viernes, 8 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 19




Estaban empapados.


Por primera vez desde que había llegado a aquella tórrida isla, Paula sintió frío. Estaba empapada de la cabeza a los pies. Le había resultado tan difícil caminar con las sandalias de tacón que se había visto obligada a detenerse y a quitárselas, de modo que había hecho descalza la mayor parte del camino hasta la suite de Pedro.


El único lugar que sentía caliente era la mano que había unido a la de Pedro. Y no estaba sólo caliente, sino ardiente. Tan caliente que casi la quemaba, al igual que el encuentro en la pista de baile. Hacer el amor con Pedro había sido la experiencia más intensa y desinhibida de su vida.


Paula había tenido su buena ración de salidas nocturna, pero jamás había visto iniciarse una orgía, y darse cuenta de lo que estaba pasando había sido increíblemente excitante, mucho más de lo que nunca habría podido imaginar.


Pedro.


Guau.


Tenía que haber sido el ambiente, lo que estaba pasando, porque hacer el amor con Pedro en la pista de baile había sido la experiencia más excitante de toda su vida. Y había tenido experiencias considerablemente excitantes.


Pero nada comparado con lo que acababa de suceder.


Aquel encuentro la había dejado tan confundida que sencillamente, le había parecido natural aceptar la invitación de la mujer vestida de encaje negro.


Sí, lo había hecho principalmente porque había pensado que, si las cosas iban más lejos y Pedro se unía a ellas, verlo con otra mujer bastaría para acabar con su deseo por él. Y se arrepentía de que su pequeña estrategia no hubiera funcionado.


Pero ya sólo necesitaban el resto de la noche. 


Fuera del ambiente salvaje y desinhibido del club, seguramente nada de lo que compartieran sería tan excitante. Terminarían de desahogarse y, con un poco de suerte, Pedro le demostraría que era tan aburrido en la cama como ella siempre había sospechado.


Pero la pregunta que le surgía constantemente era: ¿qué pasaría en el caso de que no lo fuera, en el caso de que todos sus encuentros fueran tan ardientes como aquel primero? ¿Qué ocurría si el sexo era incluso más tórrido cuando estuvieran solos y tuvieran tiempo para explorar y para descubrir cuál era el ritmo del otro en la cama?


¿Qué ocurriría si el sexo con Pedro era tan ardiente como había imaginado y todas sus fantasías descontroladas terminaban convirtiéndose en realidad?


Pedro cerró la puerta de su suite y encendió la lámpara. Paula se obligó a apartar aquellas fastidiosas preguntas de su mente. Estaban solos y lo deseaba mucho más que antes de haber hecho el amor con él.


Pedro clavó en ella la mirada mientras se quitaba la camisa empapada, los vaqueros, los pantalones y los calzoncillos. Incluso los calzoncillos estaban mojados, advirtió Paula mientras Pedro se los quitaba.


Intentando salir de su aturdimiento, Paula echó los zapatos a un lado y se quitó el vestido y las bragas. Al descubrirlos tan mojados, se acordó de la primera vez que había visto a Pedro en Rancho Fantasía. Ella acababa de ganar un concurso de lencería en el que el público pujaba después por el ganador, con intención de que aquel dinero se ofreciera a una obra benéfica. 


Pedro había conseguido de esa forma una noche con ella.


En aquel momento, permanecía desnudo contra ella, con el pene erecto, un pene mucho más impresionante que lo que Paula había esperado encontrarse. Su piel, húmeda por la lluvia, resplandecía bajo la luz de la lámpara, haciéndolo parecer un dios griego.


Sin ropa tenía un aspecto tan glorioso como con ella. Y ni siquiera se había dejado los calcetines puestos.



Maldita fuera.


Paula lo estudió de cerca, esperando ver algún defecto físico, como una tercera tetilla, o quizá un vello espeso sobre sus hombros, pero no había nada fuera de lugar. Sólo tenía un perfecto espécimen de macho ante ella.


Pedro dio un paso adelante, borrando la distancia que los separaba.


