martes, 23 de abril de 2019
AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 9
—Pau, es absolutamente encantador. ¿Dónde lo has encontrado?
—En las páginas amarillas, Alicia —le contestó Paula a su amiga del colegio con una sonrisa burlona.
Pedro estaba bailando con la novia, con una gracia y coordinación sorprendentes para un hombre tan corpulento.
—Antes no eras tan enigmática —gruñó la amiga con los ojos puestos en Pedro—. Incluso tienes un aspecto distinto.
Paula no la estaba escuchando. Estaba pensando que aquel hombre era terriblemente presumido, pero que tenía razones para serlo. Tenía una fuerza controlada, una gracia lánguida y una habilidad que hacía que todo el mundo le prestara atención. Paula estaba convencida de que todos eran atributos que le hacían merecedor de una profesión distinta a la de acompañante.
Pedro todavía seguía siendo un enigma para ella. Aunque, tal y como había prometido, había sido encantador y divertido, durante el resto de la comida se las había ingeniado para averiguar muchas cosas sobre la vida, el trabajo y los amigos de ella. Sin embargo, había evitado contestar preguntas sobre sí mismo. « ¿Por qué ese misterio?», se preguntó ella.
De repente, Pedro volvió los ojos hacia donde ella estaba. En vez de desviar la mirada, Paula mantuvo los ojos fijos en los de él. La observaba
descaradamente, con desafío, interrogándola con una mirada que a continuación se transformó en una expresión de deseo puro.
Paula no podía recordar que nunca antes un hombre la hubiese mirado de aquella manera tan descarada. Nunca había experimentado el fuego salvaje de aquellas sensaciones contradictorias y permaneció completamente inmóvil, atrapada en la corriente que los envolvía a los dos. Admitió que sólo era una víctima de sus propios instintos primitivos, pero no podía hacer nada para resistirse.
Pedro se deshizo de su pareja, que se mostró algo contrariada, y cruzó resueltamente la habitación.
—Ésta es Alicia—le dijo Paula, algo nerviosa, cuando él llegó junto a ellas.
—Hola, Alicia. Todavía no he bailado con Paula. No te importa que me la lleve, ¿verdad?
Paula se encontró en la pista de baile casi sin darse cuenta.
—Este día no está resultando como yo esperaba, señorita Chaves.
— ¿No? —le respondió Paula con torpeza.
La insensibilidad que llevaba sintiendo desde hacía unos segundos fue desapareciendo para dar lugar a una abrumadora consciencia de su propio cuerpo y de las reacciones de éste ante aquel extraño. Había bebido demasiado y, además, el nerviosismo producido por aquel día le había provocado un caos emocional que era el responsable del despertar de su sexualidad.
—Te habían descrito como una persona muy eficiente. No esperaba encontrarme con un cabello tan brillante, una piel tan suave y unos labios tan provocativos.
Paula tragó saliva. La excitación y la alegría la inundaban. Su sentido común le decía que todo aquello no era otra cosa que su orgullo herido que agradecía todas aquellas atenciones. Sin embargo, era difícil reconciliar el clamor febril de la sangre con la lógica. Paula estaba temblando y él lo había notado.
—Muy poético —replicó ella con un tono de burla mientras apartaba los ojos de él—. Esto sí que no estaba entre tus atribuciones.
Luego volvió a tragar saliva. ¡Qué equivocada había estado al pensar que aquel hombre no estaba preparado para ser acompañante! Era el colmo de la estupidez rendirse por una sola mirada de deseo. « ¿Necesito tan desesperadamente sentirme deseada?», pensó.
—Sé que me lo dejaste muy claro desde el principio —le contestó Pedro con aire de burla.
—Tal vez por eso la agencia me describió como eficiente.
— ¿La agencia…? —murmuró él—. ¡Ah sí! La agencia. Yo nunca mezclo los negocios con el placer.
—Me alegro de oír eso —dijo ella, poco segura de sí misma.
¡Cómo podía haber sido tan estúpida! ¡Caer rendida por unas frases seductoras y unos ojos azules! Aquello sólo era una atracción física y superficial.
¡Ojalá no hubiera bebido tanto!
—Estaría encantado de ser tu acompañante incluso sin cobrar.
Paula estaba casi segura de que él le estaba tomando el pelo y esa convicción la ayudó luchar contra el embrujo de la música, del ambiente. Y… de Pedro.
—Me halagas, pero no eres el tipo de hombre con el que yo saldría.
—Yo estaba pensando más bien en quedarnos en algún sitio.
Paula se quedó sin aliento.
—No creo que seamos compatibles.
