sábado, 20 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 18




Pedro se inclinó sobre su escritorio, examinado las fotografías del último asesinato. Esa vez el asesino no había limpiado la sangre, al contrario que con las víctimas anteriores. Le había seccionado la carótida izquierda, sin desnudarla ni disponer el cadáver como si estuviera posando para alguna revista pornográfica. Y no había señales visibles de tortura física.


—Un canalla con la sangre bien fría, ¿eh? —comentó Corky entre bocado y bocado de donut. 


Estaba repantigado en su silla, frente a Pedro, con los pies apoyados sobre la mesa.


Corky Brown era un buen compañero. Lo único que se le podía criticar eran sus modales irreverentes y su afición por la comida basura. 


Lo cual a Pedro le daba exactamente igual.


—Sí. Tan frío como eficaz. Un pequeño corte en el lugar preciso.


—Ese tipo sabe lo que se hace. Esparce a propósito todo tipo de muestras de ADN como si fuera confeti. Fluidos corporales, sangre, cabellos… todo ello colocado sobre la ropa de las víctimas, y algo sobre sus cuerpos, cuidadosamente lavados. Muestras de ADN de una docena de personas diferentes, por lo menos. Y probablemente ninguna de ellas es suya.


—Supongo que tendremos que esperar al informe del forense antes de sacar alguna conclusión sobre el modus operandi de este último crimen —pronunció Pedro—. Pero lo que sí sabemos es que esta vez ha alterado un poco su estilo. No ha lavado a la víctima, no la ha desnudado y, aparentemente, no la ha movido después de matarla. La ha dejado literalmente bañada en sangre.


—Quizá no se trate del mismo hombre —apuntó Corky, levantando su lata de cerveza—. Tal vez se trate de un caso de imitación, sobre todo cuando algunos detalles del estilo del asesino, como el del corte en la carótida, han sido filtrados a la prensa. Así que es posible que nos las estemos viendo con dos asesinos. Gracioso, ¿no?


—Yo sigo pensando que se trata del mismo hombre.


—¿Cómo explicas entonces esos cambios?


—Tal vez ocurrió algo que lo obligó a darse prisa, o quizá se haya relajado un tanto ahora que su récord de asesinatos está tan crecido.


—Tal vez. Estoy seguro de que la especialista en perfiles criminales podrá aportarnos algo. Supongo que tardará todavía algunos días en exponer los resultados de sus investigaciones, mientras analiza los nuevos datos. Por cierto, ¿qué tal te ha ido con la señora Chaves?


—Ya te lo he dicho todo. Afirma no conocer a nuestra víctima.


—Eso ya lo sé. Cuéntame lo más sabroso. ¿Cómo llegaste a conocer a un bombón tan aristocrático?


—Fue mientras trabajaba en la campaña electoral de su padre, hace años. La conocí durante aquel verano.


—Ya, una aventura veraniega con una colegiala caliente...


—¿No puedes pensar en algo que no sea sexo, aunque solo sea por una vez?


—Sexo, comida y asesinatos. ¿Es que existe algo más en el mundo?


—El fax —Pedro señaló la máquina, situada en una esquina de la habitación. Había empezado a sonar y estaba transmitiendo un mensaje—. Recógelo. Puede que sea algo del forense. O alguna información sobre las llamadas de teléfono que realizó la víctima.


—Pero no hay nada entre la señora Chaves y tú, ¿verdad?


—Es una mujer casada.


—No es eso lo que te he preguntado.


—No hay nada entre nosotros.


—De acuerdo. Solo quería asegurarme de que no te vas a molestar si este fax demuestra que tu amiga de la alta sociedad te mintió esta mañana.


—Paula no me mintió. No tenía ninguna razón para hacerlo.


Corky leyó el papel, frunciendo la nariz. Pedro reconocía esa expresión.


—¿Qué es?


—La relación de llamadas de Karen Tucker.


Corky dejó el papel en el escritorio de Pedro.


—Lo siento, amigo, pero parece que efectivamente te mintió.


