domingo, 13 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 45




Paula se despertó temprano, antes incluso de que amaneciera. La verdad era que ni siquiera estaba segura de haber dormido. Se quedó tumbada en la cama con los ojos cerrados. 


Estaba en el limbo, a medio camino entre la inconsciencia y los recuerdos de lo que había pasado.


Había besado a Pedro Alfonso.


No había previsto que sucediera algo así y no sabía que hacer al respecto.


Salió de la habitación en busca de una buena taza de café. Pidió una en la cafetería del hotel y la sacó a la piscina. Se sentó en una de las tumbonas y revivió en su mente, una vez más, la escena de la noche anterior, hasta el momento en que Pedro la había acompañado a la puerta de su habitación.


Había un momento que recordaba con especial intensidad. Los dos estaban frente a la puerta y la luz iluminaba la cara de ese hombre. Vio algo en sus ojos que no había visto hasta entonces. 


Parecía haber cambiado la opinión que tenía de ella, era como si la viera con otros ojos.


Y lo cierto era que la noche anterior se había abierto a él como no lo había hecho con ninguna otra persona. Se había mostrado tal y como era, con toda la vulnerabilidad que eso implicaba. 


Incluso en ese instante, recordándolo, tenía la misma sensación de inseguridad. Era como si se hubiera paseado por el centro de Nueva York completamente desnuda. Delante de todo el mundo.


Se sentía avergonzada. Lo que más le apetecía era quedarse allí sentada todo el día y no tener que enfrentarse a nadie. Pero, por otro lado, una parte de su ser parecía sentirse aliviada y liberada.


Pensó en la relación que había tenido con su padre. Siempre intentaba no pensar en ello porque le hacía demasiado daño, pero eso no solucionaba nada.


Se arrepentía de las decisiones que había tomado en su vida y de que él hubiera muerto sin que arreglaran la situación entre ellos. Era algo que nunca podría cambiar.


Le había contado a Pedro alguna de esas cosas. Había abierto la puerta de su alma y el había podido ver cómo era por dentro. Lo que más le sorprendía era que no hubiera salido despavorido.


Abrió los ojos y miró el cielo. Azul y brillante. 


Nada que ver con cómo se sentía ese día.



****

Pedro y Hernan se acercaron al puerto a las siete para ver si todo estaba bien en el barco. Pedro conducía un todoterreno que habían alquilado.


Miró a Hernan. Tenía la cabeza apoyada en el respaldo y llevaba gafas de sol.


—Estás muy callado esta mañana —le dijo.


—Estoy pensando.


—¿En qué?


—¿Tú que crees?


—En las mujeres.


—Sí, en las mujeres —confesó Hernan.


—¿En alguna en particular?


—Puede…


—¿En Margo?


—Soy un auténtico canalla.


—Si lo dices por la relación que tienes con las mujeres, no esperes que te contradiga. Sí, eres un auténtico canalla, pero te gusta serlo. ¿No es eso lo que te divierte?


—Bueno, siempre me había parecido una buena estrategia…


—¿Y has cambiado de opinión?


—No lo sé.


Pedro suspiró y sacudió la cabeza.


—Nunca pensé que viviría lo suficiente como para ver esto. ¡Hernan Smith se ha convertido!


—Yo no iría tan lejos —repuso Hernan mirándolo por encima de las gafas de sol.


—Pero parece que esta vez has caído en las redes de una mujer.


—Yo podría decirte lo mismo, Pedro.


—Podrías decírmelo, pero eso no implica que tengas razón.


—¿No? ¿Cómo explicas entonces que te viera besando a Paula en la playa?


—No voy a preguntarte cómo conseguiste verlo —repuso Pedro sin dejar de mirar a la carretera.


—Se me ocurrió dar un paseo después de cenar. Y parece que no fui el único con la misma idea.


—Sólo fue un beso —se defendió el capitán.


—Sólo uno, pero muy largo.


—¿Qué pasa? ¿Lo cronometraste?


Hernan se rió con ganas.


—Estuve a punto de quedarme para aplaudirte… ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dos años?


—La verdad es que no he estado contando los días.


—De eso me encargo yo. Sí, han pasado dos años.


—Gracias por recordármelo.


—¿Mereció la pena esperar tanto?


—Hernan… —le dijo él a modo de advertencia.


—Sólo es una pregunta.


Miró por la ventana hacia el mar, no quería que Hernan pudiera interpretar la expresión de su rostro.


—Sí —le dijo con sinceridad—. Mereció la pena.


—¡Ya era hora!


Pedro intentó no sonreír al ver el entusiasmo de su amigo.


—Ya puedes dar por concluida tu campaña para salvar mi vida y dedicarte a perseguir a algún otro incauto.


