sábado, 4 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 8





Pedro no supo si sorprenderse o enfurecerse. 


Tal vez lo que sentía era una mezcla de ambas cosas.


En primer lugar, Paula le había mentido. El espacio que había encima de la panadería no era un almacén, ni el lugar donde descansaba su octogenaria tía, sino un apartamento en toda regla, con una mesa, sillas, un sofá, una televisión… una cuna en un rincón y una manta amarilla llena de juguetes en medio del suelo.


En segundo lugar, Paula tenía un hijo. No estaba cuidando el de una amiga; ni lo había adoptado después de su separación. Aunque no lo hubiese estado amamantando cuando él había entrado, habría sabido que era suyo por el protector brillo de sus ojos y la expresión asustada de su rostro.


Y, para terminar, aquel niño era suyo. Estaba seguro. Podía sentirlo. Paula no habría intentado ocultarle que era madre si no hubiese sido suyo.


Además, sabía sumar dos más dos. Paula tenía que haberse quedado embarazada antes de su divorcio, o haberlo engañado con otro hombre. Y a pesar de las diferencias que los habían separado, la infidelidad nunca había sido una de ellas.


–¿Me quieres explicar qué está pasando aquí? –inquirió Pedro, metiéndose las manos en los bolsillos de los pantalones.


Lo hizo para evitar estrangular a alguien, en concreto, a ella.


Por el rabillo del ojo vio moverse una sombra y tía Helena apareció con una manta para tapar el pecho desnudo de Paula y la cabeza del bebé.


–Estaré abajo –murmuró Helena a su sobrina antes de fulminar a Pedro con la mirada–. Grita si me necesitas.


Pedro no supo qué era lo que disgustaba tanto a tía Helena, cuando allí la única víctima era él. A él le habían ocultado que era padre. No sabía cuánto tiempo tendría el bebé, pero teniendo en cuenta el tiempo que llevaban divorciados y el que duraba un embarazo, debía de tener entre cuatro y seis meses.


La tía Helena y Paula eran las malas de aquella película. Le habían mentido. Le habían ocultado aquello durante todo un año.


Pedro miró por encima de su hombro para comprobar que se habían quedado solos y dio otro amenazador paso al frente.


–¿Y bien?


Paula no respondió inmediatamente, se tomó el tiempo de colocar la manta para que le tapase el pecho, pero no el rostro del bebé. Luego suspiró y levantó el rostro para mirarlo a los ojos.


–¿Qué quieres que te diga? –le preguntó en voz baja.


Pedro apretó los dientes y cerró los puños con fuerza.


–Estaría bien que me dieses una explicación.


–Por entonces no lo sabía, pero me quedé embarazada antes de que firmásemos el divorcio. Nuestra relación no era precisamente cordial, así que no supe cómo decírtelo y, si te soy sincera, no pensé que te importase.


Aquello enfureció a Pedro.


–¿No pensaste que me importaría mi hijo? –rugió–. ¿Que iba a ser padre?


¿Qué clase de hombre creía que era? ¿Y si tan malo pensaba que era, por qué se había casado con él?


–¿Cómo sabes que es tuyo? –le preguntó Paula en voz baja.


Pedro rio con amargura.


–Buen intento, Paula, pero te conozco demasiado bien. No habrías roto los votos del matrimonio por tener una sórdida aventura. Y si hubieses conocido a alguien que te interesase de verdad mientras estábamos casados… 


Pedro se quedó callado de repente.


–¿Es por eso por lo que me pediste el divorcio? –le preguntó–. ¿Porque habías conocido a otro?


Sabía que Paula jamás le habría sido físicamente infiel, pero, emocionalmente, era otro tema.


Pedro había trabajado y viajado mucho durante su matrimonio y Paula se había quejado de que se sentía sola y de que la trataban como a una extraña en su propia casa, cosa que él podía entender, dado el carácter frío de su madre y que nunca le había importado la mujer con la que él se había casado.


¿Acaso no se lo había dejado claro desde que había llevado a Paula a casa y le había anunciado su compromiso?


No obstante, en esos momentos sabía que, a pesar de haber oído las quejas de Paula, no las había escuchado. Se había desentendido de su infelicidad y se había dejado consumir por el trabajo, diciéndose que era solo una fase, y
que Paula la superaría. Hasta recordaba haberle sugerido que se buscase algún pasatiempo con el que distraerse.


No era de extrañar que lo hubiese dejado, después de que el hombre que se suponía que debía amarla y mimarla más que nadie en el mundo, la hubiese tratado así. Pedro fue consciente de que lo había hecho muy mal.


Y eso significaba que, si Paula había conocido a otro, no podía culparla, ya que solo había intentado ser más feliz de lo que lo era con él.


La idea de que otro hombre la hubiese acariciado hizo que a Pedro se le nublase la vista, pero seguía sin poder culparla.


