domingo, 14 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 32
—A todo el mundo le gustan los ganadores, Pedro —dijo al acercarse—. Reconócelo. A nadie le gustan los perdedores.
Él cerró los ojos, tratando de mantener la compostura.
—No. A nadie le gustan, pero ser capaz de reconocer que no se puede ganar en todo momento… no significa el fin del mundo.
—Sshhh —susurró, acariciándole el labio con el dedo pulgar—. Sé lo que quieres, incluso cuando quieres negarlo.
—¿Y qué es?
—A mí, en cualquier posición en que puedas conseguirme.
—Yo no…
—¿No estás aquí para tener sexo conmigo, Pedro? ¿No lo deseas?
—No soy inmune a ti.
—Lo deseas, ¿no?
—Sí.
—Lo ves, ¿tanto ha costado reconocerlo?
—Pero no es…
—¿Sólo sexo? Puede que no —el viento se incrementó, recorriéndole la piel con una ráfaga.
La noche de comienzos de junio era cálida.
Automáticamente los pezones se le endurecieron y oscurecieron hasta adquirir una profunda tonalidad frambuesa, y sus luminosos ojos se agrandaron por el placer.
Le tembló todo el cuerpo y la respiración se le hizo más profunda mientras él le miraba el cuerpo mojado, fascinado por el modo en que las gotas resbalaban lentamente como gotas de rocío.
Pedro nunca había visto algo tan sexy, tan deliciosamente tentador como el festín que Paula presentaba. Aunque también ayudaba que fuera la primera chica a la que le confiara sus secretos y su corazón. Y eso era al mismo tiempo aterrador y excitante para él.
Ansiando acariciar toda esa piel lustrosa y resbaladiza, apoyó la palma de la mano alrededor de la curva de su cuello y descendió hasta sentir una generosa porción de senos. Le capturó los pechos con las manos y los rodeó con dedos posesivos mientras le acariciaba los pezones con los dedos pulgares antes de continuar con ese perezoso trayecto. Pasando las palmas por el estómago trémulo hasta llegar a los suaves muslos, deseó tenerlos cerrados alrededor de la cintura.
Paula gimió.
—Pedro, por favor, pon tu boca en mí.
—¿Dónde? —preguntó con voz ronca.
—En cualquier parte —jadeó—. En cualquier parte que quieras.
Cedió a la necesidad de deslizar la boca por sus curvas femeninas, tan vibrante y que lo excitaba hasta el punto de un tormento que lo mareaba.
Le acarició los costados, los lados de los pechos, y al final las manos se detuvieron en el borde de la bañera detrás de ella, rodeándola así con su aroma masculino, con el poder viril y el calor que emanaba de él, el deseo de marcarla.
De forma lentamente agónica, él cerró la escasa distancia que separaba sus cuerpos hasta que los duros contornos masculinos de su torso aplastaron los pechos sensibles. Los vientres desnudos se tocaron, quemando la piel, mientras él le inmovilizaba las caderas y los muslos contra el asiento de la bañera, sin dejarle escapatoria.
Sus ojos se encontraron en la penumbra y no hubo manera de confundir la dura y sólida extensión de su erección contra el monte de Paula. Él movió las caderas, dejándole sentir el efecto pleno de esa inhiesta lanza, y ella reaccionó con un ronroneo bajo que a Pedro le causó escalofríos.
—¿Te gusta? —la provocó.
Ella abrió las piernas y se arqueó hacia él, buscando más en silencio.
—Oh, sí.
La necesidad oscura que bullía dentro de Pedro era algo que siempre había atemperado con una mujer.
El profundo anhelo de hacer cosas que llenaban sus fantasías, como la excitación de encontrarse al aire libre y expuestos en la noche, le disparó el deseo hasta alturas nunca antes alcanzadas.
Con ella no tenía que esconderse. Bajó la cabeza y le rozó la boca con los labios. Al deslizar la lengua por el sedoso labio inferior, Paula abrió la boca y con ansiedad lo dejó entrar. Él profundizó el beso con voracidad y ella respondió frotando el cuerpo de forma sensual contra el suyo al ritmo de las embestidas de su lengua.
Con una mano le aferró una cadera y la otra la deslizó por el trasero duro y más allá del muslo hasta engancharla detrás de una rodilla. Le levantó la pierna hasta la cintura, encajó su propio muslo entre ella y le pegó la entrepierna al sexo, instándola a sentirlo todo.
