lunes, 11 de marzo de 2019
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 30
Paula le dio la mano a Pedro y pasó con él por delante del conserje. Por un momento al menos, Pedro se alegró de ir disfrazado.
Definitivamente, no necesitaba que comenzara a comentarse que se lo había visto haciendo el amor con una mujer por todos los rincones del centro y mucho menos, llegar a convertirse en el tema de conversación principal entre los empleados.
El conserje los fulminó con la mirada y les advirtió:
—Eh, ustedes, si no quieren encontrarse con nadie, será mejor que vuelvan a su habitación.
Pedro tomó nota de lo ocurrido; tendría que advertirles a sus directores de personal que les recordaran a los empleados que, los invitados sorprendidos en actitudes comprometidas, deberían ser tratados lo más delicadamente posible. Desde luego, la política del establecimiento no consistía en burlarse de ellos, ni en recordarles que ese tipo de actividades íntimas estaban reservadas únicamente para los dormitorios.
Una vez en el exterior, el viento era tan fuerte que ambos temieron por sus pelucas.
Sujetándoselas como si fueran sombreros que amenazaban con salir volando, Pedro y Paula corrieron bajo la lluvia hasta el Club Cabaña, donde Mike D'Amato trabajaba de nuevo aquella noche.
Los huéspedes comenzaban a llenar el club, pero Paula y Pedro encontraron dos taburetes en la barra, desde donde podían observar el trabajo del camarero.
—¿En qué puedo servirles? —preguntó Mike cuando los vio.
No había ningún motivo por el que pudiera reconocerlos, pero Pedro se sintió ridículamente aliviado al saber que no los había reconocido.
Pidieron sus copas y Pedro pidió también unos aperitivos para compartir. Se dio entonces cuenta de que la energía sexual reprimida estaba azuzando su apetito.
—Entonces —dijo Paula cuando Mike D'Amato se desplazó hasta el otro extremo de la barra—, supongo que deberíamos hacer algún plan sobre cómo vamos a manejar todo esto.
—Déjame hablar a mí. Estaremos un rato esperando y observando, después, me acercaré a Mike D'Amato y le preguntaré sobre los servicios clandestinos que ofrece el centro
—¿No crees que es muy arriesgado? ¿Qué pasará si te reconoce?
—¿Con este disfraz? Mike D'Amato me ha visto muy pocas veces. Prácticamente no nos conocemos.
Pero hablando de reconocer… Claudio Cayhill estaba en ese momento en el otro extremo del bar, hablando con una camarera. Pedro se volvió, y recordó entonces que tendría que llamar a Claudio más tarde para decirle que durante los próximos días, no podría acercarse por el gimnasio. Por lo menos hasta que se hubiera recuperado de todo el ejercicio que estaba haciendo con Paula.
—Mira hacia el otro lado de la barra —le susurró a Paula—. Cuando ese hombre rubio del polo, blanco se vaya, avísame.
Paula se encogió de hombros.
—De acuerdo —lo observó con atención—.Ahora mismo se dirige hacia la puerta.
Pedro se relajó y miró a su alrededor, sólo para darse cuenta de que estaban convirtiéndose en el centro de la atención de todas las miradas. O por lo menos Paula.
El único color que podía llamar más la atención que el rojo era el rubio platino, y prácticamente todos los hombres del bar estaban pendientes de ella. Pedro prefería su melena pelirroja, con aquellos rizos incontrolables que enmarcaban su rostro dándole un aspecto femenino y sensual.
La melena rubia resultaba muy sexy, pero a él no le gustaba tanto.
—Los hombres no te quitan la vista de encima —le susurró al oído.
—Menuda novedad —sonrió con ironía—. ¿Te molesta?
—No, pero te están mirando de una forma que me parece un poco ofensiva.
—Son hombres, ¿qué esperabas?
—Por si no lo has notado, yo también soy un hombre.
—Lo he notado, créeme —se inclinó hacia él y le lamió el lóbulo de la oreja al tiempo que deslizaba la mano entre sus piernas.
—No juegues conmigo. Después del incidente del conserje, ya estoy suficientemente dolorido.
