lunes, 15 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 36
—Eh, ¿qué es todo esto? —preguntó Naomi al entrar en el salón vestida todavía con el pijama.
—Mi idea brillante. Vamos a enviar muestras a todos los diseñadores y compradores de telas —llevaba levantada desde las cinco de la mañana, tan entusiasmada con su plan de acción, que apenas había podido dormir. También se había sentido culpable porque el día anterior Naomi había terminado sola el plan de negocio.
Había estado recordando lo optimista que había sido cuando la coronaron Miss Nacional, toda la atención que había recibido y el bien que había hecho durante el tiempo que había llevado la corona. Había tenido planes y había cumplido casi todos. Se había convertido en una modelo de éxito.
En ese momento deseaba haber prestado más atención, a ahorrar para los momentos como ése, en vez de llevar el lujoso estilo de vida de Nueva York. Si lo hubiera hecho, habría tenido algo a lo que poder recurrir al perder el contrato con Kathleen. Detestó no haber sido previsora.
—Es una idea estupenda, pero deberías haberme pedido ayuda —indicó Naomi.
—Tú acabaste sola el plan de negocios. Así que decidí dejarte dormir, pero si quieres ayudar, adelante.
—Deja que me dé una ducha y me cambie y enseguida bajo.
Alzó el dedo pulgar. Naomi era una joya y estaba contenta de tenerla a su lado. Pero al mirar alrededor y ver todo el trabajo que había logrado aquella mañana, comprendió que se había metido por completo en el negocio de Pedro. Ya era una cuestión de orgullo que hiciera el mejor trabajo posible. Se había vuelto algo importante para ella que el negocio fuera un éxito.
En ese momento llamaron a la puerta de entrada y fue a abrir. Allí estaba Pedro.
—Hola, pasa.
—Gracias. Me preguntaba si esta noche estarías interesada en asistir a una galería que expone la obra de Sheila Bowden. Quizá podríamos comer algo.
Paula sintió una gran calidez.
—¿Me estás pidiendo una cita, doctor Alfonso?
Él bajó la vista y movió los pies.
—Supongo que sí. De verdad creo que te gustará la galería.
Se acercó a él y Pedro sonrió, mirando alrededor.
—¿Tu tía no está?
—Está trabajando, pero Naomi se encuentra arriba —no pudo resistir pasarle las manos por ese pelo bonito y en punta. La textura en los dedos le provocó un hormigueo de calor.
Al llegar a la piel ardiente del cuello, él jadeó.
Incapaz de aguantarse, Paula alzó la cara para darle un beso en la boca.
Pedro se apoyó en ella tan rendido como Paula, yendo al encuentro de su boca. De pronto se retiró al oír que el agua se cerraba arriba.
—Es una pena que no estés sola, pero ya lo compensaremos más tarde.
Con esa promesa ronca en su voz, el cosquilleo se convirtió en un calor intenso pata Paula que le dificultó respirar.
—Ven, tengo algo que mostrarte.
De la mano, lo llevó al salón.
—Que me aspen —recogió una de las fichas blancas de Paula, con muestras de la tela grapadas en la parte delantera. La ficha especificaba el contenido, la fibra, el cuidado que requería, el coste por metro, el número de artículo y los colores en que estaba disponible—. Realmente avanzas con la idea.
—Obtendrás un buen beneficio por tu inversión, Pedro. Te lo prometo.
—Realmente vas a regresar a Nueva York.
El sonido áspero de su voz revelaba más que las simples palabras. Aguardó extrañamente tenso una respuesta.
—Sí.
—¿Y si no puedes encontrar un trabajo?
Al ver la intensidad en los ojos de Pedro, el corazón le dio un vuelco. Recogió las etiquetas que había imprimido en el ordenador de su tía y sacó una. La pegó con firmeza debajo de las muestras y lo miró con un nudo en el pecho.
—Lo conseguiré. Es cuestión de tiempo.
—¿Has pensado en hacer otra cosa?
