jueves, 23 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 25




–Despacho de Pedro Alfonso –suspiró Paula, al teléfono, el martes por la mañana.


–Hola, soy Alicia.


–Ah, hola. ¿Qué tal la pierna?


–Mucho mejor, gracias. ¿Cómo va todo? –preguntó la ayudante ejecutiva de Pedro Alfonso con tono condescendiente.


–Bien, creo. ¿Quieres hablar con Pedro?


–Por favor.


A Alicia no parecía gustarle que lo llamase Pedro, en lugar de señor Alfonso. A lo mejor había que ser su ayudante personal durante cinco años antes de tutearlo.


–Enseguida te paso.


Pedro salió de su despacho cinco minutos después.


–Acabo de hablar con Alicia –dijo, innecesariamente.


–Ya –murmuró Paula. Seguro que, al hablar con ella, había recordado lo que era tener una
secretaria eficiente–y profesional. Al contrario que su sustituta.


–Por lo visto, vuelve a la oficina el próximo lunes.


–¿El lunes? –repitió Paula.


«El lunes es demasiado pronto», le hubiese gustado gritar.


Pedro se aclaró la garganta.


–Le he dicho que no tiene que volver si no está recuperada del todo, pero insiste en que ya se
encuentra perfectamente.


–Ya veo –murmuró Paula. ¿Qué otra cosa podía decir?


–Pensé... que ibas a quedarte un poco más.


Después se quedaron en silencio, como si ninguno de los dos supiera qué decir.


–Bueno, al fin y al cabo es una buena noticia –dijo Paula por fin.


–Sí –murmuró él. 


Pero no parecía convencido–. Tendrás la oficina organizada otra vez. Nada de perros abandonados...


–No.


–Será mejor que empiece a ordenar un poco todo esto –dijo Paula entonces, mirando la
montaña de papeles y carpetas. Tres días no eran mucho tiempo–. ¿Crees que debo llamar a la agencia?


–¿Qué agencia? –preguntó Pedro, que estaba mirando por la ventana, con las manos en los bolsillos.


–La agencia de trabajo temporal. Puede que me encuentren otro sitio para el lunes.


–Ah. Sí, sí... será mejor que lo hagas.


De modo que ésa era la despedida. Menos mal que no había pasado nada, pensó Paula, mientras volvía a casa en el autobús. Siempre supo que no tenía sentido enamorarse de Pedro Alfonso. No quería pasarse la vida siendo una segundona detrás de la bella e irreemplazable Paula. Había decidido eso después de una intensa terapia de chocolate el domingo por la noche. Quería pasarlo bien.


Pero eso fue más fácil de creer después de tomarse el gintonic que Isabel le preparó. Mucho
más fácil que en aquel momento. Porque después del viernes no volvería a ver a Pedro.


Los últimos tres días fueron horribles. Pedro estaba tan taciturno que Paula casi se alegró de marcharse. Al menos no tendría que soportar aquel ambiente tan tenso.


–Será mejor que dejemos solucionado todo lo posible antes de que vuelva Alicia –le dijo el
último día.


Ya, claro. No quería que su preciosa Alicia tuviera demasiado trabajo, ¿verdad? Paula se puso furiosa. Ella no era Alicia, pero llevaba seis semanas allí y, además de hacer su trabajo, sacaba a Derek a pasear todos los días. No lo habría matado darle las gracias.


–¿Eso es todo? –preguntó, atónita.


–Una cosa más –dijo Pedro entonces–. Siéntate, por favor.


Paula abrió el cuaderno con aire resignado.


–¿Sí?


–No hace falta que tomes notas. Sólo iba a preguntarte si habías encontrado otro trabajo.


–Ah. No, aún no.


–¿Y qué te parecería hacer algo diferente? –preguntó Pedro entonces.


–¿Cómo?


–El día de la cena en casa de Gabriel y Paola dijiste que te apetecía hacer algo diferente, ¿te
acuerdas?


–Sí, bueno...


–¿Lo decías en serio?


–Pues no sé. ¿Se te ha ocurrido algo? –preguntó Paula.


–Sí, ama de llaves.


Paula soltó una carcajada. 


–No lo dirás en serio.


–¿Por qué no?


–Ya sabes que soy muy desordenada. Y ya viste mi casa el otro día. Yo soy la última persona
que querrías como ama de llaves.


