viernes, 2 de noviembre de 2018
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 36
¿Qué tiene esto que ver con el amor?
Más comentarios:
4. Lola dice: Eurogirl, el amor no tiene NADA que ver.
5. Tokyolover dice: yo prefiero el sushi al amor.
6. Dharmachick dice: Eurogirl, acuérdate de que la vida tiene muy poco sentido mientras no tengamos gente que nos quiera y nos enamore. Es el amor lo que nos distingue de las hormigas.
Cuando llamó a su agencia de viajes, Paula se enteró de que al día siguiente salía un avión de Roma para los Estados Unidos. En menos de veinte minutos hizo la reserva para ella y para su gata y se informó sobre el transporte hasta el aeropuerto.
Luego telefoneó a su casera y le explicó la situación. Después de pedirle disculpas por tener que abandonar tan pronto el apartamento, se ofreció a pagarle alguna cantidad extra a cuenta de la fianza por todos los problemas que le había causado, incluido el mantenimiento y cuidado de Angélica. La mujer se negó a aceptar el dinero, pero Paula tomó nota mental de dejarle algo antes de salir para los Estados Unidos.
Su última llamada fue para la familia que la había contratado. Detestaba ser tan poco formal, haber desaparecido de su trabajo nada más empezar, pero no le había quedado otro remedio. Les recomendó a otra profesora que sabía que estaba buscando empleo, y con eso logró tranquilizar un tanto su conciencia.
Una vez rotos sus vínculos con Italia y arreglados los preparativos del viaje, sólo le quedaba llamar a su hermano… pero en aquel momento no estaba de humor para soportar un interrogatorio. Lo llamaría desde el aeropuerto, o en alguna otra ocasión en que se sintiera más fuerte para explicárselo todo.
Ahora lo único que tenía que hacer era sentarse en el tren y esperar a llegar a su destino.
Se puso a mirar por la ventanilla mientras se esforzaba por ignorar la náusea que le subía por el estómago. Un malestar que empeoraba por momentos conforme se alejaba de Pedro.
No le había quedado otra opción. Sabía, sin embargo, que con el tiempo se sentiría peor, cuanto más pensara y se empantanara en sus sentimientos. Sus estúpidos y románticos sentimientos.
Era por eso por lo que se había empeñado en vivir aquella vida libre de compromisos. Era exactamente la clase de cosas que tanto se había empeñado en evitar: el dolor incontrolado, insoportable. Ya había probado suficientemente aquel dolor de niña, viendo cómo sus padres se auto-destruirán. Y también después, intentando criar a su hermano y siendo testigo de lo cerca que había estado de destruirse también.
Se había pasado toda su vida adulta huyendo de aquel dolor: ahora se daba cuenta de ello. Y no le parecía una elección tan mala. En absoluto.
Finalmente, el tren abandonó la estación a la caída de la noche.
Paula dejó de mirar por la ventanilla y cerró los ojos, abrazándose. El traqueteo del tren terminó por adormecerla, y no volvió a despertarse hasta que llegó a Roma. Parpadeó varias veces, cegada por la luz de la estación, bostezó y se estiró. Luego recogió sus maletas y se dispuso a bajar del tren junto al resto de los pasajeros.
Pero cuando acababa de bajar, una mano la agarró del brazo y se encontró frente a frente con Kostas.
—Te estoy apuntando con una pistola, así que cállate y disimula, ¿entendido?
Se le secó la garganta, e inmediatamente comprendió lo estúpida que había sido al abandonar Bellagio. Voluntariamente se había metido en la boca del lobo.
—Sí —susurró mientras se dejaba arrastrar, casi sin fuerzas—. ¿Adonde me llevas?
—¿Tienes tu pasaporte?
—Sí.
—Nos vamos a Atenas, donde te harán algunas preguntas.
—No tienes que llevarme hasta allí… Puedo explicártelo todo aquí, ahora mismo…
El pánico le atenazaba el pecho. Le costaba trabajo respirar.
—No me tomes por tonto, Paula.
—Yo…
La interrumpió clavándole el cañón del arma en las costillas.