—¿Por qué insistes con eso, Pedro? Soy modelo y es lo que hago. ¿Crees que está por debajo de mí?
—No. No pretendía dar a entender eso —se puso en cuclillas para quedar a la misma altura que ella junto a las muestras—. Creo que deberías sopesar todas tus opciones. ¿Qué es lo que realmente quieres hacer?
«Volveré a ser modelo», se dijo a sí misma. No fracasaría. No podía fracasar. Y si así sucedía, tendría que reconocer que todo aquello por lo que había luchado en la vida había sido por nada. No significaba nada. No tenía nada que mostrar por tantos años de trabajo duro.
—No estoy preparada para aceptar la derrota, Pedro.
—Sabía que intentaba apartarte de todo lo que es mejor para ti.
Los dos se volvieron hacia la puerta. En el umbral estaba la madre de Paula.
—Es una conversación privada —expuso Pedro con frialdad, poniéndose de pie.
—Lo que involucra a mi hija me involucra a mí —replicó, mirando a Pedro como si fuera un enemigo peligroso.
Paula supuso que a ojos de su madre, así era.
Pedro no se mostró en absoluto intimidado y Paula recordó cómo de niño se había enfrentado a los bravucones sin temor. Su comportamiento protector tocó algo dentro de ella y no se movió de allí, haciéndola sentirse más que asustada.
El desagrado en los ojos de su madre era tangible, pero Pedro en ningún momento se arredró. Mientras se preparaban para la pelea, el pánico de Paula se vio reemplazado por una maraña confusa de emociones distintas.
Él cruzó los brazos.
—Por si no lo ha notado, Paula es una mujer adulta y está capacitada para tomar sus propias decisiones.
Paula suspiró. No podría haber dicho algo más cierto. Necesitaba tomar el control antes de que la situación fuera a más. Tocó el brazo de Pedro para captar su atención y relajarle los músculos visiblemente tensos.
—Está bien, Pedro —indicó—. Puedo tomar mis propias decisiones —miró a su madre—. Mamá, ¿a qué debemos el placer de tu visita?
—No estoy segura de que él…
—Me iré —indicó Pedro con la mandíbula tensa.
—Pero, Pedro…
—He dicho que me iré. Simplemente, hazme saber cuándo y dónde. Hablaremos luego, Paula. Debería ir a la universidad. El viernes tengo una reunión con mi personal del laboratorio.
Paula se frotó la nuca.
—Te llamaré para darte los detalles de lo de esta noche. Sigue en pie la cita, ¿no?
Él sonrió y asintió.
—Que tenga un buen día, señora Chaves.
Ella farfulló algo, pero Pedro no mordió el cebo.
—¿Qué ves en ese hombre? Jamás lo entenderé. Se muestra muy arrogante porque tiene un doctorado y tú no.
—No es así, madre.
—Creo que te mira por encima de su académico hombro, Paula. Deberías pensar cuidadosamente qué pasaría si te convenciera de que te quedaras aquí y abandonaras las pasarelas.
—¿Qué tienes en contra de Pedro, mamá?
—Es igual que tu padrastro.
—No se parece en nada a él.
—¿No? ¿Te ha invitado a alguna función de la facultad o al campus?
—No, pero eso no significa nada.
—¿No? He vivido con la desaprobación de un hombre que piensa que lo que hago es frívolo. No quiero que cometas el mismo error. Pedro vive en un mundo académico. No entiende el mundo en el que vives tú.
—Sé que venimos de mundos diferentes, pero te equivocas con respecto a él.
—Espero que no tengas que poner a prueba esa teoría, Paula.
—No te preocupes, mamá. Me cercioraré de que tu sacrificio signifique algo —las palabras salieron de su boca antes de que pudiera acallarlas, y en su interior fue creciendo la amargura.
Su madre exhibió un gesto ceñudo de desaprobación.
—Adelante, búrlate de mí, pero Cambridge es un callejón sin salida. Tu sitio está en Nueva York. Te veré en la fiesta en el jardín, una semana a partir del sábado, a las doce y media en punto.
