lunes, 18 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 53




Paula odiaba los aviones de hélices. Podía ser una viajera avezada, pero estar sentada en un avión tan diminuto, oyendo el irritante ruido del motor y sentir todas y cada una de las turbulencias que sacudían aquel aparato le hacía desear ser capaz de permanecer siempre en el mismo lugar.


La azafata cerró la puerta del avión y comenzó a explicar todas las medidas de seguridad. Paula intentaba obligarse a escuchar las instrucciones que ya había oído infinidad de veces.


Pero estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para evitar mirar por la ventanilla las palmeras que se mecían, recortándose sobre un horizonte anaranjado. Cualquier cosa para evitar la tentación de quedarse. De pensar en darle a Pedro otra oportunidad.


Sería una locura.


Una insensatez.


Pero entonces, ¿por qué había una parte de ella que estaba deseando volver con Pedro prácticamente desde que había cruzado la puerta de la clínica? Porque en realidad, lo último que ella quería era volver a los brazos de Pedro. Sobre todo después de que el tiempo que habían pasado juntos les hubiera demostrado que no estaban hechos el uno para el otro.


Discusiones, peleas, encontronazos…


Hacer el amor, reír, hablar…


Pero no podía ponerse romántica en aquel momento. Tenía que recordar las cosas tal y como eran.


Pero cuando lo intentaba, no podía evitar concentrarse en lo bien que se sentía en los brazos de Pedro. En lo perfectamente que encajaban sus cuerpos, en cómo la había hecho reír más que nadie, en las largas conversaciones que mantenían durante las comidas, o cuando paseaban por la playa al amanecer, después de haber hecho el amor, y ella se sentía como si Pedro fuera su alma gemela.


No.


Si recordaba esas cosas, entonces también tenía que recordar las discusiones, la frustración, el hecho evidente de que los dos eran demasiado cabezotas como para ser algo más que amantes temporales.


Y, lo más importante, tenía que recordar que, hasta esa misma noche, Pedro no quería tener una relación seria con ella. Posiblemente lo ocurrido con Claudio había confundido sus sentimientos, pero, al día siguiente, una vez olvidado el peligro, Pedro volvería a ser el mujeriego de siempre.


Pero justo en ese momento, se acordó de su padre. Su padre que, en ese momento se dio cuenta, se parecía mucho a Pedro. Y Pedro era el primer hombre al que le había permitido ver quién era realmente ella, conocer aspectos de su personalidad que sólo su padre y su mejor amiga conocían.


Pedro podía ser el único hombre que había conocido que pudiera estar a la altura de su padre. Pero sabía que si le daba otra oportunidad, terminaría sufriendo otra vez.


Estaba segura.


El problema era esa duda gigante que parecía haberse instalado en su vientre y que se expandía por segundos, amenazando con subir hasta su garganta.


O quizá fuera el miedo a los aviones de hélices lo que la confundía. Sí, tenía que ser eso.


No.


Sí.


No.


El sonido del motor se hizo más intenso cuando el avión comenzó a rodar, preparándose para el despegue.


Paula se desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó de un salto.


—¡Espere! —se oyó gritar.


¿Pero qué demonios estaba haciendo?


La azafata, con expresión firme, se colocó frente a ella.


—¡Siéntese inmediatamente! Tiene que estar sentada para que podamos despegar.


—¡Tengo que salir de este avión! Es una emergencia.


Sonaba un poco dramático, pero sabía que no había otra manera de definir aquella fuerza incontrolable que la había obligado a levantarse de su asiento.


—Señora, espero que esto no sea una broma —dijo la azafata con expresión dubitativa.


—Hablo en serio. Por favor, pare el avión.


Los otros pasajeros contemplaban el espectáculo y comentaban entre ellos lo ocurrido. Un hombre que estaba sentado cerca de Paula intervino.


—Déjela salir para que podamos salir cuanto antes a Miami.


