martes, 4 de junio de 2019
MELTING DE ICE: CAPITULO 18
—¿Qué tal ha ido? —le preguntó Paula a Pedro en cuanto volvió a casa de la reunión con su consejo de dirección.
—Tal y como esperaba —contestó Pedro con aire preocupado—. Veo que has ido a tu casa —añadió al ver que Paula se había maquillado.
El día anterior, habían comprobado que los coches de los periodistas habían desaparecido por primera vez en varios días. Ninguno de los dos había comentado nada, pero era obvio que la situación se había tranquilizado y que ya no había motivo para que Paula siguiera en su casa.
Todo había terminado. La realidad había vuelto y cada uno debía seguir adelante con su vida.
—Cuéntamelo todo —le dijo Paula mientras le indicaba que se sentara a comer el delicioso pollo que había preparado.
Pedro le contó que el consejo de administración lo había obligado a demostrar que la única relación que tenía con Mario Scanlon eran las contribuciones a su campaña para la alcaldía.
En cuanto así lo hubo hecho, se mostraron satisfechos.
Mientras comían, Pedro le contó que no creía que fuera a ser tan fácil convencer al pleno del ayuntamiento para que lo apoyara con el estadio. Le explicó que, cuando se había decidido que fuera Nueva Zelanda el país en el que se celebrara la próxima Copa del Mundo de rugby, el ayuntamiento de la ciudad se había comprometido a poner el cuarenta por ciento del coste total de la construcción del estadio con la condición de que la empresa adjudicataria pusiera el sesenta por ciento restante.
Sin embargo, ahora, el alcalde decía que el ayuntamiento no tenía ese dinero porque había construido una carretera de circunvalación que le había salido mucho más cara de lo esperado.
—Yo creo que lo que quieren es presionarnos todo lo que puedan para ver si consiguen que financiemos la obra completa.
—¿Y qué vas a hacer? —le preguntó Paula.
Faltaban menos de dos años para la Copa del Mundo y Pedro necesitaba ese tiempo y mucho más para tener el estadio en la fecha prevista.
Pedro le contó que su consejo de administración había accedido a vender una de las empresas en South Island y a posponer la construcción de una cadena hotelera en el Pacífico Sur para tener dinero líquido.
—Entonces, ¿te apoyan? —le preguntó Paula encantada mientras recogía los platos.
Durante aquellos días, había aprendido a sentirse en aquella casa como en la suya. Cada día se sentía más unida a Pedro, que ya toleraba su música y cada vez era más cariñoso con ella.
Por supuesto, entre ellos siempre estaba presente el deseo, que los había pillado haciendo la comida, tomando una copa y en cualquier tipo de actividad.
Paula sacó de la nevera una tarta y encendió las velas.
Pedro la miró anonadado.
—Feliz cumpleaños.
—¿Cómo te has enterado?
—Ha llamado tu madre. No te preocupes, no he contestado —le explicó Paula—. He escuchado el mensaje que ha dejado en el contestador. Es de piña con nueces. Anda, pide un deseo y sopla las velas.
Pedro se quedó mirándola como si estuviera hablando en suahili, así que Paula suspiró y le colocó la paleta de servir en la mano.
—¿La has hecho tú?
Paula asintió y observó encantada cómo Pedro soplaba las velas.
—Espero que hayas pedido un deseo.
—Desde luego, veo que tienes muchos talentos ocultos.
—Así es —sonrió Paula dándole un trago al vino.
A continuación, entrelazó los dedos sobre la mesa.
—Parece que fueras a dar las noticias —sonrió Pedro.
—Ya que lo dices, te diré que me han llamado de la tele. Por lo visto, soy toda una heroína y quieren que vuelva.
A continuación, Paula le contó que tenía previsto empezar un programa en dos días, justo una semana antes de las elecciones municipales.
—Mi idea es entrevistar a gente por la calle, ver qué les parece que la Copa del Mundo de rugby se vaya a celebrar aquí, quiero entrevistar a jugadores de la selección nacional e incluso al ministro de turismo. También me gustaría hacer una subasta para recaudar fondos para el estadio.
—Vaya, enhorabuena. Has recuperado tu trabajo.
—De momento, es temporal.
—Estás hecha para la televisión, Paula —brindó Pedro—. Lo que no entiendo es qué te va a ti en todo esto ahora que Scanlon está fuera de juego y que has vengado a tu padre.
Paula palideció.
¿Cómo podía preguntarle algo así? ¿Acaso no se daba cuenta de que quería ayudarlo? ¿Acaso no se daba cuenta de que estaba loca por él?
—No es mi manera de hacer las cosas. Tengo un equipo de relaciones públicas que se ocupan de los medios de comunicación —añadió Pedro.
—Utilízame, Pedro. Te guste o no, la gente me escucha. Me ven.
Pedro se quedó mirándola, cortó dos pedazos de tarta y le dio uno.