Nadie se le había insinuado nunca, así que le fue algo difícil encontrar la respuesta adecuada. Estaba convencida de que se estaba burlando de ella y pensó que resultaría ridículo si exageraba aquel incidente.
— ¡Qué raro! Me había parecido otra cosa —murmuró Pedro, deslizando una mano entre el pelo de Paula—. ¿O es que, como todos los británicos, sólo te relacionas con los de tu clase y sería vergonzoso que una mujer con una trayectoria profesional fulgurante se viese acompañada de alguien como yo?
— ¿Estás insinuando que soy una esnob? —Replicó ella, deduciendo por el tono desdeñoso de su voz que probablemente era extranjero—. Deduzco de esa opinión tan arrogante que no eres británico.
Paula sintió oleadas de calor que le recorrían todo el cuerpo cuando él le puso la mano en la nuca. Con la otra mano la apretó contra su cuerpo. Ella intentó soltarse.
— ¿Estás intentando decirme que aunque yo fuera un eminente y respetado profesional como ese pelele seguirías rechazándome?
Los ojos de Pedro brillaron con desprecio.
En otras circunstancias, la comparación de aquella locura temporal con lo que ella había sentido por Alex la habría hecho reír. Había adorado a Alex de forma patética, sin pensar en sus defectos, pero nunca había sentido nada tan primitivo en sus brazos. Algunas veces había pensado que el autocontrol que ella se había impuesto había tenido mucho que ver con que Alex buscara calor en otra parte.
—No quiero tener complicaciones emocionales en mi vida —afirmó Paula en lo que esperaba fuese un tono convincente.
—Yo diría que, más que emocional, esto es algo instintivo. ¿No te parece?
Cuando Paula levantó los ojos, vio que en ellos había deseo. Ella le miró los sensuales labios y se le hizo un nudo en la garganta. Le temblaron las piernas cuando se imaginó la textura y el sabor de un beso.
—Habló el macho —le espetó, enfadada por sus propias fantasías—. Una experiencia física, sin sentimientos, le resulta poco satisfactoria a una mujer.
—Pensaba que no te interesaban los sentimientos —le respondió él—. ¿O es que has hecho voto de castidad?
— ¿Te resulta eso tan raro?
—Creo que para algunas personas, el celibato podría ser una solución. Me refiero a personas con una personalidad asexuada, que sólo fingen para ser como los demás. Pero no resulta adecuado para alguien tan sensual como tú. No debes reprimir tus instintos.
— ¡Claro! Tú me conoces estupendamente, ¿verdad?
—Creo que eres el tipo de mujer que tiene miedo de luchar por sus creencias. Presumes de tu independencia y autosuficiencia, pero cuando tienes oportunidad de demostrarlas, ¿qué haces? Salir corriendo y alquilar a alguien que lleve un traje adecuado para pasar desapercibida. Para destacar, hace falta tener agallas,Paula. Me parece que te gusta ir sobre seguro.
Las palabras de Pedro habían dado en el blanco en lo que se refería a aquella parodia. «Maldito seas», pensó, mirándolo con furia.
—Supongo que entonces debería acostarme contigo para demostrar que no voy a lo seguro.
—Así que es eso en lo que has estado pensando —contestó él sonriendo.
AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 8
Paula no había esperado que la colocaran en la mesa principal. Intuía la mano de la prima Ana en todo eso. Siempre había sido muy generosa cuando era la vencedora. A la querida Ana le gustaba frotar sal en las heridas. Sin embargo, si se reclinaba todo lo posible en el asiento, la amplitud del impresionante torso de Pedro impedía de alguna manera que estuviera muy a la vista de la feliz pareja.
Desgraciadamente, no era tan fácil bloquear las voces.
Había perdido el tiempo diciéndole a Pedro que no hablase. Llevaba diez minutos charlando con el tío George. No entendía nada de lo que estaban hablando aunque entendió un par de términos financieros. Pedro podía ser un buen artista de la simulación, pero su tío se ganaba muy bien la vida como asesor financiero y sólo era cuestión de tiempo que descubriera que su acompañante no sabía de lo que estaba hablando. Se tomó el pescado y el vino más rápidamente de lo aconsejable para un estómago vacío.
Pedro interceptó su mirada y le guiñó un ojo. Su expresión no cambió cuando continuó hablando.
Muy enojada, dejó que un camarero muy solícito le volviese a llenar la copa, que se bebió de un trago, mostrando poco respeto por una cosecha tan cara. Ahora le parecía todo muy divertido, pero no se reiría tanto cuando ella fuera a la agencia. Se le hizo un nudo en la garganta y sintió pena de sí misma cuando oyó la risa de Ana.