—Siéntese y veré lo que puedo hacer —dijo la azafata y se fue a hablar con el piloto.


Unos segundos después, volvió y le hizo un gesto a Paula justo en el momento en el que el avión se detenía. Le abrió la puerta y bajó de nuevo las escaleras para que Paula pudiera salir.


Con pies temblorosos, Paula bajo los destartalados peldaños de la escalera y, una vez en la pista, corrió hacia uno de los autobuses que estaba a punto de salir hacia el centro turístico.


Paula se sentó entre los pasajeros, algunos de los cuales debían de haber visto su precipitada salida del avión, a juzgar por las miradas de curiosidad. Paula evitó cualquier contacto visual e intento desenmarañar el revoltijo de pensamientos que ocupaba su cabeza.


¿Qué demonios estaba haciendo? Tenía miedo de contestar su propia pregunta, pero lo sabía. 


Necesitaba ver a Pedro una vez más. 


Necesitaba saber si realmente la amaba. 


Necesitaba saber si tenían alguna oportunidad de estar juntos.


Pero ¿y después qué? ¿Estaba preparada para el compromiso? ¿Para correr el riesgo más grande de su vida? No podía conocer la respuesta hasta que lo viera.


Cuando el autobús se detuvo frente a la puerta principal del centro turístico, Paula corrió hasta el vestíbulo de recepción. Saltándose la cola de huéspedes, se acercó a una de las empleadas y le dirigió una mirada suplicante.


—¿Dónde está Pedro Alfonso?


La mujer debió de reconocerla como la chica que estaba saliendo con Pedro, porque se acerco al mostrador y sonrió.


—No está en su despacho, pero estaba hace unos minutos. La he oído decir que se iba a dar un paseo.


—¿Un paseo?


—Sí, supongo que habrá ido hacia las playas del sur. Le gusta pasear por allí.


—Gracias, Celeste —contesto Paula, leyendo la tarjeta de la empleada.


Celeste le devolvió la sonrisa.


—Buena suerte. Todos pensamos que deberían estar juntos.


¿Todos? Paula enrojeció al comprender que Pedro y ella se habían convertido en pasto de cotilleos entre los empleados.


Se despidió de Celeste con un gesto y se dirigió hacia la playa.




AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 52




Paula se pondría bien.


El doctor Collins había pronunciado aquellas palabras con absoluta naturalidad, como si la vida entera de Pedro no dependiera de ellas.


Paula permanecía pálida, inconsciente.


—¿La han drogado? —se atrevió a preguntar Pedro.


Collins asintió.


—Supongo que le han dado una dosis de Rohypnol. En ese caso, se despertará desorientada y no recordará lo que ha pasado mientras estaba drogada.


Pedro casi temía preguntar.


—¿Hay algún signo de abuso o malos tratos?


—Ninguno. Es una suerte que los haya encontrado antes de que hubiera ocurrido nada. Es posible que tenga algún arañazo o algún moretón, pero se pondrá bien.


Gracias a Dios.


—¿Cuándo se despertará?


El médico se encogió de hombros.


—Eso depende de cuándo le dieran la droga y de la cantidad que haya consumido.


—¿Es lo único que puede decirme?


—Sus constantes vitales son correctas, lo único que tiene es el corazón un poco acelerado. Supongo que podría despertarse en cualquier momento. Y es preferible que la dejemos dormir a que intentemos despertarla.


—Me gustaría llevarla a un lugar más cómodo.


—Por supuesto. Podemos llevarla en la camilla a mi consulta, para que pueda descansar allí hasta que se despierte.


Pedro miró por encima de la camilla al ayudante del médico, al que hasta entonces ni siquiera había visto. Estaba tan pendiente de Paula que el resto del mundo parecía haber desaparecido.


—Me gustaría quedarme con ella —dijo.


—¿Son amigos?


¿Cómo describir su relación con Paula? 


