Paula se despertó temprano, antes incluso de que amaneciera. La verdad era que ni siquiera estaba segura de haber dormido. Se quedó tumbada en la cama con los ojos cerrados.
Estaba en el limbo, a medio camino entre la inconsciencia y los recuerdos de lo que había pasado.
Había besado a Pedro Alfonso.
No había previsto que sucediera algo así y no sabía que hacer al respecto.
Salió de la habitación en busca de una buena taza de café. Pidió una en la cafetería del hotel y la sacó a la piscina. Se sentó en una de las tumbonas y revivió en su mente, una vez más, la escena de la noche anterior, hasta el momento en que Pedro la había acompañado a la puerta de su habitación.
Había un momento que recordaba con especial intensidad. Los dos estaban frente a la puerta y la luz iluminaba la cara de ese hombre. Vio algo en sus ojos que no había visto hasta entonces.
Parecía haber cambiado la opinión que tenía de ella, era como si la viera con otros ojos.
Y lo cierto era que la noche anterior se había abierto a él como no lo había hecho con ninguna otra persona. Se había mostrado tal y como era, con toda la vulnerabilidad que eso implicaba.
Incluso en ese instante, recordándolo, tenía la misma sensación de inseguridad. Era como si se hubiera paseado por el centro de Nueva York completamente desnuda. Delante de todo el mundo.
Se sentía avergonzada. Lo que más le apetecía era quedarse allí sentada todo el día y no tener que enfrentarse a nadie. Pero, por otro lado, una parte de su ser parecía sentirse aliviada y liberada.
Pensó en la relación que había tenido con su padre. Siempre intentaba no pensar en ello porque le hacía demasiado daño, pero eso no solucionaba nada.
Se arrepentía de las decisiones que había tomado en su vida y de que él hubiera muerto sin que arreglaran la situación entre ellos. Era algo que nunca podría cambiar.
Le había contado a Pedro alguna de esas cosas. Había abierto la puerta de su alma y el había podido ver cómo era por dentro. Lo que más le sorprendía era que no hubiera salido despavorido.
Abrió los ojos y miró el cielo. Azul y brillante.
Nada que ver con cómo se sentía ese día.
****
Pedro y Hernan se acercaron al puerto a las siete para ver si todo estaba bien en el barco. Pedro conducía un todoterreno que habían alquilado.
Miró a Hernan. Tenía la cabeza apoyada en el respaldo y llevaba gafas de sol.
—Estás muy callado esta mañana —le dijo.
—Estoy pensando.
—¿En qué?
—¿Tú que crees?
—En las mujeres.
—Sí, en las mujeres —confesó Hernan.
—¿En alguna en particular?
—Puede…
—¿En Margo?
—Soy un auténtico canalla.
—Si lo dices por la relación que tienes con las mujeres, no esperes que te contradiga. Sí, eres un auténtico canalla, pero te gusta serlo. ¿No es eso lo que te divierte?
—Bueno, siempre me había parecido una buena estrategia…
—¿Y has cambiado de opinión?
—No lo sé.
Pedro suspiró y sacudió la cabeza.
—Nunca pensé que viviría lo suficiente como para ver esto. ¡Hernan Smith se ha convertido!
—Yo no iría tan lejos —repuso Hernan mirándolo por encima de las gafas de sol.
—Pero parece que esta vez has caído en las redes de una mujer.
—Yo podría decirte lo mismo, Pedro.
—Podrías decírmelo, pero eso no implica que tengas razón.
—¿No? ¿Cómo explicas entonces que te viera besando a Paula en la playa?
—No voy a preguntarte cómo conseguiste verlo —repuso Pedro sin dejar de mirar a la carretera.
—Se me ocurrió dar un paseo después de cenar. Y parece que no fui el único con la misma idea.
—Sólo fue un beso —se defendió el capitán.
—Sólo uno, pero muy largo.
—¿Qué pasa? ¿Lo cronometraste?
Hernan se rió con ganas.
—Estuve a punto de quedarme para aplaudirte… ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dos años?
—La verdad es que no he estado contando los días.
—De eso me encargo yo. Sí, han pasado dos años.
—Gracias por recordármelo.
—¿Mereció la pena esperar tanto?
