martes, 4 de junio de 2019
MELTING DE ICE: CAPITULO 18
—¿Qué tal ha ido? —le preguntó Paula a Pedro en cuanto volvió a casa de la reunión con su consejo de dirección.
—Tal y como esperaba —contestó Pedro con aire preocupado—. Veo que has ido a tu casa —añadió al ver que Paula se había maquillado.
El día anterior, habían comprobado que los coches de los periodistas habían desaparecido por primera vez en varios días. Ninguno de los dos había comentado nada, pero era obvio que la situación se había tranquilizado y que ya no había motivo para que Paula siguiera en su casa.
Todo había terminado. La realidad había vuelto y cada uno debía seguir adelante con su vida.
—Cuéntamelo todo —le dijo Paula mientras le indicaba que se sentara a comer el delicioso pollo que había preparado.
Pedro le contó que el consejo de administración lo había obligado a demostrar que la única relación que tenía con Mario Scanlon eran las contribuciones a su campaña para la alcaldía.
En cuanto así lo hubo hecho, se mostraron satisfechos.
Mientras comían, Pedro le contó que no creía que fuera a ser tan fácil convencer al pleno del ayuntamiento para que lo apoyara con el estadio. Le explicó que, cuando se había decidido que fuera Nueva Zelanda el país en el que se celebrara la próxima Copa del Mundo de rugby, el ayuntamiento de la ciudad se había comprometido a poner el cuarenta por ciento del coste total de la construcción del estadio con la condición de que la empresa adjudicataria pusiera el sesenta por ciento restante.
Sin embargo, ahora, el alcalde decía que el ayuntamiento no tenía ese dinero porque había construido una carretera de circunvalación que le había salido mucho más cara de lo esperado.
—Yo creo que lo que quieren es presionarnos todo lo que puedan para ver si consiguen que financiemos la obra completa.
—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Paula.
Faltaban menos de dos años para la Copa del Mundo y Pedro necesitaba ese tiempo y mucho más para tener el estadio en la fecha prevista.
Pedro le contó que su consejo de administración había accedido a vender una de las empresas en South Island y a posponer la construcción de una cadena hotelera en el Pacífico Sur para tener dinero líquido.
—Entonces, ¿te apoyan? —le preguntó Paula encantada mientras recogía los platos.
Durante aquellos días, había aprendido a sentirse en aquella casa como en la suya. Cada día se sentía más unida a Pedro, que ya toleraba su música y cada vez era más cariñoso con ella.
Por supuesto, entre ellos siempre estaba presente el deseo, que los había pillado haciendo la comida, tomando una copa y en cualquier tipo de actividad.
Paula sacó de la nevera una tarta y encendió las velas.
Pedro la miró anonadado.
—Feliz cumpleaños.
—¿Cómo te has enterado?
—Ha llamado tu madre. No te preocupes, no he contestado —le explicó Paula—. He escuchado el mensaje que ha dejado en el contestador. Es de piña con nueces. Anda, pide un deseo y sopla las velas.
Pedro se quedó mirándola como si estuviera hablando en suahili, así que Paula suspiró y le colocó la paleta de servir en la mano.
—¿La has hecho tú?
Paula asintió y observó encantada cómo Pedro soplaba las velas.
—Espero que hayas pedido un deseo.
—Desde luego, veo que tienes muchos talentos ocultos.
—Así es —sonrió Paula dándole un trago al vino.
A continuación, entrelazó los dedos sobre la mesa.
—Parece que fueras a dar las noticias —sonrió Pedro.
—Ya que lo dices, te diré que me han llamado de la tele. Por lo visto, soy toda una heroína y quieren que vuelva.
A continuación, Paula le contó que tenía previsto empezar un programa en dos días, justo una semana antes de las elecciones municipales.
—Mi idea es entrevistar a gente por la calle, ver qué les parece que la Copa del Mundo de rugby se vaya a celebrar aquí, quiero entrevistar a jugadores de la selección nacional e incluso al ministro de turismo. También me gustaría hacer una subasta para recaudar fondos para el estadio.
—Vaya, enhorabuena. Has recuperado tu trabajo.
—De momento, es temporal.
—Estás hecha para la televisión, Paula —brindó Pedro—. Lo que no entiendo es qué te va a ti en todo esto ahora que Scanlon está fuera de juego y que has vengado a tu padre.
Paula palideció.