—Subiremos al próximo tren y nos comportaremos como dos amantes bien avenidos. Nada de jugarretas, o te dispararé.
Paula no dudaba de su palabra. Kostas la guió a través de la estación y recorrieron varios andenes hasta que subieron a otro tren. Su destino era el puerto de Venecia, lo que quería decir que allí tomarían un barco hacia Atenas… ¿un barco privado? ¿Quizá para, una vez allí, arrojarla por la borda?
Se le hizo un nudo en la garganta. Tenía que mantener la cabeza fría y pensar. Tenía que encontrar una manera de escapar antes de que llegaran a la costa.
Cinco minutos después, se hallaban en un compartimiento privado del tren, y Paula seguía sin haber encontrado una solución. Sentado a su lado, Kostas se golpeaba nerviosamente la rodilla mientras esperaba a que el tren partiera de una vez.
Afortunadamente, no la había registrado.
Llevaba el móvil en el bolsillo, y Kostas, que sabía de su escasa afición por tales aparatos, ignoraba que se había comprado uno al llegar a Italia. Por una vez en la vida, su fobia a la tecnología podría convertirse en una ventaja… si tenía suerte. Tenía que quedarse a solas aunque sólo fuera durante un minuto, para poder usar el móvil.
—Necesito ir al baño.
—Ya iremos juntos cuando el tren esté en marcha. No quiero correr el riesgo de que te escapes por una ventanilla.
Decepcionada, decidió cambiar de táctica… provisionalmente. Si pudiera convencerlo de que no deseaba escaparse, quizá se confiara.
Al otro lado de la ventanilla, los pasajeros se apresuraban a subir a sus trenes, arrastrando sus maletas, mirando sus relojes. Todos ellos ajenos a la escena de la que Kostas y ella eran protagonistas: un terrorista con un arma cargada sentado al lado de su víctima.
El tiempo parecía arrastrarse con interminable lentitud. Paula se removió en su asiento, con el corazón latiendo a toda velocidad. Intentó respirar profundamente varias veces para tranquilizarse.
Necesitaba mantener la cabeza despejada para encontrar una vía de escape.
El móvil de Kostas sonó cuando estaban saliendo de la estación. Lo contestó con su mano libre, hablando en griego. Paula comprendió la mayor parte de la breve conversación. Informó a su interlocutor de que la había encontrado, que estaba de camino y que no preveía ningún problema. Mientras hablaba, la miraba con una expresión vagamente hostil.
Paula desvió la vista e intentó no parecer molesta u ofendida por aquella hostilidad. Al ver que Kostas cortaba la llamada, se tragó el nudo de terror que le subía por la garganta y forzó un tono tranquilo, sereno:
—Nunca te lo dije, pero lamento haberme marchado como lo hice, sin darte ninguna explicación.
—Estoy seguro.
—Yo nunca te mentí acerca de mis sentimientos, Kostas. Te quería. Creía de verdad que lo nuestro era algo más que una simple aventura.
Kostas se sonrió.
—Yo también pensaba que éramos unos amantes extraordinarios.
—Si no hubiera sido así, no me habría quedado tanto tiempo contigo.
Algo en su postura le indicó que se estaba relajando. Nunca fallaba: sólo había que elogiar a un tipo por sus proezas sexuales y él se lo creía a pie juntillas. Los hombres eran así.
El revisor pasó por su compartimento y Kostas le entregó los dos billetes. Paula no tuvo oportunidad de hacer nada.
Estaba cada vez más asustada. Sabía que sus posibilidades de escapar se reducirían a cero en el momento en que se embarcara con Kostas.
Tenía que arriesgarse.
No quería morir. Pensó en Pedro y en todo lo que le había hecho sentir. Había sido una relación enteramente distinta de la que había tenido con Kostas o con cualquier otro hombre que hubiera conocido. Más profunda, más intensa, más emocional. Y había sido a su pesar.
Amor. Se había enamorado de él, y ahora tendría que salir del pozo de dolor en el que se había hundido. Eso si vivía lo suficiente para contarlo. Todavía podía sentir la presencia del arma en el bolsillo de Kostas, rozándole un costado. Pero se había relajado un tanto. Lo suficiente para hacerle concebir alguna esperanza…
—Necesito usar el baño —insistió.