—Estás fría —le dijo, mientras deslizaba las manos por su cintura—. A lo mejor deberíamos darnos una ducha de agua caliente para quitarnos el frío.



—Quizá —contestó Paula.


Estaba demasiado fascinada por las sensaciones provocadas por la proximidad de Pedro para pensar correctamente. Su erección presionaba su vientre, recordándole lo maravilloso que había sido sentirla dentro de ella unos minutos antes.


Pero lo que quería era tenerlo dentro de ella en ese mismo instante. No había tiempo para duchas, ni para lavarse, ni para buscar torpemente una postura entre las cuatro paredes de la ducha… aunque Pedro había demostrado una gran afición a hacerlo contra una pared…
Pedro inclinó la cabeza y cubrió su boca con la suya, la exploró por la lengua y deslizó las manos hasta su trasero, dejando que sus dedos continuaran explorando hasta transformar el anhelo de Paula en una palpitante urgencia tan arrolladora que no era capaz de pensar en nada más.


—O quizá más tarde… —susurró, mientras tiraba de Pedro hacia el suelo.


Le envolvió las caderas con las piernas y fue moviéndose hasta quedar completamente abierta, sin nada que pudiera interponerse entre ella y la dulce satisfacción.


—Necesitamos protección —dijo Pedro.


—De acuerdo.


—Ahora mismo vuelvo.


Paula se quedó en el suelo, con todos los nervios vibrando de anticipación mientras Pedro desaparecía en el dormitorio. 


Pero aquélla era una posición demasiado pasiva para una mujer como ella. Paula creía firmemente en la necesidad de ir detrás de aquello que se deseaba, así que se levantó y siguió a Pedro hasta la oscuridad del dormitorio, recordando la nota que éste le había hecho llegar en el club.


Si eran capaces de mantener la boca cerrada, ambos conseguirían lo que querían y ella podría marcharse al día siguiente.


Cuando llegó al dormitorio, el aire acondicionado le puso la piel de gallina, haciéndole desear más que nunca el calor de Pedro. De su melena escapaban todavía gotitas de lluvia que caían sobre su torso, sus senos y su espalda.


Se acercó a Pedro por detrás mientras él estaba sacando una caja de preservativos del cajón de la mesilla y deslizó las manos por su cintura. 


Cuando atrapó su erección con la mano y comenzó a acariciársela, Pedro pareció quedarse sin respiración.


Paula lamió los planos de su espalda, deslizó otra mano desde su vientre hasta su pecho y se maravilló de lo extraordinario que aquel contacto le resultaba.


Si no hubiera sido todo tan condenadamente placentero, habría vuelto a irritarla que Pedro estuviera demostrando no ser en absoluto el hombre torpe y frío que ella había esperado que fuera.


Pedro se volvió hacia ella.


—¿Estabas impaciente?


—Estabas tardando demasiado —respondió Paula.


—No llevo ni diez segundos aquí.


—No me gusta tener que esperar a que las cosas sucedan —fue empujándolo con la presión de su cuerpo, urgiéndolo a acercarse a la cama que estaba a sólo unos centímetros de distancia.


—Adoras tener el control —dijo Pedro, clavando los pies en el suelo y agarrándola por las muñecas.


—Y a ti también —Paula le dirigió una mirada que era un puro desafío.


No sólo adoraba tener el control, sino que sabía disfrutar también de una buena pelea.


—Y es ahí donde reside nuestro problema —susurró Pedro, e inclinó la cabeza para besarla.


Su beso fue en parte una invitación y en parte un desafío, ambos contundentes y persuasivos al mismo tiempo. Paula permitió que la besara durante unos cuantos segundos; después, le mordisqueó el labio y lo apartó.


—Suéltame las muñecas —le pidió, y Pedro obedeció.


Paula le dio un buen empujón y Pedro cayó de espaldas en la cama. Paula se colocó sobre él y le sujetó los brazos.


Pedro soltó una carcajada.


—Si crees que de esta forma vas a poder sujetarme, te estás engañando.