¿Cómo podía preguntarle algo así? ¿Acaso no se daba cuenta de que quería ayudarlo? ¿Acaso no se daba cuenta de que estaba loca por él?
—No es mi manera de hacer las cosas. Tengo un equipo de relaciones públicas que se ocupan de los medios de comunicación —añadió Pedro.
—Utilízame, Pedro. Te guste o no, la gente me escucha. Me ven.
Pedro se quedó mirándola, cortó dos pedazos de tarta y le dio uno.
—Está bien, mañana hablaré con mi gente a ver qué les parece.
—No, me tienes que dar una contestación ahora mismo. No hay tiempo que perder. Necesito los nombres de los patrocinadores del estadio. A los patrocinadores les encanta que les hagan publicidad. También quiero recorrer el estadio por dentro con una cámara para enseñar los progresos que habéis hecho.
Pedro se metió un trozo de tarta en la boca sin mirarla.
—Y, sobre todo… te quiero a ti —dijo Paula tragando saliva.
Pedro se quedó mirándola. Paula estaba nerviosa.
Estaba dispuesta a hacer programas sin él, pero sabía que el impacto sería mucho mejor si participara.
—¿Aquí y ahora? —bromeó Pedro.
—Me refiero al programa.
—No lo dirás en serio…
—Sólo serán unos minutos. Leerás el guión primero —lo animó Paula poniéndose en pie—. Si no te apetece una entrevista seria, podrías ser tú el que enseñara el estadio, como hiciste conmigo.
Pedro se rió con amargura.
—Paula, si me llevas a mí al programa vas a tener una publicidad malísima.
—No, no lo entiendes. La que te voy a entrevistar soy yo.
—No me parece buena idea —contestó Pedro poniéndose también en pie.
—Pedro, ya va siendo hora de que dejes el pasado atrás.
—Salir en la televisión y en la prensa lo único que va a hacer es traerlo al presente. Por favor, Paula… piensa en lo que sentirán los padres de Raquel si vuelven a ver mi cara.
—¿De verdad crees que después de todo este tiempo te siguen culpando?
—Por supuesto —contestó Pedro—. Sólo tenía veintiún años, tenía toda la vida por delante. Piensa lo que sentirías tú si hubiera sido tu hija.
Paula sintió como si le hubiera dado un puñetazo en la boca del estómago y, si no hubiera estado apoyada en la encimera de la cocina, se habría caído al suelo.
—Haz lo que quieras, pero no cuentes conmigo —insistió Pedro apoyándose en el fregadero de espaldas a ella.
Paula tomó aire varias veces.
Siempre que creía que había superado aquel dolor, la sorprendía. Nunca había sido demasiado llorona, pero últimamente no paraba de llorar. Si no era por la muerte de su padre, era por el divorcio y por el niño.
—Eh, eh —dijo Pedro acercándose a ella al verla llorar—. Perdóname, no tendría que haberte hablado así —añadió estrechándole entre sus brazos y acariciándole el pelo.
—Odio llorar —sollozó Paula—, pero, a veces, no me puedo controlar. Últimamente, lloro mucho. Antes, con el trabajo no tenía tiempo, pero desde que no tengo trabajo… Antes de volver a Nueva Zelanda, tuve un aborto —suspiró.
Pedro se maldijo a sí mismo en silencio.
—¿Por eso decidiste volver?
Paula asintió.
Pedro la tomó en brazos y la condujo al salón.
Una vez allí, se sentó en el sofá con ella en su regazo y le puso la mano con la palma abierta sobre el abdomen. Paula se dijo que aquélla era una de las escenas más íntimas que había vivido jamás. Al sentir el calor de su mano, se sintió inmensamente protegida.
—Tengo miedo de no poder tener hijos… —le confesó llorando de nuevo y colocando su mano sobre la de Pedro.
«Ojalá hubiera sido él el padre», pensó.
Paula supo que Pedro habría protegido a su bebé con su vida si hubiera sido necesario.
«Estoy enamorada de él», pensó sorprendida.
Sí, ella era una mujer necesitada y dolida en aquellos momentos y él un hombre con el corazón recubierto por una capa de frío que ella podría derretir.
Pedro la besó en la frente y Paula se apretó contra él. El sueño de cualquier mujer era verse abrazada por un hombre tan grande y tan fuerte, sentirse protegida y querida.
¿Quién le iba a decir que aquel hombre tan distante y que acumulaba tanto dolor a sus espaldas era capaz de escuchar y de consolar?