—Está bien. Pero si intentas algo, lo pagarás caro. ¿Entendido?
Paula asintió.
—Yo te seguiré, y te esperaré en la puerta.
Se obligó a respirar profundamente varias veces. Aspirar aire, soltarlo; aspirarlo, soltarlo…
Se dirigió hacia el servicio, y nada más cerrar la puerta del minúsculo compartimento, sacó el móvil del bolsillo y empezó a escribir un mensaje de texto. No podía arriesgarse a que Kostas la oyera hablando con Pedro.
Con dedos temblorosos, redactó el mensaje: Tgo problems. Tren 52332 a Venecia. SOS. Kostas. Llego 9.25 p.m. Pr favor ven a buscarme.
Seleccionó su número en la agenda y pulsó el botón de enviar; acto seguido abrió el grifo y se lavó las manos. Antes de abandonar el cubículo, puso el móvil en modo silencio y volvió a guardárselo.
Salió por fin, esforzándose por mantenerse tranquila. A juzgar por su expresión, Kostas no parecía sospechar nada.
jueves, 1 de noviembre de 2018
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 35
Paula se sentó en el sofá mientras contemplaba el lago, con el sol del crepúsculo reflejándose en las tranquilas aguas. Era un lugar mágico. Un lugar que respiraba belleza.
Parte de ella deseaba marcharse. Al mismo tiempo, en cambio, sentía verdadero pánico a abandonar aquel refugio, regresar a sus preocupaciones cotidianas…
—Hey —oyó la voz de Pedro a su espalda.
Se sentó a su lado. Paula adivinó inmediatamente que algo marchaba mal.
—¿Qué pasa?
—Tenemos que hablar.
—Ésa es una frase que da miedo.
Por la manera que tenía de evitar su mirada, que tenía clavada en el lago, estaba segura de que no iba a gustarle nada lo que iba a decirle.
—Anoche, cuando mencionaste tu blog…
—¿Sí? —inquirió ella con el estómago encogido.
—Tengo que confesarte algo.
Se esforzó por adivinar qué podría ser. ¿Tenía una esposa? ¿Una prometida? ¿Algún vicio inconfesable? O, peor aún… ¿había estado leyendo su blog?
—Cuando revisé tu ficha en la base de datos de la CÍA… descubrí tu identidad como bloguera anónima.
Paula se lo quedó mirando con la boca abierta.
Eso era precisamente lo que más había temido.
Entonces se acordó del comentario del tal «Peter»… y lo comprendió todo.
—Has entrado en mi blog, ¿verdad?
—Sí, con el nombre «Peter». Supongo que fue un intento de advertirte de que lo sabía. O algo parecido.
Estaba empezando a sentir náuseas conforme asimilaba la verdad. Se lo quedó mirando como si no lo reconociera. Como si no fuera el mismo hombre por el que había sentido tantas cosas durante la semana pasada. El hombre en quien había empezado a confiar.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Al principio, porque te estaba investigando. Después, una vez que me convencí de que estabas limpia… no sé, ninguna ocasión me parecía la adecuada para decírtelo. Pero tampoco podía dejar de leer tu blog.
Se le encendió la cara cuando pensó en todo lo que debía de haber leído, cada maldita cosa que había escrito sobre él… Y cada maldita cosa que había escrito sobre los otros hombres con los que había estado.
Estaba horrorizada, pero… ¿por qué? Pedro era un hombre adulto con un historial sexual tan sórdido como el suyo, y ella una mujer adulta con opiniones igualmente arraigadas sobre el sexo.
No debería haberse sentido molesta por que hubiera leído su blog. Y sin embargo se sentía violada en su intimidad, como si aquel hombre se hubiera dado un paseo por el interior de su cerebro. Se había acercado demasiado a ella. Y la conocía demasiado bien.
Se dispuso a levantarse, pero él se lo impidió.
—¿No te sentiste… incómodo, leyendo todo eso?
—Sí, al principio. Y además me entraron celos de todos los hombres sobre los que habías escrito.