Pedro leyó la lista. El número de teléfono que encontraron entre las ropas de Karen Tucker no figuraba en ella. Pero otro número, también registrado a nombre de los Chaves, sí. Y muchas veces.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 17




Paula dejó su taza de té con hielo sobre la mesa de la cocina, mirando a Janice. Una expresión de desprecio acababa de asomar a sus rasgos. 


Se lo había contado todo: su encuentro con Pedro en la universidad, los detalles de su visita de aquella mañana, incluso el mensaje de la llamada anónima del día anterior.


Janice apoyó los codos en la mesa, inclinándose hacia ella.


—No me lo creo. Es demasiada casualidad.


—Eso es lo que pienso yo todo el rato. Debería haberle contado a Pedro lo de la llamada anónima, para que pudiera investigarla.


—¿Estás de broma? Yo no le diría absolutamente nada acerca de mi vida privada. 
Lo que no me creo es su papel en todo esto. No me extrañaría que se hubiera inventado toda esa historia con tal de acercarse hacia ti. 
Probablemente se imagina que puede tener una tórrida aventura contigo, ahora que ya eres una mujer casada.


—Yo estoy segura de que no se ha inventado lo del asesinato.


—No, pero pudo haber hecho que alguien te llamara para insinuarte que Mariano te estaba engañando con otra mujer, sembrando la duda en tu cerebro y haciéndote más receptiva a sus intentos de acercamiento.


—Eso es absurdo.


—¿Ah, sí? Pues yo me lo puedo creer de él. Primero hizo que esa mujer te llamara, luego te siguió el rastro hasta la universidad para provocar vuestro encuentro «casual». Es el tipo de cosas que un canalla como él sería capaz de hacer.


—Me extraña.


—¿Te extraña? Paula, eres demasiado ingenua.


—Bueno, Pedro no se propasó precisamente conmigo. Y aquella mujer no me dijo que Mariano estaba cometiendo adulterio, solo era que un mentiroso y un impostor.


—¿Y qué te crees tú que quiere decir eso?


—Mariano piensa que quizá se trate de alguna paciente descontenta por la elevada cantidad de dinero que le haya cobrado por una consulta.


—Ya. Otro ingenuo.


—Te equivocas esta vez, Janice. Pedro está metido de lleno en una investigación criminal. Jamás me mentiría acerca del nombre y del número de teléfono que encontraron entre las ropas de esa mujer.


—Tal vez sí. Como tú misma dijiste, no te visito de manera oficial. Pudo haberse tratado de otra excusa para acercarse a ti. Mira, yo no quiero herir tus sentimientos, Paula, pero tienes que reconocerlo. Eres una ingenua. Y Pedro te sigue gustando.


—Claro que no.


—Ayer pude ver las chispas que saltaban entre vosotros dos. No te estoy culpando por ello. Todo el mundo conserva siempre una especial debilidad por su primer amor, por muy canalla que pueda ser.


—No hay nada entre Pedro y yo.


—Bien. Entonces aléjate de él. No quiero verte sufrir de nuevo. Y no quiero que estropees tu relación con Mariano. Es un marido ideal. Los hombres como él no se encuentran todos los días.


—Nadie es perfecto. Y Mariano, ciertamente, tampoco —Paula se dispuso a levantarse de la mesa—. Tengo que irme ya.


—Yo ya he dicho lo que tenía que decirte.


—Y te lo agradezco. Si he venido aquí ha sido para que me dieras tu sincera opinión.


—Pero crees que esta vez me he equivocado.


—No sé que pensar.


—Entonces, al menos, ten cuidado.


—¿Y escuchar a mi corazón y a mi conciencia?


—No. Una mujer nunca puede escuchar a su corazón y su conciencia por lo que respecta a los hombres, sobre todo a los tipos sin escrúpulos como Pedro. En todo caso, recuerda que ese hombre no es tu amigo, y que tienes todos los motivos para desconfiar de él.


—Lo tendré en cuenta.


Afortunadamente, Janice cambio de tema mientras Paula recogía su abrigo. Se quejé del ruidoso perro de su vecino y le habló de las últimas compras que había hecho. Una conversación superficial que no incluía el asesinato.