—Está bien, mañana hablaré con mi gente a ver qué les parece.
—No, me tienes que dar una contestación ahora mismo. No hay tiempo que perder. Necesito los nombres de los patrocinadores del estadio. A los patrocinadores les encanta que les hagan publicidad. También quiero recorrer el estadio por dentro con una cámara para enseñar los progresos que habéis hecho.
Pedro se metió un trozo de tarta en la boca sin mirarla.
—Y, sobre todo… te quiero a ti —dijo Paula tragando saliva.
Pedro se quedó mirándola. Paula estaba nerviosa.
Estaba dispuesta a hacer programas sin él, pero sabía que el impacto sería mucho mejor si participara.
—¿Aquí y ahora? —bromeó Pedro.
—Me refiero al programa.
—No lo dirás en serio…
—Sólo serán unos minutos. Leerás el guión primero —lo animó Paula poniéndose en pie—. Si no te apetece una entrevista seria, podrías ser tú el que enseñara el estadio, como hiciste conmigo.
Pedro se rió con amargura.
—Paula, si me llevas a mí al programa vas a tener una publicidad malísima.
—No, no lo entiendes. La que te voy a entrevistar soy yo.
—No me parece buena idea —contestó Pedro poniéndose también en pie.
—Pedro, ya va siendo hora de que dejes el pasado atrás.
—Salir en la televisión y en la prensa lo único que va a hacer es traerlo al presente. Por favor, Paula… piensa en lo que sentirán los padres de Raquel si vuelven a ver mi cara.
—¿De verdad crees que después de todo este tiempo te siguen culpando?
—Por supuesto —contestó Pedro—. Sólo tenía veintiún años, tenía toda la vida por delante. Piensa lo que sentirías tú si hubiera sido tu hija.
Paula sintió como si le hubiera dado un puñetazo en la boca del estómago y, si no hubiera estado apoyada en la encimera de la cocina, se habría caído al suelo.
—Haz lo que quieras, pero no cuentes conmigo —insistió Pedro apoyándose en el fregadero de espaldas a ella.
Paula tomó aire varias veces.
Siempre que creía que había superado aquel dolor, la sorprendía. Nunca había sido demasiado llorona, pero últimamente no paraba de llorar. Si no era por la muerte de su padre, era por el divorcio y por el niño.
—Eh, eh —dijo Pedro acercándose a ella al verla llorar—. Perdóname, no tendría que haberte hablado así —añadió estrechándole entre sus brazos y acariciándole el pelo.
—Odio llorar —sollozó Paula—, pero, a veces, no me puedo controlar. Últimamente, lloro mucho. Antes, con el trabajo no tenía tiempo, pero desde que no tengo trabajo… Antes de volver a Nueva Zelanda, tuve un aborto —suspiró.
Pedro se maldijo a sí mismo en silencio.
—¿Por eso decidiste volver?
Paula asintió.
Pedro la tomó en brazos y la condujo al salón.
Una vez allí, se sentó en el sofá con ella en su regazo y le puso la mano con la palma abierta sobre el abdomen. Paula se dijo que aquélla era una de las escenas más íntimas que había vivido jamás. Al sentir el calor de su mano, se sintió inmensamente protegida.
—Tengo miedo de no poder tener hijos… —le confesó llorando de nuevo y colocando su mano sobre la de Pedro.
«Ojalá hubiera sido él el padre», pensó.
Paula supo que Pedro habría protegido a su bebé con su vida si hubiera sido necesario.
«Estoy enamorada de él», pensó sorprendida.
Sí, ella era una mujer necesitada y dolida en aquellos momentos y él un hombre con el corazón recubierto por una capa de frío que ella podría derretir.
Pedro la besó en la frente y Paula se apretó contra él. El sueño de cualquier mujer era verse abrazada por un hombre tan grande y tan fuerte, sentirse protegida y querida.
¿Quién le iba a decir que aquel hombre tan distante y que acumulaba tanto dolor a sus espaldas era capaz de escuchar y de consolar?
Paula pensó que, a lo mejor, podía ayudarlo a salir de su infierno.
—Lo voy a hacer —anunció Pedro.
Paula levantó la mirada.
—Voy a ir a tu programa de televisión.
Paula sonrió encantada, pero, cuando lo miró a los ojos, se dio cuenta de que Pedro no estaba allí con ella. No estaba en la realidad sino en otro mundo.
¿Estaría con Raquel?
—¿Te doy lástima, Pedro? ¿Por eso accedes a venir al programa? —le preguntó con un nudo en la garganta.
—No —contestó Pedro—. Voy a ir al programa porque quiero construir ese estadio. Quiero hacerlo por… mi padre.
—¿Por tu padre?
—Sí, siempre ha soñado con ver la Copa del Mundo aquí. Tal vez, si lo consigo, lo recompense por… todo.
—No te arrepentirás.
—Eso espero —sonrió Pedro.
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