SUGERENTE: CAPITULO 35
Al llegar al salón e ir a la cocina, no lo vio por ninguna parte Oyó un sonido abajo y vio una puerta abierta. Quizá se hallara en el sótano.
Fue a bajar, pero se detuvo al oír su voz.
—¿Paula?
—No, amo, soy yo, Igor.
Él rió entre dientes y dijo:
—Quédate ahí. Ahora mismo subo.
Se dio la vuelta al percibir la advertencia en su voz de que se encontraba demasiado cerca de su refugio más privado. Pedro era muy quisquilloso con su intimidad, un rasgo que a veces resultaba muy irritante. ¿Qué podía tener ahí abajo que ella pudiera perturbar?
Subió y Paula se asomó por encima de su hombro.
—¿Tienes miedo de que toque algo?
—¿Qué?
—No quieres que baje, ¿verdad?
—No es más que mi despacho. Estoy seguro de que no te interesaría.
—Me interesa todo lo que haces, Pedro. No entiendo que seas tan quisquilloso.
Él se puso rígido y continuó, dejándola atrás en las escaleras.
—No es más que un despacho. No estoy fabricando monstruos de Frankenstein ahí abajo.
—Eso sí que sería interesante.
Paula se detuvo en la entrada a la cocina.
—¿Vienes, Igor?
—No, será mejor que me vaya. Naomi me estará buscando.
—De acuerdo. Te acompañaré.
—Gracias. ¿Cómo conseguiste traer mi ropa?
—Llamé a la puerta de tu casa. Tu tía ni parpadeó. Subí a tu habitación y te elegí algunas cosas. Por suerte, tu amiga seguía dormida.
Cuando Paula llegó a la puerta de la casa de su tía Eva, Naomi abrió y dijo con firmeza:
—Si crees que vas a librarte… oh, lo siento —calló al ver a Pedro. Extendió la mano y se presentó—: Hola, soy Naomi Carlyle.
—Pedro Alfonso —respondió, estrechándosela.
—No ha sido la mejor forma de causar una buena impresión.
—No te preocupes —Pedro sonrió y se volvió hacia Paula—. He de volver al trabajo. Y basta de margaritas.
Ella se frotó las sienes.
—Sí, jefe.
—Qué tipo tan guapo… ¿y encima profesor en el MIT? Cerebro y músculo —Naomi suspiró mientras lo veían dirigirse a la cancela—. Estupendas credenciales —añadió con la vista clavada en el trasero de Pedro—. Supongo que lo tienes marcado con tu nombre, ¿no?
—Marcado y embalado.
—Lo suponía —la miró de reojo con un brillo malicioso en los ojos—. ¿Qué clase de calcetines lleva?
Paula suspiró.
—¿A quién le importa?
Llevaban trabajando tres horas cuando Paula pidió un alto.
—No puedo pensar en ningún otro objetivo ni hacer otro gráfico hasta que no descansemos —dijo, yendo hacia la puerta.
—Vayamos a comer y a hacer algunas compras. De paso, puedes mostrarme Cambridge —Naomi sonrió—. Llevo dos días aquí y lo único que he visto ha sido mi agradable alojamiento.
Paula abrió el camino. Al salir, recogió una elegante chaqueta negra y le pasó a Naomi su cazadora vaquera.
Abrió la puerta del BMW deportivo de su tía y se sentó al volante. Puso rumbo a la zona comercial de la ciudad y a su restaurante favorito, una marisquería llamada The Lobster Claw.
—Tu tía es tan fantástica como dices.
—Me siento muy culpable. Llevo aquí tres semanas y apenas hemos hablado.
Sentadas con vistas al río Charles, compartieron una bandeja de almejas, gambas a la plancha, mejillones cocidos y unas patas de cangrejo.
De postre pidieron la especialidad de la casa, tarta de queso. Después de que la camarera se marchara, Naomi preguntó:
—¿Has dejado tu trabajo de modelo?
—No. El trabajo con Pedro es temporal.
—Entonces, ¿qué se cuece con nuestro apetitoso jefe?