Cada centímetro palpitante y duro.
La presión del pene al frotarse contra su parte íntima, junto con la fricción del agua, se combinaron para empujarla hacia el exquisito viaje de su primer orgasmo. Pedro lo quería más que nada. Moverse contra ella le causaba sensaciones tan exquisitas como intensas, ondulando a lo largo del pene como ondas de pasión que lo instaban a empujar contra Paula con toda la fuerza que tuviera. Pero rechazó la llamada del cuerpo, esperándola.
Ella cerró los dedos en su pelo mientras seguía moviéndose de forma sinuosa sobre su muslo musculoso hasta que todo el cuerpo comenzó a temblarle. Separando la boca de la suya, finalmente recibió el placer con un grito suave de liberación.
—Sí —murmuró Pedro, mirándole la cara, el intenso placer que le había dado—. Estupendo.
—Te quiero dentro, Pedro, por favor.
—No, todavía no. Pronto.
Deslizó los muslos debajo de ella, le alzó las caderas del agua y la depositó en el borde del jacuzzi.
Introdujo las manos entre los muslos mojados hasta llegar al dulce trasero. Con suavidad la adelantó hasta que sus piernas le quedaron alrededor del torso. Subiendo las manos, arqueó la espalda y le provocó un gemido anticipado y expectante. Pegó la cara sobre la suavidad de cada pecho y le besó la piel tersa. Luego tomó la copa medio vacía del margarita y vertió parte de la bebida sobre esas apetitosas puntas. Paula jadeó al sentir el alcohol frío y los capullos se convirtieron en nudos duros. Él cerró la boca sobre una punta y le succionó el alcohol. Ella echó la cabeza atrás y Pedro se trasladó al otro seno, que lamió un rato antes de introducírselo en la boca para succionarlo.
Ella bajó la mano para tomarlo en su palma y el contacto le sacudió el cuerpo. Lo empujó por el pecho hasta que lo tuvo sentado en el borde que rodeaba el jacuzzi. Y antes de que Pedro pudiera decir una palabra, con la boca caliente comenzó a mordisquearle la clavícula y a bajar por el pecho. Encontró la tetilla rígida y mordió con gentileza el círculo sensible, y ese aguijonazo de sensación erótica descendió en espiral hasta la entrepierna de él.
Con los labios, bajó por el torso y el vientre dejando un rastro de fuego con los labios y los dientes sobre la piel sensible. Lo tomó en las manos resbaladizas mientras medía la extensión del pene con movimientos prolongados y encendidos que hicieron que Pedro apretara los dientes en una dolorosa especie de placer. Con cada pasada, los dedos pulgares rozaban la cabeza lubricada del pene, proyectando un climax intenso cada vez más a la superficie.
—Paula —gruñó con voz ronca.
Ella soslayó el tono de advertencia. Era evidente que no había terminado de atormentarlo. Bajó la cabeza y enroscó la lengua alrededor del glande ancho de su sexo, luego lamió y mordisqueó la extensión completa de esa lanza. Lenta y placenteramente, lamió y disfrutó de su sabor con suspiros y gemidos de aprecio que hicieron que él se retorciera contra el jacuzzi, tal como había hecho ella antes. Cuando tuvo la certeza de que se hallaba a punto de volverse loco, finalmente Paula abrió los labios y lo envolvió en el calor mojado de la boca.
La lujuria lo abarcó completamente a medida que ella se lo llevaba al fondo de la boca, trabajando el miembro sólido y grueso con labios y lengua y los dedos cerrados con fuerza en torno a su base. Lo llevó al borde del orgasmo, y luego se retiró para dejar que la oleada de tensión sexual bajara antes de reanudar el ejercicio.
Todo el cuerpo de Pedro tembló con una urgencia fiera y atronadora, aturdiéndolo con su intensidad. No recordaba haber sido nunca el receptor de una necesidad tan intensa y total.
Ella se tomó su tiempo, deleitándose con el acto y con la respuesta de él. Con destreza alargó el momento de culminación, como si el placer de él estuviera directamente unido al de ella.
La lengua remolineó una última vez, y succionó, al principio con suavidad, luego con más fuerza, devorándolo hasta el fondo de la garganta con movimientos largos y rítmicos de la boca. Él suspiró con los dientes apretados y alargó los brazos para meterle los dedos entre el cabello.