—Creo que me deseas tanto que estás dispuesto a soportar cualquier cosa que te haga.


—No estés tan segura… Además, yo podría decir lo mismo de ti —respondió, restregando su erección contra su vientre y arrastrándola al hacerlo cerca de la locura.


—Acabemos cuanto antes con esto —dijo Paula en un tono menos firme del que le habría gustado.


Pedro se liberó de sus brazos, la derribó sobre la cama y la sujetó con el peso de su cuerpo, agarrándole al mismo tiempo las muñecas tal como le había hecho ella minutos antes.


—No hables de hacer el amor conmigo como si fuera una especie de deber.


Paula se retorcía bajo su cuerpo.


—Ah, ¿eso te molesta? Lo siento mucho.


—Eres tú la que me molesta.


—Pues en la pista de baile no me ha parecido que te molestara.


—Oh, diablos, claro que sí.


Paula intentó resistirse, pero no le sirvió de nada. Y, en realidad, la excitó todavía más ser consciente de que no tenía el control físico de la situación. El único control que podía ejercer era mental, e incluso eso sería un desafío teniendo en cuenta su grado de excitación.


—Vamos —le dijo, sin mucho entusiasmo—. Creía que en tu nota habías dicho que no habría nada de conversación.


—Cerraré la boca en cuanto admitas que te he ofrecido la mejor experiencia sexual de tu vida —le dijo con una juguetona sonrisa que Paula no había visto jamás en su rostro.


—No seas tan creído. No ha estado mal —mintió—. Estás disfrutando de esto, ¿verdad?


—Disfruto de las buenas discusiones.


—Yo prefiero menos palabrería y más acción —replicó ella.


Su erección, dura y ardiente, chocando contra sus muslos e instalada entre sus piernas, tan cerca del contacto que podría aliviar su deseo, la estaba volviendo loca.


Pedro le soltó las muñecas durante el tiempo que necesitó para ponerse el preservativo y después volvió a sujetarla contra la cama mientras se hundía dentro de ella con una deliciosa embestida.


Paula no pudo evitarlo; gritó al sentir el alivio de ver satisfecho su más urgente deseo.


La besó con un hambre voraz y le preguntó:
—¿Ahora vas a ser buena?


Paula se retorció, intentando liberarse, y comprender que había perdido completamente el control la excitó todavía más.


—Diablos, no.


Paula le dirigió una mirada desafiante, arqueó la espalda y se tensó contra su peso.


Pedro, que estaba comenzando a moverse entre sus piernas, se quedó paralizado.


—¿Quieres que pare? —le preguntó con voz ronca.


—Sólo cuando hayas terminado lo que has empezado.


—Entonces deberíamos establecer algunas reglas. Si ahora te suelto las manos, no puedes atacarme. Nada de pegar, ni de arañar ni de morder.


En aquel momento estaba muy poco inclinado a ofrecerle a Paula la liberación que ésta ansiaba más que el respirar. Tensó los músculos a su alrededor, deseando que comprendiera el mensaje. Pedro cerró los ojos y gimió.


—No puedo garantizarte que vaya a jugar limpio —respondió Paula.


—Entonces yo tampoco —gruñó Pedro, y comenzó a embestirla otra vez.


La fricción y la fuerza de su pene era exactamente lo que Paula necesitaba y, sencillamente, se permitió olvidarse de todo lo demás y saborear cada una de aquellas enérgicas y despiadadas embestidas.



AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 18




Unos minutos después, salía del club hacia una noche ventosa y lluviosa. Las candilejas iluminaban los diferentes caminos del centro Pedro eligió la ruta más directa para dirigirse a su habitación. Pero Paula retrocedió, obligándolo a detenerse en un banco situado entre las palmeras.


Pedro se volvió y la miró al tiempo que la lluvia intermitente caía sobre ellos. El viento moldeaba el vestido contra su cuerpo y la lluvia y el sudor empapaban su piel. Algunos mechones de pelo se pegaban a su rostro. Era como el vivo retrato del sexo.