Oficialmente no eran una pareja, pero aun así, para él Paula era mucho más que una amiga. 


Habían sido amantes, definitivamente, pero aquélla le parecía una descripción triste y en absoluto adecuada.


—En realidad es mi novia —dijo por fin, inclinándose por la respuesta más sencilla.


El doctor Collins arqueó una ceja, probablemente pensando en la reputación de Pedro.


—Muy bien —le dijo—. Pero recuerde que necesitará algún tiempo para acostumbrarse y asumir lo ocurrido.


—Entendido.


Pedro siguió al médico y a su ayudante mientras llevaban a Paula en camilla hacia la clínica del centro. Los problemas médicos más serios los resolvían transportando en los pacientes en avión a Miami, pero las dolencias menores podían manejarlas en la isla, y el doctor Brian Collins era uno de los mejores. Pedro se sentía completamente seguro confiándole a Paula.


Pero eso no significaba que pretendiera apartarse de su lado.


La espiral de sentimientos que giraba en sus entrañas era como una versión reducida de la tormenta tropical que había sacudido la isla la semana anterior. El canto de los pájaros, el viento cálido que acariciaba su pelo, todo le parecía fuera de lugar estando Paula inmóvil en una camilla.


Una vez en la clínica, Pedro permaneció sentado al lado de Paula, observándola dormir.


Y en aquel silencio, por fin fue capaz de relajarse.


¿Qué podía significar todo aquello? Después de lo ocurrido, no podía imaginarse la vida sin ella. 


En los tensos momentos durante los que había temido por su vida, aquella idea se había abierto camino desde su subconsciente hasta obligarlo a aceptarla como verdad.


Amaba a Paula.


La deseaba más que a ninguna otra mujer de las que había conocido y quería tenerla a su lado.


En el espacio de unas horas, su vida entera parecía haberse puesto del revés y, por una vez en su vida, no quería volver a enderezarla.


Deseaba aquel torbellino de emociones, todo lo imprevisible, todas aquellas locuras que prometía una vida junto a Paula.


Lo deseaba más que nada en el mundo.


Y necesitaba saber si Paula también lo deseaba.


Cuando Paula abrió por fin los ojos y miró a su alrededor, Pedro sintió en su pecho el peso de la incertidumbre, combinado con el alivio de saber que estaba bien. Aquélla era la mujer de la que se había despedido para siempre unas horas atrás.


Paula pestañeó, se apoyó sobre los codos y se sentó en la camilla.


—¿Qué… qué ha pasado? —bajó la mirada hacia la camilla y hacia su ropa hecha jirones—. ¿Cómo es posible…? ¿Y dónde está Claudio?


—Es una larga historia.


Pedro, que se había levantado en cuanto la había visto abrir los ojos, se sentó a su lado en la camilla y le preguntó:
—¿Qué es lo que recuerdas?


—No lo sé. Tengo la sensación de haber estado durmiendo durante un año. ¿Qué estás haciendo aquí?


La hostilidad de su voz era inconfundible. 


Mientras Pedro acababa de tener una experiencia que había cambiado su vida, Paula había estado durmiendo. Para ella nada había cambiado.


—Claudio te drogó y te llevó a la selva, pero te hemos encontrado antes de que ocurriera nada.


Paula pareció buscar en su memoria algún recuerdo de lo ocurrido.


—El médico te ha examinado y ha dicho que seguramente te habían dado Rohypnol y que era posible que no recordaras nada de lo ocurrido durante el tiempo que has estado drogada. Llevas durmiendo un par de horas.


—Recuerdo que estaba con Claudio en la barra. Estábamos hablando… Y también me acuerdo de que mi bebida tenía un sabor extraño —abrió los ojos como platos al comprender lo que había pasado—. ¡Me ha drogado!


—Pero ahora estás bien. Y no ha pasado nada.


—He sido una completa idiota al confiar en él. Mi intuición me decía que había algo en él que no me gustaba.