–Lo importante es que a Ariana le gustas mucho –dijo Pedro entonces, sin mirarla–. Y no le
gusta mucha gente, la verdad. Lo que necesito es alguien que vaya a buscarla al colegio, que
haga la cena... y podrías cuidar de Derek. Todos sabemos que nunca vas a llevarlo a casa de tus
padres. Ariana me mataría.


–¿Y Rosa? –preguntó Paula.


–Llamó anoche por teléfono. Por lo visto, tiene que seguir atendiendo a su madre, que está
muy grave. Le he dicho que contrataré a un ama de llaves temporal, por si pudiera volver en un
par de meses... pero no creo que vuelva, francamente.


–Entonces, ¿sería un puesto de trabajo permanente?


–En realidad, no. Ariana no quiere que nadie viva con nosotros, así que sería sólo durante un
tiempo... hasta que podamos manejarnos solos. Pero ahora con el perro es más complicado.


–¿Y por qué me lo pides precisamente a mí? –Pedro se metió las manos en los bolsillos.


–Porque mi hermana llega dentro de un par de semanas y tú no tienes trabajo.


–Ah, Estela. La mandona. Ya, claro.


–Si no tengo a nadie que se ocupe de la casa montará un número... sólo serían unas semanas, un mes como máximo. Te pagaría más de lo que ganas ahora.


Paula hacía garabatos en el cuaderno mientras se pensaba la oferta. En realidad, trabajaba como secretaria porque nunca se le había ocurrido hacer otra cosa.


Paola e Isabel eran mucho más serias sobre su trabajo, pero en lo más profundo de su corazón
Paula tenía la fantasía infantil de vivir en el campo, en una casita donde pudiera hacer mermelada, con rosas y un enorme jardín donde habría perros y gatos abandonados. Ser ama de llaves no era precisamente su sueño, pero sí mejor que quedarse en casa todo el día sin hacer nada.


Cuanto más lo pensaba más le gustaba la idea. 


El dinero le iría bien y tener un trabajo era mejor que estar esperando que la llamasen de la agencia. Además, así podría ahorrar algo.


Y le tenía mucho cariño a Ariana y a Derek. El hecho de que fuera a pasar más tiempo con Pedro era sólo un accidente y no tenía nada que ver con los nervios que le agarrotaban el estómago.


–¿Viviría en tu casa?


–Preferiblemente –contestó él.


–Tendría que hablar con Isabel. Es mi compañera de piso y...


–Yo pagaría tu parte del alquiler –la interrumpió Pedro.


–No, prefiero seguir pagándolo yo. El piso es de Paola y la hipoteca ya está pagada, así que el alquiler es muy bajo. Lo que me preocupa es el gato.


–¿El gato? –repitió él, incrédulo.


–Tendría que pedirle a Isabel que cuidase de él y ya la ha mordido varias veces. A menos que
pudiera llevarlo conmigo...


–No –la interrumpió Pedro–. Ya tengo bastantes problemas con Derek. Seguro que a Isabel no le
importa dar de comer a tu gato. Además, no vas a quedarte en casa para siempre. Estela suele
pasar un par de semanas con nosotros y luego se va de viaje con sus amigas. Cuando vuelve a
Londres sólo está unos días más antes de volver a Canadá, así que hablamos de un mes como
máximo.


Ah, un mes. Pues no había más que hablar. 


Menos mal que no se había enamorado de él.


Paula mordió el bolígrafo. Pedro estaba siendo práctico y ella debería serlo también.


¿De verdad quería ser ama de llaves? Sería un cambio, se dijo a sí misma. Y podría ser divertido. Ganaría más dinero y no era un trabajo para siempre. Y no tendría que decirle adiós a las cinco de la tarde. Durante un mes.


–Muy bien –dijo por fin.


–¿Aceptas?


–Sí –contestó Paula, con su expresión más profesional–. ¿Cuándo me quieres... digo, cuándo quieres que empiece?


Estupendo. Sí, estaba siendo muy profesional. 


Afortunadamente, Pedro no pareció darse cuenta del error freudiano.


–Podríamos discutir los detalles durante la cena. ¿Estás libre esta noche?


–Sí –sonrió Paula, sacrificando la oportunidad de conocer a amigos de Guillermo. Ligar con un
montón de ejecutivos no podía compararse con una cena con Pedro Alfonso, aunque sólo fuera
para hablar de sus obligaciones como ama de llaves.


–Muy bien. ¿Té importa reservar mesa?


