lunes, 18 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 52




Paula se pondría bien.


El doctor Collins había pronunciado aquellas palabras con absoluta naturalidad, como si la vida entera de Pedro no dependiera de ellas.


Paula permanecía pálida, inconsciente.


—¿La han drogado? —se atrevió a preguntar Pedro.


Collins asintió.


—Supongo que le han dado una dosis de Rohypnol. En ese caso, se despertará desorientada y no recordará lo que ha pasado mientras estaba drogada.


Pedro casi temía preguntar.


—¿Hay algún signo de abuso o malos tratos?


—Ninguno. Es una suerte que los haya encontrado antes de que hubiera ocurrido nada. Es posible que tenga algún arañazo o algún moretón, pero se pondrá bien.


Gracias a Dios.


—¿Cuándo se despertará?


El médico se encogió de hombros.


—Eso depende de cuándo le dieran la droga y de la cantidad que haya consumido.


—¿Es lo único que puede decirme?


—Sus constantes vitales son correctas, lo único que tiene es el corazón un poco acelerado. Supongo que podría despertarse en cualquier momento. Y es preferible que la dejemos dormir a que intentemos despertarla.


—Me gustaría llevarla a un lugar más cómodo.


—Por supuesto. Podemos llevarla en la camilla a mi consulta, para que pueda descansar allí hasta que se despierte.


Pedro miró por encima de la camilla al ayudante del médico, al que hasta entonces ni siquiera había visto. Estaba tan pendiente de Paula que el resto del mundo parecía haber desaparecido.


—Me gustaría quedarme con ella —dijo.


—¿Son amigos?


¿Cómo describir su relación con Paula? 


Oficialmente no eran una pareja, pero aun así, para él Paula era mucho más que una amiga. 


Habían sido amantes, definitivamente, pero aquélla le parecía una descripción triste y en absoluto adecuada.


—En realidad es mi novia —dijo por fin, inclinándose por la respuesta más sencilla.


El doctor Collins arqueó una ceja, probablemente pensando en la reputación de Pedro.


—Muy bien —le dijo—. Pero recuerde que necesitará algún tiempo para acostumbrarse y asumir lo ocurrido.


—Entendido.


Pedro siguió al médico y a su ayudante mientras llevaban a Paula en camilla hacia la clínica del centro. Los problemas médicos más serios los resolvían transportando en los pacientes en avión a Miami, pero las dolencias menores podían manejarlas en la isla, y el doctor Brian Collins era uno de los mejores. Pedro se sentía completamente seguro confiándole a Paula.


Pero eso no significaba que pretendiera apartarse de su lado.


La espiral de sentimientos que giraba en sus entrañas era como una versión reducida de la tormenta tropical que había sacudido la isla la semana anterior. El canto de los pájaros, el viento cálido que acariciaba su pelo, todo le parecía fuera de lugar estando Paula inmóvil en una camilla.


Una vez en la clínica, Pedro permaneció sentado al lado de Paula, observándola dormir.


Y en aquel silencio, por fin fue capaz de relajarse.


¿Qué podía significar todo aquello? Después de lo ocurrido, no podía imaginarse la vida sin ella. 


En los tensos momentos durante los que había temido por su vida, aquella idea se había abierto camino desde su subconsciente hasta obligarlo a aceptarla como verdad.


Amaba a Paula.


La deseaba más que a ninguna otra mujer de las que había conocido y quería tenerla a su lado.


En el espacio de unas horas, su vida entera parecía haberse puesto del revés y, por una vez en su vida, no quería volver a enderezarla.


Deseaba aquel torbellino de emociones, todo lo imprevisible, todas aquellas locuras que prometía una vida junto a Paula.


Lo deseaba más que nada en el mundo.


Y necesitaba saber si Paula también lo deseaba.


Cuando Paula abrió por fin los ojos y miró a su alrededor, Pedro sintió en su pecho el peso de la incertidumbre, combinado con el alivio de saber que estaba bien. Aquélla era la mujer de la que se había despedido para siempre unas horas atrás.


Paula pestañeó, se apoyó sobre los codos y se sentó en la camilla.


—¿Qué… qué ha pasado? —bajó la mirada hacia la camilla y hacia su ropa hecha jirones—. ¿Cómo es posible…? ¿Y dónde está Claudio?


—Es una larga historia.


Pedro, que se había levantado en cuanto la había visto abrir los ojos, se sentó a su lado en la camilla y le preguntó:
—¿Qué es lo que recuerdas?