—No, no he terminado contigo. Todavía pueden pasar muchas más cosas…


—No creo que las cosas vayan más allá de lo de anoche.


—Entiendo, un beso y tienes suficiente.


—No es lo que piensas, Hernan.


—¿Qué es, entonces?


—Ella no es como piensas —le dijo mientras recordaba la cara de Paula en la playa y todo lo que le había confesado.


—Lo que quieres decir es que no es el tipo de mujer con el que se puede tener sólo una aventura.


—No —repuso él—. Y, por si no lo habías notado, Margo tampoco lo es.


—Ya me había dado cuenta.


—Entonces, ¿me vas a contar ahora por que estás tan apagado esta mañana?


—Margo me dijo anoche que ella no me persigue.


Pedro no pudo contenerse y estalló en carcajadas.


—Eso, eso. Ríete a mi costa. Muchas gracias.


—¿No es eso lo que querías? ¿Que no fuera detrás de ti?


—Sí. Claro, eso es.


—¿Entonces?


—Bueno, no me gusta que la gente piense que soy un canalla.


—Ya… No te importa comportarte como tal, pero no quieres que la gente lo piense, ¿verdad?


—Algo así…


—Venga, Hernan. ¿Dónde está tu sentido del humor? ¿No es este el tipo de vida que querías?


—Supongo —repuso con poco ánimo.


—Pero ahora te has parado a pensar y crees que te gustaría cambiar de estrategia, ¿no?


—No, no es eso.


—De acuerdo. No quieres cambiar, pero tampoco quieres que te vean como a un canalla.


—Eso es.


—Y tus motivos no son nada egoístas, ¿verdad? —le preguntó con ironía.


—Vaya, parece que esta mañana te has levantado con la suficiente confianza como para opinar sobre todo. Es increíble lo que un beso puede conseguir después de tanto tiempo.


Pedro sacudió la cabeza y los dos siguieron en silencio hasta el puerto. Aparcó y caminaron hasta donde el Gaby estaba atracado. Dos hombres con camisetas y bermudas de colores estaban de pie al lado del barco.


—¿Es este su barco? —le preguntó el más alto.


—Sí —repuso él—. ¿Pasa algo?


—Nuestro vigilante nocturno oyó un ruido y encontró a un par de hombres a bordo sobre las tres de la mañana. Nos dijo que parecía que estaban buscando algo, pero salieron corriendo en cuanto él les dio el alto.


Miró a Hernan con preocupación.


—¿Otra vez? —preguntó Hernan completamente estupefacto.


—Gracias, chicos —les dijo Pedro a los dos hombres—. Vamos a echar un vistazo ahora.


Hernan comenzó por la proa y él por la popa del barco. Un par de puertas tenían agujeros en ellas, como si hubieran intentado abrirlas con una palanca. Hernan le dijo que había encontrado el mismo problema en algunas cerraduras.


—Parece demasiada casualidad para que los dos incidentes no estén relacionados —le dijo—. ¿Echas algo en falta, Pedro?


—No, nada mío.


No entendía lo que estaba pasando. El hombre que les había hablado en el muelle subió a bordo.


—Siento mucho los daños, es bastante común que haya robos en los barcos, por eso tenemos un vigilante por las noches. Pero supongo que no llegó a tiempo.


—¿Roban mucho?


—Sí, por desgracia, así es.


—Bueno, vamos a seguir mirando —le dijo Pedro al hombre.


—Es una pena que no avisen de los robos antes de que decidas dejar aquí tu barco una noche, ¿verdad? —le dijo Hernan al oído.


—Sí…


Fueron hasta el motor y vieron que había sido dañado también con una palanca.


—Mira esto, Hernan. Parece que vamos a tener que pasar otra noche más aquí.


—Eso parece…




LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 44





Hernan estaba nervioso y no sabía por qué.


Había sido sincero con Paula cuando le dijo que no quería que Margo se hiciera ideas equivocadas sobre ellos dos. Aunque sabía que le habría parecido un auténtico canalla. Y probablemente lo fuera.


Pero creía que era mejor ser claro y no engañar a nadie. Era preferible a fingir ser otra persona y herir los sentimientos de otras personas.


En su cabeza todo estaba muy claro, pero no explicaba por que se sintió tan mal cuando pasó por el vestíbulo del hotel y vio a Margo sentada en la terraza con un libro. Sus ojos no estaban leyendo, sino que estaban perdidos en el horizonte.


Se detuvo un minuto y la observó. Le pareció que estaba guapísima esa noche. Era la misma Margo que acababa de conocer unos días atrás, pero en una versión más cuidada y viva. Llevaba el pelo recogido en una coleta. Unas simples perlas adornaban sus orejas.


