viernes, 24 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 29





–Ésta es tu habitación dijo Ariana–. La he arreglado para ti.


Paula miró alrededor, emocionada.


–Es preciosa –sonrió, mirando las flores–. ¿Las has puesto tú misma?


–Papá hizo tu cama, pero yo hice todo lo demás.


Paula imaginó a Pedro cambiando las sábanas...


–Ha sido un detalle. Pero podría haberlas cambiado yo misma.


–¿Quieres ver mi cuarto?


Quizá sería lo mejor, se dijo Paula, sonriendo al ver que la niña había limpiado la habitación
en su honor. Había un corcho sobre la cama con un montón de fotografías: de Ariana, de su
madre, de Pedro. En la mayoría de ellas estaba con Ana, sonriendo. Y a Paula se le encogió el
corazón al pensar que nunca lo había visto tan feliz. Que quizá nunca lo vería tan feliz.


–Es mi madre –dijo Ariana–. Era preciosa, ¿verdad?


–Desde luego que sí. ¿Te acuerdas mucho de ella?


–No mucho, pero mi padre me habla de ella. Y ha guardado cosas suyas... mira –dijo la niña, inclinándose para sacar una caja de debajo de la cama.


Paula se sentó y fue tomando lo que ella le daba: una barra de labios, un frasco de perfume,
un pañuelo de seda, un libro de poesía medieval, un diario, un par de pendientes, un patuco...


–Era mío –dijo Ariana.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta. A Pedro debió de rompérsele el corazón mientras metía todas esas cosa en la caja para que su hija recordara a Ana.


–Éste era su anillo de compromiso –dijo la niña, sacando un joyero–. Mi padre dice que me lo dejó a mí, para que pueda ponérmelo cuando sea mayor. Estas piedras azules se llaman zafiros. Mi papá se lo compró porque le recordaban al color de sus ojos.


–Es un anillo precioso –murmuró Paula, intentando controlar la emoción.


Cuando levantó la cabeza, Pedro estaba mirándolas muy serio desde la puerta.


–Le estoy enseñando la caja de mamá –dijo Ariana.


–Ya veo –murmuró él–. Si os apetece bajar a la cocina...


Paula se sentía fatal, como si la hubieran pillado cotilleando en sus recuerdos, e intentó pedirle
disculpas mientras la niña guardaba la caja.


–No, no, me alegro de que Ariana hable de Ana. Creo que es la primera vez que le enseña esas
cosas a alguien. A veces es difícil hablar con ella y si tú consigues que hable...


–Es una cría encantadora.


–La verdad, desde que apareciste tú está mucho más alegre.


Como para probarlo, Ariana apareció saltando por la escalera.


–Papá, he pensado una cosa... Paula debería tener un anillo si va a ser tu prometida, ¿no?


–No, no hay necesidad –dijo ella, mostrando sus anillos–. Podemos decir que es uno de éstos.


Pedro tomó su mano para inspeccionarlos. Pero no parecía muy impresionado.


–No creo que ninguno de estos anillos convenza a mi hermana. Dame ése –dijo, señalando el
que llevaba en el dedo anular.


–¿Para qué? –murmuró Paula, nerviosa. El calor de su mano parecía haberse traspasado a su
corazón.


–Para llevarlo a la joyería. Así sabré el tamaño.


–De verdad, no hace falta...


–Tú no conoces a mi hermana. Sabría que hay gato encerrado si viera ese anillo barato... ¿Qué? ¿Qué he dicho? –preguntó Pedro al ver su expresión.


–Este anillo me lo regaló Sebastian.


En ese momento Paula se dio cuenta de que, como el anillo, el supuesto cariño de Sebastian no valía nada. Y que no le importaba nada.


–No lo perderé.


–Da igual. La verdad, no creo que vuelva a ponérmelo. Bueno, será mejor hacer la cena.




CITA SORPRESA: CAPITULO 28





–¿Seguro que es buena idea, Paula? –Isabel y Paola la estaban interrogando.


–Ganar dinero siempre es buena idea, ¿no? –replicó ella, desafiante.


–Sí, pero hay maneras más fáciles de ganar dinero que fingirte enamorada de tu jefe.


–No sé yo...