—¿Celos?
—Detestaba imaginarte con ellos, haciendo las mismas cosas que habías hecho conmigo —se encogió de hombros—. Soy un hombre, después de todo. Tengo mi orgullo.
La cabeza le daba vueltas. Sus pensamientos se habían convertido en una maraña de emociones y palabras que carecían de sentido y su irritación del principio se estaba transformando en furia.
Porque se sentía humillada. Engañada, violada.
—¡Yo escribo ocultándome tras un seudónimo! ¡No escribo para la gente que me conoce!
—Pero colgabas esas cosas en un foro público, Paula. ¿Qué esperabas? Antes o después lo habría averiguado. No era tan difícil.
—Yo creía que eras sincero conmigo.
La expresión de Pedro se suavizó de pronto.
—Lo lamento muchísimo. Sé que debería habértelo dicho desde el principio.
—Pero no lo hiciste.
—Me inventé todo tipo de justificaciones… como por ejemplo que podría ser un mejor amante si me dedicaba a estudiar cómo eras. O que de esa manera podría llegar a conocerte más íntimamente cuando tú te negabas a abrirte a mí…
Paula le apartó la mano del brazo y se levantó.
Ahora entendía por qué le había parecido tan perfecto. No porque lo fuera, sino porque había tramado un engaño. Todo el tiempo que habían pasado juntos había sido una farsa.
—No quiero seguir aquí —necesitaba alejarse lo antes posible de él. Inmediatamente.
—Paula, por favor… Sé práctica, por lo menos. Lo primero es tu seguridad.
—Me voy del país. Quiero volver cuanto antes a Los Estados Unidos.
Tan pronto como hubo pronunciado las palabras, comprendió que era precisamente eso lo que había querido hacer. Finalmente ya no tenía ninguna razón para quedarse en Europa. Y todas las razones del mundo para volver a casa.
A su hogar.
Su hogar. Ya no tenía un hogar físico, pero al menos sabía dónde estaba. El lugar donde la amaban incondicionalmente. Regresaría con su hermano, lo ayudaría con la boda y ya no volvería a separarse de él.
—Paula, por favor, no te vayas… —Pedro también se levantó.
No tenía intención alguna de seguir haciéndole caso. Le había mentido repetidamente.
No era ninguna estúpida. O al menos ya no volvería a serlo.
—Tomaré un taxi para la estación. No intentes impedírmelo.
—No puedo dejar que hagas esto.
—No tienes elección, Pedro. No eres mi niñera.
—¿Y qué pasará con Kostas?
—Volveré a los Estados Unidos. Ahora que lo está buscando la policía, no podrá seguirme hasta allí. Ya no tengo ninguna razón para quedarme —y se marchó dando un portazo.
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 34
Pedro se sentó en la barra junto a Nicholas Kozowski. Con Nicholas siempre tenía la sensación de conocerlo de toda la vida. Y sin embargo se habían conocido poco después de que saliera de la academia, cuando todavía era un agente novato y fanfarrón que creía saberlo todo.
Lo único que había cambiado era que ahora sabía que sabía muy poco. La vida y sus constantes desafíos como agente secreto le habían enseñado a ser humilde, entre otras lecciones.
—Gracias por haber hecho este viaje para verme.
—No te hagas ilusiones —repuso Nicholas—. Tenía ganas de volver a Bellagio.
—¿Has terminado con tus asuntos en Roma?
El viejo asintió sin dar mayores detalles, discreto como siempre.
—Ahora me voy a Munich.
—Me alegro de verte, aunque sólo sea para tomar una copa —pidió una cerveza al mozo de barra.
—Pareces cansado.
Pedro pensó que la observación debería habérsela hecho a sí mismo. Sus sesenta y ocho años se reflejaban en sus ojos de mirada fatigada, en el moreno curtido de su piel y en la mata de pelo gris que le caía sobre la frente. Era un hombre de la vieja escuela, que había sobrevivido a situaciones que habrían vuelto locos a tipos menos bragados que él.
—Quizá —se encogió de hombros.
