sábado, 20 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 51




—Dany, no podré agradecerte suficientemente lo que has hecho. Estas prendas son preciosas. Cuesta creer que el espectáculo sea esta tarde.


Los días habían pasado en un torbellino a medida que Paula, Naomi y las RBU se involucraban en cada aspecto del desfile.


—Oh, cariño, el placer ha sido mío. Pero las prendas son preciosas por tu diseño, no por mi costura.


Paula se levantó de la mesa improvisada y recogió una caja de regalo de la cama. Su dormitorio se había convertido en un núcleo de actividad.


—Quería darte esto por toda la ayuda que me has prestado.


—No tenías por qué hacerlo, cariño —abrió la caja y sacó la blusa que ella le había hecho, la que había admirado el primer día que se vieron—. Santo cielo —musitó—. Es, simplemente, exquisita. Gracias, Paula.


La expresión de él hizo que se sintiera satisfecha.


—Estaba pensando, Paula —prosiguió Dany—, que me encantará coser los vestidos que necesitas para Clarice.


—¿Lo harías?


—Ahora que ya se ha acabado todo para el desfile, sé que lo echaré de menos. Me encanta coser.


—Tendré que pagarte por ello, Dany. No me parecería correcto que lo hicieras gratis.


—Podré vivir con eso, cariño.


—Bien.


Naomi entró con una sonrisa en la cara.


—Hemos agotado las entradas. Vendí la última hace diez minutos.


—Es estupendo —en ese momento sonó su teléfono móvil y contestó.


—Paula, soy Leslie.


—Leslie, ¿qué sucede?


—Tú. He recibido una llamada de Maggie Winterbourne. Te ha nombrado como la modelo que quiere que defina su campaña de Mujer Independiente. Está impresionada con tus logros.


Sintió que le estrujaban el corazón dolorosamente. Pedro. ¿Cómo iba a tomárselo? No podía pensar en eso en ese momento.


—Llevo esperando una oportunidad así hace tiempo. Es una noticia asombrosa —miró a Dany y a Naomi y tapó el auricular—. He conseguido el contrato con Maggie.


Dany dio un salto y Naomi la abrazó.


—Te quiere en Nueva York mañana para ocuparnos de los asuntos preliminares. Va a haber anuncios en televisión, trabajo de pasarela y una intensa campaña en revistas. Quiere empezar las sesiones de fotos el lunes en Los Ángeles. Después, en Chicago, Atlanta, Dallas y de vuelta a Nueva York. ¿Puedes arreglarlo?


—Desde luego. Estoy encantada, Leslie. Gracias.


—No he sido yo, Paula. Quedó bastante impresionada contigo la noche que te conoció. Bien hecho. Parece que has dado el salto a las ligas mayores. Te veré mañana.


—Adiós, Leslie.


Pasó los siguientes minutos disfrutando de las felicitaciones de sus amigos. Su madre estaría orgullosa.


—Paula, ¿por qué no te tomas un rato libre? Pareces muy cansada. Todo está preparado para esta tarde —sugirió Naomi.


—Estoy bien. Me quedan unas cosas por hacer.


—No, nosotras podemos ocuparnos. ¿Por qué no vas a ver a Pedro? Cuéntale la buena noticia. Creo que se siente abandonado.


Su corazón compitió con su estómago para ver cuál se ponía más tenso.


—Ha estado abandonado. Sólo he logrado tener un par de cenas rápidas con él en la última semana.


—Entonces, ve.


Los preparativos se habían cobrado un precio alto. Necesitaba desesperadamente ver a Pedro.
Cuando él abrió la puerta de su casa, le regaló una amplia sonrisa.


—Hola. ¿Tienes un descanso?


La tomó en brazos y le besó la boca y ella se hundió en su abrazo, maravillándose de que su contacto pudiera derretirla de esa manera, haciéndole anhelar más.


Cuando él alzó la cabeza, Paula dijo:
—Sí. Y quería pasarlo contigo.


—Afortunado que soy —frunció el ceño al estudiarla—. ¿Qué sucede?


—Nada —sonrió, a pesar de que el dolor en su interior crecía.