—La anticipación hará que esta noche sea mucho más divertida.
—«Divertida» no es la palabra que yo elegiría —dijo Pedro mientras sentía aumentar la tensión de su cuerpo.
Se movió incómodo en el taburete.
Afortunadamente, Paula apartó la mano.
—Pobres hombres, vuestra vida está tan dirigida por vuestros penes.
—Yo sólo tengo uno, y lo tengo completamente controlado.
Paula soltó una carcajada.
—¿No estás sufriendo mucho después de haber sido interrumpido?
—Por supuesto que sí, pero como sé que a la larga conseguiré lo que quiero, puedo soportarlo.
Se oyó el retumbar de un trueno por encima de la música del grupo caribeño que estaba tocando en el bar. Después, se oyó un chasquido y las luces parpadearon. Afuera, debía de haber empezado a llover con fuerza porque un grupo de huéspedes entraron corriendo en el club. Unos minutos después, las luces se habían ido completamente.
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 29
Eligió una peluca larga de pelo rubio platino y se acercó a un espejo para probársela. Pedro observó cómo se transformaba, de una fiera pelirroja, en una auténtica estrella del porno más sórdido.
—Bonita peluca —dijo Pedro. Su cuerpo se encendió al verla con aquel nuevo aspecto.
Paula se volvió y lo recorrió de pies a cabeza con la mirada.
—No te excites demasiado a no ser que pienses hacer algo al respecto.
—Y pensaba que íbamos a intentar resolver el gran misterio del ama.
Eso no quería decir que no pudieran encontrar un poco de diversión en el proceso, pero la tentación de provocar a Paula era irresistible.
—Yo estoy dispuesta a cualquier cosa —dijo, mientras acortaba la distancia que los separaba, moviendo las caderas de una forma que invitaba a pensar inevitablemente en el sexo—. Realmente el bar no estará en pleno funcionamiento hasta dentro de una hora, ¿no te parece?
Probablemente tenía razón. Aunque el mal tiempo haría que la gente se acercara a los clubes antes de lo habitual, hasta bien pasada la hora del almuerzo no comenzarían a llegar.
En aquel momento, Paula se encontraba a sólo unos centímetros de distancia. Llevaba una camiseta rosa bordada con cuentas tan fina que, si realmente hubiera querido, Pedro podría haberla desgarrado de un solo tirón. Debajo no llevaba sujetador, y aun así, sus senos se insinuaban llenos, exuberantes y fascinantes en su libertad.
Pedro deslizó los dedos por la cintura de sus pantalones blancos y tiró de ellos para acercarla a él.
—Podría entrar alguien en cualquier momento.
—Anoche no parecía importarte mucho la intimidad —lo miró con expresión de abierto desafío.
—Lo de anoche fue una excepción. Pero a lo mejor podemos echar el cerrojo.
—Ya he cerrado con cerrojo cuando hemos entrado.
—¿Entonces lo tenías todo planeado?
—Sencillamente, sé cómo reaccionan los hombres cuando ven una peluca rubia.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Puede parecer una locura, pero es cierto. Una de las fantasías de prácticamente cualquier tipo es tener una mujer diferente para cada día de la semana.
—Humm.
Pedro no iba a negar que existiera aquella fantasía, pero estaba condenadamente seguro de que la mujer que acababa de ponerse la peluca tenía mucho más que ver con su erección que la propia peluca.
—Todo este lugar, ¿sabes?, me hace pensar en directores, actrices desesperadas, posiciones comprometidas…
Pedro deslizó las manos desde su cintura hasta su trasero y la estrechó contra él.
—¿Qué clase de posiciones comprometidas?
—Como que, quizá, necesite darte algo para conseguir esa parte de detective privado que tan desesperadamente quiero —respondió con la voz entrecortada.
Pedro la observó humedecerse los labios, deslizar las manos por su pecho y posarlas en sus hombros.
A continuación, Paula tomó uno de los botones de la camisa con la boca y, antes de que hubiera podido detenerla, se lo arrancó y se dirigió hacia el segundo.
—¿No sabes desabrochar una camisa? —le preguntó Pedro.