Paula pensó que, a lo mejor, podía ayudarlo a salir de su infierno.
—Lo voy a hacer —anunció Pedro.
Paula levantó la mirada.
—Voy a ir a tu programa de televisión.
Paula sonrió encantada, pero, cuando lo miró a los ojos, se dio cuenta de que Pedro no estaba allí con ella. No estaba en la realidad sino en otro mundo.
¿Estaría con Raquel?
—¿Te doy lástima, Pedro? ¿Por eso accedes a venir al programa? —le preguntó con un nudo en la garganta.
—No —contestó Pedro—. Voy a ir al programa porque quiero construir ese estadio. Quiero hacerlo por… mi padre.
—¿Por tu padre?
—Sí, siempre ha soñado con ver la Copa del Mundo aquí. Tal vez, si lo consigo, lo recompense por… todo.
—No te arrepentirás.
—Eso espero —sonrió Pedro.
lunes, 3 de junio de 2019
MELTING DE ICE: CAPITULO 17
Aquella tarde, llegó la secretaría de Pedro con varias bolsas y Paula aprovechó el momento para darse un buen baño de espuma y echarse una siesta. Cuando se despertó, vio que las bolsas estaban junto a la cama y que Pedro la había tapado.
Encontró que los vaqueros le quedaban perfectamente y que la camiseta de manga larga le quedaba un poco grande. La ropa interior no era la que ella habría elegido exactamente, pero le hizo sonreír pensar que se la había comprado Pedro.
Al bajar, comprobó que Pedro había sacado dos filetes de la nevera y estaba preparando una ensalada y recordó que no había comido nada desde el desayuno.
Mientras Pedro freía la carne, ella puso la mesa.
A continuación, cenaron tranquilamente, como una pareja bien avenida.
MELTING DE ICE: CAPITULO 16
Paula se despertó y se sintió decepcionada al ver que estaba sola en la cama. ¿Y qué esperaba?
Su vecino era un hombre taciturno y no iba a cambiar así como así.
Paula se negaba a ser una más. Sospechaba que Pedro se acostaba de vez en cuando con alguna mujer a la que no tardaba en olvidar.
Debía de ser su manera de intentar sentirse humano.
No quería que Pedro la olvidara.
Durante las horas en las que habían estado haciendo el amor, Paula se había dado cuenta de que bajo la fachada que Pedro había construido cuidadosamente en los últimos diez años se escondía un hombre cariñoso, un hombre que había amado y reído, pero que había decidido reprimirse y no volver a hacerlo jamás.
Paula apartó las sábanas y se levantó de la cama. Eligió la camisa de Pedro y bajó a la cocina, donde encontró a su dueño mirando por la ventana.
Aunque no le sonrió, ella se acercó y lo abrazó de la cintura por detrás. Al instante, Pedro se tensó.
—Hay que darse un tiempo para acostumbrarse a las caricias —murmuró Paula.
Pedro le cubrió las manos con las suyas y echó la cabeza hacia atrás. Paula suspiró encantada y se dijo que todo iría bien mientras no lo presionara demasiado.
—Hay un coche en la puerta de tu casa —comentó Pedro.
Paula recordó todo lo que había sucedido la noche anterior antes de ir a su casa y se sintió culpable por no haberle contado nada.
Maldito Mario Scanlon por estropearle aquella mañana.
—¿Me invitas a un café? Te tengo que contar una cosa.
Mientras Pedro preparaba la cafetera, se quedó mirándola expectante.
—Verás, anoche no vine a… —comenzó Paula.
—¿Te da vergüenza decirlo en voz alta? —bromeó Pedro.
Aquello hizo sonreír a Paula.
—Pedro, Mario Scanlon está acabado —anunció—. Cuando me dejaste en casa anoche, lo vi en la televisión. Lo están investigando por evasión de impuestos y chantaje.
—¿Han interpuesto cargos contra él?
—Que yo sepa, todavía no.
A continuación, le contó todo lo que sabía mientras Pedro escuchaba en silencio. La caída de Mario Scanlon era maravillosa para Paula y para la ciudad, pero iba a tener consecuencias muy serias para el estadio de Pedro.
—¿Y ese coche que hay en la puerta de tu casa?
—Supongo que será un periodista.
—¿Lleva ahí desde anoche?
Paula asintió.
Como si los hubiera oído hablar de él, el periodista en cuestión puso el coche en marcha y avanzó hacia casa de Pedro, que salió a recibirlo con cautela.
