lunes, 15 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 35




Al llegar al salón e ir a la cocina, no lo vio por ninguna parte Oyó un sonido abajo y vio una puerta abierta. Quizá se hallara en el sótano.


Fue a bajar, pero se detuvo al oír su voz.


—¿Paula?


—No, amo, soy yo, Igor.


Él rió entre dientes y dijo:
—Quédate ahí. Ahora mismo subo.


Se dio la vuelta al percibir la advertencia en su voz de que se encontraba demasiado cerca de su refugio más privado. Pedro era muy quisquilloso con su intimidad, un rasgo que a veces resultaba muy irritante. ¿Qué podía tener ahí abajo que ella pudiera perturbar?


Subió y Paula se asomó por encima de su hombro.


—¿Tienes miedo de que toque algo?


—¿Qué?


—No quieres que baje, ¿verdad?


—No es más que mi despacho. Estoy seguro de que no te interesaría.


—Me interesa todo lo que haces, Pedro. No entiendo que seas tan quisquilloso.


Él se puso rígido y continuó, dejándola atrás en las escaleras.


—No es más que un despacho. No estoy fabricando monstruos de Frankenstein ahí abajo.


—Eso sí que sería interesante.


Paula se detuvo en la entrada a la cocina.


—¿Vienes, Igor?


—No, será mejor que me vaya. Naomi me estará buscando.


—De acuerdo. Te acompañaré.


—Gracias. ¿Cómo conseguiste traer mi ropa?


—Llamé a la puerta de tu casa. Tu tía ni parpadeó. Subí a tu habitación y te elegí algunas cosas. Por suerte, tu amiga seguía dormida.


Cuando Paula llegó a la puerta de la casa de su tía Eva, Naomi abrió y dijo con firmeza:
—Si crees que vas a librarte… oh, lo siento —calló al ver a Pedro. Extendió la mano y se presentó—: Hola, soy Naomi Carlyle.


Pedro Alfonso —respondió, estrechándosela.


—No ha sido la mejor forma de causar una buena impresión.


—No te preocupes —Pedro sonrió y se volvió hacia Paula—. He de volver al trabajo. Y basta de margaritas.


Ella se frotó las sienes.


—Sí, jefe.


—Qué tipo tan guapo… ¿y encima profesor en el MIT? Cerebro y músculo —Naomi suspiró mientras lo veían dirigirse a la cancela—. Estupendas credenciales —añadió con la vista clavada en el trasero de Pedro—. Supongo que lo tienes marcado con tu nombre, ¿no?


—Marcado y embalado.


—Lo suponía —la miró de reojo con un brillo malicioso en los ojos—. ¿Qué clase de calcetines lleva?


Paula suspiró.


—¿A quién le importa?


Llevaban trabajando tres horas cuando Paula pidió un alto.


—No puedo pensar en ningún otro objetivo ni hacer otro gráfico hasta que no descansemos —dijo, yendo hacia la puerta.


—Vayamos a comer y a hacer algunas compras. De paso, puedes mostrarme Cambridge —Naomi sonrió—. Llevo dos días aquí y lo único que he visto ha sido mi agradable alojamiento.


Paula abrió el camino. Al salir, recogió una elegante chaqueta negra y le pasó a Naomi su cazadora vaquera.


Abrió la puerta del BMW deportivo de su tía y se sentó al volante. Puso rumbo a la zona comercial de la ciudad y a su restaurante favorito, una marisquería llamada The Lobster Claw.


—Tu tía es tan fantástica como dices.


—Me siento muy culpable. Llevo aquí tres semanas y apenas hemos hablado.


Sentadas con vistas al río Charles, compartieron una bandeja de almejas, gambas a la plancha, mejillones cocidos y unas patas de cangrejo.


De postre pidieron la especialidad de la casa, tarta de queso. Después de que la camarera se marchara, Naomi preguntó:
—¿Has dejado tu trabajo de modelo?


—No. El trabajo con Pedro es temporal.


—Entonces, ¿qué se cuece con nuestro apetitoso jefe?


—Nada, hacemos negocios juntos.


—¿Tus negocios con él incluyen paseos a primera hora de la mañana?


—No exactamente —en realidad, pasear no tenía nada que ver. No conseguía que la sensación de euforia del sexo de la mañana se disipara.


Naomi debió de percibir esa expresión embobada, porque desarrolló el tema con interés.


—Da la impresión de que los dos tenéis algo más que negocios juntos —ladeó la cabeza y la estudió con curiosidad. Sonrió—. Anoche te acostaste con él, ¿verdad?


Había aprendido a confiar en Naomi en la breve convivencia que habían mantenido.


—Sí. Y accidentalmente cerró la puerta de casa y tuve que irme a dormir a la suya.


—Así se hace —la observó con alegría visible.


Paula se encogió de hombros, restándole importancia.


—Regresaré a Nueva York una vez que la empresa esté establecida. Tengo la intención de conseguir otro contrato lucrativo. Así que no es nada serio —siempre y cuando impidiera que esas molestas emociones se interpusieran en el camino.


—Nadie dijo que tuviera que serlo —indicó Naomi con pragmatismo—. Simplemente, disfrútalo, y al doctor Alfonso, lo que dure.


Eso sí que era algo con lo que podía estar de acuerdo.


—Es mi intención.





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