—¿Estás segura? —la tomó de la muñeca y la acercó a la mesa de la cocina—. Quería mostrarte algo. Los he elegido para ti —le entregó unos folletos y un libreto.


—¿Qué son?


—Una solicitud e información de la Universidad de Leslie. Pensé que podría interesarte la carrera de marketing, ya que has hecho tan buen trabajo con mi negocio…


Pedro —le tocó el brazo—. Tengo un contrato con Maggie Winterbourne. Es una diseñadora importante. Mañana regreso a Nueva York. Ya he hablado con Naomi. Va a pasarle casi todos sus clientes a una compañera para trabajar para ti. Es el trabajo con el que soñaba. Le encanta y quiere quedarse.


—Y tú no —apartó la vista—. ¿Qué pasa con nosotros, Paula? —añadió con voz quebrada.


El corazón se le partía con cada palabra que él decía.


—Podremos arreglarlo.


La tomó por los brazos.


—¿Cómo? ¿Los fines de semana? No es la clase de vida que quiero contigo —afirmó con una serenidad que no se reflejaba en sus ojos.


—Sólo necesito tiempo para encaminar esto —sabía que debía ser fuerte, racional, no ceder a la emoción que remolineaba en su interior.


—¿Hasta cuándo? ¿Hasta que consigas otro contrato o te hagas famosa? ¿Qué quieres que haga yo? ¿Que te olvide? ¿Quedarme esperando las llamadas de teléfono, los correos electrónicos?


Pedro. No tengo las respuestas en este momento. Necesito aceptar este contrato. Es todo por lo que he trabajado.


—Te amo. ¿Eso no significa nada para ti?


—Sí, pero creo que podemos hacer que esto funcione si te muestras mentalmente abierto a la situación.


—Quieres los flashes más de lo que me quieres a mí. Todo se reduce a eso.


—Quiero triunfar en la profesión que he elegido. ¿Es que piensas que no veo lo asimétrica que es esta relación? Tú lo has conseguido. Eres un profesor reconocido en el MIT, con patentes, inventos y algo real. Quiero que pienses en mí como en una igual y eso es difícil cuando piensas que lo que yo hago es superficial.


—Yo no he dicho eso.


—No. ¿Por eso trajiste los folletos de la universidad? La gente va a la universidad a mejorar su educación.


—Quería que tuvieras opciones. 


Ella retrocedió y lo miró como si no supiera quién era.


—Oh, Dios, mi madre tenía razón. Me miras con superioridad desde tu elevada posición académica. No necesito esto. Ya tengo suficientes miedos y dudas propios, Pedro. No necesito que tú me juzgues. Si me perdonas, tengo que dirigir un desfile de moda —giró en redondo y salió de la casa, cerrando con cuidado la puerta a su espalda.



****


En la atmósfera vibraba la ansiedad. Paula se asomó para ver al público sentado a las mesas cubiertas con manteles de damasco claro con centros de fruta fresca.


El catering había llegado justo a tiempo. Todo estaba en su sitio. Dany se había presentado con sus amigos, dos chicos divertidos que hicieron que las modelos rieran para romper la tensión.


Naomi se acercó a ella.


—Los editores de moda están sentados en la parte delantera como pediste y tenemos un local lleno de compradores, diseñadores, prensa y ciudadanos entusiasmados.


—Estupendo. Casi estamos listos para empezar. ¿Has visto a Pedro?


—No, aún no. ¿Te encuentras bien?


Pedro y yo tuvimos una pelea importante y creo que hemos terminado.


—Lo siento.


—Está bien —se volvió y la abrazó—. Has estado fantástica en todo momento. No podría haber pedido una mejor amiga.


—Éste es mi sueño hecho realidad, pero voy a echar de menos trabajar contigo.


—Yo voy a echarte de menos a ti, punto.


En ese momento, comenzó a sonar una música suave. Los camareros empezaron a servir las pequeñas tartas de queso en finos platos de porcelana, mientras otro camarero iba por cada mesa a preguntar qué glaseado preferían las damas.


Paula recogió sus notas y fue al pequeño podio levantado en un rincón de la galería. Probó el micrófono para cerciorarse de que tenía sonido.


Depositó los papeles sobre el atrio y encendió la pequeña luz. Mientras aguardaba que reinara el silencio, sintió una gran calma, como si se encontrara en casa.