—Tenías razón. Es periodista —le dijo al volver al cabo de unos minutos—. Le he dicho que te has ido a la ciudad a casa de una amiga.
Paula suspiró y se sentó.
—No quiero que crean que todo esto es sólo por mi despido. Scanlon tiene muchas más cosas por las que dar la cara.
—Fuiste tú quien empezó todo esto. Estás metida hasta el cuello.
—¿Me estás echando la culpa de lo que está pasando? —se defendió Paula.
Pedro apretó los dientes y negó con la cabeza.
—Lo siento, te lo tendría que haber contado anoche.
—Bueno, supongo que no te di tiempo —rió Pedro—. Cuando llegaste, acababa de decidir que, si no venías tú, iría yo, y estaba a punto de salir para tu casa a pesar de que lo consideraba toda una debilidad por mi parte. En cualquier caso, no me arrepiento de lo que ha ocurrido entre nosotros.
Paula suspiró aliviada.
—¿Qué vamos a hacer? Como se enteren de que estamos juntos… —comentó sin embargo transcurridos unos segundos.
—No te preocupes, todo irá bien.
—Pedro, lo digo porque ya sabes que los periodistas…
—Sí, supongo que lo dices por el accidente y por Raquel. Sí, ahora que soy un empresario famoso será mucho más divertido. Sobre todo, porque llevo años sin conceder una entrevista.
Paula no podía permitir que, por su culpa, Pedro sufriera.
—Me tengo que ir —anunció—. Es mejor que me vaya antes de que se den cuenta de que estamos juntos.
—Por si no te acuerdas, ayer nos pillaron besándonos —le recordó Pedro—. Ahora hay dos coches en la puerta de tu casa —añadió sacando unos prismáticos de un cajón de la cocina—. Están hablando entre ellos —añadió entregándole los prismáticos a Paula.
Paula no reconoció a ninguno de los reporteros.
—Podrías sacarme de aquí tumbada en el suelo de tu coche y tapada con algo —dijo medio en broma.
—¿Te avergüenzas, Paula?
Lo había dicho mirándola de manera inescrutable.
—Te aseguro que no me avergüenzo de estar contigo, Pedro. Más bien, todo lo contrario.
—Vaya, ahí llega un tercer coche. No hemos hecho nada ilegal. ¿Por qué vas a tener que salir de mi casa escondida como si fueras una delincuente?
—Si te ven conmigo, tus padres y tú vais a estar en el ojo del huracán y no quiero que lo pases mal por mi culpa.
Pedro se quedó mirándola fijamente.
—Entonces, quédate aquí.
Paula sintió que el corazón se le aceleraba.
—Quédate aquí —repitió Pedro—. No pueden entrar en mi casa y, a menos que no tengan un objetivo muy potente y nos fotografíen desde el mar, es imposible que escalen el precipicio. No pueden verte.
—¿Y tú no tienes que trabajar? —le preguntó Paula.
Pedro asintió.
—Pero no me he traído ropa —objetó Paula.
—¿Y? —contestó Pedro mirándola de manera inequívocamente sensual.
Al instante, Paula sintió que comenzaba a sudar.
—Si quieres, le puedo decir a mi secretaria que te traiga algo de la ciudad.
Paula asintió.
Pedro descolgó el teléfono y marcó un número.
Paula se quedó escuchando mientras hablaba con una mujer llamada Patricia y le indicaba que comprara ropa interior, camisetas y un par de vaqueros.
Cuando la conversación comenzó a cesar sobre temas de trabajo, Paula se acercó a la ventana y pensó que era ridículo quedarse en aquella casa como una prisionera que se moría por acostarse con su carcelero.
Iban a estar solos. Tal vez, durante días. Tendría que irse. ¿Por qué no lo hacía?
MELTING DE ICE: CAPITULO 15
Paula estaba tumbada boca abajo, mirando a Pedro. Pedro sentía su cabello en el hombro y percibía su respiración, pausada y suave.
Obviamente, se había quedado dormida.
Él, sin embargo, llevaba una hora mirando al techo. Era la primera vez que dejaba que una mujer durmiera en su casa.
Con mucho sigilo, Pedro se levantó de la cama y salió de su habitación. Al llegar al salón, se dio cuenta de que estaba enfadado consigo mismo por haberse alejado de Paula.
