mañana tienes que ir al colegio.


Después de comprobar que se había lavado los dientes y conseguir que, por fin, apagara la luz, Pedro y Paula bajaron a la cocina. Solos. Con Derek.


Por acuerdo tácito se quedaron allí, en lugar de ir al saloncito. Pero Paula sólo podía pensar en echarle los brazos al cuello y besarlo hasta que pudiera borrar su gesto de cansancio.


–Espero que todo esto no te incomode. La situación, quiero decir.


–Claro que no –sonrió Paula, como si no la turbase en absoluto estar a solas con él. De noche.


En su casa.


Pedro miró alrededor.


–Un trabajo como éste no puede ser muy divertido para una chica como tú.


–Eso depende de qué clase de chica creas que soy.


Él consideró el asunto un momento.


–Una chica a quien le gusta pasarlo bien. Tienes muchos amigos y supongo que encontrarás
aburrido estar todo el día en casa.


–Será más divertido que ir a la oficina. Además, me gusta cocinar y arreglar el jardín. Y tengo
que sacar a Derek, jugar con Ariana cuando vuelva del colegio... en fin, no creo que me aburra.


–Estoy seguro de que podrías encontrar un trabajo mucho mejor.


–No me apetece buscar un trabajo mejor. La verdad, no tengo muchas ambiciones profesionales.


–¿No?


–Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero lo que siempre he querido es encontrar a alguien especial. Tener hijos y una casa que pudiera convertir en un hogar. No es mucho pedir, ¿verdad?


La expresión de Pedro era, como siempre, indescifrable.


–No.


–Paola e Isabel creen que me aburriría, pero me encantaría hacer mermelada, tener rosales, ir a buscar a mis hijos al colegio... por eso me llevé una desilusión con Sebastian. Yo creía que iba a tener todo eso con él. Fue una tontería, por supuesto –siguió Paula, mirando la taza de café para no mirar a Pedro–. Sebastian no estaba interesado en tener hijos y mucho menos en sentar la cabeza. Y me dolió tanto descubrir qué clase de persona era... Yo tenía muchos sueños.


–Es duro despedirse de los sueños –asintió él.


–¿Así era tu vida con Ana? ¿Como un sueño?


–Ahora me parece un sueño. Supongo que no pudo ser tan perfecto, pero ya sabes que la memoria hace esos trucos... Sólo recuerdo lo especial que era estar con ella.


–Has tenido suerte... bueno, perdona, seguramente no crees haberla tenido –dijo Paula entonces, avergonzada.


–Entiendo lo que quieres decir. Y sí, la verdad es que tuve suerte. Mucha gente nunca encuentra lo que tuvimos Ana y yo. A veces ni yo mismo lo creo. Y, según la estadística, es muy improbable que vuelva a encontrarlo. Eso es lo que duele; haber sido tan feliz y saber que no podré volver a serlo.


Aquella noche Paula no pudo dormir pensando en la expresión de Pedro mientras hablaba de su mujer. Era horrible sentir envidia de una persona muerta, pero no podía dejar de pensar en Ana y en cuánto la había querido su marido.


«Eso es lo que duele, haber sido tan feliz y saber que no podré volver a serlo».


Era absurdo soñar que ella pudiera ser su segunda oportunidad. Las estadísticas decían que era imposible, ¿no?


Paula cerró los ojos, angustiada. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué se enamoraba siempre de
hombres imposibles?


Aquel trabajo era una oportunidad de estar con él, pero empezó a preguntarse si no hubiera
sido mejor decirle adiós.


Sin embargo, ya era demasiado tarde para eso. 


Si no podía hacerlo feliz, al menos podía intentar que durante aquel mes su vida fuera lo más agradable posible. Y si fingirse su prometida
delante de Estela le quitaba un problema de encima, mejor.


Le resultó raro no ir a la oficina al día siguiente, pero se le pasó el día volando. Llevó a Ariana al colegio, paseó con Derek, limpió la casa, hizo la compra... y de repente ya eran las cinco. 


Tenía que ir a buscar a la niña al colegio.


Cuando Pedro volvió aquella tarde, estaban las dos en la cocina. Paula haciendo la cena y Ariana, los deberes. Pedro se inclinó para besar a su hija y luego la miró a ella. ¿Qué iba a hacer, besarla?


No, era una tontería.


–¿Qué tal el día? –preguntó Paula. Y después hizo una mueca. Por favor... sólo le faltaba darle las zapatillas.


–Bien. Mucho trabajo.


–¿Qué tal está Alicia?


–Está bien.


–Entonces, ¿no me has echado de menos?