Fue en ese momento cuando lo vio de pie junto a la puerta de entrada, con unos pantalones oscuros, la camisa con el cuello abierto y una chaqueta informal. Sus miradas se encontraron. 


La calma que había alcanzado se fragmentó en un millón de piezas y tuvo que esforzarse para mantener los pies en su sitio. Quería correr hacia él, lanzarse a sus brazos y que el mundo se disolviera. Pero no podía hacerlo, y las diferencias en sus estilos de vida, por no mencionar en sus sueños, se interponían entre ellos.


Se sonrieron mientras él se sentaba a la misma mesa en la que estaba Clarice Wentworth, la propietaria de la boutique que le había encargado unos vestidos que aún tenía que entregarle. Pero gracias a Dany, eso estaba solucionado.


Con sorpresa, Paula vio que su ex-esposa se sentaba a la misma mesa, observando con interés el intercambio que mantenían, como si tuviera planes propios. Sintió un nudo en el estómago y las manos le sudaron.


Respiró hondo y la música cambió. Su señal.


—Buenas tardes y gracias por haber venido. 
Están a punto de ver una lencería fabricada con una tela nueva llamada Muy Sugerente. Por favor, miren sus programas para ver los colores disponibles y la información de pedido.


Las luces se atenuaron.


—Este conjunto de un delicado encaje floral y atrevidos colores nuevos es una declaración espectacular para el hombre de vuestra vida. Y podéis apostar que tendrá algo que decir sobre el modo en que esta pieza sexy enciende su noche. Disponible en limonada, rosa ardiente, rojo fuego y negro.


Dos modelos salieron del vestidor cubierto y el público soltó un jadeo colectivo. Una llevaba la pieza en color limonada y la otra en negro. 


Posaron unos momentos bajo los focos entre los clientes.


—Muy Sugerente es un producto versátil, que va desde los encajes a esta pieza inspirada en un corsé para jugar de forma sexy al escondite con vuestras curvas. Osadamente baja en la parte delantera, con finas tiras ajustables, viene en azul hielo, rosa juguetón, rojo oh-la-la y negro básico.


Salieron otras dos modelos de las RBU y el público mostró su aprecio por la bonita y escueta prenda satinada.


El siguiente conjunto causó muchas exclamaciones cuando las modelos pasearon con camisetas de motivos florales y ceñidos calzoncillos cortos.


Paula continuó con la presentación hasta que llegaron a los dos vestidos que había diseñado usando las flores grandes que tanto le gustaban.


El público se puso a aplaudir entusiasmado y la entrega no cesó hasta que la música se detuvo bruscamente. Los flashes casi la cegaron cuando las modelos se alinearon detrás de ella, mostrando una pieza especialmente elegida de lencería o ropa.


La gente se calmó y una periodista alzó la mano.


—Díganos, señorita Chaves, ¿quién ha inventado esta maravillosa tela y por qué se guarda tan en secreto?


Sorprendida, Paula no hizo más que mirar a la mujer. Desde la parte de atrás, una voz exclamó:
Pedro Alfonso, y está aquí mismo.


Todos los ojos se volvieron hacia la mujer, la ex-esposa de Pedro. Una luz se clavó en él. Parecía un ciervo atrapado ante unos focos.


—Por favor, es verdad que el doctor Alfonso inventó la tela, pero lo realmente importante es cómo se puede utilizar en la moda —anunció Paula, tratando de eliminar la atención de Pedro y recuperar el motivo de ese desfile.


—¿O sea que usted no es más que una fachada? —preguntó otra periodista.


Sintió un nudo en el estómago.


—He sido yo quien ha comercializado…


—Pero usted ha estado hablando en nombre del verdadero inventor de la tela, ¿no es cierto?


—Sí, es cierto.


Los flashes se dispararon y Paula retrocedió del podio.


Clarice llegó hasta su lado seguida de otras dos mujeres.


—Quiero hacerle un pedido.


—¿Por la tela? —preguntó Paula.


—No, por sus diseños.


Una de las otras mujeres extendió una tarjeta.


—Hola, soy Serena Carr, de Richler's, en Boston, y quisiera hablar de vender sus creaciones.