Cuando le tocó la cabeza, sintió el pelo rubio tan suave que gimió.
Los músculos del estómago se le contrajeron y adelantó las caderas, incapaz de mantener el orgasmo a raya. No iba a durar mucho más.
—Paula, si no paras, voy a…
Ella no paró y él no pudo. El último atisbo de control se le quebró. Alzó las caderas en el momento en que ella lo empujaba a la culminación con las manos y la boca, lanzándolo en alas de un orgasmo asombroso y estremecedor que lo dejó debilitado y extenuado.
Los dos se hundieron en el agua, ahítos e incapaces de moverse. Pasados unos momentos, Paula se acabó su margarita de un trago.
Se acurrucó contra él.
—Eres extraordinaria, Paula —susurró, queriendo invitarla a su casa, meterla en la cama con él y dormir toda la noche abrazados, pero no pudo pronunciar las palabras. Lo asustaba mucho lo que podían significar—. Deberíamos salir de aquí. Estás temblando.
—Todavía no quiero. Quiero quedarme contigo.
—Estás fría. Vamos.
—Aguafiestas —gruñó, pero se dejó levantar.
Él agarró una toalla y la envolvió con ella; luego se aseguró la suya a la cintura. La llevó a la puerta de atrás y asió el pomo.
No giró.
—¿Qué sucede? —preguntó ella al verlo probar otra vez.
—No abre —respondió.
—No puede ser —ella misma probó el pomo y abrió mucho los ojos. Se puso a reír—. Debiste de cerrarla por accidente al salir con las copas.
—No es gracioso, Paula.
—Sí que lo es. Aquí estamos, casi desnudos, y mi tía y Naomi durmiendo. ¿Qué voy a hacer? —se volvió y lo miró—. Tendré que dormir contigo.
—¿Conmigo?
—¿Te parece bien?
—Claro —repuso, aunque la mente le daba vueltas.
sábado, 13 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 31
Había tratado de resistir al ver que la amiga de Paula entraba en la casa. Aquella mujer no había vuelto y Paula tampoco había ido al interior. Miró su reloj y vio que era pasada la medianoche, tarde para una fiesta en el jacuzzi.
De modo que ahí estaba de pie, mientras ella lo observaba con expresión suave y los ojos levemente vidriosos por la fatiga y, adivinó, algo de alcohol.
¿A qué estaba esperando?
Una intervención de cualquier tipo.
—¿Me estás dando el tratamiento silencioso? —Paula hizo un mohín y sus pechos generosos se pegaron contra la bañera de madera al tiempo que entornaba los párpados—. Creo que te excediste en tu reacción con mi madre.
Pedro no podía responder. La fuerza de su atracción por Paula era abrumadora.
—De acuerdo, si vas a quedarte ahí de pie sin contestarme, ¿podrías ser un encanto y traerme otro margarita?
Él rió, y luego movió la cabeza.
—¿Qué tienen de gracioso los margaritas, Pedro?
—No me río de eso —avanzó y le quitó la copa de la mano extendida—. Me río de ti.
La oyó bufar al alejarse hacia la casa y luchar por recobrar el control de la atracción.
Vio que la jarra de la licuadora estaba vacía y preparó otra tanda. Sacó otra copa y alzó la jarra para regresar fuera. Pero una vez en la puerta, se detuvo y fue al cuarto de la colada para sacar una toalla.
—No es factible que tu amiga vuelva, ¿verdad?
—No. Se fue a acostar. Hemos estado horas y horas formando la empresa con todo su papeleo legal —lo miró con ojos centelleantes mientras él servía los margaritas.
Al terminar, Pedro se quitó la camiseta y los mismos vaqueros que ella le había comprado en Nueva York. Tenía que reconocer que eran tan cómodos, que había ido y se había comprado dos pares más. Una vez desnudo, se metió en la bañera y al sentarse, el agua caliente lo hizo suspirar. Paula lo observó con cautela. Él alargó las manos, tomó las dos copas y le entregó una.
—Gracias.
—De nada.
—Escucha, Pedro, lamento lo que pasó esta mañana con mi madre. Debió de ser embarazoso para ti.
Parecía renuente a acercarse a él y no pudo aguantarlo. Le pasó el brazo por los hombros.