–La verdad es que sí.


El corazón de Paula dio un vuelco.


–¿De verdad? –preguntó, volviéndose con el cucharón en la mano.


–De verdad.


La había echado de menos. No lo decía por decir, la había de menos. Muy bien, era una
pequeña fracción de lo que sintió por Ana, pero al menos no le era por completo indiferente.


Entonces sonó el teléfono y, nerviosa, estuvo a punto de dejar caer el cucharón.


–Hola, tía Estela –dijo Ariana, la más rápida en descolgar–. Sí, está aquí... está hablando con
Paula.


Ariana sonrió mientras le pasaba el teléfono a su padre. Paula, sin dejar de cocinar, lo oyó
asentir y decir mucho: «Sí». Evidentemente, su hermana llevaba la voz cantante.


–No, no puedes hablar con ella ahora. No quiero que la interrogues por teléfono... no, no vamos a casarnos mientras tú estás en Londres. No tenemos ninguna prisa. Paula vive aquí ahora
y estamos muy contentos...


Unos segundos después colgó, suspirando.


–¡Mi hermana! En fin, ya sabe que estamos comprometidos. Espero que no te eches atrás.


–No voy a echarme atrás.


–Menos mal –dijo él, acercándose–. Dame la mano. No, la otra.


Ella tuvo que disimular un escalofrío cuando Pedro tomó su mano para ponerle un anillo.


–¿Qué te parece?


Casi parecía nervioso esperando su respuesta. 


Pero no podía ser.


Era un anillo antiguo, con un topacio rodeado de perlitas montado sobre una banda de oro.


–Es precioso –murmuró Paula, sorprendida. 


Ariana parecía menos impresionada.


–Tendría que haber sido un anillo de diamantes, papá.


–A Paula no le pegan los diamantes –replicó Pedro–. Son demasiado fríos.


Ella se mordió los labios, tan nerviosa que no sabía qué hacer para que no le temblase la mano.


–Debe de haberte costado carísimo.


–Valdrá la pena si mi hermana me deja en paz. ¿Te gusta de verdad?


–Me encanta –contestó Paula.


–Podría comprarte uno de diamantes... si quieres.


–No, no quiero diamantes. Éste es perfecto.




viernes, 24 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 29





–Ésta es tu habitación dijo Ariana–. La he arreglado para ti.


Paula miró alrededor, emocionada.


–Es preciosa –sonrió, mirando las flores–. ¿Las has puesto tú misma?


–Papá hizo tu cama, pero yo hice todo lo demás.


Paula imaginó a Pedro cambiando las sábanas...


–Ha sido un detalle. Pero podría haberlas cambiado yo misma.


–¿Quieres ver mi cuarto?


Quizá sería lo mejor, se dijo Paula, sonriendo al ver que la niña había limpiado la habitación
en su honor. Había un corcho sobre la cama con un montón de fotografías: de Ariana, de su
madre, de Pedro. En la mayoría de ellas estaba con Ana, sonriendo. Y a Paula se le encogió el
corazón al pensar que nunca lo había visto tan feliz. Que quizá nunca lo vería tan feliz.


–Es mi madre –dijo Ariana–. Era preciosa, ¿verdad?


–Desde luego que sí. ¿Te acuerdas mucho de ella?


–No mucho, pero mi padre me habla de ella. Y ha guardado cosas suyas... mira –dijo la niña, inclinándose para sacar una caja de debajo de la cama.


Paula se sentó y fue tomando lo que ella le daba: una barra de labios, un frasco de perfume,
un pañuelo de seda, un libro de poesía medieval, un diario, un par de pendientes, un patuco...


–Era mío –dijo Ariana.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta. A Pedro debió de rompérsele el corazón mientras metía todas esas cosa en la caja para que su hija recordara a Ana.


–Éste era su anillo de compromiso –dijo la niña, sacando un joyero–. Mi padre dice que me lo dejó a mí, para que pueda ponérmelo cuando sea mayor. Estas piedras azules se llaman zafiros. Mi papá se lo compró porque le recordaban al color de sus ojos.


–Es un anillo precioso –murmuró Paula, intentando controlar la emoción.


Cuando levantó la cabeza, Pedro estaba mirándolas muy serio desde la puerta.


–Le estoy enseñando la caja de mamá –dijo Ariana.


–Ya veo –murmuró él–. Si os apetece bajar a la cocina...


Paula se sentía fatal, como si la hubieran pillado cotilleando en sus recuerdos, e intentó pedirle
disculpas mientras la niña guardaba la caja.