—Hernan… —le dijo él a modo de advertencia.
—Sólo es una pregunta.
Miró por la ventana hacia el mar, no quería que Hernan pudiera interpretar la expresión de su rostro.
—Sí —le dijo con sinceridad—. Mereció la pena.
—¡Ya era hora!
Pedro intentó no sonreír al ver el entusiasmo de su amigo.
—Ya puedes dar por concluida tu campaña para salvar mi vida y dedicarte a perseguir a algún otro incauto.
—No, no he terminado contigo. Todavía pueden pasar muchas más cosas…
—No creo que las cosas vayan más allá de lo de anoche.
—Entiendo, un beso y tienes suficiente.
—No es lo que piensas, Hernan.
—¿Qué es, entonces?
—Ella no es como piensas —le dijo mientras recordaba la cara de Paula en la playa y todo lo que le había confesado.
—Lo que quieres decir es que no es el tipo de mujer con el que se puede tener sólo una aventura.
—No —repuso él—. Y, por si no lo habías notado, Margo tampoco lo es.
—Ya me había dado cuenta.
—Entonces, ¿me vas a contar ahora por que estás tan apagado esta mañana?
—Margo me dijo anoche que ella no me persigue.
Pedro no pudo contenerse y estalló en carcajadas.
—Eso, eso. Ríete a mi costa. Muchas gracias.
—¿No es eso lo que querías? ¿Que no fuera detrás de ti?
—Sí. Claro, eso es.
—¿Entonces?
—Bueno, no me gusta que la gente piense que soy un canalla.
—Ya… No te importa comportarte como tal, pero no quieres que la gente lo piense, ¿verdad?
—Algo así…
—Venga, Hernan. ¿Dónde está tu sentido del humor? ¿No es este el tipo de vida que querías?
—Supongo —repuso con poco ánimo.
—Pero ahora te has parado a pensar y crees que te gustaría cambiar de estrategia, ¿no?
—No, no es eso.
—De acuerdo. No quieres cambiar, pero tampoco quieres que te vean como a un canalla.
—Eso es.
—Y tus motivos no son nada egoístas, ¿verdad? —le preguntó con ironía.
—Vaya, parece que esta mañana te has levantado con la suficiente confianza como para opinar sobre todo. Es increíble lo que un beso puede conseguir después de tanto tiempo.
Pedro sacudió la cabeza y los dos siguieron en silencio hasta el puerto. Aparcó y caminaron hasta donde el Gaby estaba atracado. Dos hombres con camisetas y bermudas de colores estaban de pie al lado del barco.
—¿Es este su barco? —le preguntó el más alto.
—Sí —repuso él—. ¿Pasa algo?
—Nuestro vigilante nocturno oyó un ruido y encontró a un par de hombres a bordo sobre las tres de la mañana. Nos dijo que parecía que estaban buscando algo, pero salieron corriendo en cuanto él les dio el alto.
Miró a Hernan con preocupación.
—¿Otra vez? —preguntó Hernan completamente estupefacto.
—Gracias, chicos —les dijo Pedro a los dos hombres—. Vamos a echar un vistazo ahora.
Hernan comenzó por la proa y él por la popa del barco. Un par de puertas tenían agujeros en ellas, como si hubieran intentado abrirlas con una palanca. Hernan le dijo que había encontrado el mismo problema en algunas cerraduras.
—Parece demasiada casualidad para que los dos incidentes no estén relacionados —le dijo—. ¿Echas algo en falta, Pedro?
—No, nada mío.
No entendía lo que estaba pasando. El hombre que les había hablado en el muelle subió a bordo.
—Siento mucho los daños, es bastante común que haya robos en los barcos, por eso tenemos un vigilante por las noches. Pero supongo que no llegó a tiempo.
—¿Roban mucho?
—Sí, por desgracia, así es.
—Bueno, vamos a seguir mirando —le dijo Pedro al hombre.
—Es una pena que no avisen de los robos antes de que decidas dejar aquí tu barco una noche, ¿verdad? —le dijo Hernan al oído.
—Sí…
Fueron hasta el motor y vieron que había sido dañado también con una palanca.
—Mira esto, Hernan. Parece que vamos a tener que pasar otra noche más aquí.
—Eso parece…
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