sábado, 13 de octubre de 2018

SUGERENTE: CAPITULO 31




Había tratado de resistir al ver que la amiga de Paula entraba en la casa. Aquella mujer no había vuelto y Paula tampoco había ido al interior. Miró su reloj y vio que era pasada la medianoche, tarde para una fiesta en el jacuzzi.


De modo que ahí estaba de pie, mientras ella lo observaba con expresión suave y los ojos levemente vidriosos por la fatiga y, adivinó, algo de alcohol.


¿A qué estaba esperando?


Una intervención de cualquier tipo.


—¿Me estás dando el tratamiento silencioso? —Paula hizo un mohín y sus pechos generosos se pegaron contra la bañera de madera al tiempo que entornaba los párpados—. Creo que te excediste en tu reacción con mi madre.


Pedro no podía responder. La fuerza de su atracción por Paula era abrumadora.


—De acuerdo, si vas a quedarte ahí de pie sin contestarme, ¿podrías ser un encanto y traerme otro margarita?


Él rió, y luego movió la cabeza.


—¿Qué tienen de gracioso los margaritas, Pedro?


—No me río de eso —avanzó y le quitó la copa de la mano extendida—. Me río de ti.


La oyó bufar al alejarse hacia la casa y luchar por recobrar el control de la atracción.


Vio que la jarra de la licuadora estaba vacía y preparó otra tanda. Sacó otra copa y alzó la jarra para regresar fuera. Pero una vez en la puerta, se detuvo y fue al cuarto de la colada para sacar una toalla.


—No es factible que tu amiga vuelva, ¿verdad?


—No. Se fue a acostar. Hemos estado horas y horas formando la empresa con todo su papeleo legal —lo miró con ojos centelleantes mientras él servía los margaritas.


Al terminar, Pedro se quitó la camiseta y los mismos vaqueros que ella le había comprado en Nueva York. Tenía que reconocer que eran tan cómodos, que había ido y se había comprado dos pares más. Una vez desnudo, se metió en la bañera y al sentarse, el agua caliente lo hizo suspirar. Paula lo observó con cautela. Él alargó las manos, tomó las dos copas y le entregó una.


—Gracias.


—De nada.


—Escucha, Pedro, lamento lo que pasó esta mañana con mi madre. Debió de ser embarazoso para ti.


Parecía renuente a acercarse a él y no pudo aguantarlo. Le pasó el brazo por los hombros.


—Desde que volví, me he recriminado no haber mantenido el contacto contigo —continuó Paula—. En Nueva York me sentía tan distanciada, como si no fuera sustancial, sólo este pelo, esta sonrisa y… y… este cuerpo. Llena de aire, ¿sabes? Como un globo.


No pudo contenerse y la situó sobre su regazo.


—A mí me pareces bastante sólida.


Ella cerró los ojos y pegó la cara a su cuello.


—Es lo más bonito que alguien me ha dicho jamás.


Él movió la cabeza y volvió a reír.


—Ya empiezas.


—¿Qué?


—Tienes algo que te impulsa a seducir a todo el mundo con el que entras en contacto.


Paula frunció el ceño.


—¿Crees que lo hago a propósito?


—No, tendrías que ser consciente de hacer… lo que… haces.


—Según tú, lo que hago en realidad no es idea mía. Sino algo que me fue plantado en la mente.


Pedro la miró a los ojos tormentosos.


Ella prosiguió:
—He trabajado duramente para estar donde me encuentro en la actualidad. Tengo una agente de primera, un loft en Nueva York y, presta atención a mis palabras, algún día seré una supermodelo.


—De vuelta en Nueva York.


Se apartó de él y de su regazo.


—Exacto. Sé que no tienes en buena consideración la ciudad. Te resulta ruidosa y atestada. Pero yo veo Nueva York como una oportunidad y me gusta el ajetreo y la locura de vivir allí.


—Tienes razón. Odio la ciudad y no entiendo cómo alguien abandonaría la paz y la serenidad de Cambridge para ir allí. Pero, Paula, ser modelo no lo es todo.


—Lo es para mí. Levantaré este negocio y luego me iré a Nueva York renovada. Espero conseguir un contrato de Maggie Winterbourne. No pretendo regresar a casa con el rabo entre las piernas.


Alzó la copa de margarita y la vació. Volvió a dejarla y lo miró. Se humedeció los labios, invitándolo a mordisquearlos y a probarlos.


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