—Yo también. Nancy Carmichael, de Louis & Winston.


Paula retrocedió. Sintió una mano en el brazo y al volverse vio a Sheila Bowden.


—Ven conmigo —dijo, a medida que los periodistas comenzaban a ganar paso y ametrallarla con preguntas.


Siguió a Sheila hasta su estudio, donde Dany recogía lo último de la ropa de las modelos y las echaba de allí.


—Qué éxito —le susurró—. Pude oír el alboroto desde aquí. Diría que has arrasado.


—¿Podrías darnos un momento, Dany? —pidió Sheila.


—Claro, Sin problema. Te veré en la fiesta de celebración, pequeña. No llegues tarde.


Paula casi había olvidado que había quedado en The Salt Box para celebrar el desfile. La cabeza le martilleaba mientras Sheila la conducía al sofá en el que Pedro le había hecho el amor. Se dejó caer en los cojines.


Pensó en lo mucho que él odiaba que invadieran su intimidad, y con lo sucedido…


—Oh, Dios —gimió.


Se había hecho público. Y todo por ella.


—Toma, bebe esto. Te vi palidecer ahí afuera. ¿Cuál es el problema?


Pedro—musitó, bebiendo un sorbo de té—. Le he fallado.




SUGERENTE: CAPITULO 50





Todo el día y la noche con Pedro habían sido maravillosos, hasta que tocaron el tema de su regreso a Nueva York. Lo amaba mucho, pero no podía fracasar. Quería ser ella quien tomara la decisión de dejar de ser modelo, no hacerlo por no tener otra elección.


Abrumada súbitamente por sus emociones, se detuvo en mitad de la acera y se llevó la mano al estómago. Se volvió para mirar hacia la casa de Pedro, un lugar que representaba un refugio para ella, tanto en la infancia como en ese momento. Respiró hondo.


No tenía tiempo para permitir que sus emociones impredecibles la frenaran. Las guardó mentalmente en una caja y deliberadamente cerró la tapa. Era el momento de hacer planes y lograr lo que se había propuesto.


Entró en la casa y corrió al teléfono. Naomi contestó en el acto. Paula sonrió y dijo:
—Tengo una gran idea. Esos rollos de tela no van a quedarse demasiado tiempo más en el almacén que hemos alquilado.


—¿Cuál es tu idea?


—Un desfile de moda.


Naomi jadeó.


—¿Estás loca? No disponemos de ropa suficiente para organizar uno. ¿De dónde vamos a sacar a las modelos? Estás loca.


La sonrisa de Paula era tan amplia, que le causó dolor en las comisuras de los labios.


—No. Lo he pensado y tengo la respuesta. Las RBU.


—Oh, Dios mío —Naomi soltó una carcajada—. Eres la persona más inteligente que conozco.


—Pidamos una reunión de urgencia.


Acordaron la reunión a las nueve de la mañana siguiente. Los seis miembros de las RBU entraron en la casa de la tía Eva con Naomi del otro lado de la línea en el manos libres del teléfono. Después de que se sentaran y se sirvieran refrescos, Paula expuso la idea.


—Oh, cariño, tendrás que dejar que te ayude a coser. Yo preparo todos mis disfraces y soy la persona perfecta como vestidora y regidora. Tengo experiencia.


—Todas lo sabemos, Dany —indicó Betty Sue.


Rieron y se pusieron a planificarlo todo con seriedad.


—Y, con respecto a las modelos… —empezó a decir Naomi.


—Creo que eso lo tenemos cubierto. ¿Señoras? 


Un murmullo de aprobación y placer recorrió la sala como una ola.


—Después de todo, somos Reinas con cuerpos deslumbrantes —afirmó Betty Sue.


—¿Has pensado en el tipo de desfile que quieres preparar, Paula? —preguntó Dany, tomando un croissant crujiente que había en una bandeja en el centro de la mesilla.


—¿A qué te refieres? —preguntó Lacy Cuthbert, Reina de los Centros Comerciales, con el ceño fruncido—. ¿No hay sólo de una clase?