Cuando salió a la calle soplaba una brisa fresca, que no explicaba el frío que sentía por dentro.


No tenía una explicación racional para sus temores. Pero sabía, con una certeza rayana en lo sobrenatural, que lo peor estaba aún por venir.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 16




Janice resoplaba furiosa mientras se apresuraba a recoger las revistas que había dejado dispersas por el salón, así como los zapatos que se había quitado nada más entrar en casa. 


Cuando la llamó por teléfono, resultó evidente que Paula estaba muy alterada. Y no tenía ninguna duda de que la culpa era de Pedro Alfonso.


Por muy despreciable e insensible que fuera, le costaba creer que hubiera tenido el descaro de ir a buscarla después de todo lo que había pasado. Y sin embargo, eso era exactamente lo que estaba haciendo. Peor aún. Aquella mañana, Janice había podido percibir la erótica tensión que seguía reverberando entre los dos.


Afortunadamente se había tomado todo el día libre, en vez de solamente la mañana. Esa sería una buena oportunidad para hacer que Paula entrara en razones. Una dosis de verdad pura y dura era lo que necesitaba su prima. Pedro Alfonso no significaba otra cosa que problemas.




viernes, 19 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 15



—Que agradable sorpresa.


Paula se relajó un tanto cuando Mariano se levanto de su escritorio para saludarla. En el instante en que le dio un rápido beso en una mejilla, su anterior aprensión desapareció por completo. Y con ella las dudas que la habían acosado durante el trayecto al hospital.


A pesar de los problemas que habían tenido, no había ningún motivo para pensar que la extraña llamada que había recibido la víspera pudiera estar relacionada con Karen Tucker. Debía de haber sido simplemente una broma de mal gusto.


—Creía que Janice y tú ibais a pasar el día en el centro de Red River.


—No, solo la mañana.


—¿Que tal las actividades artísticas con los más pequeños?


—Bien, pero un poco cansado. Los críos de preescolar tienen demasiada energía.


—No me extraña. Debes de estar agotada.


—Y hambrienta. Esperaba convencerte de que comiéramos juntos.


—Es una pena, pero le prometí a Javier Castle que comería con él. Quiere pedirme consejo para comprarse una cámara fotográfica. Lo siento.


—Oh es igual. No importa.


Mariano le tomo las manos entre las suyas.


—¿Te pasa algo, corazón? Pareces un poquito alterada.


—Quería hablar contigo, pero podré esperar hasta la noche, cuando vuelvas a casa.


—Absurdo. Es Javier quien puede y debe esperar —le pasó un brazo por los hombros y la hizo sentarse al otro lado del escritorio—. Y ahora cuéntame que es lo que te pasa. ¿Se trata de Rodrigo? ¿Ha habido algún problema en el hogar?


—No.


Se sentó en el borde de la silla. Mariano volvió a tomar asiento frente a su escritorio, mirándola intensamente, pendiente de cada palabra suya.


—Si se trata de lo de anoche, no se me ocurre nada que decirte excepto que lo siento, Paula.
Intento con todas mis fuerzas volver a casa sin el estrés que me produce este trabajo, para que no afecte a nuestra relación, pero a veces no lo consigo.


—No, no tiene que ver con lo de anoche —vaciló, insegura—. Esta mañana recibí una visita en el centro.


—¿Quien era?


—Un inspector del departamento de policía de Shreveport.


Una sombra de preocupación cruzo por el rostro de Mariano, oscureciendo sus ojos grises.


—¿Que quería?


—Preguntarme si conocía a una mujer llamada Karen Tucker.


—¿Por qué?


—Fue asesinada anoche, y en un bolsillo de su pantalón encontraron una nota con mi nombre y el número de teléfono.


Mariano arqueó las cejas.


—¿Tú conocías a esa mujer?


—No, que yo recuerde. Eso fue lo que le dije a Pedro.


—¿Pedro?