—Era imposible que supieras lo que iba a hacer.


—Lo dejé con mi copa para ir al cuarto de baño. Así que tuvo una oportunidad perfecta para echarme cualquier cosa. Debería haber tenido más cuidado.


—Paula, deja de culparte por lo ocurrido. Claudio nos ha engañado a todos, incluso a mí. Era él el que dirigía la red de prostitución.


Paula abrió los ojos como platos.


—Vaya, me alegro de que hayas encontrado al culpable.


—Yo también.


Paula lo miró con expresión indescifrable. Pero por lo menos ya no había odio en su rostro.


—Gracias por haberme salvado. Supongo que no estoy acostumbrada a encontrarme en situaciones en las que me tienen que salvar.


—Y menos yo, ¿verdad?


Paula se levantó de la camilla, pero tuvo que agarrarse a ella para mantenerse en pie.


—¿Te encuentras bien?


—Sí —contestó. Y Pedro volvió a advertir la frialdad de su voz—. ¿Qué hora es? ¿Es demasiado tarde para que pueda irme a Miami?


—Hay otro vuelo esta noche, pero antes tenemos que hablar.


—Creo que ya nos hemos dicho todo lo que teníamos que decirnos.


Pedro alargó la mano para tomar la suya.


—No todo —respondió.


—Si verme con Claudio, o verme en peligro, o cualquiera de esas cosas te ha hecho pensar que todavía me deseas, olvídalo.


Una bofetada en pleno rostro no le habría hecho más daño que aquellas palabras.


—Paula, sé lo que sientes por mí, o lo que crees que sientes por mí, ¿pero no podrías olvidar tu enfado durante unos minutos y escucharme?


—¿Ahora presumes de saber lo que siento?


—Eso ya lo has dejado suficientemente claro. Lo que quiero es dejar claro lo que yo siento. Te quiero —anunció antes de que pudiera interrumpirlo o de que entrara el médico.


Paula abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero por una vez, pareció quedarse sin habla. La hostilidad desapareció por completo de su rostro.


—Siento que todo este lío te haya confundido, Pedro —apartó la mano de la suya—, pero es imposible que hayas querido decir eso.


—Hablo en serio —le dijo—. ¿Por qué no te quedas otra semana conmigo y me dejas convencerte?


—No puedo. Tengo que volver a Phoenix, y además, reconozco un problema en cuanto lo veo —sonrió débilmente y se dirigió hacia la puerta—. ¿Tú y yo? Lo único que conseguimos cuando estamos juntos es buscarnos problemas.


Pedro se sentía como si la única posibilidad de encontrar la verdadera felicidad se le estuviera escurriendo entre los dedos. ¿Cómo se había permitido llegar a aquel estado de locura? ¿Cómo se había permitido enamorarse de Paula?


Una pregunta estúpida. Desde el primer momento, sabía que ella era la mujer más indicada para él. Ésa era la razón por la que había estado saboteando su relación desde el primer momento. Él no quería enamorarse de nadie.


—Entonces iré yo a Phoenix —dijo.


Paula sacudió la cabeza.


—No —su mirada se tornó dura como el granito—.Y lo digo en serio.


Y sin más, se dirigió hacia la puerta. El sonido de sus pasos sobre las baldosas del pasillo lo hacía sentirse a Pedro solo, vacío. Dos palabras, comprendió, que describían acertadamente lo que sería toda una vida sin Paula.




domingo, 17 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 51




Pedro apenas podía creer lo que estaba oyendo. 


Una de las camareras del centro había ido a buscarlo con los ojos llenos de lágrimas y le había confesado que Claudio Cayhill estaba detrás de algunos tejemanejes terribles que estaban teniendo lugar en el centro.


Lo que en un primer momento le había parecido increíble, rápidamente se había convertido en verdad. Claudio, su amigo, lo había traicionado de la peor manera posible.