—No —Paula le sonrió a la vivaz rubia—. En realidad, hay cuatro clases. El espectáculo de producción involucra cantar y bailar, algo imposible para nosotras. Está la pasarela formal, pero no creo que debamos decantarnos por eso ni, por supuesto, por el vídeo, algo demasiado impersonal. Creo que la mejor elección será un show informal. Ya he llamado a la Galería Bowden y he hablado con Sheila Bowden. Tiene un montón de espacio en su galería. Hará que los clientes observen el arte que ella ofrece y a nosotras nos permitirá exhibir los modelos.


—¿Qué es un show informal? —preguntó Beth Lambert, la Reina Afroamericana.


—¿Es como en los centros comerciales, donde las mujeres dan vueltas y enseñan la ropa? —aventuró Lacy.


—Bingo —corroboró Paula—. Sheila ha dicho que podíamos montar mesas y ofrecerlo como un té. Ya se me ha ocurrido lo que creo que es un título estupendo, pero está abierto a debate si todas no os mostráis de acuerdo.


—Dinos, Paula —instó Dany.


—Tarta de Queso —los gestos de asentimiento y las sonrisas le hicieron pensar que tenía un artículo ganador—. Como principalmente vamos a ofrecer lencería, como si fuera un postre, pensé que sería una idea novedosa preparar unas pequeñas tartas de queso con elección de glaseado.


—Es fabuloso, Paula —convino Dany—. ¿Qué quieres decir con principalmente lencería?


—Quiero presentar la tela de esa manera porque es perfecta para lencería, pero también quiero mostrar la versatilidad del material, usándola para otras prendas. Vestidos, blusas…


—Entendido.


Paula se puso de pie y repartió copias del calendario con las fechas límite.


—He averiguado por un contacto en Nueva York que habrá un espectáculo de moda en el Centro de Convenciones de Boston a partir del veintisiete de junio. Es miércoles. He pensado que podríamos ofrecer nuestro desfile antes de la exposición.


Todas las mujeres y Dany se miraron.


—Eso es dentro de una semana y media. ¿Dónde está la máquina de coser? —preguntó Dany—. Será mejor que empecemos.


—Un segundo —pidió Paula—. Primero debemos delegar cada trabajo —distribuyó otra hoja impresa—. He trazado una lista. Dany, como ya has dicho, tienes la experiencia de organizar el escenario, así que te pongo a cargo de la iluminación y presentación. Nos debe importar, principalmente, la distribución de las mesas, para asegurarnos de que las modelos pueden moverse con facilidad entre ellas.


—Entendido.


—También te has ofrecido a coser, algo que te agradezco.


—Es un placer hacerlo, encanto. Nosotras, las Reinas, debemos mantenernos unidas. Si necesitas ayuda adicional, mis amigas del espectáculo estarán encantadas de echar una mano.


—Gracias, Dany —Paula consultó el organigrama—.Yo me ocuparé de la publicidad y la mercancía —se dirigió a Naomi—. Si tú puedes ocuparte de las modelos y los ensayos, sería estupendo.


—Puedo —confirmó su amiga.


—He pensado que todas podíamos encargarnos de las invitaciones y de vender las entradas.


—¿Por qué no lo regalamos? —preguntó Lacy.


—Oh, no, jamás damos algo gratis en el mundo de la moda —respondió Paula—. He pensado que podíamos donar lo que recaudáramos de las entradas a alguno de los artistas que lleva Sheila. Y también, señoras, he preparado unas tarjetas con toda la información pertinente que necesitaremos para fabricar ropa de vuestro tamaño. Por favor, rellenadlas y, si no estáis seguras, tengo un metro. No puedo daros las gracias lo suficiente —concluyó—, por vuestra ayuda. Espero compensaros plenamente por el tiempo que vais a dedicar…


—Eso no será necesario, Paula —indicó Betty Sue, situándose junto a ella para pasarle un brazo por los hombros—. Las RBU han jurado ayudar a una Reina en apuros.


Paula se preguntó cómo iba a poder dejar a esa gente maravillosa cuando llegara el momento de regresar a Nueva York.


Y se dijo que lo mejor era mantener también cerrada esa caja emocional y seguir adelante.



viernes, 19 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 49





Con todo el cuerpo tembloroso, apretó la boca; la intensidad de su liberación lo había dejado exhausto. Permaneció inmóvil hasta que los latidos del corazón se le tranquilizaron, y luego se movió, el cuerpo pesado, los músculos lentos. Con la poca fuerza que aún poseía, apoyó su peso en los antebrazos.


