sábado, 20 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 51




—Dany, no podré agradecerte suficientemente lo que has hecho. Estas prendas son preciosas. Cuesta creer que el espectáculo sea esta tarde.


Los días habían pasado en un torbellino a medida que Paula, Naomi y las RBU se involucraban en cada aspecto del desfile.


—Oh, cariño, el placer ha sido mío. Pero las prendas son preciosas por tu diseño, no por mi costura.


Paula se levantó de la mesa improvisada y recogió una caja de regalo de la cama. Su dormitorio se había convertido en un núcleo de actividad.


—Quería darte esto por toda la ayuda que me has prestado.


—No tenías por qué hacerlo, cariño —abrió la caja y sacó la blusa que ella le había hecho, la que había admirado el primer día que se vieron—. Santo cielo —musitó—. Es, simplemente, exquisita. Gracias, Paula.


La expresión de él hizo que se sintiera satisfecha.


—Estaba pensando, Paula —prosiguió Dany—, que me encantará coser los vestidos que necesitas para Clarice.


—¿Lo harías?


—Ahora que ya se ha acabado todo para el desfile, sé que lo echaré de menos. Me encanta coser.


—Tendré que pagarte por ello, Dany. No me parecería correcto que lo hicieras gratis.


—Podré vivir con eso, cariño.


—Bien.


Naomi entró con una sonrisa en la cara.


—Hemos agotado las entradas. Vendí la última hace diez minutos.


—Es estupendo —en ese momento sonó su teléfono móvil y contestó.


—Paula, soy Leslie.


—Leslie, ¿qué sucede?


—Tú. He recibido una llamada de Maggie Winterbourne. Te ha nombrado como la modelo que quiere que defina su campaña de Mujer Independiente. Está impresionada con tus logros.


Sintió que le estrujaban el corazón dolorosamente. Pedro. ¿Cómo iba a tomárselo? No podía pensar en eso en ese momento.


—Llevo esperando una oportunidad así hace tiempo. Es una noticia asombrosa —miró a Dany y a Naomi y tapó el auricular—. He conseguido el contrato con Maggie.


Dany dio un salto y Naomi la abrazó.


—Te quiere en Nueva York mañana para ocuparnos de los asuntos preliminares. Va a haber anuncios en televisión, trabajo de pasarela y una intensa campaña en revistas. Quiere empezar las sesiones de fotos el lunes en Los Ángeles. Después, en Chicago, Atlanta, Dallas y de vuelta a Nueva York. ¿Puedes arreglarlo?


—Desde luego. Estoy encantada, Leslie. Gracias.


—No he sido yo, Paula. Quedó bastante impresionada contigo la noche que te conoció. Bien hecho. Parece que has dado el salto a las ligas mayores. Te veré mañana.


—Adiós, Leslie.


Pasó los siguientes minutos disfrutando de las felicitaciones de sus amigos. Su madre estaría orgullosa.


—Paula, ¿por qué no te tomas un rato libre? Pareces muy cansada. Todo está preparado para esta tarde —sugirió Naomi.


—Estoy bien. Me quedan unas cosas por hacer.


—No, nosotras podemos ocuparnos. ¿Por qué no vas a ver a Pedro? Cuéntale la buena noticia. Creo que se siente abandonado.


Su corazón compitió con su estómago para ver cuál se ponía más tenso.


—Ha estado abandonado. Sólo he logrado tener un par de cenas rápidas con él en la última semana.


—Entonces, ve.


Los preparativos se habían cobrado un precio alto. Necesitaba desesperadamente ver a Pedro.
Cuando él abrió la puerta de su casa, le regaló una amplia sonrisa.


—Hola. ¿Tienes un descanso?


La tomó en brazos y le besó la boca y ella se hundió en su abrazo, maravillándose de que su contacto pudiera derretirla de esa manera, haciéndole anhelar más.


Cuando él alzó la cabeza, Paula dijo:
—Sí. Y quería pasarlo contigo.


—Afortunado que soy —frunció el ceño al estudiarla—. ¿Qué sucede?


—Nada —sonrió, a pesar de que el dolor en su interior crecía.


—¿Estás segura? —la tomó de la muñeca y la acercó a la mesa de la cocina—. Quería mostrarte algo. Los he elegido para ti —le entregó unos folletos y un libreto.


—¿Qué son?


—Una solicitud e información de la Universidad de Leslie. Pensé que podría interesarte la carrera de marketing, ya que has hecho tan buen trabajo con mi negocio…


Pedro —le tocó el brazo—. Tengo un contrato con Maggie Winterbourne. Es una diseñadora importante. Mañana regreso a Nueva York. Ya he hablado con Naomi. Va a pasarle casi todos sus clientes a una compañera para trabajar para ti. Es el trabajo con el que soñaba. Le encanta y quiere quedarse.