Pedro Alfonso, el inspector. Es un amigo, o al menos lo era. Hace unos años estuvo trabajando en una de las campañas electorales de mi padre.


—¿Cuánto tiempo hace de eso?


—Nueve años. En verano, cuando todavía estaba en segundo curso.


—¿Así que ese viejo amigo tuyo te siguió la pista hasta el centro para interrogarte?


—No fue así exactamente. Ayer me lo encontré cuando me estaba matriculando en la universidad. Estaba hablando con Matilda y se enteró de que hoy pensaba trabajar con los niños en el centro.


—Qué casualidad.


—Sí que lo fue.


—Ya. Así que ese policía coincidió contigo en la universidad a la misma hora. Y hoy fue a buscarte al centro de Red River.


—Está intentando averiguar todo lo posible acerca de la víctima.


—La víctima. Estás empezando a hablar como un policía. En cualquier caso, no me gusta que ese tipo te haga visitas sorpresa y te ponga en ese estado... de alteración.


—En cambio, a mí lo que más me preocupa es que mi número de teléfono estuviera en el bolsillo de esa mujer. Me preguntaba si a lo mejor la conocías tú...


—¿Fue eso lo que sugirió ese policía?


—No. Simplemente pensé que si esa mujer me conocía a mí, tal vez a ti también.


—¿Cómo dijiste que se llamaba?


—Karen Tucker.


—El nombre no me suena de nada —se alzó la manga de la bata y consultó su reloj—. Ahora sí que tengo que irme. ¿Por qué no te vuelves a casa y descansas un poco? Comeré rápido y estaré pronto de vuelta. Seguiremos hablando allí.


—De acuerdo —se levantó y se dirigió hacia la puerta.


—Siento que hayas tenido una mañana tan mala —le comentó mientras la acompañaba.


—No ha sido culpa tuya.


—Lo sé, pero detesto verte así.


La besó en la nuca, lo cual solía provocarle un estremecimiento de deseo. Esa vez, sin embargo, no tuvo ningún efecto.


—Ah, una cosa más, Mariano...


—¿No puede esperar?


Podía esperar, pero aquel le parecía un buen momento para decírselo. Se volvió para mirarlo.


—Ayer por la mañana recibí la llamada de una mujer que se negó a identificarse.


—¿Se trata de la broma de la que me hablaste?


—Sí. Esa mujer se limitó a decirme que mi marido era un mentiroso y un impostor.


—¿Un mentiroso y un impostor? —se echó a reír—. ¿Qué diablos le habría hecho yo? ¿Cobrarle demasiado por una consulta?


—No me dijo nada más.


—Porque no sabría qué decirte. Espero que no hayas dado crédito a esas acusaciones...


—No, pero ahora, reflexionando sobre todo eso... ¿crees que esa mujer pudo haber sido Karen Tucker? Eso explicaría por qué llevaba encima una nota con mi nombre y mi número de teléfono.


—¿Se lo dijiste al inspector?


—No.


—Bien —Mariano la estrechó en sus brazos—. No te preocupes por Karen Tucker, querida. Lo que pueda haberle sucedido no tiene nada que ver con nosotros dos. Estoy convencido de que tu amigo policía llegará rápidamente a esa misma conclusión.


—Supongo que sí.


—¿Seguro que estarás bien? Puedo telefonear al restaurante y cancelar la cita con Javier. Estoy convencido de que lo comprenderá.


—No. Estaré bien, de verdad.


Mientras salía del despacho y se dirigía hacia los ascensores, se metió una mano en el bolsillo del pantalón y tocó la tarjeta que le había entregado Pedro. Ver a Mariano no la había ayudado. Cientos de preguntas y de dudas seguían acosándola. ¿Por qué no le había contado a Dallas lo de la llamada anónima? ¿Había tenido miedo de involucrar a Mariano en una investigación de la policía? ¿O acaso no había querido admitir, delante del hombre que la había abandonado años atrás, lo que aquella mujer había dicho de su marido?


Para cuando llegó al coche, estaba temblando. 