Aunque, en aquel momento, le habría importado un comino que se la hubiera abierto con un machete, siempre y cuando fueran cuanto antes a lo que realmente importaba.
—Lo siento, sólo estaba intentando demostrarte mis dotes de actriz, pero me temo que me he dejado llevar por la emoción.
Pedro no pudo evitar una sonrisa. Tenía que reconocerle a Paula el mérito de saber cómo darle sabor a cualquier situación.
—Supongo que sabes que tendrás que desnudarte en algunas escenas —contestó él—. Así que necesito verte desnuda para saber cómo quedará tu cuerpo ante las cámaras.
Tiró de la camiseta para revelar sus senos y los tomó con ambas manos.
—¿Qué te parece? —le preguntó Paula—. ¿Crees que quedarán bien?
—Muy bonitos —respondió—. Más incluso de lo que hace falta para participar en este espectáculo.
—Me alegro de que te guste lo que ves —dijo Paula. Le bajó la bragueta y metió la mano en su interior.
—Pero también tengo que verte actuar.
Paula cerró la mano alrededor de su pene y comenzó a acariciarlo lentamente.
—Espero que no te importe que me tome algunas libertades. Esto me ayuda a entrar en el papel.
—Estoy seguro. Tómate todas las libertades que quieras —hablaba con voz tensa y la cabeza comenzaba a darle vueltas mientras crecía la excitación en su interior.
Habían estado juntos la noche anterior y, sin embargo, estaba tan desesperado por Paula como si jamás hubiera hecho el amor con ella.
—Creo que haré mejor mi trabajo sentándome —dijo Pedro.
Sacó la mano del interior de los pantalones y condujo a Pedro hasta una mesa cercana.
—Estoy deseando ver tu actuación.
—Creo que te va a gustar.
Lo urgió a sentarse en la mesa y le sacó el pene del interior de los pantalones.
Pedro buscó un preservativo en su maleta, le quitó el envoltorio y se lo puso mientras Paula se desnudaba, quedándose sólo con la melena rubia y las sandalias de tacón.
—Bonito vestido —dijo Pedro mientras Paula se sentaba en su regazo.
Los pezones erguidos, la cintura estrecha y las caderas, el delicioso triángulo de cabello castaño en el vértice de sus piernas… todo eso era Paula.
Absolutamente irresistible.
Y la peluca abría una dimensión completamente nueva a su excitación. Y, no sólo eso, si no que su propio disfraz lo hacía sentirse a Pedro como si realmente fuera otro hombre, un lujurioso director de cualquier película de serie B.
Cuando Paula lo hundió en ella, Pedro soltó un gemido al sentirla abrirse para él, proporcionándole de manera inmediata un placer inmenso.
—Lo siento, he olvidado tu nombre —dijo, jadeando cuando Paula comenzó a mover las caderas.
Paula cerró los ojos y comenzó a respirar entrecortadamente.
—Ginger —dijo entre jadeos—, porque no siempre soy rubia.
Pedro la agarró por las caderas y se inclinó contra la pared, sosteniéndola en todo momento para poder hundirse más rápido y más profundamente en ella. Parecía no tener nunca suficiente.
Los senos de Paula se mecían con cada embestida. Pedro la observaba deleitándose en aquella visión, deleitándose en sentirla y adorando que fuera tan atrevida, tan descarada, que estuviera siempre dispuesta a cualquier cosa. Paula deslizó la mano por su propio torso, deslizó los dedos entre sus piernas y empezó a darse placer a sí misma. Pronto, sus jadeos se convirtieron en roncos gemidos que se fundían con los de Pedro.
Pedro no oyó la llave que giraba en la cerradura, ni tampoco oyó que la puerta se abría. Y Paula tampoco debió de enterarse de nada. Los dos se quedaron petrificados cuando se oyó una voz de hombre en la habitación.
—¿Qué de…? —dijo la voz.
Ambos se volvieron y vieron a un conserje, mirándolos boquiabierto desde el marco de la puerta.
—¡Aquí no se permite entrar a los huéspedes! —les advirtió—.Vayan a hacer sus travesuras a cualquier otra parte.
Pedro abrió la boca para decir algo, pero no se le ocurrió nada.