—¿Qué demonios era eso? —le preguntó Pedro furioso.


Paula se encogió de hombros y curvó los labios en una sonrisa coqueta.


—Sólo un poco de diversión. ¿Por qué me has sacado tan rápido?


—¿Por qué estabas bailando con esa mujer?


—¿No te has sentido tentado?


—¿Qué hombre no se habría sentido tentado?


—Pero no lo suficiente como para unirte a nosotras —liberó su mano y se cruzó de brazos.


—Tengo otros planes en mente —contestó, recorriéndola detenidamente con la mirada.


—Oh —Paula bajó la voz varias octavas—. Tienes razón, con una sola vez no es suficiente.


—No.


—Es posible que necesitemos toda la noche para que mi plan realmente funcione.


—Todavía no has contestado mi pregunta. ¿Por qué has empezado a bailar con esa mujer?


Paula suspiró.


—Sinceramente, nunca había hecho el amor en una pista de baile y tampoco he estado con una chica. Así que supongo que he imaginado que esta noche podía ser también la primera vez.


—¿Estabas intentando deshacerte de mí?


—¿Invitándote a un trío? Yo creía que a todos los hombres les encantaba.


Había algo en su voz que resultaba tenso, falso y Pedro empezó a hacerse una verdadera imagen de lo que había ocurrido.


—Y de esa forma nos habría resultado mucho más fácil separarnos —dijo.


Una forma muy retorcida de deshacerse de él.
Paula se encogió de hombros.


—A lo mejor sólo te estaba ofreciendo una manera cómoda de quitarte de en medio.


En la mente de Pedro comenzaba a forjarse una pregunta: ¿sería posible encontrar una forma de separarse cómodamente de ella después de lo que acababa de pasar?


Algo tan increíble, tan fuera de control, tan intenso…


—A mí el sexo me gusta de uno en uno —dijo, secándose una gota que acababa de caerle en la frente.


—A mí también —contestó Paula con expresión traviesa.


Por encima de sus cabezas, comenzó a retumbar un trueno y el sonido de las gotas de lluvia cayendo sobre las hojas de las palmeras era cada vez más intenso. Una ráfaga de viento los azotó y, en cuestión de segundos, la lluvia se había convertido en un torrencial aguacero.


En medio de la noche y a través de la lluvia, Pedro distinguió el inconfundible brillo de excitación que iluminaba la mirada de Paula.


—Todavía tenemos mucho trabajo que hacer —dijo, elevando la voz por encima del estruendo de la tormenta.


—Montones y montones de trabajo.


—Exacto.


Pedro le tomó la mano y la condujo hasta su suite a través de la lluvia. Felizmente, Paula ni se resistió ni se quejó.


De momento al menos, era completamente suya.




miércoles, 6 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 17



La música estaba demasiado alta como para poder decir nada. Sólo podían bailar, y Pedro sentía cómo iba creciendo su erección contra su vientre. Sí en aquel momento lo hubiera invitado a hacer el amor allí, en la pista de baile, no estaba seguro de que lo hubiera rechazado.


La música cambió, pasando de un ritmo muy rápido a una música claramente tribal, en la que el fuerte retumbar de los tambores parecía llamar a sus más primitivos instintos. También cambiaron las luces. Se fueron haciendo más tenues hasta dejarlos en una total de oscuridad en la que sólo las luces intermitentes les permitían verse.


Negro, blanco, negro, blanco, negro, blanco… 


Pronto se hizo evidente que no tenía sentido centrar la mirada en ningún lugar. Sencillamente, tenía que olvidarse de todo y bailar. Pero veía a los demás danzantes y tenía la sensación de que la gente, cuanto más costaba ver, más se desinhibía. Y cuanto más bailaban, más calor hacía en la pista de baile y la gente comenzaba a desprenderse de sus ropas. Pedro vio retazos de senos, torsos desnudos, cuerpos entrelazados en los más íntimos movimientos.


