miércoles, 22 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 23




Para cuando sonó el timbre, Paula estaba completamente de los nervios. Era peor que su
primera cita, a los dieciséis años. Estirándose el jersey, se pasó una mano por el pelo y respiró
profundamente antes de abrir.


Pedro estaba detrás de Ariana y su corazón dio un vuelco al verlo. En otras circunstancias, además de abrazar a la niña, le hubiera dado a él un beso en la mejilla, pero sólo de pensarlo se le hacía un nudo en el estómago.


Ariana se sentó en el asiento trasero, con Derek, sin dejar de parlotear. Afortunadamente, porque
Paula no podía hilar dos frases con sentido. 


Además, estaba demasiado pendiente de la mano de Pedro en el cambio de marchas...


Fue un alivio salir del coche y concentrarse en el perro.


–Es listo, ¿verdad, papá?


–Lo suficiente como para saber que debe aprender a sentarse si quiere tener un plato de comida –contestó Pedro, resignado.


Después de enseñarle a sentarse y a volver cuando se lo llamaba, fueron a dar un paseo por el parque.


Hacía frío y el viento movía el pelo de Paula mientras Ariana corría con Derek delante de ellos.


Pedro caminaba a su lado, con las manos en los bolsillos del chaquetón, el pelo alborotado por el viento.


De vez en cuando Ariana volvía, con la carita roja y los ojos brillantes.


–¡Ojalá pudiéramos venir todas las semanas!


–Nunca te había gustado pasear –observó Pedro.


–Ahora que tengo perro es diferente. Me alegro tanto de que trabajes con mi padre, Paula...
¿Verdad que tú también te alegras, papá?


Ella estaba apartándose el pelo de la cara. El ejercicio había hecho que también estuviese un
poquito colorada, pensó.


–Desde luego, ha cambiado mi vida.


Paula no sabía cómo tomarse eso. ¿Le había cambiado la vida para bien o para mal? ¿O sería
sólo una broma?


–¿Cuándo vuelve Rosa? –preguntó, para cambiar de tema.


–No lo sabemos. Su madre sigue muy enferma, por lo visto. Por el momento, Ariana y yo nos
arreglamos como podemos.


–Es mucho mejor sin un ama de llaves –intervino la niña.


–No pensarás lo mismo cuando llegue tu tía Estela–suspiró Pedro–. Se quedará horrorizada
cuando vea que nadie cuida de ti.


–Tú cuidas de mí, tonto –replicó Ariana, tomando su mano.


–Tu tía dirá que no es suficiente. Y es verdad.


–¿Quién es Estela? –preguntó Paula.


–Es la hermana de mi papá. Y es muy mandona.


–Vive en Canadá –le explicó Pedro–. Y viene a Londres una vez al año para comprobar que
estamos bien. Tiene buen corazón, pero a veces es un poco... dominante.


–Mandona –corrigió Ariana.


–Un poco autoritaria –insistió Pedro, sin hacer caso de la niña, que seguía diciendo
«mandona» en voz baja–. Estela decidió hace unos años que mi hija necesitaba una madrastra y cada vez que viene a Londres me prepara una lista de mujeres que ella cree adecuadas para mí.


–Y siempre son horribles –intervino Ariana–. ¿Verdad, papá?


–Digamos que mi hermana no tiene las mismas ideas que yo sobre qué clase de madre necesita mi hija. Sé que lo hace con buena intención, pero me gustaría que dejase de organizar mi vida.


Paula se sintió intrigada.


–No me puedo imaginar a nadie intentando organizarte la vida.


–No conoces a mi hermana. La verdad es que Ariana y yo tememos sus visitas.


–¿Sabes lo que deberíamos hacer, papá?


–¿Qué?


–Deberíamos decirle que ya tienes novia, así la tía Estela no podría hacer nada –dijo Ariana
entonces.


–No creo que sea tan fácil engañarla –sonrió Pedro–. Insistiría en conocer a la novia y
tendríamos que buscar una, ¿no te parece?


–Podríamos pedírselo a Paula.


–¿Pedirme qué?


–Que seas la novia de mi papá, de mentira –contestó Ariana dando saltitos–. Podríais decirle que vais a casaros. ¡Así nos dejaría en paz de una vez!


–No hables así de tu tía, Ariana –la regañó Pedro. Después de eso, se quedaron los tres en silencio. Debía de ser una broma, pensó Paula. No podía ni imaginar que Pedro se lo tomara en serio.


–No creo que sea buena idea –dijo él entonces, como si hubiera leído sus pensamientos.


–¿Por qué no? A Paula no le importaría, ¿verdad que no, Paula? –preguntó Ariana con su expresión más inocente.


Paula emitió una especie de gruñido porque no sabía qué decir.


–Podría ser divertido –insistió la niña–. Imagínate la cara de tía Estela cuando le dijeras que ya has encontrado novia, papá. Yo creo que sería genial.


–Ya está bien, Ariana.


–¿Por qué no? Lo pasaríamos bien en lugar de tener que soportar a esas señoras horribles que nos presenta.


–¡He dicho que ya está bien!


Ariana se quedó callada y luego se dedicó a tirarle palitos a Derek.


–Lo siento, Paula –se disculpó Pedro.


–¿Tan mal lo pasáis cuando viene tu hermana?


–Fatal. Sé que lo hace porque la preocupa Ariana, pero se pone muy pesada. Es una mujer con mucho carácter.


–Ya me imagino. Si es hermana tuya...


–Ariana y ella se pelean mucho. Mi hermana no tiene mucho tacto con los niños. Siempre ha
sido así.


Paula intentó imaginar una versión femenina de Pedro Alfonso y sintió un escalofrío.


–¿No puedes convencerla de que Ariana y tú sois felices estando solos?


–Lo he intentado –suspiró él–. Pero no hay manera. La verdad es que le debo mucho. Estela se quedó con nosotros cuando murió Ana y... no sé qué habría hecho sin ella. Vive en Canadá y tiene su propia familia, pero está empeñada en que vuelva a casarme.


–Entiendo.


–He intentado convencerla de que algún día conoceré a alguien, pero ella insiste en venir
todos los años para presentarme a un montón de divorciadas. Y la verdad es que me resulta
imposible pasarlo bien porque Ariana no quiere saber nada del asunto. Mi hija no quiere que
vuelva a casarme.




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