–¿Es eso? –volvió a preguntar.


De repente, necesitaba saberlo, aunque ya diese igual.


–No –respondió Paula en voz baja–. No hubo nadie más, al menos, en mi caso.


Él arqueó una ceja.


–¿Qué significa eso? ¿Piensas que yo te fui infiel?


–No lo sé, Pedro. Dímelo tú. Eso explicaría que pasases tanto tiempo supuestamente trabajando.


–Acababa de asumir el mando de la empresa, Paula. Había muchas cosas que requerían mi atención.


–Y, al parecer, yo no era una de ellas –murmuró Paula en tono amargo.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 7




Paula se quedó en la acera, delante de La Cabaña de Azúcar, viendo cómo Pedro se alejaba en dirección a las oficinas de Blake and Fetzer. No respiró hasta que no lo perdió de vista.


Entonces, en cuanto le cesó la presión del pecho y su corazón empezó a latir con normalidad, se giró y volvió a la panadería. 


Subió las escaleras que daban al apartamento que había en el primer piso. A medio camino, oyó la música favorita de su tía, de los años 40, y a Dany protestando.


Empezó a subir las escaleras de dos en dos y entró corriendo. Su tía estaba paseando de un lado a otro, intentando calmar al niño.


–Pobrecito –dijo Paula, tomando a su hijo en brazos.


–Gracias a Dios que estás aquí –comentó Helena aliviada–. Iba a darle un biberón, pero he esperado un poco porque sé que prefieres darle tú el pecho.


–Es cierto –le respondió Paula, acunando a Dany mientras iba a sentarse desabrochándose la blusa–. Muchas gracias.


–¿Cómo ha ido? ¿Se ha marchado ya Pedro? –le preguntó su tía.


–Sí, se ha marchado –murmuró ella.


Y se dio cuenta de que no estaba tan contenta como debiera. Había pensado que Pedro había salido de su vida para siempre, pero volver a verlo no había sido tan desagradable como había imaginado.


Le había bastado con ver sus ojos verdes para que le temblase todo el cuerpo.


Y enseñarle la panadería no había sido tan horrible. De hecho, si no hubiese sido por el secreto que escondía en el primer piso, tal vez hasta le hubiese invitado a una taza de café.


Lo que, en realidad, no era buena idea, así que tanto mejor que se hubiese marchado.


Tenía a Dany pegado contra el pecho, tranquilo después de haber empezado a comer, cuando Paula oyó pasos en las escaleras. Teniendo en cuenta que las dos únicas personas que sabían de la existencia del apartamento ya estaban en él, sospechó que iba a llevarse una desagradable sorpresa.


No tuvo tiempo suficiente para levantarse y esconder al bebé, ni a gritarle a su tía que se pusiese en la puerta. De repente, vio a su exmarido, sorprendido y furioso, en la puerta.




martes, 31 de diciembre de 2019

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 6





Le explicó a Pedro para qué servía cada cosa y cómo se dividían el trabajo entre su tía y ella. Se puso un guante de cocina en una mano y empezó a sacar galletas y pasteles y a dejarlos encima de una isla que había en el centro de la habitación.


–Muchas son recetas de tía Helena –le confesó–. Siempre le encantó la cocina, pero nunca había pensado dedicarse a ello. Yo no podía creer que no utilizase su talento para ganarse la vida, porque todo lo que hace está sumamente delicioso. A mí también se me da bien la cocina, he debido de heredarlo de ella –añadió, sonriendo de medio lado–. Así que, después de pensarlo, decidimos intentarlo juntas.


Pedro apoyó las manos en la isla y observó cómo trabajaba Paula, con movimientos graciosos y suaves, pero rápidos al mismo tiempo, como si hubiese hecho aquello cientos de veces antes, y pudiese repetirlo incluso con los ojos cerrados.


Él no quería cerrarlos, estaba disfrutando mucho, y volvía a estar sorprendido de lo mucho que la había echado de menos.


El divorcio había sido muy rápido. Paula le había anunciado de repente que no podía seguir viviendo así y que quería divorciarse. Y, en un par de meses, todo había terminado.


Pedro pensó que tenía que haber luchado más por su matrimonio. Al menos, tenía que haberle preguntado a Paula por qué quería dejarlo, qué era lo que necesitaba que él no le estaba dando.


Pero por entonces había estado muy ocupado con la empresa y con las exigencias de su familia, y había dejado que su orgullo decidiese que no quería estar casado con una mujer que no deseaba estar casada con él. Además, una parte de él había pensado que Paula estaba exagerando, que lo estaba amenazando con el divorcio porque no le había prestado toda la atención que hubiese debido.


Pero para cuando él había querido darse cuenta, ya había sido demasiado tarde.