–¿En qué restaurante? –preguntó Paula. En fin, no era muy romántico reservar ella misma, pero
se recordó que no era una cita sino... una cena de trabajo.


–Elige tú –dijo Pedro, volviéndose hacia la ventana.


Pues muy bien. ¿Y si reservaba en el Dorchester, el restaurante más caro de Londres?


–Que sea un restaurante agradable –dijo cuando Paula estaba abriendo la puerta del despacho–.
Quiero preguntarte una cosa.




CITA SORPRESA: CAPITULO 24





–A veces la gente se pone muy pesada intentando cuidar de uno –sonrió Paula–. Cuando salía con Sebastian, Isabel y Paola no dejaban de decirme que era insoportable, que era un canalla... Yo sabía que tenían razón, pero no valió de nada. Las verdades duelen y a veces no gusta oírlas.


Habían aminorado el paso sin darse cuenta hasta que Pedro se detuvo del todo, mirándola con una curiosa expresión en sus ojos grises.


–A mí me pasa lo mismo con mi hermana.


El cielo se había cubierto de nubes pero, por un momento, el sol se abrió paso como en una
pintura bíblica. Para Paula era como si estuvieran solos bajo un intenso halo de luz, aislados del mundo. Su corazón latía con fuerza... pero entonces el sol volvió a esconderse entre las nubes y se sintió absurdamente desorientada, con el corazón en un puño. Pedro se aclaró la garganta, mirando el reloj.


–Creo que deberíamos marcharnos.


Paula se alegró de que Ariana no dejase de charlotear en el coche. Se sentía rara. Tenía como un temblor interior y no podía dejar de mirar a Pedro mientras iba conduciendo. Debía conservar la calma, se dijo. Sólo la había mirado a los ojos un momento. Cualquiera diría que la había tumbado sobre la hierba para hacerle el amor apasionadamente...


¿Por qué pensaba eso? La imagen era tan clara que Paula contuvo el aliento. Y tuvo que mirar
por la ventanilla para apartar la imagen de Pedro Alfonso tumbándola en la hierba, besándola,
acariciándola por todas partes... Pero esa imagen se resistía a desaparecer; era tan real, tan vívida que temió tenerla grabada en la cara.
Pedro encontró aparcamiento al lado de su portal, algo milagroso.


–¿Queréis tomar un café? –se oyó preguntar a sí misma. Le había salido la voz muy fina,
entrecortada–. Puedo hacer tortitas.


–¿Derek puede subir también? –preguntó Ariana.


–Claro.


Derek obtuvo una bienvenida más fría por parte del gato de Paula que, cómodamente tumbado
en el sofá, se sintió ultrajado al notar una nariz fría en la tripa. Irritado, le lanzó un zarpazo antes
de salir corriendo.


–¿Cómo se llama? –preguntó Ariana, mientras el pobre Derek daba marcha atrás.


–Lo llamamos Gato. También lo encontré en la calle, como a Derek, pero siempre ha sido muy
antipático. Si no le pones la comida, te araña. Paola me prohibió que le pusiera nombre para que no me encariñase con él, pero no encontré a nadie que lo quisiera y... en fin, ya ves.


–De todas formas no se habría marchado –intervino Isabel–. Nunca encontrará otra tonta como Paula. Si quieres pasarte la vida sin hacer nada y dejándote mimar, Paula Chaves es tu chica. Estoy segura de que todos los animales de Londres se han pasado el rumor, por eso aparecen en su camino.


–Isabel, no te pases –dijo Paula, con una mirada de advertencia.


–Cuéntame más cosas –dijo Ariana, sin embargo–. ¿Habéis tenido perros?


–Perros, gatos, loros... de todo –suspiró Isabel, que se lanzó a contar historias cada vez más
exageradas sobre el buen corazón de Paula y su capacidad para emocionarse con cualquier ser
abandonado.


Afortunadamente, Isabel podía ser muy divertida. Ariana se partía de risa e incluso Pedro sonrió un par de veces.


Mortificada, Paula fue a la cocina para hacer tortitas, sintiendo la mirada de Pedro Alfonso
clavada en su espalda. Seguramente se estaba preguntando qué clase de idiota era su secretaria temporal.


–Se lo está inventado todo –dijo cinco minutos después, volviendo con una bandeja.


–¡De eso nada! –protestó Isabel.


–Estás exagerando. ¿Por qué no cuentas alguna historia que muestre lo inteligente y sofisticada
que soy?


–Porque no conozco ninguna.