—Desde que volví, me he recriminado no haber mantenido el contacto contigo —continuó Paula—. En Nueva York me sentía tan distanciada, como si no fuera sustancial, sólo este pelo, esta sonrisa y… y… este cuerpo. Llena de aire, ¿sabes? Como un globo.
No pudo contenerse y la situó sobre su regazo.
—A mí me pareces bastante sólida.
Ella cerró los ojos y pegó la cara a su cuello.
—Es lo más bonito que alguien me ha dicho jamás.
Él movió la cabeza y volvió a reír.
—Ya empiezas.
—¿Qué?
—Tienes algo que te impulsa a seducir a todo el mundo con el que entras en contacto.
Paula frunció el ceño.
—¿Crees que lo hago a propósito?
—No, tendrías que ser consciente de hacer… lo que… haces.
—Según tú, lo que hago en realidad no es idea mía. Sino algo que me fue plantado en la mente.
Pedro la miró a los ojos tormentosos.
Ella prosiguió:
—He trabajado duramente para estar donde me encuentro en la actualidad. Tengo una agente de primera, un loft en Nueva York y, presta atención a mis palabras, algún día seré una supermodelo.
—De vuelta en Nueva York.
Se apartó de él y de su regazo.
—Exacto. Sé que no tienes en buena consideración la ciudad. Te resulta ruidosa y atestada. Pero yo veo Nueva York como una oportunidad y me gusta el ajetreo y la locura de vivir allí.
—Tienes razón. Odio la ciudad y no entiendo cómo alguien abandonaría la paz y la serenidad de Cambridge para ir allí. Pero, Paula, ser modelo no lo es todo.
—Lo es para mí. Levantaré este negocio y luego me iré a Nueva York renovada. Espero conseguir un contrato de Maggie Winterbourne. No pretendo regresar a casa con el rabo entre las piernas.
Alzó la copa de margarita y la vació. Volvió a dejarla y lo miró. Se humedeció los labios, invitándolo a mordisquearlos y a probarlos.
SUGERENTE: CAPITULO 30
En cuanto Paula vio a Naomi salir del control de seguridad del aeropuerto de Logan, fue a su encuentro. Con la pelea con Pedro en la cabeza, necesitaba algo que le ocupara los pensamientos.
No se inclinaba ante las necesidades y los caprichos de su madre. Satisfacía sus propios deseos. Pedro no sabía de qué hablaba.
Naomi soltó la bolsa y la abrazó.
—Me alegro mucho de verte.
—No puedo darte las gracias con suficiente…
—No me las des todavía. Tenemos trabajo.
—Eso es cierto —una vez en el coche, Paula preguntó—: ¿Cómo ha sido tu vuelo?
—Bueno. Corto —después de que su amiga pagara el peaje de la autopista, añadió—: Tal vez podrías explicarme en qué clase de agujero te has metido.
—Yo no…
—Paula, corta eso. Si vamos a trabajar juntas, he de establecer unas reglas básicas. Primero, nada de tonterías. Me lo contarás todo. No voy a transmitirle tus asuntos personales a nadie. Somos amigas, ¿correcto?
El tono pragmático de Naomi casi la hizo reír.
—Entendido. Nada de tonterías.
—Segundo, he de tener un suministro constante de cafeína. Café siempre fresco y caliente.
En esa ocasión, Paula rió.
—Cafeína, entendido.
Al llegar a las afueras de Cambridge, Naomi dijo:
—Ésta es la ciudad sede de Harvard y el MIT. Es preciosa.
—Siempre me ha gustado.
Se detuvo delante de la casa victoria de su tía y Naomi suspiró.
—Me gusta la ciudad, pero es tan agradable salir vez en cuando…
—Vamos a instalarte en la habitación de invitados; luego hay que preparar café y empezar a trabajar.
—Entendido —convino Naomi, y las dos rieron.
Paula se frotó la nuca y miró hacia la puerta como si fuera su salvación. Llevaba encerrada un día entero con Naomi. Alzó la vista hacia el reloj y vio que ponía las once. Ya habían rellenado casi todos los papeles.
Decidió que necesitaban un descanso. Se puso de pie.
—Ahora sólo puedo pensar en margaritas. Vamos.
Fueron a la cocina de la tía Eva y Paula sacó la licuadora mientras su amiga juntaba los ingredientes y decía:
—Al preparar margaritas, únicamente hace falta saber tres cosas: con sal o sin sal, qué estilo y qué alcohol.