—¿Paula?


Ella respiró hondo y luego abrió los ojos. Pedro sintió que la expresión se le suavizaba al acariciarle la fina línea de la mandíbula.


—Que ni se te pase por la cabeza pedirme que me mueva.


Él rió.


—¿Ni siquiera para comer?


—Comida —musitó ella, abriendo uno de sus ojos azules—. Mientras no tenga que moverme.


—No creo que se vaya a hacer sola —comentó él, pellizcándole la nariz.


Ella puso los ojos en blanco.


—Claro que sí. Se llama «Para llevar».


—Para llevar —repitió con expresión boba, perdido en ella.


—Ya sabes —hizo la pantomima de alzar un auricular y marcar el número—. Usas el teléfono, haces el pedido y la comida aparece por arte de magia ante tu puerta —rió—. Es así simple. ¿Podrás hacerlo?


Él sonrió y rodó de encima de ella.


—Muy bien, sabelotodo. ¿Qué quieres?


—Me encantaría comida china… rollitos de primavera, arroz frito con pollo, cerdo agridulce, cangrejo al estilo Rangoon y sopa de aleta de tiburón.


—Vaya, alguien está hambrienta.


—Por tu culpa. Has hecho lo que has querido conmigo desde que llegamos de la fiesta… —se apoyó en un codo y miró el reloj— hace cuatro horas. Ahora ve al teléfono y pide algo para comer. Tengo hambre por dos.


Con expresión obediente, alzó el auricular de la mesilla mientras la veía levantarse desnuda, cruzar el dormitorio e ir al cuarto de baño. 


Disfrutó mucho con su hermoso trasero.


A los pocos minutos, ella se materializó en la puerta.


—Me has comprado un cepillo de dientes.


—¿Querías hacerlo tú?


—Es un gesto tan dulce y considerado que te preocupes lo suficiente como para querer que esté cómoda mientras me encuentre aquí…


—Quiero que te sientas cómoda.


Pedro había acomodado unos cojines del sofá contra el borde de la chimenea. Paula sirvió la comida en platos, vertió la sopa en tazas y la llevó hasta el sitio que él había preparado. Se sentaron a comer.


—Es una pena que haga demasiado calor y no podamos encender la chimenea.


Pedro asintió.


—A mis padres les gustaba encenderla todas las noches durante el invierno. Yo solía quedarme dormido con el olor de la leña al quemarse. Ese olor siempre me hace pensar en el hogar —bebió un poco de sopa y saboreó su textura.


—Eres la persona más anclada que conozco y te sientes satisfecho de ello.


Pedro se encogió de hombros.


—Haces que suene como si fuera algo malo.


—No lo es. Yo no puedo quedarme quieta el tiempo suficiente para descubrir si me gustaría. Me gusta estar en movimiento.


—Te tiene que gustar ese estilo de vida para hacer lo que haces.


Se acercó a él y sus muslos se rozaron.


—Somos opuestos, Pedro. Simplemente, nos lo pasamos bien juntos.


—Lo sé —se giró hacia ella y le dedicó una leve sonrisa—. Tenemos que encontrar un término medio.


Paula tomó un rollito de primavera, lo mojó en salsa de soja y le ofreció un mordisco. Repitió el proceso y lo mordió ella.


—Espero que sea posible —dijo antes de limpiarse la boca con una servilleta.


Pedro asintió.


—Yo también.


El silencio se asentó entre ellos.


Pedro podía ver la relación prosperar. Lo apacibles y plenas que podían ser sus vidas. 


Tenía la investigación y las clases para mantener activa su mente. Y al llegar a casa, tendría a Paula para estimularle el cuerpo y el alma.


Rompió el silencio.


—¿Tienes sueño? ¿Quieres ir arriba?


—No, pensaba. Créeme, no es fácil usar el cerebro después de una sesión tan devastadora de sexo y buena comida.


—¿En qué pensabas?