—Pedro, querido —ronroneó mientras le acariciaba la mano—. No debes hablar de negocios. Me lo prometiste —añadió, lanzándole advertencias con los ojos. Si le dolía, se las arregló muy bien para ocultarlo.
Como un relámpago, él agarró la mano que apretaba la suya y la puso con la palma abierta sobre sus labios, en lo que fue un gesto más erótico que cortés.
La mirada descarada y burlona atrapó los ojos de Paula. Pedro debió darse cuenta de la explosión de calor que le subió por todo el cuerpo. Fue una respuesta que la horrorizó y disgustó, algo físico sobre lo que no tenía ningún control. Era una sensación primitiva e instintiva y Paula se avergonzaba de que la impresionara la descarada sexualidad de aquel hombre. El vino tenía mucho que ver con aquella respuesta tan desinhibida.
— ¿Te sientes abandonada, ángel mío? Eso no puede ser —murmuró con voz ronca y deslizó los labios una vez más sobre la mano de Paula.
Ella se removió en su asiento. Tenía los nervios de punta. El tío George los miró con indulgencia.
—Es culpa mía Paula, querida. Es un hombre muy formal —añadió con aprobación.
Aquel apoyo inesperado hizo que Paula se enfureciera y guardase silencio. Su tío no era el tipo de persona que elogiara a nadie sin razón.
—Siempre aciertas en tus opiniones sobre las personas, tío George — contestó secamente.
El hombre al que ella amaba estaba a unos metros de distancia y allí estaba ella, reaccionando de forma primitiva y despreciable con un extraño. Aquello era moralmente inaceptable, y lo que era peor aún, no había tenido el sentido común de ocultarlo.
— ¿Quieres comportarte? —dijo ella en voz baja mientras se soltaba la mano.
— ¿Cómo te parece a ti que debo hacerlo? —preguntó con interés. Pedro hizo una mueca de disgusto cuando aquella risa infantil resonó una vez más—. Mira, creo que deberías compadecerte de ese pelele. Tendrá que soportar esa risa durante el resto de su vida. Eso suponiendo que el matrimonio dure tanto.
—Les deseo todo lo mejor —afirmó ella.
—Pequeña hipócrita mentirosa —le espetó él—. Como todas las mujeres, eres vengativa y te mueres de impaciencia porque ese hombre se arrastre a tus pies.
—Estoy segura de que todas las mujeres que tú conoces son así —respondió ella ásperamente. Paula se había imaginado mil veces la tierna escena de Alex volviendo y suplicándole que lo perdonara y no pudo mirar a Pedro a los ojos—. A mí no me gusta el papel de víctima, por eso estás tú aquí. No quiero darle celos a Alex. Desde luego, contigo no podría dárselos.
—¿Me estás comparando con… eso? —preguntó con un movimiento de hombros y una mirada furtiva a Alex.
—Te tienes en gran estima, ¿verdad?
—Mi autoestima siempre ha tenido muy buena salud.
—Si tuviera un alfiler te la desinflaría —murmuró ella—. Yo lo llamo ego, no autoestima.
—Mira, me he dado cuenta de que hoy estás pasando por una experiencia realmente traumática así que, ¿por qué no nos olvidamos del maldito hombre que te humilló y nos relajamos? La comida es buena, el vino podría ser mejor, pero es abundante, y yo no desvelaré tu secreto. Alégrate, come, bebe y bailemos. Disfruta de la agradable compañía por la que has pagado.
—¿Agradable?
Ella no pudo evitar sonreír.
—Tengo una reputación que mantener, ¿trato hecho?
Aquella sonrisa rozaba lo irresistible, así que, atolondradamente, levantó la copa y accedió.
AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 7
Afuera, el sol cumplió con su deber y los invitados se amontonaron para hacerse las fotos. Los labios de Paula esbozaron una sonrisa cínica. Mantuvo la barbilla alta y respondió con alegría a los saludos de los conocidos. Todos miraban al hombre que estaba a su lado con curiosidad y la divirtió comprobar que en, algunos casos, la miraban con envidia. Era preferible a la pena, se dijo.
— ¿Por qué te dejó?
—Esa es una pregunta poco delicada —le contestó algo rígida.
—Nunca he perdonado la autocompasión ni la sensiblería.
—Parece que tampoco te has guardado tus opiniones.
—Sólo estaba mostrando interés.
—Más bien estabas a la caza de detalles morbosos.
— ¿Morbosos? Antes sólo estaba intentando entablar conversación, pero ahora me interesa de verdad.
—En realidad, fue todo muy civilizado. Fui a Londres a hacer un curso de Empresariales. No estábamos prometidos —dijo con una sonrisa forzada, como pasando de puntillas por el golpe emocional que la había hundido.