–No, no, me alegro de que Ariana hable de Ana. Creo que es la primera vez que le enseña esas
cosas a alguien. A veces es difícil hablar con ella y si tú consigues que hable...


–Es una cría encantadora.


–La verdad, desde que apareciste tú está mucho más alegre.


Como para probarlo, Ariana apareció saltando por la escalera.


–Papá, he pensado una cosa... Paula debería tener un anillo si va a ser tu prometida, ¿no?


–No, no hay necesidad –dijo ella, mostrando sus anillos–. Podemos decir que es uno de éstos.


Pedro tomó su mano para inspeccionarlos. Pero no parecía muy impresionado.


–No creo que ninguno de estos anillos convenza a mi hermana. Dame ése –dijo, señalando el
que llevaba en el dedo anular.


–¿Para qué? –murmuró Paula, nerviosa. El calor de su mano parecía haberse traspasado a su
corazón.


–Para llevarlo a la joyería. Así sabré el tamaño.


–De verdad, no hace falta...


–Tú no conoces a mi hermana. Sabría que hay gato encerrado si viera ese anillo barato... ¿Qué? ¿Qué he dicho? –preguntó Pedro al ver su expresión.


–Este anillo me lo regaló Sebastian.


En ese momento Paula se dio cuenta de que, como el anillo, el supuesto cariño de Sebastian no valía nada. Y que no le importaba nada.


–No lo perderé.


–Da igual. La verdad, no creo que vuelva a ponérmelo. Bueno, será mejor hacer la cena.




CITA SORPRESA: CAPITULO 28





–¿Seguro que es buena idea, Paula? –Isabel y Paola la estaban interrogando.


–Ganar dinero siempre es buena idea, ¿no? –replicó ella, desafiante.


–Sí, pero hay maneras más fáciles de ganar dinero que fingirte enamorada de tu jefe.


–No sé yo...


No quería decirles que el asunto iba a ser mucho más complicado. Iba a tener que aparentar estar enamorada de su jefe mientras fingía no estarlo. Pero mejor no decir nada. No quería que Isabel le soltara el consabido: «Ya te lo advertí».


–Es mejor que trabajar en una oficina –insistió Paula–. Y Pedro va a pagarme más por... en fin,
por el teatro. Además, Ariana me cae muy bien y Derek no tendrá que quedarse solo durante el
día.


–Ah, bueno, claro, mientras el perro esté contento... –rió Isabel.


–De verdad, no pasa nada. No sé por qué os ponéis así. Sólo es un trabajo.


–¿Es un trabajo acostarte con tu jefe?


–Nadie va a acostarse con nadie –replicó Paula–. Dormiré sola.


Paola la miró, sorprendida.


–¿Y su hermana va a creer que estáis prometidos y dormís separados?


–Bueno, podemos decir que no nos parece apropiado... por Ariana.


Isabel puso cara de desorientada.


–A ver... me he perdido. ¿En qué siglo estamos?


–Da igual. Compartiremos habitación los días que Estela esté en Londres. ¿Y qué pasa?


–No queremos que acabes con el corazón roto, cariño –suspiró Paola.


–No voy a hacer ninguna tontería.


Era demasiado tarde, en realidad. Aunque no pensaba confesárselo a sus amigas.


Pedro sigue enamorado de Ana. Y aunque no fuera así, somos completamente diferentes.
Él es mucho mayor, tiene más experiencia, su vida es muy diferente de la mía...


Todo cierto. Pero lo amaba de todas formas. Lo amaba. No podía engañarse a sí misma.


Paula miró a sus amigas, preguntándose cómo no se daban cuenta de que se sentía diferente.


Enamorarse de Pedro había puesto su vida patas arriba. Y le daba igual arriesgarse a terminar con el corazón roto si tenía la oportunidad de pasar algún tiempo con él.


–No tengo por qué encariñarme ni con él, ni con la niña ni con el perro –siguió mintiendo–. Pero la verdad es que ahora mismo tampoco tengo nada más. Es eso o quedarme en casa esperando que suene el teléfono. Francamente, prefiero ganar dinero por vivir cómodamente en una casa en Wimbledon.


Paola no parecía muy convencida.


–Es muy fácil dejarse llevar en situaciones así. Y yo lo sé muy bien.


–Sí, desde luego. Tú eres la última que debería dar consejos. Mira lo que pasó con Gabriel y
vuestro falso compromiso –rió Isabel.


Pedro no es como Gabriel. Y sólo digo que debes tener cuidado. Nada más.


Demasiado tarde, pensó Paula. Lo único que podía hacer era disfrutar del tiempo que tuviera
para estar con Pedro.