—Y tú no —apartó la vista—. ¿Qué pasa con nosotros, Paula? —añadió con voz quebrada.


El corazón se le partía con cada palabra que él decía.


—Podremos arreglarlo.


La tomó por los brazos.


—¿Cómo? ¿Los fines de semana? No es la clase de vida que quiero contigo —afirmó con una serenidad que no se reflejaba en sus ojos.


—Sólo necesito tiempo para encaminar esto —sabía que debía ser fuerte, racional, no ceder a la emoción que remolineaba en su interior.


—¿Hasta cuándo? ¿Hasta que consigas otro contrato o te hagas famosa? ¿Qué quieres que haga yo? ¿Que te olvide? ¿Quedarme esperando las llamadas de teléfono, los correos electrónicos?


Pedro. No tengo las respuestas en este momento. Necesito aceptar este contrato. Es todo por lo que he trabajado.


—Te amo. ¿Eso no significa nada para ti?


—Sí, pero creo que podemos hacer que esto funcione si te muestras mentalmente abierto a la situación.


—Quieres los flashes más de lo que me quieres a mí. Todo se reduce a eso.


—Quiero triunfar en la profesión que he elegido. ¿Es que piensas que no veo lo asimétrica que es esta relación? Tú lo has conseguido. Eres un profesor reconocido en el MIT, con patentes, inventos y algo real. Quiero que pienses en mí como en una igual y eso es difícil cuando piensas que lo que yo hago es superficial.


—Yo no he dicho eso.


—No. ¿Por eso trajiste los folletos de la universidad? La gente va a la universidad a mejorar su educación.


—Quería que tuvieras opciones. 


Ella retrocedió y lo miró como si no supiera quién era.


—Oh, Dios, mi madre tenía razón. Me miras con superioridad desde tu elevada posición académica. No necesito esto. Ya tengo suficientes miedos y dudas propios, Pedro. No necesito que tú me juzgues. Si me perdonas, tengo que dirigir un desfile de moda —giró en redondo y salió de la casa, cerrando con cuidado la puerta a su espalda.



****


En la atmósfera vibraba la ansiedad. Paula se asomó para ver al público sentado a las mesas cubiertas con manteles de damasco claro con centros de fruta fresca.


El catering había llegado justo a tiempo. Todo estaba en su sitio. Dany se había presentado con sus amigos, dos chicos divertidos que hicieron que las modelos rieran para romper la tensión.


Naomi se acercó a ella.


—Los editores de moda están sentados en la parte delantera como pediste y tenemos un local lleno de compradores, diseñadores, prensa y ciudadanos entusiasmados.


—Estupendo. Casi estamos listos para empezar. ¿Has visto a Pedro?


—No, aún no. ¿Te encuentras bien?


Pedro y yo tuvimos una pelea importante y creo que hemos terminado.


—Lo siento.


—Está bien —se volvió y la abrazó—. Has estado fantástica en todo momento. No podría haber pedido una mejor amiga.


—Éste es mi sueño hecho realidad, pero voy a echar de menos trabajar contigo.


—Yo voy a echarte de menos a ti, punto.


En ese momento, comenzó a sonar una música suave. Los camareros empezaron a servir las pequeñas tartas de queso en finos platos de porcelana, mientras otro camarero iba por cada mesa a preguntar qué glaseado preferían las damas.


Paula recogió sus notas y fue al pequeño podio levantado en un rincón de la galería. Probó el micrófono para cerciorarse de que tenía sonido.


Depositó los papeles sobre el atrio y encendió la pequeña luz. Mientras aguardaba que reinara el silencio, sintió una gran calma, como si se encontrara en casa.


Fue en ese momento cuando lo vio de pie junto a la puerta de entrada, con unos pantalones oscuros, la camisa con el cuello abierto y una chaqueta informal. Sus miradas se encontraron. 


La calma que había alcanzado se fragmentó en un millón de piezas y tuvo que esforzarse para mantener los pies en su sitio. Quería correr hacia él, lanzarse a sus brazos y que el mundo se disolviera. Pero no podía hacerlo, y las diferencias en sus estilos de vida, por no mencionar en sus sueños, se interponían entre ellos.


Se sonrieron mientras él se sentaba a la misma mesa en la que estaba Clarice Wentworth, la propietaria de la boutique que le había encargado unos vestidos que aún tenía que entregarle. Pero gracias a Dany, eso estaba solucionado.