—Tienen dos minutos para vestirse y salir de aquí. Después vendré a limpiarlo todo.
Retrocedió y cerró de un portazo. Paula y Pedro se miraron el uno al otro en el mismo instante, y, si no estaba confundido, Pedro habría jurado que Paula se había ruborizado. Debía de ser la primera vez de su vida.
Paula dejó escapar un suspiro y se derrumbó contra él.
—Vaya —susurró.
—Sí.
Paula se separó de él y Pedro gimió.
—¿Tenemos que parar ahora?
—Yo nunca actúo para más de uno —respondió mientras se apartaba de su regazo.
Con el deseo apenas sofocado, Pedro se quitó el preservativo mientras Paula buscaba su ropa. Estaba tenso de frustración y tenía el pene duro como una piedra.
—A lo mejor deberíamos ir a mi habitación —dijo mientras se abrochaba la cremallera del pantalón.
Paula miró el reloj de oro que llevaba en la muñeca.
—Creo que deberíamos pensar en acercarnos al club, ¿no te parece?
—Creo que no voy a ser capaz de concentrarme en nada hasta que no hayamos terminado esto —replicó Pedro.
Paula se acercó a él y le dio un beso.
—Estarás perfectamente. Piensa que esto sólo ha sido un anticipo de lo que vamos a disfrutar esta noche.
—Siempre y cuando puedas garantizarme que no van a volver a interrumpir el espectáculo.
Paula bajó la mirada mientras se estaba poniendo las bragas.
—Oh, no. Mike D'Amato podría reconocer este traje, porque es el mismo que llevaba puesto esta mañana cuando he hablado con él.
Corrió hacia el perchero, sacó el vestido plateado y se lo puso. Pedro la miró agonizando, incapaz de desviar la mirada de ella, por mucho dolor que le causara.
Una vez vestidos los dos, se dirigieron hacia la puerta.
—No te olvides de las gafas —le advirtió Paula mientras se guardaba el vestido en el bolso.
Pedro suspiró, se puso aquellas gafas baratas que debían de ser de los años ochenta y se las puso. Una mirada en el espejo le confirmó que tenía el aspecto de un director de películas de serie B o quizá de películas pornográficas de tres al cuarto.
—Perfecto —dijo Paula—, ahora salgamos de aquí.
domingo, 10 de marzo de 2019
AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 28
Paula y Pedro consiguieron almorzar sin discutir y, para cuando terminaron, Pedro estaba sorprendido de haber disfrutado realmente de su compañía estando fuera de la cama.
Probablemente, Paula se estaba portando de forma intachable para conseguir lo que quería de él. En unos cuantos días, esperaba que estuvieran tan hartos el uno del otro que Paula estaría loca por encontrar un vuelo que la sacara cuanto antes de aquel lugar.
Después del almuerzo, recorrieron el centro, mientras Pedro supervisaba todo lo que estaba ocurriendo. La tormenta de la noche anterior había causado algunos daños, pero el equipo de mantenimiento había hecho un excelente trabajo y lo había limpiado todo muy rápidamente.
Aunque había habido algunas quejas sobre anulación de algunas de las actividades previstas por culpa del tiempo, la mayoría de los huéspedes se mostraban relajados. A los descontentos, se les había enviado una botella de champán, con el fin de borrar cualquier rastro de mal humor. Los informes meteorológicos decían que la tormenta todavía no había abandonado la isla, pero Pedro confiaba en que sus empleados fueran capaces de manejar cualquier imprevisto.
Quince minutos después, estaban en los bastidores del teatro, intentando elegir entre varios disfraces. Paula estaba divirtiéndose con aquella tarea mucho más de lo que a Pedro le habría gustado.
Permanecía frente a una estantería llena de pelucas expuestas sobre cabezas de maniquíes y no tardó en elegir una con una cola de caballo.
—Diablos, no. No pienso ponerme eso.
—Oh, vamos. Pruébatela, las colas de caballo son muy sexys. Y es del mismo color de tu pelo —se acercó a él—.Además, eres un hombre. No tenemos muchas posibilidades de hacerte cambiar de aspecto.
