domingo, 13 de octubre de 2019

LOS SECRETOS DE UNA MUJER: CAPITULO 44





Hernan estaba nervioso y no sabía por qué.


Había sido sincero con Paula cuando le dijo que no quería que Margo se hiciera ideas equivocadas sobre ellos dos. Aunque sabía que le habría parecido un auténtico canalla. Y probablemente lo fuera.


Pero creía que era mejor ser claro y no engañar a nadie. Era preferible a fingir ser otra persona y herir los sentimientos de otras personas.


En su cabeza todo estaba muy claro, pero no explicaba por que se sintió tan mal cuando pasó por el vestíbulo del hotel y vio a Margo sentada en la terraza con un libro. Sus ojos no estaban leyendo, sino que estaban perdidos en el horizonte.


Se detuvo un minuto y la observó. Le pareció que estaba guapísima esa noche. Era la misma Margo que acababa de conocer unos días atrás, pero en una versión más cuidada y viva. Llevaba el pelo recogido en una coleta. Unas simples perlas adornaban sus orejas.


Las hermanas Granger le habían comentado esa tarde que Paula había estado mejorando un poco la imagen de Margo. Los resultados le parecieron espectaculares. La estudiosa y tímida profesora de Harvard se había transformado en una mujer muy atractiva.


Sabía que lo mejor que podía hacer era dejarla sola, pero no pudo evitar ir hacia ella.


—Hola —le dijo él.


Ella se sobresaltó.


—Hola —le contestó mientras cerraba el libro.


—¿Te apetece tomar algo?


Margo comenzó a negar con la cabeza, pero cambió de opinión.


—Bueno, ¿por qué no?


Se sentó a su lado.


—¡Vaya! ¡Que entusiasmo! —exclamó con ironía—. Y, ¿qué le apetece, señora?


—¿Qué me apetece? —repitió ella con voz suave.


Sus palabras hicieron que se le acelerara el pulso y, raro en él, se quedó sin palabras.


Lo salvó una camarera que se acercó para ver si querían tomar algo. Pidieron unos zumos.


—La cena ha sido buenísima, ¿verdad? —comentó él después de que se fuera la camarera.


—Sí, lo fue. Te fuiste muy rápido en cuanto terminamos…


—Sí… —admitió él.


Pero no supo cómo explicarle lo que le estaba pasando, porque ni él mismo lo entendía.


Margo se quedó mirándolo unos instantes. 


Después suspiró.


—Mira, Hernan. Lo entiendo, ¿de acuerdo? No eres de los que se comprometen. No tengo mucha experiencia con los hombres, pero hasta yo me di cuenta de eso en cuanto te conocí. No tienes de qué preocuparte, no espero nada. De hecho, eso hace las cosas más fáciles. Así que, la próxima vez que sientas que tienes que huir de mí, recuerda que no te estoy persiguiendo.


Hernan abrió la boca para protestar, pero la cerró al ver que no sabía que decirle. Ella parecía conocerlo a la perfección y no quería insultar su inteligencia negándoselo.


—Margo…


La camarera llegó entonces con las bebidas, en el momento menos oportuno.


—He cambiado de opinión —le dijo Margo mirando los zumos y levantándose—. Creo que me voy a la cama. Estoy bastante cansada. Ha sido un día muy largo.


Hernan no pudo esconder su desconcierto.


—Buenas noches, Hernan —se despidió ella saliendo del vestíbulo y yendo hacia las habitaciones.


Él también se levantó, pero ya era demasiado tarde. Se contuvo para no llamarla e intentar detenerla.




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