Aquella mujer había resultado ser una amante sin igual, sin prejuicios, dispuesta a dar y a recibir. Había intentado aguantar más que ella, pero no lo había conseguido. Paula le había seguido el ritmo perfectamente.
¿Y qué era lo que le impedía simplemente acostarse con ella sin darle tantas vueltas a la cabeza?
Pedro eligió una naranja del frutero y la peló mientras consultaba unos documentos. Se dijo que, ahora que ya se había acostado con ella, su obsesión disminuiría y podría olvidarse de Paula para volver a concentrarse en el trabajo.
Al cabo de un rato, volvió a su habitación y se encontró a Paula durmiendo en su lado de la cama.
Perfecto.
domingo, 2 de junio de 2019
MELTING DE ICE: CAPITULO 14
Al entrar en casa, Paula comprobó que tenía mensajes en el contestador. Le estaba empezando a doler mucho la cabeza, así que se tomó un vaso de agua y se sentó en el sofá para escucharlos.
—Señorita Chaves, la llamo del Herald. Por favor, llámeme cuanto antes.
«No, ahora, no me apetece», pensó Paula.
Había otro mensaje de Laura y, por último… ¡uno de Gaston!
—Siento mucho que te tengas que enterar así, por la televisión, pero, por lo menos, todo ha terminado —le decía su antiguo jefe.
¿Por la televisión?
Paula consultó el reloj. Las diez y media.
Perfecto. Había noticias. Paula conectó el televisor y vio a Gaston confesando que había tenido una aventura con una prostituta de lujo en el yate de Mario Scanlon y que el hombre de negocios lo había estado chantajeando y lo había obligado a despedirla si no quería que lo contara todo.
Al final, el que había decidido contarlo todo había sido Gaston. Animados por su ejemplo, otros diez empresarios chantajeados habían salido en su ayuda y habían contado sus casos.
¡Paula no se lo podía creer!
—¡Por ti, papá! —exclamó emocionada—. ¡Genial! —añadió dando un salto.
A continuación, recibió varias llamadas. Todas de periodistas. No era el momento de atenderlos. Paula no podía dejar de pensar en Pedro.
¿Estaría implicado en todo aquello? ¿Le echaría la culpa a ella? Para Pedro, era muy importante que la ciudad cambiara de alcalde y, a lo mejor, ahora tendría problemas profesionales.
Paula pensó en llamarlo por teléfono, pero finalmente decidió ir a su casa, así que se puso un abrigo grueso. Llevaba un par de minutos andando cuando oyó un coche y, al girarse, comprobó que un vehículo se paraba en la puerta de su casa con las luces apagadas.
«Un periodista», pensó.
Aquello le hizo apretar el paso en dirección a casa de Pedro. Al llegar, llamó al timbre y Pedro abrió la puerta sin chaqueta, con las mangas arremangadas y sin corbata. Tenía una copa de whisky en una mano y se estaba fumando un puro.
Paula se sorprendió al darse cuenta de lo mucho que lo amaba. Se quedó mirándolo, intentando controlar su respiración entrecortada. Pedro la estaba mirando con el ceño fruncido.
—¿Estás celebrando algo? —le preguntó Paula.
Pedro la miró de arriba abajo y a Paula no le quedó ninguna duda de que la deseaba.
—Ahora que tú has llegado, va a empezar la celebración —contestó Pedro poniéndole el dedo índice en el escote.
Paula sintió que le quemaba la piel. Sentía que tenía el cuerpo en llamas y, antes de que le diera tiempo de recuperarse, Pedro se inclinó sobre ella y la besó.
Paula sintió su deseo, sus labios y sus manos, su lengua, instándola a que respondiera aunque no le había pedido permiso para iniciar nada.
Ningún hombre la había puesto nunca así con tanta facilidad. Pedro Alfonso la besaba o la tocaba y ella veía colores y oía música, perdía el sentido del tiempo y se le nublaba la razón.
Paula se apretó contra su cuerpo, invitándolo a seguir, lo besó con la misma pasión y se derritió contra él. Su corazón ya había decidido y ahora su cuerpo quería reafirmarse en aquella decisión.
En un abrir y cerrar de ojos, Pedro tiró de ella, cerró la puerta de la calle, la apoyó en ella y le bloqueó el paso con su cuerpo.
Pedro no paraba de besarla y, de repente, la tomó en brazos, la levantó un poco del suelo, la colocó sobre sus pies y comenzó a caminar.
Paula sintió que sus rodillas se chocaban y se dio cuenta de que estaban entrando en un dormitorio.