—Eres demasiado joven para tener ese aspecto. Espera diez años más y entonces tendrás una buena razón para estar quemado —estaba bromeando, pero Pedro sabía que tenía toda la razón.
—Yo no estoy quemado…
—Ah. ¿Entonces por qué dejaste colgada tu misión en Roma?
El primer impulso de Pedro fue protestar. El no había abandonado la misión. Había seguido todas las pistas, y ninguna le había llevado a ninguna parte. Y sin embargo…
¿Podría decirse eso a sí mismo y ser sincero cuando se había dejado distraer tanto por Paula?
—Creo que me encomendaron una misión inútil. No hay amenaza inminente alguna contra la embajada.
—¿Estás en condiciones de afirmarlo con absoluta certeza?
—Sí —respondió Pedro, aunque no se sentía tan seguro como había esperado.
—¿Te sigue gustando tu trabajo?
—Sí. Aunque supongo que la pasión de antaño ya no existe.
Nicholas asintió, muy serio. Pedro no podía imaginar una situación que el viejo no hubiera vivido, un sentimiento que no hubiera experimentado. Y por ello se sentía tentado de contarle su situación con Paula, de confesarle que se estaba enamorando de la mujer a la que supuestamente debería estar investigando y protegiendo. Pero pronunciar todo aquello en voz alta sería como reconocer su realidad.
Y todavía no estaba dispuesto a admitir que era algo real.
—Llevas cuatro años en esa misión. Quizá haya llegado el momento de que te encarguen otra.
—Ya había pensado en eso —repuso Pedro, con un nudo en el estómago—. Creo que tienes razón.
—Ya sabes que permanecer durante mucho tiempo en un mismo puesto tiene sus peligros: te anquilosas, empiezas a echar demasiadas raíces y luego ya no quieres cambiar.
Pedro asintió.
—Dímelo a mí.
—Me he enterado de la escena que montó tu ex en la embajada.
—Ya —esbozó una mueca—. Una de las peores cosas que pueden sucederte en la vida es que las mujeres con las que has estado se conviertan en tus peores enemigos.
—¿Es eso todo? ¿No hay ninguna otra mujer que te esté dando problemas?
—¿Has oído tú algo?
El rostro de Nicholas no dijo nada, pero Pedro lo conocía lo suficiente como para saber que definitivamente había oído algo más.
—La mujer de la base de datos de los terroristas, Paula Chaves… te has acostado con ella, ¿verdad?
—Sí —reconoció Pedro.
—He visto su foto. ¿Qué has averiguado sobre ella?
—Que su relación con el movimiento Diecisiete de Noviembre fue puramente accidental. Es lo que puedo decirte.
—¿Lo que puedes decirme tú o lo que llevas entre las piernas?
—Vete al diablo.
—Ya sabes que implicarse tanto siempre representa un peligro. Pierdes el tacto de la misión.
—No me he implicado tanto emocionalmente. Sólo físicamente.
—Ya, y por eso quieres cambiar de misión, ¿eh?
—No te pedí que vinieras para que me soltaras un sermón. Sólo quería un consejo de amigo. O una pequeña orientación profesional, si quieres.
—¿Qué? ¿Te recuerdo yo al maldito psicólogo de tu colegio?
Pedro no dijo nada. De repente se sentía como un triste y estúpido adolescente.
—¿Quieres una orientación profesional? Pues aquí tienes una: No investigues con lo que tienes entre las piernas. Acabará metiéndote en más problemas de los que te puedes imaginar.
—¿Qué es exactamente lo que no me puedo imaginar?
—Lo sabrás cuando lo sufras, y para entonces va será demasiado tarde.
—Gracias por una advertencia tan críptica —replicó Pedro, irónico.
—Sé lo que estás pasando precisamente porque yo lo he pasado también. De repente te vuelves loco por una chica y empiezas a mezclarlo todo en tu cabeza: ya no sabes dónde termina tu misión y dónde empieza tu vida amorosa.
—Bueno, quizá… —se encogió de hombros.
—Te daré una pista. Tu misión no ha terminado. Tienes que separar tu vida de tu trabajo si no quieres perder la cabeza y tener alguna oportunidad de llevar una vida medio normal.