La camarera no se había atrevido a decírselo antes por miedo a perder su trabajo, pero cuando lo había visto desaparecer del bar con la que para ella era la «novia de Pedro» de una forma un tanto sospechosa, se había sentido obligada a decírselo.


Le contó también que había oído rumores sobre una red de prostitución en el centro y que había visto algunas transacciones sospechosas entre Claudio y los camareros en más de una ocasión.


Pedro no había querido oír nada más. Lo único que quería era encontrar a Claudio y a Paula antes de que ocurriera nada entre ellos para así poder asegurarse de que Paula supiera el tipo de hombre con el que estaba tratando. Lo que no se detuvo a examinar fue por qué aquello era tan importante para él.


La camarera le había dicho que tenía un mal presentimiento sobre cuáles eran las intenciones de Claudio, y Pedro no lo dudaba. Quién sabía de qué podía ser capaz un hombre que había estado detrás de una red de prostitución.


La camarera le había dicho también que los había visto alejarse hacia la playa y Pedro había salido en su búsqueda, sirviéndose de la radio para ponerse en contacto con los hombres de seguridad y para que comenzaran a buscar a Claudio.


Pedro conocía un lugar de la selva en el que Claudio se jactaba de haber hecho el amor con una mujer. Pedro eran consciente de que estaba dando palos de ciego, pero no tenía otro lugar por el que empezar.


Impulsado por el creciente sentimiento de traición, cruzó el centro a toda velocidad. No podía dejar de pensar en que Claudio estaba involucrado en la red de prostitución. ¿Cómo podía haberlo engañado tan descaradamente? ¿Cómo había podido fingir que era su amigo? ¿Y cómo había sido él tan iluso? No tenía respuestas. Lo único que tenía era unas ganas cada vez mayores de darle un puñetazo a alguien.


Quince minutos después, estaba acercándose a la selva, siguiendo las huellas dejadas por los turistas y sintiéndose como un animal enfurecido. Vio a una pareja comiendo al aire libre, sentados en la arena, y se acercó a ellos.


—Perdonen, ¿han visto por aquí a una pareja hace un rato? Él es rubio y ella pelirroja…


—Ah, sí —dijo la mujer—. Están cerca de la selva. Creo que los hemos interrumpido.


—Gracias —dijo Pedro, y hacia allí se dirigió.


Un minuto después, cuando vio una sandalia en la arena que reconoció como una de las de Paula, todos sus sentidos se pusieron en alerta. 


El miedo se mezclaba con la furia. Una sandalia perdida podía ser una mala señal.


Si le había ocurrido algo a Paula, cualquier cosa, mataría a Claudio.


¿Pero de dónde salía aquel sentimiento? ¿A qué se debía ese sentimiento de posesión por una mujer de la que estaba convencido quería deshacerse hace unas horas?


Porque Paula lo convertía en un estúpido.


Y porque la quería.


Al darse cuenta se detuvo sobre sus pasos. 


¿Por qué no lo habría comprendido antes? 


Probablemente porque no estaba buscando una relación duradera y, definitivamente, porque no esperaba que Paula le gustara tanto como le gustaba.


La quería.


¿Pero había alguna probabilidad de que ella lo quisiera a él?


Probablemente no, puesto que había sido ella la que había decidido salir precipitadamente de la isla.


Pedro comenzó a buscar entre la selva, intentando desterrar aquellos pensamientos y concentrarse en encontrar a Paula.


Y entonces oyó el revelador sonido de la vegetación y se quedó paralizado, con todos los sentidos en alerta.


Sigilosamente, fue acercándose al lugar del que procedía aquel sonido.


A lo mejor sólo habían sido pájaros. O quizá Paula estuviera cerca, en una situación complicada.


Buscó durante lo que le parecieron horas, pero que en realidad no podían ser más que minutos, y al final los vio.