—En mi siguiente paso. La campaña de muestras no está funcionando. Los diseñadores tienen una excesiva demanda de su tiempo, lo cual no me sorprende, pero había esperado una respuesta mejor.


—Las cosas se arreglarán. Creo que necesitas más tiempo.


—En realidad, no tengo más tiempo. Necesito volver a Nueva York.


—¿Por qué sientes tanta presión por regresar a la ciudad? Quizá la distancia de las pasarelas te dé una nueva perspectiva acerca de lo que realmente quieres hacer.


Giró hacia él.


—¿Lo que realmente quiero hacer? Sé lo que quiero hacer.


—Lo único que digo es que podrías analizar las opciones.


—He de volver —repitió—. Cualquier otra cosa sería reconocer la derrota. No pienso irme de esa manera.


—No has fracasado. Ganaste el concurso de Miss Nacional y has trabajado en el negocio durante doce años, Paula. No muchas modelos duran más allá de los veinte años. ¿Has pensado en hacer otra cosa con tu talento?


Ella se puso de pie, recogió los platos vacíos y se alejó de él.


—Me encanta desfilar y trabajar como modelo… los viajes, la ropa, los focos. No quiero dejarlo por otra cosa —fue a la cocina y puso los platos en el fregadero.


—¿Y qué pasa con nosotros? —la siguió con las copas y las tazas, que también depositó en el fregadero.


—¿Me estás pidiendo que elija?


—No. No haría eso, pero no sé cómo voy a encajar en tu vida, Paula. Cuando te entregas a algo, vas hasta el final. Tienes un estilo de vida exigente que requiere que seas flexible, que puedas viajar.


—No puedo hablar de eso ahora mismo. Todo en mi vida está en el aire. En todo momento fui clara contigo. Comprendo que a ti te gusta planificarlo todo, pero a veces es imposible, Pedro. Tomemos cada día según venga. 


Él respiró hondo.


—Me gusta planificarlo todo. Lo llevo dentro. Intentaré ser paciente.


Ella cruzó el cuarto, le tomó la cara entre las manos y sonrió a pesar de la preocupación que aún reflejaba su cara.


—Es todo lo que pido.


La fragancia de su cabello le avivó los sentidos.


La besó, más que nada porque no podía estar tan cerca y no hacerlo. Pero también porque sentía la necesidad de sellar las cosas entre ellos.


Cuando al fin levantó la cabeza, ella le pasó los dedos por los labios. Al bajar los brazos, golpeó el bolso con el codo y lo tiró. Al aterrizar en el suelo, de él se salió una tarjeta blanca que terminó a los pies de Pedro.


Se agachó para recogerla.


—¿Qué es?


Paula la miró mientras recogía las cosas que se habían salido del bolso.


—Una tarjeta de Clarice Wentworth. Es la dueña de una boutique en el centro. Muy elegante. Quiere uno de mis vestidos en todas las tallas y no pude negarme. Sin embargo, he de pensar en cuánto le cobro. Es algo nuevo para mí.


—Ha sido una idea inteligente lucir el vestido en público, dándole a cada persona una especie de desfile particular para que pudiera verlo.


—¿Qué has dicho?


—Llevar el vestido en público…


—No, lo del desfile de moda. Pedro, es una gran idea —le dio un beso en la boca y se lanzó hacia las escaleras—. Eres un genio.


Tuvo que subir los escalones de dos en dos para alcanzarla. Cuando llegó a su dormitorio, Paula ya había abierto los cajones de su cómoda. 


Sacó unos pantalones cortos y se los puso. 


Luego se enfundó una de sus camisetas y se agachó para recoger las sandalias sexys y calzárselas.


—¿Paula? ¿No te ibas a quedar?


—No puedo, no esta noche. Lo siento, pero me comprometí a hacer un trabajo para ti. He de ponerme en contacto con Naomi y analizar cómo sacar esto adelante. Necesito un tema, modelos e iluminación —musitó para sí misma mientras recogía el vestido.


Le dio un beso de camino a la puerta y desapareció.


Mientras los tacones resonaban en el pavimento, Paula se preguntaba por qué no se le había ocurrido organizar antes un desfile. 


Tenía numerosos contactos en Nueva York y sólo se hallaba a tres horas y media de Cambridge. Podía funcionar.