—La palabra «normal» no existe en este trabajo, y tú lo sabes.
—En eso tienes razón.
Pedro siempre había huido del típico estilo de vida convencional y hogareño: casarse y tener hijos. Desde un principio había querido excitación, aventura. Desgraciadamente, al cabo de diez años. Lo que antes había sido excitación se había convertido en la norma, en lo convencional. Y la vida realmente llena de riesgos había pasado a ser precisamente la opuesta a la que llevaba.
Estaba empezando a verlo todo con cierta perspectiva.
—¿Alguna vez te has cansado de este estilo de vida y has aspirado a algo distinto? —le preguntó a Nicholas.
—Claro, como todo el mundo en nuestra profesión.
—¿Y qué es lo que te ha impedido cambiar?
Nicholas suspiró.
—Sabía que no servía para hacer otra cosa.
—¿Pero? Hay algo que no me estás diciendo.
—Ciertamente tuve mis momentos en que deseé poder sentar la cabeza y todo eso.
—Pero no lo hiciste.
—Claro que no.
—¿Y por qué lo deseaste?
—Una mujer, por supuesto. Pero no pienso hablar de eso ahora.
—Yo no quería que las cosas se complicaran con Paula, pero…
—A veces no puedes elegir. Hay personas que se meten en tu vida sólo para fastidiártela.
«Y hay personas que se meten en tus vidas para algo más», se dijo Pedro. Para aprender de ellas, para amarlas. Como Paula.
—Escucha, Pedro. Si lo que quieres es que te trasladen, sólo tienes que pronunciar una palabra.
Pedro dudó por unos segundos, pero finalmente asintió.
—Sí. Adelante. Envíame tan lejos de Italia como puedas. Necesito un cambio de escenario.
—Necesitarás elaborar un informe sobre Paula, va lo sabes.
—Está limpia. Te lo juro.
—No hace falta que me jures nada. Necesitas una prueba sólida. Y tendrás que dejar de acostarte con ella. Inmediatamente.
Pedro volvió a asentir y se esforzó por parecer escarmentado, avergonzado. Pero no lo sentía.
Sabía que no renunciaría a acostarse con Paula.
—Hay una cosa más. Quiero pedirte un favor.
—Dispara.
—Paula tiene problemas. Un tipo va tras ella, probablemente su ex, el del grupo terrorista. Necesito recursos para atraparlo.
—¿Cómo piensas justificarlo?
—Si se trata realmente de su ex, tiene que haber estado implicado en el atentado del 17 de noviembre en Atenas, hace algunos años. Si consigo capturarlo, lo entregaré a las autoridades griegas.
—Bien. Así de paso nos harías un favor. Dispondrás de toda la ayuda que necesites.
—Te debo una. Gracias.
—Ya pensaré en la mejor manera de que me devuelvas ese favor, así que lleva cuidado.
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 33
¿Qué tiene esto que ver con el amor?
Disculpad la frase hecha del título, pero… ¿habéis escuchado esta canción de Tina Turner? Quiero decir… ¿la habéis escuchado de verdad?
Es una letra profunda. El amor puede intensificar nuestra capacidad de experimentar placer, pero también ampliar nuestras posibilidades de sentir dolor… y a veces ese dolor es insoportable.
¿Merece la pena? Yo creo que no. Y Tina Turner tampoco.
Como tan bien ha sabido expresarlo ella, eso es algo más que sabido. Tina sabía de lo que hablaba. Pero entonces… ¿por qué nos empeñamos en seguir corriendo ese riesgo?
¿Tan malo es que prefiera vivir mi vida evitando sufrir?
Comentarios:
1. Juju dice: malo no es. Es cobarde, pero no malo.
2. NOLAgirl dice: seguimos hablando de riesgos porque le tenemos demasiado miedo al amor. Instinto de supervivencia y todo eso.
3. Asiana dice: ¿qué te pasa, Eurogirl? Percibo que nuestra intrépida heroína anda lidiando con algún enredo emocional que podría llegar a perjudicar su fabulosa vida sexual.
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