—Nada, hacemos negocios juntos.
—¿Tus negocios con él incluyen paseos a primera hora de la mañana?
—No exactamente —en realidad, pasear no tenía nada que ver. No conseguía que la sensación de euforia del sexo de la mañana se disipara.
Naomi debió de percibir esa expresión embobada, porque desarrolló el tema con interés.
—Da la impresión de que los dos tenéis algo más que negocios juntos —ladeó la cabeza y la estudió con curiosidad. Sonrió—. Anoche te acostaste con él, ¿verdad?
Había aprendido a confiar en Naomi en la breve convivencia que habían mantenido.
—Sí. Y accidentalmente cerró la puerta de casa y tuve que irme a dormir a la suya.
—Así se hace —la observó con alegría visible.
Paula se encogió de hombros, restándole importancia.
—Regresaré a Nueva York una vez que la empresa esté establecida. Tengo la intención de conseguir otro contrato lucrativo. Así que no es nada serio —siempre y cuando impidiera que esas molestas emociones se interpusieran en el camino.
—Nadie dijo que tuviera que serlo —indicó Naomi con pragmatismo—. Simplemente, disfrútalo, y al doctor Alfonso, lo que dure.
Eso sí que era algo con lo que podía estar de acuerdo.
—Es mi intención.
domingo, 14 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 34
Con un suspiro, abrió los ojos y descubrió que estaba sola en la cama. Decepcionada, se puso boca arriba y miró el techo, dejando que sus recuerdos le hicieran compañía. Al amanecer había despertado con la boca de él en un pezón, succionándole la cumbre sensible. Las manos lentas sobre sus pechos, y luego los dedos explorando ese sitio caliente y húmedo entre sus piernas hasta volverla loca de necesidad.
Cuando la había cubierto con el cuerpo, no había tenido reparo alguno en abrirle las piernas para acomodarle las caderas mientras se hundía en ella y comenzaba a embestirla.
El acto lento y conmovedor de esa mañana fue diferente del sexo veloz e intenso de la noche anterior. Besándole el cuello y acariciándole el pelo, se había pegado a ella para que el pene presionara con fuerza y perfección su zona erógena. Le había capturado la mirada para absorber cada matiz de placer que había pasado por su rostro.
Pedro había orquestado su orgasmo, desarrollándolo lentamente, intensificándolo hasta que se convirtió en una sensación eléctrica y magnífica que creció como una marejada de éxtasis.
Él alcanzó el climax con ella con un gemido largo y bajo que le permitió sentir las vibraciones de su torso.
Qué manera gloriosa de comenzar el día.
Y no había sido capaz de resistir su sugerencia dulce y cariñosa de que descansara un poco más. Lo oyó levantarse y ducharse, pero se hallaba demasiado cansada y saciada como para empezar el día y había vuelto a quedarse dormida.
Y en ese momento miró el despertador digital que había en la mesilla y vio que eran las ocho y cuarto, cuando por lo general su día comenzaba a las seis de la mañana.
No la preocupaba su tía, pues ya se habría ido a trabajar, pero Naomi la estaría buscando tal como había prometido.
Apartó el edredón y se sentó, estirándose y temblando un poco con el aire fresco de la mañana sobre su piel desnuda. Para su sorpresa, encontró un par de vaqueros, una blusa de seda de mangas largas y color amatista y una cazadora vaquera junto con un sujetador y braguitas a juego con la blusa. Matt Pedrotambién había incluido un par de sus preciosas sandalias Jimmy Choo. Era demasiado considerado, un rasgo que siempre había faltado en todos los chicos con los que había salido.
Al regresar del cuarto de baño, se vistió y sintió un nudo en la garganta y un anhelo profundo en el corazón. El afecto y el deseo se intensificaban con cada encuentro con Pedro. Era como si cada vez que estaban juntos, le diera una pequeña parte de sí misma.
La noche anterior había sido una exhibición encendida y desinhibida de sexo descontrolado.