Nada más sentarse al volante, sacó su teléfono móvil. Tenía que llamar a alguien que quisiera escucharla.


—Por favor, que esté en casa... —susurró.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 14




Paula intentó entablar una conversación superficial mientras se dirigían hacia su coche, pero fracasó miserablemente. Estaba con Pedro y, además, aquella no era la mejor de las circunstancias. Karen Tucker. Apenas el día anterior aquella mujer había estado viva, probablemente yendo a su trabajo, o quizá haciendo planes para el futuro. Hoy estaba muerta, y su cuerpo era un cadáver.


«¿Y no recuerdas haber recibido ninguna llamada extraña durante los últimos días?». La pregunta de Pedro seguía acosándola. La llamada que había recibido la mañana del día anterior solo había sido una broma, nada más. 


No había motivo alguno para pensar que podía haberse tratado de Karen Tucker. ¿Pero entonces por qué no se la había mencionado a Pedro? ¿Por qué no le había dicho que una mujer la había telefoneado para acusar a su marido de ser un mentiroso y un impostor? Se abrazó, dándose cuenta de que estaba temblando.


—¿Te encuentras bien?


—Claro que estoy bien. ¿Por qué no habría de estarlo?


—Por ejemplo, porque hoy he venido a verte sin previo aviso.


—Estabas haciendo tu trabajo, ¿no?


—Cierto. Pero ahora te estoy hablando como un viejo amigo.


Continuó caminando sin molestarse en responder. Ambos sabían por qué estaba allí, y eso no tenía nada que ver con su pasado.


—¿Qué tal está Rodrigo?


—Bien.


—Me alegro. Siempre me cayó bien.


Era verdad. Pedro había sido uno de los pocos extraños, ajenos al círculo familiar, que parecía haber conectado bien con Rodrigo. Aun así, habría despreciado su amistad con Rodrigo de la misma manera que la había despreciado a ella. Y Paula se resintió que hubiera sacado a su hermano a colación.


—¿Sigue en aquel hogar de Kings Highway?


—Sí.


—¿Está contento?


—En general sí, aunque tiene días buenos y malos. Acoplarse a una rutina siempre le viene bien.


—Me gustaría volverlo a ver.


—Dudo que se acuerde de ti.


—Tal vez sí. Solíamos tomar un banana split. Le encantaban los que tenían tres cerezas.


Paula suspiro de alivio cuando llegaron al coche. Pedro le abrió la puerta y ella se sentó al volante.


—Si más adelante recuerdas algo más, cualquier cosa relacionada con Karen Tucker, te agradecería que me llamaras —se sacó una tarjeta de un bolsillo de la camisa y se la entregó—. Llámame al móvil. Es la manera más directa.


—De acuerdo.


—Ah, y hablaba en serio acerca de lo de volver a ver a Rodrigo.


Paula vaciló, deseando que a Pedro se lo tragara la tierra. No ocurrió.


—La decisión es tuya, Paula. Si no quieres que lo vea, simplemente dímelo.


—No, si tú quieres visitar a Rodrigo, simplemente llámalo al hogar. La supervisora te concertará una cita. Pregunta por Tilda —sacó un papel, le apuntó el número de teléfono y se lo entregó.


—Gracias —le cerró la puerta de una vez, pero se apoyó en ella—. Insisto. Si te apetece decirme cualquier cosa, hablar de lo que sea, déjame un mensaje y me pondré en contacto contigo.


Aquellas palabras le suscitaron una enorme amargura. Ya habían pasado antes por aquello. 


Nueve años atrás, una llamada de teléfono suya habría significado un mundo de diferencia para ella.


—Si se me ocurre algo que tenga que ver con Karen Tucker, te llamaré.


Pedro asintió y se apartó del coche, mientras ella arrancaba. Se marchó. Eso fue todo.


Pero Paula se dijo que su visita le había cambiado el día. Ya no necesitaba dormir ninguna siesta, y ardía en deseos de ver a su marido. Iría directamente al hospital y lo sorprendería. Lo invitaría a comer.


Y le preguntaría si conocía a Karen Tucker.