jueves, 1 de noviembre de 2018
BUSCANDO EL AMANTE PERFECTO: CAPITULO 35
Paula se sentó en el sofá mientras contemplaba el lago, con el sol del crepúsculo reflejándose en las tranquilas aguas. Era un lugar mágico. Un lugar que respiraba belleza.
Parte de ella deseaba marcharse. Al mismo tiempo, en cambio, sentía verdadero pánico a abandonar aquel refugio, regresar a sus preocupaciones cotidianas…
—Hey —oyó la voz de Pedro a su espalda.
Se sentó a su lado. Paula adivinó inmediatamente que algo marchaba mal.
—¿Qué pasa?
—Tenemos que hablar.
—Ésa es una frase que da miedo.
Por la manera que tenía de evitar su mirada, que tenía clavada en el lago, estaba segura de que no iba a gustarle nada lo que iba a decirle.
—Anoche, cuando mencionaste tu blog…
—¿Sí? —inquirió ella con el estómago encogido.
—Tengo que confesarte algo.
Se esforzó por adivinar qué podría ser. ¿Tenía una esposa? ¿Una prometida? ¿Algún vicio inconfesable? O, peor aún… ¿había estado leyendo su blog?
—Cuando revisé tu ficha en la base de datos de la CÍA… descubrí tu identidad como bloguera anónima.
Paula se lo quedó mirando con la boca abierta.
Eso era precisamente lo que más había temido.
Entonces se acordó del comentario del tal «Peter»… y lo comprendió todo.
—Has entrado en mi blog, ¿verdad?
—Sí, con el nombre «Peter». Supongo que fue un intento de advertirte de que lo sabía. O algo parecido.
Estaba empezando a sentir náuseas conforme asimilaba la verdad. Se lo quedó mirando como si no lo reconociera. Como si no fuera el mismo hombre por el que había sentido tantas cosas durante la semana pasada. El hombre en quien había empezado a confiar.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Al principio, porque te estaba investigando. Después, una vez que me convencí de que estabas limpia… no sé, ninguna ocasión me parecía la adecuada para decírtelo. Pero tampoco podía dejar de leer tu blog.
Se le encendió la cara cuando pensó en todo lo que debía de haber leído, cada maldita cosa que había escrito sobre él… Y cada maldita cosa que había escrito sobre los otros hombres con los que había estado.
Estaba horrorizada, pero… ¿por qué? Pedro era un hombre adulto con un historial sexual tan sórdido como el suyo, y ella una mujer adulta con opiniones igualmente arraigadas sobre el sexo.
No debería haberse sentido molesta por que hubiera leído su blog. Y sin embargo se sentía violada en su intimidad, como si aquel hombre se hubiera dado un paseo por el interior de su cerebro. Se había acercado demasiado a ella. Y la conocía demasiado bien.
Se dispuso a levantarse, pero él se lo impidió.
—¿No te sentiste… incómodo, leyendo todo eso?
—Sí, al principio. Y además me entraron celos de todos los hombres sobre los que habías escrito.
—¿Celos?
—Detestaba imaginarte con ellos, haciendo las mismas cosas que habías hecho conmigo —se encogió de hombros—. Soy un hombre, después de todo. Tengo mi orgullo.
La cabeza le daba vueltas. Sus pensamientos se habían convertido en una maraña de emociones y palabras que carecían de sentido y su irritación del principio se estaba transformando en furia.
Porque se sentía humillada. Engañada, violada.
—¡Yo escribo ocultándome tras un seudónimo! ¡No escribo para la gente que me conoce!
—Pero colgabas esas cosas en un foro público, Paula. ¿Qué esperabas? Antes o después lo habría averiguado. No era tan difícil.
—Yo creía que eras sincero conmigo.
La expresión de Pedro se suavizó de pronto.
—Lo lamento muchísimo. Sé que debería habértelo dicho desde el principio.
—Pero no lo hiciste.
—Me inventé todo tipo de justificaciones… como por ejemplo que podría ser un mejor amante si me dedicaba a estudiar cómo eras. O que de esa manera podría llegar a conocerte más íntimamente cuando tú te negabas a abrirte a mí…
Paula le apartó la mano del brazo y se levantó.
Ahora entendía por qué le había parecido tan perfecto. No porque lo fuera, sino porque había tramado un engaño. Todo el tiempo que habían pasado juntos había sido una farsa.
—No quiero seguir aquí —necesitaba alejarse lo antes posible de él. Inmediatamente.
—Paula, por favor… Sé práctica, por lo menos. Lo primero es tu seguridad.
—Me voy del país. Quiero volver cuanto antes a Los Estados Unidos.
Tan pronto como hubo pronunciado las palabras, comprendió que era precisamente eso lo que había querido hacer. Finalmente ya no tenía ninguna razón para quedarse en Europa. Y todas las razones del mundo para volver a casa.
A su hogar.
Su hogar. Ya no tenía un hogar físico, pero al menos sabía dónde estaba. El lugar donde la amaban incondicionalmente. Regresaría con su hermano, lo ayudaría con la boda y ya no volvería a separarse de él.
—Paula, por favor, no te vayas… —Pedro también se levantó.
No tenía intención alguna de seguir haciéndole caso. Le había mentido repetidamente.
No era ninguna estúpida. O al menos ya no volvería a serlo.
—Tomaré un taxi para la estación. No intentes impedírmelo.
—No puedo dejar que hagas esto.
—No tienes elección, Pedro. No eres mi niñera.
—¿Y qué pasará con Kostas?
—Volveré a los Estados Unidos. Ahora que lo está buscando la policía, no podrá seguirme hasta allí. Ya no tengo ninguna razón para quedarme —y se marchó dando un portazo.
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