—Todo el mundo esperaba que os casaseis —comentó él astutamente.
Resultaba raro, pero el cinismo de Pedro era mucho más fácil de sobrellevar que la compasión y la comprensión que le habían ofrecido en su momento.
—Hubo un acuerdo —añadió mientras comprobaba que nadie podía escucharles.
Alex y ella habían acordado que un anillo hubiese sido una extravagancia cuando estaban intentando ahorrar tan desesperadamente.
Resultaba extraño que Ana se las hubiese arreglado para conseguir un diamante auténtico en un tiempo récord, pensó Paula cínicamente. Probablemente por eso Alex había cambiado su deportivo por un coche más modesto. Parecía que Ana sí merecía ese sacrificio.
— ¿Luchaste por recuperarlo? ¿O ya tenías alguien más interesante esperando? No puede haberte sido demasiado difícil —dijo Pedro con la mente puesta en la relación de la joven con su tío.
Paula abrió los labios ligeramente.
—Ningún hombre merece la pena —replicó ella con un tono de severidad.
Pedro la agarró por el brazo y la sacó de entre la fila de pajes y damas de honor.
— ¿No es esa una opinión algo estereotipada?
—No, es exacta.
No parecía que el brazo que ceñía a su cintura fuera a soltarse. No hizo ningún esfuerzo por retirarlo para no ponerse en evidencia. Quería demostrarle con su actitud lo indiferente que le resultaba su proximidad.
— ¿Después de un desengaño amoroso? —Le dijo incrédulo—. ¿O acaso debo deducir que tienes un pasado más accidentado que ése?
Su expresión cínica y astuta hizo que Paula deseara estrangularlo.
—Sé que estás aburrido, pero no te voy a alegrar la tarde con historias jugosas. Mi madre te va a analizar de arriba abajo y va a descubrir todo sobre ti —le dijo vengativamente.
Le irritó mucho tener que levantar los ojos para mirarlo. La altura de Alex era perfecta, especialmente cuando la besaba, pensó con melancolía. ¿Cómo sería un beso de aquel hombre? Con la boca seca, trató de imaginárselo.
—Me parece que está ocupada en este momento —respondió Pedro, mirando hacia donde Lydia charlaba con un invitado de mediana edad.
—Como siempre.
— ¿Es ésa una crítica típica de hija? ¿No te deberías haber deshecho ya del deseo de considerar a tu madre como una persona asexuada? Me imagino que tu padre ya no está con vosotros.
Paula frunció los labios con resolución y él, intuitivamente, le quitó las manos de la cintura. ¿Dónde quería llegar, analizándola y criticándola?
—Para tu información, mi padre nunca ha estado con nosotras, al menos desde que yo nací. Abandonó a mi madre porque era incapaz de aceptar el yugo doméstico —le explicó sarcásticamente—. Pero mi madre nunca se rinde. Su vida no está completa sin un hombre del brazo y en la cama. Pero al final todos se marchan. De tal palo, tal astilla. Ninguna de las dos sabemos retener a los hombres.
Con la respiración entrecortada, Paula se detuvo secamente y se mordió los temblorosos labios horrorizada por lo que le había confesado a un completo desconocido.
Pedro se sintió conmovido por la aflicción de Paula, pero reprimió cualquier asomo de caballerosidad. No iba a dejar que sus sentimientos interfirieran con la verdadera razón que tenía para buscar a la señorita Chaves.
— ¿Te vas a desmayar?
Intentó parecer relajado ante las circunstancias, pero el violento cambio de color en el rostro de ella le hizo temer lo peor.
La sonrisa de ella fue repentina y sorprendente.
—Es más posible que vomite —respondió con franqueza—, pero no te preocupes, ya se me ha pasado. Te agradecería que te olvidaras de lo que acabo de decir.
—Señorita, tus problemas son asunto tuyo —recalcó con un acento más marcado de lo habitual.
Ella apretó los labios.
— ¿Cómo te las arreglas para que todo lo que dices suene como una sentencia? ¿Se te ha ocurrido alguna vez que estás siguiendo una línea de trabajo equivocada? Lo que me prometieron fue una compañía agradable y relajante. En vez de eso, me han mandado a la Inquisición.
—Si no estás satisfecha, puedes presentar una reclamación. Probablemente perderé mi trabajo —suspiró estoicamente—. Pero no dejes que esto te quite la idea de la cabeza. Vivimos en una sociedad en la que no hay lugar para los sentimientos.
Paula sonrió. Hacía de “manso” bastante bien.
—Intenta estar mono y calladito y no hables demasiado —le aconsejó.
—Sexista —murmuró Pedro mientras los colocaban para una foto.
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