lunes, 11 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 29




Eligió una peluca larga de pelo rubio platino y se acercó a un espejo para probársela. Pedro observó cómo se transformaba, de una fiera pelirroja, en una auténtica estrella del porno más sórdido.


—Bonita peluca —dijo Pedro. Su cuerpo se encendió al verla con aquel nuevo aspecto.


Paula se volvió y lo recorrió de pies a cabeza con la mirada.


—No te excites demasiado a no ser que pienses hacer algo al respecto.


—Y pensaba que íbamos a intentar resolver el gran misterio del ama.


Eso no quería decir que no pudieran encontrar un poco de diversión en el proceso, pero la tentación de provocar a Paula era irresistible.


—Yo estoy dispuesta a cualquier cosa —dijo, mientras acortaba la distancia que los separaba, moviendo las caderas de una forma que invitaba a pensar inevitablemente en el sexo—. Realmente el bar no estará en pleno funcionamiento hasta dentro de una hora, ¿no te parece?


Probablemente tenía razón. Aunque el mal tiempo haría que la gente se acercara a los clubes antes de lo habitual, hasta bien pasada la hora del almuerzo no comenzarían a llegar.


En aquel momento, Paula se encontraba a sólo unos centímetros de distancia. Llevaba una camiseta rosa bordada con cuentas tan fina que, si realmente hubiera querido, Pedro podría haberla desgarrado de un solo tirón. Debajo no llevaba sujetador, y aun así, sus senos se insinuaban llenos, exuberantes y fascinantes en su libertad.


Pedro deslizó los dedos por la cintura de sus pantalones blancos y tiró de ellos para acercarla a él.


—Podría entrar alguien en cualquier momento.


—Anoche no parecía importarte mucho la intimidad —lo miró con expresión de abierto desafío.


—Lo de anoche fue una excepción. Pero a lo mejor podemos echar el cerrojo.


—Ya he cerrado con cerrojo cuando hemos entrado.


—¿Entonces lo tenías todo planeado?


—Sencillamente, sé cómo reaccionan los hombres cuando ven una peluca rubia.


—Estás bromeando, ¿verdad?


—Puede parecer una locura, pero es cierto. Una de las fantasías de prácticamente cualquier tipo es tener una mujer diferente para cada día de la semana.


—Humm.


Pedro no iba a negar que existiera aquella fantasía, pero estaba condenadamente seguro de que la mujer que acababa de ponerse la peluca tenía mucho más que ver con su erección que la propia peluca.


—Todo este lugar, ¿sabes?, me hace pensar en directores, actrices desesperadas, posiciones comprometidas…


Pedro deslizó las manos desde su cintura hasta su trasero y la estrechó contra él.


—¿Qué clase de posiciones comprometidas?


—Como que, quizá, necesite darte algo para conseguir esa parte de detective privado que tan desesperadamente quiero —respondió con la voz entrecortada.


Pedro la observó humedecerse los labios, deslizar las manos por su pecho y posarlas en sus hombros.


A continuación, Paula tomó uno de los botones de la camisa con la boca y, antes de que hubiera podido detenerla, se lo arrancó y se dirigió hacia el segundo.


—¿No sabes desabrochar una camisa? —le preguntó Pedro.


Aunque, en aquel momento, le habría importado un comino que se la hubiera abierto con un machete, siempre y cuando fueran cuanto antes a lo que realmente importaba.


—Lo siento, sólo estaba intentando demostrarte mis dotes de actriz, pero me temo que me he dejado llevar por la emoción.


Pedro no pudo evitar una sonrisa. Tenía que reconocerle a Paula el mérito de saber cómo darle sabor a cualquier situación.


—Supongo que sabes que tendrás que desnudarte en algunas escenas —contestó él—. Así que necesito verte desnuda para saber cómo quedará tu cuerpo ante las cámaras.


Tiró de la camiseta para revelar sus senos y los tomó con ambas manos.


—¿Qué te parece? —le preguntó Paula—. ¿Crees que quedarán bien?


—Muy bonitos —respondió—. Más incluso de lo que hace falta para participar en este espectáculo.


—Me alegro de que te guste lo que ves —dijo Paula. Le bajó la bragueta y metió la mano en su interior.


—Pero también tengo que verte actuar.


Paula cerró la mano alrededor de su pene y comenzó a acariciarlo lentamente.


—Espero que no te importe que me tome algunas libertades. Esto me ayuda a entrar en el papel.


—Estoy seguro. Tómate todas las libertades que quieras —hablaba con voz tensa y la cabeza comenzaba a darle vueltas mientras crecía la excitación en su interior.


Habían estado juntos la noche anterior y, sin embargo, estaba tan desesperado por Paula como si jamás hubiera hecho el amor con ella.


—Creo que haré mejor mi trabajo sentándome —dijo Pedro.