Las hermanas Granger le habían comentado esa tarde que Paula había estado mejorando un poco la imagen de Margo. Los resultados le parecieron espectaculares. La estudiosa y tímida profesora de Harvard se había transformado en una mujer muy atractiva.


Sabía que lo mejor que podía hacer era dejarla sola, pero no pudo evitar ir hacia ella.


—Hola —le dijo él.


Ella se sobresaltó.


—Hola —le contestó mientras cerraba el libro.


—¿Te apetece tomar algo?


Margo comenzó a negar con la cabeza, pero cambió de opinión.


—Bueno, ¿por qué no?


Se sentó a su lado.


—¡Vaya! ¡Que entusiasmo! —exclamó con ironía—. Y, ¿qué le apetece, señora?


—¿Qué me apetece? —repitió ella con voz suave.


Sus palabras hicieron que se le acelerara el pulso y, raro en él, se quedó sin palabras.


Lo salvó una camarera que se acercó para ver si querían tomar algo. Pidieron unos zumos.


—La cena ha sido buenísima, ¿verdad? —comentó él después de que se fuera la camarera.


—Sí, lo fue. Te fuiste muy rápido en cuanto terminamos…


—Sí… —admitió él.


Pero no supo cómo explicarle lo que le estaba pasando, porque ni él mismo lo entendía.


Margo se quedó mirándolo unos instantes. 


Después suspiró.


—Mira, Hernan. Lo entiendo, ¿de acuerdo? No eres de los que se comprometen. No tengo mucha experiencia con los hombres, pero hasta yo me di cuenta de eso en cuanto te conocí. No tienes de qué preocuparte, no espero nada. De hecho, eso hace las cosas más fáciles. Así que, la próxima vez que sientas que tienes que huir de mí, recuerda que no te estoy persiguiendo.


Hernan abrió la boca para protestar, pero la cerró al ver que no sabía que decirle. Ella parecía conocerlo a la perfección y no quería insultar su inteligencia negándoselo.


—Margo…


La camarera llegó entonces con las bebidas, en el momento menos oportuno.


—He cambiado de opinión —le dijo Margo mirando los zumos y levantándose—. Creo que me voy a la cama. Estoy bastante cansada. Ha sido un día muy largo.


Hernan no pudo esconder su desconcierto.


—Buenas noches, Hernan —se despidió ella saliendo del vestíbulo y yendo hacia las habitaciones.


Él también se levantó, pero ya era demasiado tarde. Se contuvo para no llamarla e intentar detenerla.




sábado, 12 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 43




Pedro la vio en la playa, cerca del agua. Era ya tarde, pero se sentía demasiado agitado como para irse a la cama. Había salido a la playa pensando que le vendría bien pasear un poco y relajarse.


Dejó que sus pies se hundieran en la arena y metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros. Observó su perfil a la luz de la luna. 


Su sentido común le decía que se diera la vuelta y volviera a entrar en el hotel. Debía dejarla sola.


Pero había algo más fuerte que él atrayéndolo hacia esa mujer. No encontró la voluntad necesaria para irse de allí.


Cruzó la playa y se detuvo justo detrás de ella.


—No deberías estar aquí sola —le dijo.


Paula levantó la vista. Creía que habría sorpresa en sus ojos, pero no la encontró. Se preguntó si habría estando esperándolo.


—Esto es tan agradable… —murmuró ella—. No me apetecía acostarme aún.


—A mí me pasa igual —dijo él sentándose a su lado—. El océano crea adicción, ¿verdad?


—Sí. Da tanta paz… Desde aquí, mi vida real parece estar en otro mundo, muy lejos de todo esto.


Él se quedó callado unos segundos antes de hablar.


—Quizá por eso me gusta tanto —le confesó.


—¿El qué? ¿No tener nada permanente y viajar siempre de un lado a otro?


—Algo así.


—Supongo que está bien, pero hay un problema.


—¿Cuál?


—Que no puedes escapar de ti mismo, de lo que llevas en tu interior.


Se quedaron en silencio durante unos minutos, escuchando las olas acariciando rítmicamente la arena. No quería admitir que Paula tenía razón, aunque sabía que era así. Fuera donde fuera, llevaba en su interior el dolor de haber perdido a su hija y el peso de sus errores.


—Lo que hiciste esta mañana por esa mujer y su bebé… Fue admirable. De verdad.


Ella se quedó ensimismada mirando el negro mar.


—¿No te has preguntado nunca por que algunos tenemos vidas estupendas y otros no tienen nada?


—Bueno, algunas veces…


Paula se inclinó hacia delante y apoyó la cara en sus rodillas.


—Cuando miro a gente como esa joven, no puedo dejar de pensar en cómo he…


No terminó la frase y apretó los labios como para impedir que las palabras fluyeran.


—¿En qué?