–Blake me ha enseñado parte de las cuentas –le dijo–. Parece que os va bastante bien.


Ella asintió, sin molestarse en mirarlo.


–Nos va bien, pero podría ir mejor. Tenemos muchos gastos y algunos meses solo nos da para pagar el alquiler del local, pero estamos aguantando.


–Entonces, ¿por qué buscas un inversor?


Ella terminó lo que estaba haciendo y dejó la espátula y el guante de cocina y lo miró.


–Porque tengo una idea para ampliar –le dijo muy despacio, escogiendo sus palabras con cuidado–. Es una buena idea. Y creo que nos irá bien, pero tendremos que hacer obras y vamos a necesitar más dinero del que disponemos.


–¿Y cuál es la idea?


Ella se humedeció los labios con la lengua.


–Pedidos por correo. Con envíos una vez al mes para los socios y un catálogo con nuestros productos.


Pedro le pareció buena idea, teniendo en cuenta la calidad de los productos, hasta a él le gustaría tener una de sus cajas de galletas en casa una vez al mes.


Pero no se lo dijo a Paula. No iba a decírselo hasta que no decidiese si iba a invertir o no.


–Enséñame dónde haríais las obras –le pidió–. Supongo que tenéis algún almacén, ¿o estáis pensando en alquilar algún local contiguo?


Ella asintió.


–El local de al lado.


Paula comprobó lo que quedaba en el horno y salió de la cocina, con Pedro a sus espaldas. 


Pasaron por una estrecha escalera y apartada de la parte delantera de la tienda.


–¿Adónde lleva? –le preguntó él.


Y le pareció que Paula abría mucho los ojos y se quedaba pálida.


–A ninguna parte –le respondió primero, y luego añadió–: a un pequeño apartamento. Lo utilizamos como almacén y para que tía Helena se eche la siesta durante el día. Se cansa mucho.


Pedro arqueó una ceja. O había envejecido mucho en los últimos meses, o no podía creer que su tía Helena necesitase echarse la siesta.


Siguió a Paula hasta la calle y al local que había al lado, que estaba vacío.


A través del escaparate, Pedro se dio cuenta de que era la mitad que el local de La Cabaña de Azúcar y que estaba completamente vacío, lo que significaba que tampoco habría que hacer grandes obras.


Mientas él continuaba observando el local por el escaparate, Paula retrocedió y se quedó en medio de la acera.


–¿Qué te parece? –le preguntó.


Él se giró y vio cómo el sol de la tarde brillaba en su pelo. Sintió deseo, se le hizo un nudo en la garganta y notó cómo se ponía duro entre las piernas.


Tenía la sensación de que iba a hacerle falta mucho más que un divorcio para evitar que su cuerpo respondiese a ella como lo hacía. Tal vez algo como caer en coma.


Contuvo las ganas de dar un paso al frente y enterrar los dedos en su melena rizada, o de hacer algo igual de estúpido, como besarla hasta conseguir que le temblasen las rodillas y no pudiese controlarse, y le dijo:
–Creo que te ha ido muy bien sola.


Ella pareció sorprenderse con su comentario.


–Gracias.


–Necesitaré algo de tiempo para echarle un vistazo a los libros y hablar con Brian, pero si no te opones del todo a trabajar conmigo, es probable que esté interesado en invertir.


Si esperaba que Paula se lanzase a sus brazos, presa de la alegría, iba a llevarse una buena decepción. La vio asentir en silencio.


Pedro se dio cuenta de que no tenía ningún motivo para seguir allí.


–Bueno –murmuró, metiéndose las manos en los bolsillos y dándose la vuelta–. Supongo que ya está. Gracias por la visita, y por la degustación.


Se maldijo, se sentía como un adolescente en la primera cita.


–Seguiremos en contacto –añadió.


Paula se metió un mechón de pelo detrás de la oreja e inclinó la cabeza.


–Preferiría que me llamase Brian, si no te importa.


Claro que le importaba, pero apretó la mandíbula para no confesarlo. No obstante, entendía que Paula no quisiera hablar con él. 


Sospechaba que, por mucho dinero que ofreciese invertir en su empresa, era posible que Paula lo rechazase por principio.




HEREDERO OCULTO: CAPITULO 5





Pedro abrió los brazos para sujetar a Paula, que había salido veloz por las puertas de la cocina y había ido a aterrizar a su pecho. No fue un golpe
fuerte, pero lo pilló desprevenido. Cuando la tuvo agarrada, con su cuerpo pegado al de él, no quiso dejarla marchar.


Estaba más rellenita de lo que él recordaba, pero seguía oliendo a fresas y a nata, así que debía de seguir utilizando su champú favorito. Y a pesar de haberse cortado el pelo a la altura de los hombros, seguía teniendo los mismos rizos de color cobrizo suaves como la seda.