No quería decirles que el asunto iba a ser mucho más complicado. Iba a tener que aparentar estar enamorada de su jefe mientras fingía no estarlo. Pero mejor no decir nada. No quería que Isabel le soltara el consabido: «Ya te lo advertí».


–Es mejor que trabajar en una oficina –insistió Paula–. Y Pedro va a pagarme más por... en fin,
por el teatro. Además, Ariana me cae muy bien y Derek no tendrá que quedarse solo durante el
día.


–Ah, bueno, claro, mientras el perro esté contento... –rió Isabel.


–De verdad, no pasa nada. No sé por qué os ponéis así. Sólo es un trabajo.


–¿Es un trabajo acostarte con tu jefe?


–Nadie va a acostarse con nadie –replicó Paula–. Dormiré sola.


Paola la miró, sorprendida.


–¿Y su hermana va a creer que estáis prometidos y dormís separados?


–Bueno, podemos decir que no nos parece apropiado... por Ariana.


Isabel puso cara de desorientada.


–A ver... me he perdido. ¿En qué siglo estamos?


–Da igual. Compartiremos habitación los días que Estela esté en Londres. ¿Y qué pasa?


–No queremos que acabes con el corazón roto, cariño –suspiró Paola.


–No voy a hacer ninguna tontería.


Era demasiado tarde, en realidad. Aunque no pensaba confesárselo a sus amigas.


Pedro sigue enamorado de Ana. Y aunque no fuera así, somos completamente diferentes.
Él es mucho mayor, tiene más experiencia, su vida es muy diferente de la mía...


Todo cierto. Pero lo amaba de todas formas. Lo amaba. No podía engañarse a sí misma.


Paula miró a sus amigas, preguntándose cómo no se daban cuenta de que se sentía diferente.


Enamorarse de Pedro había puesto su vida patas arriba. Y le daba igual arriesgarse a terminar con el corazón roto si tenía la oportunidad de pasar algún tiempo con él.


–No tengo por qué encariñarme ni con él, ni con la niña ni con el perro –siguió mintiendo–. Pero la verdad es que ahora mismo tampoco tengo nada más. Es eso o quedarme en casa esperando que suene el teléfono. Francamente, prefiero ganar dinero por vivir cómodamente en una casa en Wimbledon.


Paola no parecía muy convencida.


–Es muy fácil dejarse llevar en situaciones así. Y yo lo sé muy bien.


–Sí, desde luego. Tú eres la última que debería dar consejos. Mira lo que pasó con Gabriel y
vuestro falso compromiso –rió Isabel.


Pedro no es como Gabriel. Y sólo digo que debes tener cuidado. Nada más.


Demasiado tarde, pensó Paula. Lo único que podía hacer era disfrutar del tiempo que tuviera
para estar con Pedro.




CITA SORPRESA: CAPITULO 27




Debería haberlo esperado, pero no. La había pillado por sorpresa. Paula se quedó mirando el plato, sin saber qué decir, sorprendida por el absurdo deseo de que aquello fuese verdad. 


Deseaba ser su novia, que Pedro la amase, que quisiera casarse con ella...


Se sentía rara. Era como si se hubiera quedado sin oxígeno de repente.


–¿Te importaría hacerte pasar por mi novia? –le preguntó Pedro.


«Hacerte pasar». Esas dos palabras eran la clave. Sus sueños no iban a hacerse realidad. 


Pedro estaba dejando claro que no hablaban de algo real.


–Sé que es una petición extraña, pero significaría mucho para Ariana. Y para mí –dijo él entonces–. Por supuesto, todo sería una farsa. No espero que... que lo veas como algo de verdad. Sólo sería un trabajo.


–¿Un trabajo? –repitió Paula.


–No te pediría que hicieras eso gratis. Te pagaré un extra... por hacerte pasar por mi novia.


Hablaba con toda formalidad, como si estuvieran discutiendo un trabajo de secretaria. Y dejando claro que aquello sólo era un acuerdo comercial.


–¿Y qué tendría que hacer? –preguntó ella, intentando contener los nervios.


–Hacerle creer a mi hermana que tú y yo...


–¿Estamos enamorados?


–Eso es –suspiró Pedro.


–En el instituto se me daba bien el teatro. Siempre quise un papel protagonista, pero sólo me daban papeles secundarios, así que ésta podría ser mi gran oportunidad –intentó bromear Paula.