–Muy graciosa –murmuró Paula.


–Pero sí puedo contar historias sobre lo buena cocinera que eres –ofreció su amiga entonces,
como una ramita de olivo.


–Eso ya lo sabemos –dijo Pedro.


Paula inmediatamente empezó a tartamudear diciendo que no, que en realidad hacía poca cosa, que sabía hacer alguna receta, bla, bla, bla. ¿Una historia que mostrase lo inteligente y
sofisticada que era? Ja.


Isabel miró de uno a otro, especulativa. 


Evidentemente, se estaba dando cuenta de que Pedro la ponía nerviosa. Exageradamente nerviosa.


–Esta casa es muy bonita –dijo Ariana entonces–. Ojalá la nuestra fuera así.


Pedro miró alrededor: dos sofás, una mesita de centro, una bolsa llena de botellas para reciclar, revistas por todas partes, un frasco de laca de uñas sobre la repisa...


–Hay que poner mucho empeño para tener la casa tan desordenada –intentó bromear Paula–.
No creo que tu padre pudiera hacerlo.


Pedro soltó una carcajada y ella se emocionó. Se había reído. Se había reído con una broma
suya.


–Evidentemente, tú tienes años de experiencia –comentó, sin darse cuenta de que el corazón
de Paula estaba a punto de saltar al plato de las tortitas. 


Una hora más tarde, Paula bajó al portal a despedirlos.


–Hasta mañana –le había dicho Pedro simplemente.


¿Qué esperaba? ¿Que la tomase en brazos, que le diera un beso en los labios? Haría falta algo más que una carcajada para que olvidase que era el jefe y ella la secretaria... temporal.


–Hasta mañana –se había despedido Paula.


–No es muy decidido, ¿no? –sonrió Isabel.


–Es reservado.


–Nunca he conocido a nadie tan serio.


Paula se sintió decepcionada. Más que decepcionada, dolida. O más bien, como si le hubieran clavado un cuchillo en el corazón.


No quería que Isabel le dijera eso. Quería que le dijese: «He visto que te miraba mucho». O
que, por su forma de hablar, era evidente que estaba enamorado de ella. Si hubiera algo, su
perceptiva amiga se habría dado cuenta. Pero no era así.


–Me da igual. Sólo es mi jefe. Un jefe temporal, además.


El problema era que Isabel era tan perceptiva con los demás como con ella.


–Claro –murmuró, levantándose–. No te preocupes, Paula. Siempre te quedará el chocolate.





miércoles, 22 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 23




Para cuando sonó el timbre, Paula estaba completamente de los nervios. Era peor que su
primera cita, a los dieciséis años. Estirándose el jersey, se pasó una mano por el pelo y respiró
profundamente antes de abrir.


Pedro estaba detrás de Ariana y su corazón dio un vuelco al verlo. En otras circunstancias, además de abrazar a la niña, le hubiera dado a él un beso en la mejilla, pero sólo de pensarlo se le hacía un nudo en el estómago.


Ariana se sentó en el asiento trasero, con Derek, sin dejar de parlotear. Afortunadamente, porque
Paula no podía hilar dos frases con sentido. 


Además, estaba demasiado pendiente de la mano de Pedro en el cambio de marchas...


Fue un alivio salir del coche y concentrarse en el perro.


–Es listo, ¿verdad, papá?


–Lo suficiente como para saber que debe aprender a sentarse si quiere tener un plato de comida –contestó Pedro, resignado.


Después de enseñarle a sentarse y a volver cuando se lo llamaba, fueron a dar un paseo por el parque.


Hacía frío y el viento movía el pelo de Paula mientras Ariana corría con Derek delante de ellos.


Pedro caminaba a su lado, con las manos en los bolsillos del chaquetón, el pelo alborotado por el viento.


De vez en cuando Ariana volvía, con la carita roja y los ojos brillantes.


–¡Ojalá pudiéramos venir todas las semanas!


–Nunca te había gustado pasear –observó Pedro.


–Ahora que tengo perro es diferente. Me alegro tanto de que trabajes con mi padre, Paula...
¿Verdad que tú también te alegras, papá?


Ella estaba apartándose el pelo de la cara. El ejercicio había hecho que también estuviese un
poquito colorada, pensó.


–Desde luego, ha cambiado mi vida.


Paula no sabía cómo tomarse eso. ¿Le había cambiado la vida para bien o para mal? ¿O sería
sólo una broma?


