domingo, 14 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 33
Unos momentos antes, la idea lo había apabullado, pero al mirarla a la cara, con esa sonrisa deslumbrante, supo que jamás le negaría algo.
¿Qué le estaba pasando? En el fondo entendía lo que le sucedía y comenzaba a comprender que no podía luchar contra los sentimientos poderosos que ella evocaba… sin importar cuánto lo asustaran.
—Veo que aún tienes tu telescopio, aunque has cambiado de habitación —comentó ella, estudiando el espacio.
—En cuanto mis padres se fueron a Arizona, convertí mi cuarto en una habitación de invitados y trasladé mis cosas al dormitorio principal.
Se acercó a la cómoda.
—Necesito algo para ponerme, Pedro.
—Deja que te ayude —ofreció.
Sacó una camiseta térmica que había encogido y se la pasó junto con los pantalones a juego que ya le quedaban demasiado cortos.
—¿Bromeas? No quiero parecer que llevo puestos retales.
—Vas a estar durmiendo.
—Eso no significa que deba perder el estilo.
Lo apartó del camino y eligió una camiseta blanca y unos calzoncillos del mismo color.
Tembló al desprenderse de la toalla, haciendo que Pedro se moviera sobre los talones al ver esa gloriosa belleza. Incluso mojada, se la veía maravillosa.
Se puso las prendas y pareció un anuncio caro de ropa interior para hombres. Le hormigueó la piel y la boca se le hizo agua.
Ella le enmarcó la cara entre las manos.
—Gracias —dijo—. ¿Tienes un peine que pueda usar?
—En el cuarto de baño.
Desapareció un momento y cuando volvió a salir, cada pelo de su cabeza estaba en su sitio, las puntas aún mojadas por la bañera de hidromasaje.
El deseo comenzó a arder despacio en su interior, pero no sólo un deseo físico. Era el deseo de mantener a esa mujer en su vida, porque la iluminaba como las estrellas el cielo.
Sin Paula, su mundo, parecía oscuro.
La vio temblar. Se colocó detrás de ella y la rodeó con los brazos. Ella se apoyó contra su calor y suspiró.
Al rato, se dio la vuelta y lo miró.
—Estoy que me caigo. ¿Tienes un cepillo de dientes que pueda usar?
Pedro se quedó quieto. Era una petición sencilla, pero parecía muy íntima.
—Lo siento, sólo tengo el mío en el cuarto de baño.
—Es una pena.
Cuando ella regresó al cuarto de baño y cerró a su espalda, se acercó a la cómoda y sacó unos calzoncillos negros. Dejó caer la toalla, se los puso y luego apartó el edredón de la cama.
Oyó el agua correr y se dio cuenta de que se estaba dando una ducha. Su primer pensamiento fue unirse a ella, pero se hacía tarde y al día siguiente tenía una jornada ajetreada. Suspiró, se metió en la cama y acercó el ordenador portátil. Debía terminar un artículo en el que había estado trabajando antes de acercarse a la ventana y ver a Paula en el hidromasaje.
Se reclinó en la almohada, se concentró en la pantalla y la oyó cantar. No pudo distinguir las palabras.
Lo siguiente que supo fue que se había quedado dormido. Paula le quitaba el ordenador de las manos y lo dejaba en la mesilla, salvando su trabajo antes de apagarlo.
Lo tapó y fue al otro lado. Al acostarse, se acurrucó contra él, invadiendo por completo su espació personal como una gata que no sabe nada de eso. Instintivamente, Pedro se volvió hacia ella. La abrazó y le besó la boca dulce.
Ella profundizó el beso y él respondió. A los pocos segundos, estaba completamente excitado y su unión fue ardiente y exigente.
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