Estuvo a punto de levantar la mano para tocárselos, con los ojos clavados en los de ella, azules como zafiros, pero se contuvo. La soltó e inmediatamente echó de menos su calor.


–Te he dicho que esperases fuera –comentó ella, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua. Y pasándose la mano por la ajustada camisa.


Pedro pensó que, tratándose de su exmujer, no debería fijarse en esas cosas.


Aunque, al fin y al cabo, estaba divorciado, no muerto.


–Has tardado mucho. Además, es un establecimiento público. El cartel de la puerta dice que está abierto. Así que, si tanto te molesto, considérame un cliente.


Pedro se metió una mano en el bolsillo y sacó un par de billetes pequeños.


–Quiero un café solo y algo dulce. Lo que tú elijas.


Ella frunció el ceño y lo miró con desdén.


–Te he dicho que no quería tu dinero –le advirtió.


–Como quieras –respondió él, metiéndose el dinero otra vez en el bolsillo–. ¿Por qué no me enseñas la panadería? Que me haga a la idea de lo que haces aquí, de cómo empezaste y cómo están tus cuentas.


Paula resopló.


–¿Dónde está Brian? –le preguntó, mirando hacia la puerta del establecimiento.


–Le he dicho que vuelva a su despacho –respondió Pedro–. Dado que ya conoce tu negocio, no creo que necesite estar aquí. Pasaré a verlo, o lo llamaré, cuando hayamos terminado.


Paula frunció el ceño otra vez y lo miró, aunque no a los ojos.


–¿Qué pasa? –le preguntó él en tono de broma–. ¿Te da miedo estar a solas conmigo, Pau?


Ella frunció el ceño todavía más.


–Claro que no –replicó, cruzándose de brazos, lo que hizo que se le marcase el pecho todavía más–, pero no te emociones, porque no vamos a estar solos. Nunca.


Pedro, por mucho que lo intentó, no pudo evitar sonreír. Se había olvidado del carácter que tenía su mujer, y lo había echado de menos.


Si por él fuese, estarían a solas muy pronto, pero no se molestó en decírselo, ya que no quería verla explotar delante de sus clientes.


–¿Por dónde quieres que empecemos? –le preguntó Paula con resignación.


–Por donde tú prefieras –respondió él.


No tardó mucho en enseñarle la parte delantera de la panadería, que era pequeña, pero le explicó a cuántos clientes servían allí y cuántos se llevaban cosas para consumirlas fuera de la panadería. Y cuando él le preguntó qué había en cada vitrina, Paula le describió cada uno de los productos que trabajaban.


A pesar de estar incómoda con él allí, Pedro nunca la había visto hablar de algo con tanta pasión. Durante su matrimonio, había sido apasionada con él, en lo que respectaba a la intimidad, pero fuera del dormitorio, había estado mucho más contenida. Se había dedicado a pasar tiempo en el club de campo con su madre, o trabajando en alguna obra social, también con la madre de Pedro.


Se habían conocido en la universidad y Pedro tenía que admitir que él había sido el motivo por el que Paula no se había graduado. 


Había tenido demasiada prisa por casarse con ella, por que fuese suya en cuerpo y alma.


Pedro siempre había esperado que volviese a estudiar algún día, y la habría apoyado, pero Paula se había conformado con ser su mujer, estar guapa y ayudar a recaudar fondos para causas importantes.


En esos momentos, Pedro se preguntó si era eso lo que ella había querido, o si había tenido otras aspiraciones.


Porque nunca la había oído hablar con tanto entusiasmo de las obras benéficas.


También se preguntó si conocía de verdad a su exmujer, porque nunca había sabido que fuese tan buena cocinera. No obstante, después de haber probado un par de sus creaciones, decidió que aquel negocio podía tener éxito, que incluso podría llegar a ser una mina de oro.


Terminó el último trozo de magdalena de plátano que Paula le había dado a probar y se chupó los dedos.


–Delicioso –admitió–. ¿Por qué nunca preparabas cosas así cuando estábamos casados?


–Porque a tu madre no le habría gustado verme en la cocina –replicó ella en tono tenso–. Tal vez la casa pertenezca a la familia Alfonso, pero tu madre la dirige como si fuese una dictadura.


Pedro pensó que tenía razón. Eleanora Alfonso era una mujer rígida, que había crecido entre lujos y estaba acostumbrada a tener servicio. 


Era cierto que no le hubiese gustado que su nuera hiciese algo tan mundano como cocinar, por mucho talento que tuviese.


–Pues tenías que haberlo hecho de todos modos –le dijo Pedro.


Por un minuto, Paula guardó silencio y apretó los labios. Luego murmuró:
–Tal vez.


Se dio la media vuelta y se alejó del mostrador.


Empujó unas puertas dobles amarillas y entró en la cocina, donde hacía más calor y olía todavía mejor.