Pero el estado de ánimo esa mañana había sido de ternura y calidez… haciendo el amor de un modo muy profundo.
Sin embargo, lo que sintiera por Pedro no cambiaba nada… ni su trato de negocios ni su relación temporal.
Los sentimientos eran como baches en el camino… simplemente la frenaban.
Con eso en mente, se recobró y fue hacia las escaleras.
SUGERENTE: CAPITULO 33
Unos momentos antes, la idea lo había apabullado, pero al mirarla a la cara, con esa sonrisa deslumbrante, supo que jamás le negaría algo.
¿Qué le estaba pasando? En el fondo entendía lo que le sucedía y comenzaba a comprender que no podía luchar contra los sentimientos poderosos que ella evocaba… sin importar cuánto lo asustaran.
—Veo que aún tienes tu telescopio, aunque has cambiado de habitación —comentó ella, estudiando el espacio.
—En cuanto mis padres se fueron a Arizona, convertí mi cuarto en una habitación de invitados y trasladé mis cosas al dormitorio principal.
Se acercó a la cómoda.
—Necesito algo para ponerme, Pedro.
—Deja que te ayude —ofreció.
Sacó una camiseta térmica que había encogido y se la pasó junto con los pantalones a juego que ya le quedaban demasiado cortos.
—¿Bromeas? No quiero parecer que llevo puestos retales.
—Vas a estar durmiendo.
—Eso no significa que deba perder el estilo.
Lo apartó del camino y eligió una camiseta blanca y unos calzoncillos del mismo color.
Tembló al desprenderse de la toalla, haciendo que Pedro se moviera sobre los talones al ver esa gloriosa belleza. Incluso mojada, se la veía maravillosa.
Se puso las prendas y pareció un anuncio caro de ropa interior para hombres. Le hormigueó la piel y la boca se le hizo agua.
Ella le enmarcó la cara entre las manos.
—Gracias —dijo—. ¿Tienes un peine que pueda usar?
—En el cuarto de baño.
Desapareció un momento y cuando volvió a salir, cada pelo de su cabeza estaba en su sitio, las puntas aún mojadas por la bañera de hidromasaje.
El deseo comenzó a arder despacio en su interior, pero no sólo un deseo físico. Era el deseo de mantener a esa mujer en su vida, porque la iluminaba como las estrellas el cielo.
Sin Paula, su mundo, parecía oscuro.
La vio temblar. Se colocó detrás de ella y la rodeó con los brazos. Ella se apoyó contra su calor y suspiró.
Al rato, se dio la vuelta y lo miró.
—Estoy que me caigo. ¿Tienes un cepillo de dientes que pueda usar?
Pedro se quedó quieto. Era una petición sencilla, pero parecía muy íntima.
—Lo siento, sólo tengo el mío en el cuarto de baño.
—Es una pena.
Cuando ella regresó al cuarto de baño y cerró a su espalda, se acercó a la cómoda y sacó unos calzoncillos negros. Dejó caer la toalla, se los puso y luego apartó el edredón de la cama.
Oyó el agua correr y se dio cuenta de que se estaba dando una ducha. Su primer pensamiento fue unirse a ella, pero se hacía tarde y al día siguiente tenía una jornada ajetreada. Suspiró, se metió en la cama y acercó el ordenador portátil. Debía terminar un artículo en el que había estado trabajando antes de acercarse a la ventana y ver a Paula en el hidromasaje.
Se reclinó en la almohada, se concentró en la pantalla y la oyó cantar. No pudo distinguir las palabras.
Lo siguiente que supo fue que se había quedado dormido. Paula le quitaba el ordenador de las manos y lo dejaba en la mesilla, salvando su trabajo antes de apagarlo.
Lo tapó y fue al otro lado. Al acostarse, se acurrucó contra él, invadiendo por completo su espació personal como una gata que no sabe nada de eso. Instintivamente, Pedro se volvió hacia ella. La abrazó y le besó la boca dulce.
Ella profundizó el beso y él respondió. A los pocos segundos, estaba completamente excitado y su unión fue ardiente y exigente.
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