Se quedó callada y él esperó pacientemente.


—No puedo dejar de pensar en cómo he echado a perder todo lo que me ha sido entregado.


Parecía muy triste y sus palabras le llegaron al alma.


—Seguro que no es para tanto.


Ella rió con amargura.


—Sí, sí que lo es. Créeme.


—Me da la impresión de que estás siendo demasiado dura contigo misma.


—No —repuso ella—. De hecho, ése es el problema. No he sido lo bastante dura. Cuando no te permites tomarte las cosas en serio, es fácil dejarte llevar por la corriente, hacer unos estudios que no te importan demasiado y seguir con tu vida. Después, un día, alguien te muestra un espejo y ves exactamente lo que no has querido ver durante toda tu vida. Eso es lo que la mujer de esta mañana ha sido para mí, un espejo —le dijo con voz temblorosa—. Y no me gustó nada lo que vi.


De todas las conversaciones que podría haberse imaginado teniendo con Paula en la playa, aquélla no era una de ellas. Pensó en la mujer que había visto frente a su barco en el puerto de Miami unos días antes. La Paula que tenía delante no se parecía en nada a esa mujer.


—¿De que es de lo que te arrepientes? —le preguntó el.


—De muchas cosas. Pero lo peor ha sido pensar que no importaba ninguna de las decisiones que tomara en mi vida porque, hiciera lo que hiciera, nunca iba a poder satisfacer las expectativas de mi padre.


—¿Qué es lo que él esperaba de ti?


Ella se quedó de nuevo callada.


—Creo que esperaba que fuera como él, que siguiera sus pasos. Él nació en una familia muy pobre. Su padre era minero y murió de una enfermedad de pulmón cuando mi padre tenía sólo doce años. Decidió entonces que tendría una vida distinta y lo consiguió. A los veinticuatro había inventado y patentado un sistema de embotellado que consiguió hacerlo multimillonario a los treinta.


—¡Vaya! ¡Asombroso!


—Así era él, un hombre asombroso. Pero nunca podía dejar de trabajar. Supongo que su infancia lo había marcado tanto que no podía relajarse y disfrutar de lo que tenía.


—¿Y quería que tú fueras igual?


Paula se encogió de hombros.


—No sé a ciencia cierta que esperaba de mí. Mis notas nunca eran lo suficientemente buenas para él, mi elección de universidad tampoco estaba a la altura. Cuando le decía que quería pintar, que quería ser artista, se negaba a hablar del tema.


—Sería muy duro…


—Durante un tiempo, estuve muy enfadada con él. Después decidí que iba a vivir según lo que él esperaba de mí y me convertí en la mimada niña rica en la que él nunca quiso que me convirtiera. Fue así como arruiné mi vida.


—No parece que te vaya tan mal.


—No dejes que el exterior te engañe.


—Así que eres artista… ¿Qué es lo que haces?


—Solía pintar.


—¿Y ya no lo haces?


Paula negó con la cabeza.


—Hace mucho que no pinto.


—¿Por qué no?


—No lo sé. Supongo que tenía miedo de no ser lo bastante buena. O quizá tuviera miedo de descubrir que tenía talento…


—¿Sabes qué? La gente se gasta miles de dólares en terapia para conseguir contestar ese tipo de preguntas.


Ella sonrió.


—Pero me da la impresión de que tú ya tienes las respuestas —añadió.


Paula lo miró con sorpresa en los ojos. Se preguntó si alguien habría confiado antes en ella.


La noche era cada vez más oscura. Sólo tenían las luces del hotel a lo lejos. Toda la atmósfera creaba una extraña sensación de intimidad a su alrededor, como si fueran las únicas dos personas en toda la isla.


Se miraron durante largo tiempo. No sabía que le pasaba, pero no podía apartar la vista. Alargó la mano y le acarició la mejilla, limpiando una lágrima solitaria que bajaba por su piel.


Era como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor. Su respiración era lo único que rompía el intenso silencio. Recordó entonces lo que era desear a una mujer. Podía sentirlo en su sangre y en su pulso.


Pedro… —murmuró ella.


Era una pregunta o un ruego.


No podía hablar y colocó un dedo en sus labios. 


Después cerró los ojos, inclinó la cabeza y la besó.


Ella no se apartó, sino que lo besó también y rodeó su cuello con los brazos. La abrazó con fuerza y se sintió verdaderamente cómodo por primera vez en su vida. Aquel beso era el más natural que había dado nunca, como si los dos lo hubieran estado esperando, como si tuviera que ocurrir y fuera parte de su destino.


Paula era tan cálida y suave que no quería dejar de besarla, quería seguir abrazándola hasta que descubriera por qué aquello estaba siendo tan distinto a todas sus relaciones anteriores.