–Entonces, ¿te lo pensarás? –preguntó él, incrédulo.


–¿Por qué no?


Lo que no podía hacer era dejar que Pedro descubriese que empezaba a estar interesada por él.


Si lo supiera, no le habría pedido que se hiciera pasar por su novia, seguro. Tenía que convencerlo de que todo era un juego para ella.


–Será más divertido que trabajar de secretaria. De hecho, a mí me parece dinero fácil.


–Cuando conozcas a mi hermana no pensarás eso. No es tonta y nos vigilará, te lo aseguro. Si
queremos dar la impresión de estar comprometidos tendremos que... en fin, tratarnos de una forma más cariñosa. 


«Tratarnos de forma cariñosa».


–¿Quieres decir que tendremos que besarnos?


–Ocasionalmente, sí –murmuró él, avergonzado–. ¿Qué te parece?


¿Qué le parecía? Paula se imaginó a sí misma echándole los brazos al cuello. Se imaginó apretándose contra su pecho, recibiendo la caricia de esos labios firmes... y una ola de deseo la invadió, dejándola sin respiración.


–Si mi hermano me dice que va a casarse, yo querría saber hasta el último detalle.


Pedro sonrió.


–Bueno, me preguntó cómo eras.


–¿Y qué le dijiste?


Él la miró con una expresión indescifrable de las suyas.


–Que eras simpática, divertida, cariñosa y que a Ariana le gustabas mucho. Es la verdad, ¿no?


¿Era la verdad? ¿Que a Ariana le caía bien o que pensaba todas esas cosas de ella?


Tampoco era una declaración de amor, ¿no? 


Paula movió la pasta distraídamente. Le hubiera
gustado que la describiese como una mujer preciosa, deseable, irresistible. ¿Por qué no se le había ocurrido ninguno de esos adjetivos?


Pero sabía por qué. Porque no pensaba que lo fuera. Porque no la quería. Tendría que acostumbrarse a la idea, se dijo. Paula soltó el tenedor, suspirando.


–¿Tu hermana no te preguntó por qué habías cambiado de opinión sobre el matrimonio?


–Le dije que lo entendería cuando te conociese.


Sus ojos se encontraron entonces y pasó algo. 


Algo que aceleró el corazón de Paula, pero que
terminó en un segundo.


–¿Qué habrías hecho si te hubiera dicho que no?


–No estoy seguro –admitió Pedro–. La verdad es que confiaba en que dijeras que sí. Pero si hubieras dicho que no, le contaría a mi hermana que me habías dejado por otro.


–¡Yo no haría eso! –protestó Paula.


–No, quizá no –murmuró él, su expresión, como siempre, indescifrable.


–También podrías haber inventado una crisis familiar.


–Haría falta algo más que una crisis para detener a mi hermana. Te buscaría por toda
Inglaterra.


–Bueno, además, no he dicho que no.


–Tendremos que inventar alguna razón de peso para cortar cuando se marche... porque si no,
comprará el billete de avión para la boda. Y tendremos suerte si no nos obliga a casarnos mientras está aquí –sonrió Pedro–. No, no te preocupes. Lo decía de broma –añadió al ver la expresión de Paula.


–No, claro. Y no queremos que eso pase, ¿verdad?


–No. No queremos.





jueves, 23 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 26




–¿Que quiere preguntarte algo? –exclamó Isabel cuando Paula se lo contó–. ¿Y no te ha dicho
qué?


–Supongo que tendrá que ver con el trabajo.


–¡Por favor! No se invita a cenar a una chica para hablar de la aspiradora. A lo mejor te va a
decir que le gustas.


–No lo creo –suspiró Paula. No quería admitir que ella había pensado lo mismo, por supuesto–. Podría haberlo hecho en el despacho, sin gastarse dinero.


–Ah, pero es que hasta ahora trabajabas para él –insistió Isabel–. Yo creo que es el tipo de hombre que no aprueba las aventuras en la oficina. Pero podría sentir una secreta pasión por ti y ha decidido hablarte de ello... en el restaurante


Paula no le hizo ni caso, pero mientras se arreglaba tenía el estómago encogido. Había reservado mesa en un restaurante italiano cerca de su casa, aunque estaba segura de que no podría probar bocado.


