martes, 23 de abril de 2019
AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 7
Afuera, el sol cumplió con su deber y los invitados se amontonaron para hacerse las fotos. Los labios de Paula esbozaron una sonrisa cínica. Mantuvo la barbilla alta y respondió con alegría a los saludos de los conocidos. Todos miraban al hombre que estaba a su lado con curiosidad y la divirtió comprobar que en, algunos casos, la miraban con envidia. Era preferible a la pena, se dijo.
— ¿Por qué te dejó?
—Esa es una pregunta poco delicada —le contestó algo rígida.
—Nunca he perdonado la autocompasión ni la sensiblería.
—Parece que tampoco te has guardado tus opiniones.
—Sólo estaba mostrando interés.
—Más bien estabas a la caza de detalles morbosos.
— ¿Morbosos? Antes sólo estaba intentando entablar conversación, pero ahora me interesa de verdad.
—En realidad, fue todo muy civilizado. Fui a Londres a hacer un curso de Empresariales. No estábamos prometidos —dijo con una sonrisa forzada, como pasando de puntillas por el golpe emocional que la había hundido.
—Todo el mundo esperaba que os casaseis —comentó él astutamente.
Resultaba raro, pero el cinismo de Pedro era mucho más fácil de sobrellevar que la compasión y la comprensión que le habían ofrecido en su momento.
—Hubo un acuerdo —añadió mientras comprobaba que nadie podía escucharles.
Alex y ella habían acordado que un anillo hubiese sido una extravagancia cuando estaban intentando ahorrar tan desesperadamente.
Resultaba extraño que Ana se las hubiese arreglado para conseguir un diamante auténtico en un tiempo récord, pensó Paula cínicamente. Probablemente por eso Alex había cambiado su deportivo por un coche más modesto. Parecía que Ana sí merecía ese sacrificio.
— ¿Luchaste por recuperarlo? ¿O ya tenías alguien más interesante esperando? No puede haberte sido demasiado difícil —dijo Pedro con la mente puesta en la relación de la joven con su tío.
Paula abrió los labios ligeramente.
—Ningún hombre merece la pena —replicó ella con un tono de severidad.
Pedro la agarró por el brazo y la sacó de entre la fila de pajes y damas de honor.
— ¿No es esa una opinión algo estereotipada?
—No, es exacta.
No parecía que el brazo que ceñía a su cintura fuera a soltarse. No hizo ningún esfuerzo por retirarlo para no ponerse en evidencia. Quería demostrarle con su actitud lo indiferente que le resultaba su proximidad.
— ¿Después de un desengaño amoroso? —Le dijo incrédulo—. ¿O acaso debo deducir que tienes un pasado más accidentado que ése?
Su expresión cínica y astuta hizo que Paula deseara estrangularlo.
—Sé que estás aburrido, pero no te voy a alegrar la tarde con historias jugosas. Mi madre te va a analizar de arriba abajo y va a descubrir todo sobre ti —le dijo vengativamente.
Le irritó mucho tener que levantar los ojos para mirarlo. La altura de Alex era perfecta, especialmente cuando la besaba, pensó con melancolía. ¿Cómo sería un beso de aquel hombre? Con la boca seca, trató de imaginárselo.
—Me parece que está ocupada en este momento —respondió Pedro, mirando hacia donde Lydia charlaba con un invitado de mediana edad.
—Como siempre.
— ¿Es ésa una crítica típica de hija? ¿No te deberías haber deshecho ya del deseo de considerar a tu madre como una persona asexuada? Me imagino que tu padre ya no está con vosotros.
Paula frunció los labios con resolución y él, intuitivamente, le quitó las manos de la cintura. ¿Dónde quería llegar, analizándola y criticándola?
—Para tu información, mi padre nunca ha estado con nosotras, al menos desde que yo nací. Abandonó a mi madre porque era incapaz de aceptar el yugo doméstico —le explicó sarcásticamente—. Pero mi madre nunca se rinde. Su vida no está completa sin un hombre del brazo y en la cama. Pero al final todos se marchan. De tal palo, tal astilla. Ninguna de las dos sabemos retener a los hombres.
Con la respiración entrecortada, Paula se detuvo secamente y se mordió los temblorosos labios horrorizada por lo que le había confesado a un completo desconocido.
Pedro se sintió conmovido por la aflicción de Paula, pero reprimió cualquier asomo de caballerosidad. No iba a dejar que sus sentimientos interfirieran con la verdadera razón que tenía para buscar a la señorita Chaves.
— ¿Te vas a desmayar?
Intentó parecer relajado ante las circunstancias, pero el violento cambio de color en el rostro de ella le hizo temer lo peor.
La sonrisa de ella fue repentina y sorprendente.
—Es más posible que vomite —respondió con franqueza—, pero no te preocupes, ya se me ha pasado. Te agradecería que te olvidaras de lo que acabo de decir.
—Señorita, tus problemas son asunto tuyo —recalcó con un acento más marcado de lo habitual.
Ella apretó los labios.
— ¿Cómo te las arreglas para que todo lo que dices suene como una sentencia? ¿Se te ha ocurrido alguna vez que estás siguiendo una línea de trabajo equivocada? Lo que me prometieron fue una compañía agradable y relajante. En vez de eso, me han mandado a la Inquisición.
—Si no estás satisfecha, puedes presentar una reclamación. Probablemente perderé mi trabajo —suspiró estoicamente—. Pero no dejes que esto te quite la idea de la cabeza. Vivimos en una sociedad en la que no hay lugar para los sentimientos.
Paula sonrió. Hacía de “manso” bastante bien.
—Intenta estar mono y calladito y no hables demasiado —le aconsejó.
—Sexista —murmuró Pedro mientras los colocaban para una foto.
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