Paula permanecía desmayada en el suelo, a unos siete metros de distancia, en un lugar tan escondido que Pedro no habría podido encontrarlos si no hubiera estado mirando tan detenidamente. Cuando fue capaz de concentrar de nuevo la mirada, vio a Claudio arrodillándose para desatarse el cinturón.


Pedro se puso inmediatamente en movimiento.


—¡Claudio Cayhill, maldito seas!


Claudio, que en aquel momento estaba subiéndole el vestido a Paula, alzó la mirada hacia él.


Un nudo de furia constreñía el pecho de Pedro, que quería destrozar a Claudio por haberse atrevido a tocarla.


Pero Paula no era suya. Y tampoco quería que lo fuera.


—¿Qué demonios…? —dijo Claudio, levantándose y subiéndose los pantalones.


—Sé que eres tú el que estás detrás de esa red de prostitución, Claudio. Los de seguridad vienen ahora mismo hacia aquí —mintió Pedro—. Será mejor que vengas conmigo.


Bajó la mirada hacia Paula, que permanecía desmayada en el suelo.


—Me temo que ha bebido demasiado.


—Hijo de perra, ¿qué le has dado?


Pedro empujó a Claudio para apartarlo de su camino, se arrodilló al lado de Paula y le tomó el pulso.


Pero en ese momento, algo duro hizo contacto con su mandíbula y aterrizó de espaldas en el suelo. Claudio se abalanzó entonces sobre él, lo agarró del cuello y lo apretó con fuerza.


Pedro se resistió con todas sus fuerzas y consiguió liberarse de Claudio y colocarse sobre él, al tiempo que agarraba una piedra y la blandía cerca de la cabeza de Claudio.


—Un solo movimiento y te dejo sin sentido.


Necesitaba llamar a seguridad antes de que las cosas se le fueran de las manos. Pero justo en aquel momento, oyó el particular crujido de un walkie-talkie y suspiró aliviado. Los hombres de seguridad lo habían encontrado.


—¡Por aquí! —gritó.


A los pocos segundos, aparecieron dos guardias de seguridad. Agarraron a Claudio y lo esposaron mientras éste se retorcía entre maldiciones.


—Lo llevaremos a administración, señor —dijo uno de los guardias.


—Avisen a un médico —dijo Pedro, y señaló a Paula con la cabeza—. Creo que está drogada.


El segundo guardia llamó al médico de urgencias para que fuera rápidamente hacia allí.


—Te lo has buscado tú mismo,Pedro. Tú con tu actitud chulesca, diciéndome siempre cómo tengo que hacer mi trabajo, como si supieras hasta la última maldita cosa que había que hacer para dirigir un lugar como éste. Alguna que otra vez deberías haberme hecho caso, imbécil.


¿Sus ideas?


Ah, sí, sus ideas. Al poco tiempo de que se abriera Escapada, Claudio se había acercado a Pedro con algunas ideas pésimas para mejorar las actividades de entretenimiento del centro, y Pedro se había echado a reír. De hecho, pensaba que en realidad era una broma.


¿Y ésa era la venganza de Claudio?


—Yo creía que eras mi amigo, Claudio.


Claudio soltó una carcajada mientras los guardias de seguridad comenzaban a conducirlo hacia el centro.


—Sí, pensé que hacerme amigo tuyo era la mejor manera de que no me vigilaras.


Así había conseguido poner en funcionamiento la red de prostitución sin que nadie lo detectara.
Por supuesto. Todo aquel asunto le asqueaba y comprendía que había sido un estúpido al confiar en Claudio.


Se acercó a Paula y se arrodilló a su lado. 


Jamás había estado tan asustado. Cuando la vio tan frágil y sin vida, el pecho se le contrajo y el aire parecía negarse a entrar en sus pulmones.


Si le ocurriera algo, él sería el único culpable.


Había sido un estúpido en más de un sentido.


Pedro obligó a sus pulmones a ponerse en funcionamiento. Tomó aire, obligando a su pecho a expandirse en toda su capacidad.