¿Qué era aquello, una cena de trabajo o una cita? Aunque estaba segura de que no era una cita, no quería ponerse el traje de chaqueta y, al fin, se decidió por un vestidito de flores, un cárdigan bordado y sus zapatos favoritos. No eran muy apropiados para un día de lluvia, pero eran los mejores que tenía.


–Estás muy guapa –sonrió Isabel–. No pareces un ama de llaves.


Paula perdió valor. Quizá era un atuendo inapropiado.


–¿Crees que debería cambiarme?


–¿Qué quieres ponerte, un vestido gris, zapatos planos y un cinturón lleno de llaves? –bromeó
su amiga–. ¡No te cambies, estás estupenda! Pedro no podrá quitarte las manos de encima.


Pero Paula se equivocó. Pedro Alfonso parecía muy capaz de guardarse las manitas para sí
mismo. Lo único que le dijo era que estaba «diferente». Un cumplido muy halagador, desde
luego.


Y tampoco pareció impresionado por el restaurante. Pues peor para él, pensó Paula. Debería estarle agradecido por no reservar en el Dorchester.


–¿Es aquí? –preguntó, al ver los manteles de cuadros.


–Soy una cita barata –intentó sonreír Paula–. Aunque esto no es una cita, claro.


Desgraciadamente, los camareros no captaron el mensaje y los llevaron a la mesa más apartada, como si fueran una pareja de novios.


–Es una chica muy guapa –dijo el maitre, decidido a fomentar lo que él creía un apasionado romance.


–Sí. Muy guapa. ¿Puede traernos la carta, por favor? –murmuró Pedro.


Paula estaba colorada como un tomate.


–Lo siento. Normalmente no son tan... amables.


–A lo mejor es que normalmente no estás tan guapa como hoy.


Ella abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar.¡Milagro! Le había dicho que estaba
guapa.


Pedro se puso a leer la carta de vinos, como si estuviera solo. ¿Cómo podía decirle que estaba
guapa y después olvidarse de ella por completo? 


A lo mejor lo había dicho por decir. O para que
el camarero los dejase en paz. Paula intento concentrase en la carta, pero las letras bailaban ante sus ojos.


¿De verdad pensaba que era guapa? ¿Tendría Isabel razón?


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para que Pedro no notase el temblor de su mano mientras sujetaba el tenedor.


¿No quería decirle algo? ¿Para qué se había molestado en invitarla a cenar si no quería hablar con ella?


–¿Cuándo quieres que empiece a trabajar? –preguntó, para romper el silencio.


–En cuanto puedas. Hoy he dejado a Ariana en casa de una vecina, pero la verdad es que no me gusta hacerlo.


–Podría empezar este fin de semana.


–Estupendo. Si te parece bien, iré a buscarte el domingo por la mañana.


Parecía distraído, como si estuviera pensando en otra cosa.


–¿Cuándo llega tu hermana?


–Dentro de dos semanas.


–Ah, estupendo. Pondré flores en su habitación, un jabón aromático... incluso haré una cena
especial. Esas cosas se me dan bien. Cuando era pequeña siempre había invitados en casa –sonrió Paula.


–Yo no he tenido invitados desde que Ana murió. Estela es la única persona que duerme en casa...


–¿Era eso de lo que querías hablarme?


–Pues no... no era eso.


–¿Qué era entonces?


–No sé cómo empezar... –dijo Pedro, aclarándose la garganta. Paula nunca lo había visto nervioso, pero parecía estarlo.


–Dímelo.


–No sé cómo vas a tomártelo.


–No lo sabré hasta que me lo digas.


–Es que Estela llamó el otro día y... ya te conté que siempre insiste en presentarme amigas
suyas.


–Sí, me acuerdo.


–Pues Ariana le dijo que no tenía que molestarse en buscarme novia porque ya la tenía. Y que voy a casarme.


–Ah, ya veo.


–Podría haberle dicho que mi hija estaba de broma, pero... no lo hice. Bueno... supongo que pensé que quizá podría ser buena idea –siguió Pedro, cada vez más nervioso–. Al menos Estela me dejaría en paz durante unos meses... Pero entonces me pidió detalles. Me preguntó el nombre de mi novia, a qué se dedicaba...


–¿Y qué le dijiste? –preguntó Paula. 


Pedro la miró a los ojos.


–Le dije que eras tú.