Comprendió sobresaltado que la pareja que tenía a su lado no sólo estaba a su lado. La visión intermitente de sus caderas desnudas moviéndose al unísono, las partes desnudas de sus cuerpos, los labios besando unos senos…


Estaban haciendo el amor en la pista de baile.


Pedro debería haberles dicho que se fueran a una habitación. Como propietario de aquel establecimiento, debería haber llamado a seguridad o hacer algo. Pero saber lo que iba a pasar, teniendo a Paula presionada contra él, con las manos sobre su trasero y moviendo las caderas al mismo ritmo que él, convirtiendo su cuerpo en una descarada invitación a hacer exactamente lo mismo que él estaba deseando hacer, lo estaba volviendo loco de excitación.


Y entonces, Paula hizo lo único que Pedro estaba seguro de que podía conducirlo a la ruina.


Le bajó la cremallera del pantalón y deslizó la mano en su interior, alrededor de su codiciada erección. Pedro no podía esperar ni un segundo más.


¿Qué mejor que hacer el amor con Paula en un entorno en el que no podían hablar, en el que no podían confundir lo que estaba pasando con nada que no fuera una aventura de una noche?


Estaban cerca de la pared y, dando unos cuantos codazos, Pedro logró guiarla hasta ella en medio de la oscuridad. En medio de los destellos de aquella luz plateada, consiguió atrapar imágenes de Paula con los ojos brillantes de excitación, la piel cubierta de una película de sudor y moviendo el cuerpo a un ritmo tribal.


Pedro la hizo apoyarse contra la pared y ella le rodeó la cintura con las piernas. Pedro le bajó las bragas, deslizó los dedos en su interior y la encontró mucho más caliente de lo que estaba por fuera.


Por el rabillo del ojo, vio a otra pareja en una situación parecida. La mujer se inclinaba sobre la barandilla que rodeaba la pista de baile y el hombre la embestía por detrás. Pedro se sintió arder. Era una sensación extraña darse cuenta de que la gente que lo rodeaba estaba haciendo el amor, e inesperadamente excitante también.


Pero cuando tuvo a Paula contra la pared, se dio cuenta de que necesitaba un preservativo. 


Consiguió sacar la cartera del bolsillo trasero de los pantalones y encontró uno en su interior.


—¿Te importaría? —le preguntó a Paula, sin estar muy seguro de que pudiera oírla por encima del volumen de la música.


Paula comprendió inmediatamente lo que le estaba diciendo. Abrió el preservativo con los dientes e hizo rápidamente la tarea, con la mirada fija constantemente en Pedro, como si lo estuviera desafiando a darse cuenta de lo que estaban a punto de hacer.


Pero Pedro no necesitaba ningún desafío. 


Estaba demasiado excitado como para preocuparse por nada que no fuera aliviar las ganas de estar dentro de ella, de hundir su pene en Paula hasta que fuera capaz de recuperar parte del control.


Paula movió seductoramente las caderas contra él y entonces lo consiguió.


Buscó su tensa abertura y se hundió en ella hasta que sus cuerpos chocaron como el mar contra la orilla.


En cualquier momento, estaría bien otra vez. 


Sólo un poco más y se habría hartado para siempre de Paula.


Pero aquellos pensamientos tan sensatos se diluyeron en las increíbles sensaciones que provocaba su cuerpo, en la dulce tensión que lo envolvía, en la fogosa excitación, en aquella música embriagadora, y en los cuerpos entrelazados que había visto en los destellos de luz.


Se hundía en ella con movimientos rápidos, con fuerza, una y otra vez, incapaz de hacerlo más despacio. Jamás se había sentido así con ninguna mujer y, en el fondo de su mente, comprendió que aquello podría ser un problema. 


Sentía el cuerpo de Paula como un templo e imaginaba que, si pudiera hundirse más profundamente en ella, podría encontrar la respuesta a todas sus preguntas.


Paula se bajó el vestido y desnudó sus senos para él. Pedro los saboreó, succionándolos como si pudieran saciar aquella sed insaciable. 