—No lo sé. Tengo la sensación de haber estado durmiendo durante un año. ¿Qué estás haciendo aquí?


La hostilidad de su voz era inconfundible. 


Mientras Pedro acababa de tener una experiencia que había cambiado su vida, Paula había estado durmiendo. Para ella nada había cambiado.


—Claudio te drogó y te llevó a la selva, pero te hemos encontrado antes de que ocurriera nada.


Paula pareció buscar en su memoria algún recuerdo de lo ocurrido.


—El médico te ha examinado y ha dicho que seguramente te habían dado Rohypnol y que era posible que no recordaras nada de lo ocurrido durante el tiempo que has estado drogada. Llevas durmiendo un par de horas.


—Recuerdo que estaba con Claudio en la barra. Estábamos hablando… Y también me acuerdo de que mi bebida tenía un sabor extraño —abrió los ojos como platos al comprender lo que había pasado—. ¡Me ha drogado!


—Pero ahora estás bien. Y no ha pasado nada.


—He sido una completa idiota al confiar en él. Mi intuición me decía que había algo en él que no me gustaba.


—Era imposible que supieras lo que iba a hacer.


—Lo dejé con mi copa para ir al cuarto de baño. Así que tuvo una oportunidad perfecta para echarme cualquier cosa. Debería haber tenido más cuidado.


—Paula, deja de culparte por lo ocurrido. Claudio nos ha engañado a todos, incluso a mí. Era él el que dirigía la red de prostitución.


Paula abrió los ojos como platos.


—Vaya, me alegro de que hayas encontrado al culpable.


—Yo también.


Paula lo miró con expresión indescifrable. Pero por lo menos ya no había odio en su rostro.


—Gracias por haberme salvado. Supongo que no estoy acostumbrada a encontrarme en situaciones en las que me tienen que salvar.


—Y menos yo, ¿verdad?


Paula se levantó de la camilla, pero tuvo que agarrarse a ella para mantenerse en pie.


—¿Te encuentras bien?


—Sí —contestó. Y Pedro volvió a advertir la frialdad de su voz—. ¿Qué hora es? ¿Es demasiado tarde para que pueda irme a Miami?


—Hay otro vuelo esta noche, pero antes tenemos que hablar.


—Creo que ya nos hemos dicho todo lo que teníamos que decirnos.


Pedro alargó la mano para tomar la suya.


—No todo —respondió.


—Si verme con Claudio, o verme en peligro, o cualquiera de esas cosas te ha hecho pensar que todavía me deseas, olvídalo.


Una bofetada en pleno rostro no le habría hecho más daño que aquellas palabras.


—Paula, sé lo que sientes por mí, o lo que crees que sientes por mí, ¿pero no podrías olvidar tu enfado durante unos minutos y escucharme?


—¿Ahora presumes de saber lo que siento?


—Eso ya lo has dejado suficientemente claro. Lo que quiero es dejar claro lo que yo siento. Te quiero —anunció antes de que pudiera interrumpirlo o de que entrara el médico.


Paula abrió la boca, como si fuera a decir algo, pero por una vez, pareció quedarse sin habla. La hostilidad desapareció por completo de su rostro.


—Siento que todo este lío te haya confundido, Pedro —apartó la mano de la suya—, pero es imposible que hayas querido decir eso.


—Hablo en serio —le dijo—. ¿Por qué no te quedas otra semana conmigo y me dejas convencerte?


—No puedo. Tengo que volver a Phoenix, y además, reconozco un problema en cuanto lo veo —sonrió débilmente y se dirigió hacia la puerta—. ¿Tú y yo? Lo único que conseguimos cuando estamos juntos es buscarnos problemas.


Pedro se sentía como si la única posibilidad de encontrar la verdadera felicidad se le estuviera escurriendo entre los dedos. ¿Cómo se había permitido llegar a aquel estado de locura? ¿Cómo se había permitido enamorarse de Paula?


Una pregunta estúpida. Desde el primer momento, sabía que ella era la mujer más indicada para él. Ésa era la razón por la que había estado saboteando su relación desde el primer momento. Él no quería enamorarse de nadie.


—Entonces iré yo a Phoenix —dijo.


Paula sacudió la cabeza.


—No —su mirada se tornó dura como el granito—.Y lo digo en serio.


Y sin más, se dirigió hacia la puerta. El sonido de sus pasos sobre las baldosas del pasillo lo hacía sentirse a Pedro solo, vacío. Dos palabras, comprendió, que describían acertadamente lo que sería toda una vida sin Paula.




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