Se trataba del dormitorio de Pedro.
Una vez allí, la condujo a su cama y le quitó el abrigo. Paula se moría por sentirlo desnudo contra su piel y se preguntó cuántas veces había recreado aquella escena en su mente.
Pedro la besó en el cuello y volvió a su boca. Sus expertos dedos encontraron y desabrocharon los botones de su chaqueta y, segundos después, aquella prenda estaba en el suelo junto al abrigo.
Aunque debía de estar tan excitado como ella, Pedro parecía no tener prisa. Mientras le acariciaba los brazos, la miraba con deseo, fijándose en su cuerpo desnudo de cintura para arriba a no ser por el sujetador. Mientras Paula le quitaba la camisa, Pedro dio buena cuenta de aquella última prenda.
—Pedro, necesito…
La coherencia se esfumó en cuanto Pedro volvió a besarla.
¡Cuánto lo deseaba!
—Ahora vuelvo —le dijo Pedro.
Confundida, Paula se quedó a solas en su dormitorio y se deleitó con la maravillosa vista de la ciudad. No pudo evitar preguntarse si no debería contarle primero lo que sabía. ¿No sería egoísta por su parte hacer realidad su sueño de hacer el amor con aquel hombre sabiendo que el proyecto de su vida estaba en peligro?
Al verlo aparecer con una caja de preservativos, sonrió encantada y decidió volver a la carga.
—Te tengo que decir una cosa.
—Todas las razones por las que no deberíamos hacer esto serán las mismas mañana, pero haz lo que quieras. La decisión es tuya —contestó Pedro.
Lo estaba dejando todo en sus manos.
Paula se acercó a él y lo besó.
Pedro procedió entonces a desnudarla, moldeando su cuerpo, y Paula se dejó hacer. Con cada beso, con cada caricia la pasión iba en aumento hasta que Paula sintió que la espiral era tan fuerte que se iba a volver loca.
No sabía cuánto tiempo había pasado pero Pedro le estaba quitando las braguitas, acariciándole la parte interna de los muslos, separándole las piernas. A continuación, se arrodilló ante ella y comenzó a lamerla.
Paula sintió como si estuviera al borde de un precipicio. Todas sus células estallaron de placer. Las piernas se le tensaron y comenzó a estremecerse. Era tal la intensidad que casi le dolía. Se agarró al pelo de Pedro mientras él absorbía y contenía sus temblores con la boca.
Luego, se dejó flotar en un éxtasis indescriptible, sin miedo. Podría haberse quedado así para siempre, pero Pedro se estaba poniendo en pie.
—¿Más? —se sorprendió Paula.
—Esto no ha hecho más que empezar.
Paula se estremeció mientras Pedro se colocaba el preservativo. Paula vio su imponente miembro y se preguntó si saldría viva de aquélla habitación. Pedro se sentó en el borde de la cama, la agarró de la cintura y la colocó a horcajadas sobre sus piernas. A continuación, tiró de ella hacia abajo hasta introducirse por completo en su cuerpo.
Paula comenzó a jadear.
—¿Demasiado? —le preguntó Pedro.
—Quiero más —suspiró Paula abrazándolo por la cintura con las piernas.
En aquella ocasión, fue Pedro quien se quedó sin aliento. Paula aprovechó el momento para tomar las riendas de la situación. Ambos se quedaron mirando a los ojos. Paula apretó sus músculos vaginales para tener una idea del tamaño exacto.
—¿Demasiado? —volvió a preguntarle Pedro.
—Perfecto —contestó Paula apoyando las manos en sus muslos y echándose levemente hacia atrás.
No le había sorprendido en absoluto que aquella parte de su anatomía fuera grande, pues iba en proporción con el resto de su cuerpo. Lo que le había sorprendido sobremanera era la increíble delicadeza con la que Pedro hacia el amor.
—Me apetece moverme —le dijo en tono de broma agarrándole las manos y colocándoselas sobre sus pechos.
Pedro no dudó en acariciarle los pezones, haciendo que Paula ahogara una exclamación de placer. Cuando se echó hacia delante y le tomó uno de los pezones con la boca, Paula no pudo evitar gritar.
Todas las experiencias pasadas no eran nada comparadas con lo que sintió cuando Pedro comenzó a moverse en el interior de su cuerpo.
Por cómo la estaba mirando, le quedó claro que él también estaba absorto en la intensidad de su conexión.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)