Sacó la mano del interior de los pantalones y condujo a Pedro hasta una mesa cercana.


—Estoy deseando ver tu actuación.


—Creo que te va a gustar.


Lo urgió a sentarse en la mesa y le sacó el pene del interior de los pantalones.


Pedro buscó un preservativo en su maleta, le quitó el envoltorio y se lo puso mientras Paula se desnudaba, quedándose sólo con la melena rubia y las sandalias de tacón.


—Bonito vestido —dijo Pedro mientras Paula se sentaba en su regazo.


Los pezones erguidos, la cintura estrecha y las caderas, el delicioso triángulo de cabello castaño en el vértice de sus piernas… todo eso era Paula.


Absolutamente irresistible.


Y la peluca abría una dimensión completamente nueva a su excitación. Y, no sólo eso, si no que su propio disfraz lo hacía sentirse a Pedro como si realmente fuera otro hombre, un lujurioso director de cualquier película de serie B.


Cuando Paula lo hundió en ella, Pedro soltó un gemido al sentirla abrirse para él, proporcionándole de manera inmediata un placer inmenso.


—Lo siento, he olvidado tu nombre —dijo, jadeando cuando Paula comenzó a mover las caderas.


Paula cerró los ojos y comenzó a respirar entrecortadamente.


—Ginger —dijo entre jadeos—, porque no siempre soy rubia.


Pedro la agarró por las caderas y se inclinó contra la pared, sosteniéndola en todo momento para poder hundirse más rápido y más profundamente en ella. Parecía no tener nunca suficiente.


Los senos de Paula se mecían con cada embestida. Pedro la observaba deleitándose en aquella visión, deleitándose en sentirla y adorando que fuera tan atrevida, tan descarada, que estuviera siempre dispuesta a cualquier cosa. Paula deslizó la mano por su propio torso, deslizó los dedos entre sus piernas y empezó a darse placer a sí misma. Pronto, sus jadeos se convirtieron en roncos gemidos que se fundían con los de Pedro.


Pedro no oyó la llave que giraba en la cerradura, ni tampoco oyó que la puerta se abría. Y Paula tampoco debió de enterarse de nada. Los dos se quedaron petrificados cuando se oyó una voz de hombre en la habitación.


—¿Qué de…? —dijo la voz.


Ambos se volvieron y vieron a un conserje, mirándolos boquiabierto desde el marco de la puerta.


—¡Aquí no se permite entrar a los huéspedes! —les advirtió—.Vayan a hacer sus travesuras a cualquier otra parte.


Pedro abrió la boca para decir algo, pero no se le ocurrió nada.


—Tienen dos minutos para vestirse y salir de aquí. Después vendré a limpiarlo todo.


Retrocedió y cerró de un portazo. Paula y Pedro se miraron el uno al otro en el mismo instante, y, si no estaba confundido, Pedro habría jurado que Paula se había ruborizado. Debía de ser la primera vez de su vida.


Paula dejó escapar un suspiro y se derrumbó contra él.


—Vaya —susurró.


—Sí.


Paula se separó de él y Pedro gimió.


—¿Tenemos que parar ahora?


—Yo nunca actúo para más de uno —respondió mientras se apartaba de su regazo.


Con el deseo apenas sofocado, Pedro se quitó el preservativo mientras Paula buscaba su ropa. Estaba tenso de frustración y tenía el pene duro como una piedra.


—A lo mejor deberíamos ir a mi habitación —dijo mientras se abrochaba la cremallera del pantalón.


Paula miró el reloj de oro que llevaba en la muñeca.


—Creo que deberíamos pensar en acercarnos al club, ¿no te parece?


—Creo que no voy a ser capaz de concentrarme en nada hasta que no hayamos terminado esto —replicó Pedro.


Paula se acercó a él y le dio un beso.


—Estarás perfectamente. Piensa que esto sólo ha sido un anticipo de lo que vamos a disfrutar esta noche.


—Siempre y cuando puedas garantizarme que no van a volver a interrumpir el espectáculo.


Paula bajó la mirada mientras se estaba poniendo las bragas.


—Oh, no. Mike D'Amato podría reconocer este traje, porque es el mismo que llevaba puesto esta mañana cuando he hablado con él.


Corrió hacia el perchero, sacó el vestido plateado y se lo puso. Pedro la miró agonizando, incapaz de desviar la mirada de ella, por mucho dolor que le causara.


Una vez vestidos los dos, se dirigieron hacia la puerta.


—No te olvides de las gafas —le advirtió Paula mientras se guardaba el vestido en el bolso.


Pedro suspiró, se puso aquellas gafas baratas que debían de ser de los años ochenta y se las puso. Una mirada en el espejo le confirmó que tenía el aspecto de un director de películas de serie B o quizá de películas pornográficas de tres al cuarto.


—Perfecto —dijo Paula—, ahora salgamos de aquí.





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