–¿Cuándo vuelve Rosa? –preguntó, para cambiar de tema.


–No lo sabemos. Su madre sigue muy enferma, por lo visto. Por el momento, Ariana y yo nos
arreglamos como podemos.


–Es mucho mejor sin un ama de llaves –intervino la niña.


–No pensarás lo mismo cuando llegue tu tía Estela–suspiró Pedro–. Se quedará horrorizada
cuando vea que nadie cuida de ti.


–Tú cuidas de mí, tonto –replicó Ariana, tomando su mano.


–Tu tía dirá que no es suficiente. Y es verdad.


–¿Quién es Estela? –preguntó Paula.


–Es la hermana de mi papá. Y es muy mandona.


–Vive en Canadá –le explicó Pedro–. Y viene a Londres una vez al año para comprobar que
estamos bien. Tiene buen corazón, pero a veces es un poco... dominante.


–Mandona –corrigió Ariana.


–Un poco autoritaria –insistió Pedro, sin hacer caso de la niña, que seguía diciendo
«mandona» en voz baja–. Estela decidió hace unos años que mi hija necesitaba una madrastra y cada vez que viene a Londres me prepara una lista de mujeres que ella cree adecuadas para mí.


–Y siempre son horribles –intervino Ariana–. ¿Verdad, papá?


–Digamos que mi hermana no tiene las mismas ideas que yo sobre qué clase de madre necesita mi hija. Sé que lo hace con buena intención, pero me gustaría que dejase de organizar mi vida.


Paula se sintió intrigada.


–No me puedo imaginar a nadie intentando organizarte la vida.


–No conoces a mi hermana. La verdad es que Ariana y yo tememos sus visitas.


–¿Sabes lo que deberíamos hacer, papá?


–¿Qué?


–Deberíamos decirle que ya tienes novia, así la tía Estela no podría hacer nada –dijo Ariana
entonces.


–No creo que sea tan fácil engañarla –sonrió Pedro–. Insistiría en conocer a la novia y
tendríamos que buscar una, ¿no te parece?


–Podríamos pedírselo a Paula.


–¿Pedirme qué?


–Que seas la novia de mi papá, de mentira –contestó Ariana dando saltitos–. Podríais decirle que vais a casaros. ¡Así nos dejaría en paz de una vez!


–No hables así de tu tía, Ariana –la regañó Pedro. Después de eso, se quedaron los tres en silencio. Debía de ser una broma, pensó Paula. No podía ni imaginar que Pedro se lo tomara en serio.


–No creo que sea buena idea –dijo él entonces, como si hubiera leído sus pensamientos.


–¿Por qué no? A Paula no le importaría, ¿verdad que no, Paula? –preguntó Ariana con su expresión más inocente.


Paula emitió una especie de gruñido porque no sabía qué decir.


–Podría ser divertido –insistió la niña–. Imagínate la cara de tía Estela cuando le dijeras que ya has encontrado novia, papá. Yo creo que sería genial.


–Ya está bien, Ariana.


–¿Por qué no? Lo pasaríamos bien en lugar de tener que soportar a esas señoras horribles que nos presenta.


–¡He dicho que ya está bien!


Ariana se quedó callada y luego se dedicó a tirarle palitos a Derek.


–Lo siento, Paula –se disculpó Pedro.


–¿Tan mal lo pasáis cuando viene tu hermana?


–Fatal. Sé que lo hace porque la preocupa Ariana, pero se pone muy pesada. Es una mujer con mucho carácter.


–Ya me imagino. Si es hermana tuya...


–Ariana y ella se pelean mucho. Mi hermana no tiene mucho tacto con los niños. Siempre ha
sido así.


Paula intentó imaginar una versión femenina de Pedro Alfonso y sintió un escalofrío.


–¿No puedes convencerla de que Ariana y tú sois felices estando solos?


–Lo he intentado –suspiró él–. Pero no hay manera. La verdad es que le debo mucho. Estela se quedó con nosotros cuando murió Ana y... no sé qué habría hecho sin ella. Vive en Canadá y tiene su propia familia, pero está empeñada en que vuelva a casarme.


–Entiendo.


–He intentado convencerla de que algún día conoceré a alguien, pero ella insiste en venir
todos los años para presentarme a un montón de divorciadas. Y la verdad es que me resulta
imposible pasarlo bien porque Ariana no quiere saber nada del asunto. Mi hija no quiere que
vuelva a casarme.