Con sorpresa, Paula vio que su ex-esposa se sentaba a la misma mesa, observando con interés el intercambio que mantenían, como si tuviera planes propios. Sintió un nudo en el estómago y las manos le sudaron.


Respiró hondo y la música cambió. Su señal.


—Buenas tardes y gracias por haber venido. 
Están a punto de ver una lencería fabricada con una tela nueva llamada Muy Sugerente. Por favor, miren sus programas para ver los colores disponibles y la información de pedido.


Las luces se atenuaron.


—Este conjunto de un delicado encaje floral y atrevidos colores nuevos es una declaración espectacular para el hombre de vuestra vida. Y podéis apostar que tendrá algo que decir sobre el modo en que esta pieza sexy enciende su noche. Disponible en limonada, rosa ardiente, rojo fuego y negro.


Dos modelos salieron del vestidor cubierto y el público soltó un jadeo colectivo. Una llevaba la pieza en color limonada y la otra en negro. 


Posaron unos momentos bajo los focos entre los clientes.


—Muy Sugerente es un producto versátil, que va desde los encajes a esta pieza inspirada en un corsé para jugar de forma sexy al escondite con vuestras curvas. Osadamente baja en la parte delantera, con finas tiras ajustables, viene en azul hielo, rosa juguetón, rojo oh-la-la y negro básico.


Salieron otras dos modelos de las RBU y el público mostró su aprecio por la bonita y escueta prenda satinada.


El siguiente conjunto causó muchas exclamaciones cuando las modelos pasearon con camisetas de motivos florales y ceñidos calzoncillos cortos.


Paula continuó con la presentación hasta que llegaron a los dos vestidos que había diseñado usando las flores grandes que tanto le gustaban.


El público se puso a aplaudir entusiasmado y la entrega no cesó hasta que la música se detuvo bruscamente. Los flashes casi la cegaron cuando las modelos se alinearon detrás de ella, mostrando una pieza especialmente elegida de lencería o ropa.


La gente se calmó y una periodista alzó la mano.


—Díganos, señorita Chaves, ¿quién ha inventado esta maravillosa tela y por qué se guarda tan en secreto?


Sorprendida, Paula no hizo más que mirar a la mujer. Desde la parte de atrás, una voz exclamó:
Pedro Alfonso, y está aquí mismo.


Todos los ojos se volvieron hacia la mujer, la ex-esposa de Pedro. Una luz se clavó en él. Parecía un ciervo atrapado ante unos focos.


—Por favor, es verdad que el doctor Alfonso inventó la tela, pero lo realmente importante es cómo se puede utilizar en la moda —anunció Paula, tratando de eliminar la atención de Pedro y recuperar el motivo de ese desfile.


—¿O sea que usted no es más que una fachada? —preguntó otra periodista.


Sintió un nudo en el estómago.


—He sido yo quien ha comercializado…


—Pero usted ha estado hablando en nombre del verdadero inventor de la tela, ¿no es cierto?


—Sí, es cierto.


Los flashes se dispararon y Paula retrocedió del podio.


Clarice llegó hasta su lado seguida de otras dos mujeres.


—Quiero hacerle un pedido.


—¿Por la tela? —preguntó Paula.


—No, por sus diseños.


Una de las otras mujeres extendió una tarjeta.


—Hola, soy Serena Carr, de Richler's, en Boston, y quisiera hablar de vender sus creaciones.


—Yo también. Nancy Carmichael, de Louis & Winston.


Paula retrocedió. Sintió una mano en el brazo y al volverse vio a Sheila Bowden.


—Ven conmigo —dijo, a medida que los periodistas comenzaban a ganar paso y ametrallarla con preguntas.


Siguió a Sheila hasta su estudio, donde Dany recogía lo último de la ropa de las modelos y las echaba de allí.


—Qué éxito —le susurró—. Pude oír el alboroto desde aquí. Diría que has arrasado.


—¿Podrías darnos un momento, Dany? —pidió Sheila.


—Claro, Sin problema. Te veré en la fiesta de celebración, pequeña. No llegues tarde.


Paula casi había olvidado que había quedado en The Salt Box para celebrar el desfile. La cabeza le martilleaba mientras Sheila la conducía al sofá en el que Pedro le había hecho el amor. Se dejó caer en los cojines.


Pensó en lo mucho que él odiaba que invadieran su intimidad, y con lo sucedido…


—Oh, Dios —gimió.


Se había hecho público. Y todo por ella.


—Toma, bebe esto. Te vi palidecer ahí afuera. ¿Cuál es el problema?


Pedro—musitó, bebiendo un sorbo de té—. Le he fallado.




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