Sus manos se aferraban con fuerza a su trasero mientras se hundía en ella, y comenzaron a dirigirse hacia el clímax mucho más rápido de lo que esperaba, ambos vencidos por el giro sexual que tan repentinamente había tomado la noche. Cuando sintió los músculos de Paula contrayéndose alrededor de su sexo y vio que tenía los ojos cerrados y el rostro transformado por el placer, se dejó llevar también él.


Con una última embestida, se vació dentro de ella, dejándose arrastrar por una ola de puro y candente placer, en un orgasmo tan intenso que estuvo a punto de desmoronarse sobre la pista de baile. Su cuerpo temblaba mientras continuaba manteniendo a Paula contra la pared, con las réplicas de aquel increíble placer.


El orgasmo de Paula terminó y le dio un beso largo y profundo en los labios, hundiendo en ellos su lengua en una incitante invitación.


Pedro sentía los latidos del corazón en los oídos, o quizá sólo fuera la música. Tenía el cuerpo empapado en sudor y de pronto era perfectamente consciente de que estaba en medio de una orgía y de que su cuerpo continuaba estrechamente unido al de Paula.


No era exactamente eso lo que había planeado.


Aquél no había sido un encuentro anodino que le sirviera para saciar para siempre su deseo por Paula. Lo que le gustaría hacer en aquel momento era arrastrarla a su dormitorio y pasar el resto de la noche intentando recuperar el tiempo perdido.


Y entonces sintió una mano en el trasero, aunque en realidad Paula continuaba apoyando las manos en sus hombros. Una mujer vestida únicamente con un sujetador de encaje negro y unas bragas bailaba a su lado y los miraba en una abierta invitación.


—¿Puedo unirme a vosotros? —preguntó, alargando la mano para acariciar el brazo desnudo de Claire.


—No, gracias —contestó Pedro.


Paula no pareció inmutarse por la oferta, al menos por lo que él podía ver, pero como la mayoría de las mujeres solían mostrarse o entusiasmadas o absolutamente ofendidas ante la idea de un trío, decidió que lo que tenía que hacer era salir inmediatamente de allí antes de que se desatara un infierno. Pedro podía haber fantaseado con relaciones múltiples, pero sabía que eran sólo eso, fantasías que no tenía ningún sentido intentar reproducir en la vida real.


Se separó de Paula y la ayudó a bajar hasta el suelo. Después, vio una papelera al borde de la pista de baile, tiró el preservativo y se colocó bien los pantalones. Cuando se volvió de nuevo hacia Paula con intención de sacarla de allí, no estaba precisamente preparado para verla bailando con la mujer del sujetador y las bragas.


Gracias a los fogonazos de luz, pudo ver que Paula había vuelto a ponerse el vestido y que alzaba los brazos por encima de la cabeza mientras se movía al ritmo de la música.


Paula mantenía la mirada fija en Pedro mientras se movía junto a su acompañante en una danza tan erótica que Pedro sintió crecer de nuevo su erección.


Aquella mujer fogosa, irritante y sensual como el infierno…


Paula hizo un gesto con el dedo, invitándolo a unirse al baile. Por un instante, Pedro estuvo tentado. Dos mujeres hermosas, una noche ardiente…


En aquel momento, la mujer acababa de posar las manos en la cintura de Paula, sus cuerpos se movían al unísono y sus bocas estaban a sólo unos centímetros. Paula estaba jugando con él, practicando un juego que ni siquiera era capaz de imaginar. El pulso se le aceleró de tal manera que se sentía como si acabara de participar en una carrera.


Agarró a Paula del brazo, le dirigió a la otra mujer una sonrisa conciliadora y apartó a Paula antes de que pudiera protestar. La sostuvo con fuerza contra él, con la mente corriendo a toda velocidad, el cuerpo dolorido. Cada fibra de su masculinidad protestaba por haber desaprovechado la oportunidad de un trío, y se abrió paso entre la gente que abarrotaba la pista de baile lo más rápido que pudo.