—Para mí es fácil. Sal. Con hielo. Tequila.
—Perfecto por mí.
Paula enchufó la licuadora y Naomi añadió los ingredientes. Al encenderla, emitió un zumbido, los cubitos de hielo sonoros en la casa silenciosa.
—Espero que no despierte a tu tía.
—No, tiene un sueño pesado.
Se sirvieron las copas y Paula dio el primer sorbo.
—Estupendo —suspiró.
Naomi asintió mientras tragaba.
—Eh, vayamos a relajar los músculos en la bañera de hidromasaje —comentó Paula.
—Tengo el bañador arriba y no dispongo de energía para subir a buscarlo —bebió otro sorbo.
—¿Quién necesita un bañador? —comentó Paula con sonrisa maliciosa mientras empezaba a quitarse la ropa.
Naomi fue a apagar la luz de la cocina, riendo como una boba.
—¿Y si nos ven los vecinos?
—Pues los excitaremos, ¿no? Vamos, Naomi. Vive un poco.
—De acuerdo —se quitó toda la ropa y volvió a emitir una risita—. Esto es una locura.
Paula fue al cuarto de la colada y sacó dos toallas grandes de una estantería que su tía tenía allí para usar con el hidromasaje. Salieron por la puerta de atrás y tardó unos momentos en abrir la parte superior y activar la bañera.
Con un suspiro, se metieron en el agua caliente.
Durante unos minutos, disfrutaron y bebieron los margaritas.
Finalmente, Naomi dijo:
—Bueno, ¿cómo va tu vida amorosa?
—Me he enganchado con alguien que conocía desde niña. Es dulce. Enseña en el MIT.
—Ésta parece una buena ciudad para los inteligentes. Aunque hay un montón de calcetines negros.
—¿Se supone que eso debe tener algún significado para mí?
—Tengo una nueva teoría acerca del sexo opuesto. Creo que necesito un tanteador para descubrir si un chico es un ganador o un perdedor. Mi nueva teoría involucra calcetines.
Paula se atragantó y se puso a toser y reír al mismo tiempo.
—No, en serio —continuó Naomi mientras le daba unas palmaditas en la espalda—. Al principio, pensé que el modo de averiguar lo que querías saber sobre un chico era estudiando su guardarropa, pero a veces eso puede resultar engañoso, ya que cualquiera podría haberle regalado esa chaqueta elegante. Entonces pensé que la clave residía en su elección de calzado. Pero esta teoría cada día es más difícil de demostrar. En la actualidad, es complicado comprar zapatos feos, y con el exceso de zapatillas de moda por donde mires, cuesta adivinar qué revelan esas elecciones de calzado sobre quien los lleva.
—¿De modo que ahora todo se ha reducido a los calcetines?
—Sí, creo que sí.
Paula rió.
—Entiendo. La gente cree que los demás no se fijan en sus calcetines.
Naomi asintió entusiasmada y con sonrisa de chiflada.
—Exacto. Por ejemplo, piensa en los calcetines blancos. Jamás se deberían usar con pantalones oscuros. Sobresalen como un letrero de neón. Y, por favor, los calcetines deportivos no se han fabricado para usarlos con todo. Algo así muestra falta de estilo y pereza. Déjalos en el gimnasio, que es el sitio que les corresponde.
Entre ataques de risa, Paula dijo:
—¿Has encontrado al chico de los calcetines adecuados?
—Aún no, pero sé lo que no me gusta. Imagino que tendré que seguir buscando.
Permanecieron en silencio hasta que Naomi se acabó su copa.
—Me voy a acostar. Estoy agotada. Iré a despertarte temprano, así que ni sueñes con echar el cerrojo de tu puerta.
—De acuerdo.
Naomi agarró su toalla y entró en la casa.
Paula permaneció en el agua borboteante, dejando que le relajara la espalda y los hombros.
Pasados unos minutos, oyó unos pasos y se irguió, alargando la mano hacia la toalla.
—¿Paula? —Pedro se materializó desde la oscuridad y se quedó al borde del jacuzzi contemplando su cuerpo desnudo y resplandeciente.
Paula se acercó al borde de la bañera y bajó la vista, sonriendo al ver que no llevaba calcetines.
Estaba descalzo y sexy.
En voz baja, le preguntó:
—¿A qué estás esperando?
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