Pedro se puso la peluca. Pero cuando Paula lo hizo volverse para verlo y estalló en carcajadas, gruñó y se la quitó rápidamente.
—De acuerdo, es demasiado femenina. Buscaré algo mejor.
Paula continuó rebuscando entre las pelucas mientras Pedro revisaba un cubo con todo tipo de accesorios. Gafas, barbas, nada que podría quedarle bien.
—Eh, mira esto —Paula sacó una peluca greñuda que a Pedro le recordó a uno de los Beatles.
—Humm.
Paula sonrió.
—Por ahí he visto una peluca color salmón. Si la prefieres, podrías ponértela.
—De acuerdo, de acuerdo. Me probaré esta.
Inclinó la cabeza para que Paula pudiera ponerle la tercera peluca. Una vez se la puso, Paula lo examinó atentamente.
—No está mal. Es estilo años setenta.
—No sé si me apetece tener un estilo de los años setenta.
—No tendrás que llevarla puesta más de una hora, más o menos. Y es por el bien de tu negocio.
—¿Y qué más necesito?
—A lo mejor unas gafas —sacó un par de gafas del cubo de los complementos—. Como éstas.
Pedro miró las gafas y sacudió la cabeza. De todas formas, Paula se las puso, retrocedió un paso y examinó el resultado.
—¿Tienes una camisa de seda?
—¿No crees que será un poco descarado si aparezco disfrazado de Austin Powers? —se quitó las gafas y las tiró a un lado.
—Ayer vi a un tipo vestido exactamente así, con pantalones estrechos, una camisa de polyester desabrochada, gafas de sol, el pelo revuelto…
Era cierto que, cuando llegaba a un lugar como Escapada, la gente se sentía libre para vestirse como realmente le apetecía. Si en la vida diaria no se sentían cómodos vistiendo como un proxeneta o como una prostituta, aunque fuera ése su más secreto deseo, cuando llegaban a Escapada, podían ser realmente ellos mismos.
Y a veces de manera completamente absoluta.
La zona que habían bautizado como Desinhibida era justo eso, un lugar para ser completamente desinhibido, para liberarse de la esclavitud de la ropa, un lugar para ser libre y mostrar al mundo su verdadero yo, por así decirlo.
Pedro no era practicante del nudismo, pero había mucha gente que lo era, a juzgar por la popularidad de aquel área.
Y tampoco era partidario de vestirse como un proxeneta.
—No sé, Paula.
—¿Y si yo también me disfrazo? Sería divertido.
—¿Disfrazarte cómo?
Paula sonrió.
—He visto por ahí unos vestidos de tirantes que podrían ser divertidos.
Pedro se acercó a una hilera de vestidos y comenzó a pasar uno detrás de otro. Cuando vio uno que podría haber servido para un espectáculo de Las Vegas, con borlas en el sujetador y flecos en la falda, que apenas dejaba nada a la imaginación, se volvió hacia Paula con una sonrisa.
—¿Qué te parece éste?
—Eh, no.
—¿Así que en realidad tienes un límite a la hora de llamar la atención?
Paula se cruzó de brazos y lo miró atentamente.
—¿Sabes? Se supone que tenemos que ir de incógnito. ¿Cómo vamos a pasar desapercibidos si aparecemos como una pareja de tipos raros?
—Eso es exactamente lo que pienso de mi traje de proxeneta.
—De acuerdo, de acuerdo. En ese caso, bastará con que te pongas la peluca y las gafas.
Volvió de nuevo a la zona de las pelucas para revisarlas.
—Yo también necesito un buen disfraz, puesto que Mike D'Amato ya me conoce. De hecho, a lo mejor necesitamos diferentes disfraces para poder vigilar lo que ocurre en el bar durante toda la semana.
—Me parece que has visto demasiada televisión. Para mañana por la mañana ya habré resuelto este problema. O el lunes quizá como muy tarde. No vamos a convertirnos en detectives aficionados.
—Eres tan aguafiestas.
—Creo que lo sería mucho menos si te decidieras a ponerte ese vestido.
Paula sonrió.
—He visto trajes mucho más interesantes. Si lo que quieres es divertirte, dame una oportunidad.
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