sábado, 13 de octubre de 2018
SUGERENTE: CAPITULO 30
En cuanto Paula vio a Naomi salir del control de seguridad del aeropuerto de Logan, fue a su encuentro. Con la pelea con Pedro en la cabeza, necesitaba algo que le ocupara los pensamientos.
No se inclinaba ante las necesidades y los caprichos de su madre. Satisfacía sus propios deseos. Pedro no sabía de qué hablaba.
Naomi soltó la bolsa y la abrazó.
—Me alegro mucho de verte.
—No puedo darte las gracias con suficiente…
—No me las des todavía. Tenemos trabajo.
—Eso es cierto —una vez en el coche, Paula preguntó—: ¿Cómo ha sido tu vuelo?
—Bueno. Corto —después de que su amiga pagara el peaje de la autopista, añadió—: Tal vez podrías explicarme en qué clase de agujero te has metido.
—Yo no…
—Paula, corta eso. Si vamos a trabajar juntas, he de establecer unas reglas básicas. Primero, nada de tonterías. Me lo contarás todo. No voy a transmitirle tus asuntos personales a nadie. Somos amigas, ¿correcto?
El tono pragmático de Naomi casi la hizo reír.
—Entendido. Nada de tonterías.
—Segundo, he de tener un suministro constante de cafeína. Café siempre fresco y caliente.
En esa ocasión, Paula rió.
—Cafeína, entendido.
Al llegar a las afueras de Cambridge, Naomi dijo:
—Ésta es la ciudad sede de Harvard y el MIT. Es preciosa.
—Siempre me ha gustado.
Se detuvo delante de la casa victoria de su tía y Naomi suspiró.
—Me gusta la ciudad, pero es tan agradable salir vez en cuando…
—Vamos a instalarte en la habitación de invitados; luego hay que preparar café y empezar a trabajar.
—Entendido —convino Naomi, y las dos rieron.
Paula se frotó la nuca y miró hacia la puerta como si fuera su salvación. Llevaba encerrada un día entero con Naomi. Alzó la vista hacia el reloj y vio que ponía las once. Ya habían rellenado casi todos los papeles.
Decidió que necesitaban un descanso. Se puso de pie.
—Ahora sólo puedo pensar en margaritas. Vamos.
Fueron a la cocina de la tía Eva y Paula sacó la licuadora mientras su amiga juntaba los ingredientes y decía:
—Al preparar margaritas, únicamente hace falta saber tres cosas: con sal o sin sal, qué estilo y qué alcohol.
—Para mí es fácil. Sal. Con hielo. Tequila.
—Perfecto por mí.
Paula enchufó la licuadora y Naomi añadió los ingredientes. Al encenderla, emitió un zumbido, los cubitos de hielo sonoros en la casa silenciosa.
—Espero que no despierte a tu tía.
—No, tiene un sueño pesado.
Se sirvieron las copas y Paula dio el primer sorbo.
—Estupendo —suspiró.
Naomi asintió mientras tragaba.
—Eh, vayamos a relajar los músculos en la bañera de hidromasaje —comentó Paula.
—Tengo el bañador arriba y no dispongo de energía para subir a buscarlo —bebió otro sorbo.
—¿Quién necesita un bañador? —comentó Paula con sonrisa maliciosa mientras empezaba a quitarse la ropa.
Naomi fue a apagar la luz de la cocina, riendo como una boba.
—¿Y si nos ven los vecinos?
—Pues los excitaremos, ¿no? Vamos, Naomi. Vive un poco.
—De acuerdo —se quitó toda la ropa y volvió a emitir una risita—. Esto es una locura.
Paula fue al cuarto de la colada y sacó dos toallas grandes de una estantería que su tía tenía allí para usar con el hidromasaje. Salieron por la puerta de atrás y tardó unos momentos en abrir la parte superior y activar la bañera.
Con un suspiro, se metieron en el agua caliente.
Durante unos minutos, disfrutaron y bebieron los margaritas.
Finalmente, Naomi dijo:
—Bueno, ¿cómo va tu vida amorosa?
—Me he enganchado con alguien que conocía desde niña. Es dulce. Enseña en el MIT.
—Ésta parece una buena ciudad para los inteligentes. Aunque hay un montón de calcetines negros.
—¿Se supone que eso debe tener algún significado para mí?
—Tengo una nueva teoría acerca del sexo opuesto. Creo que necesito un tanteador para descubrir si un chico es un ganador o un perdedor. Mi nueva teoría involucra calcetines.
Paula se atragantó y se puso a toser y reír al mismo tiempo.
—No, en serio —continuó Naomi mientras le daba unas palmaditas en la espalda—. Al principio, pensé que el modo de averiguar lo que querías saber sobre un chico era estudiando su guardarropa, pero a veces eso puede resultar engañoso, ya que cualquiera podría haberle regalado esa chaqueta elegante. Entonces pensé que la clave residía en su elección de calzado. Pero esta teoría cada día es más difícil de demostrar. En la actualidad, es complicado comprar zapatos feos, y con el exceso de zapatillas de moda por donde mires, cuesta adivinar qué revelan esas elecciones de calzado sobre quien los lleva.
—¿De modo que ahora todo se ha reducido a los calcetines?
—Sí, creo que sí.
Paula rió.
—Entiendo. La gente cree que los demás no se fijan en sus calcetines.
Naomi asintió entusiasmada y con sonrisa de chiflada.
—Exacto. Por ejemplo, piensa en los calcetines blancos. Jamás se deberían usar con pantalones oscuros. Sobresalen como un letrero de neón. Y, por favor, los calcetines deportivos no se han fabricado para usarlos con todo. Algo así muestra falta de estilo y pereza. Déjalos en el gimnasio, que es el sitio que les corresponde.
Entre ataques de risa, Paula dijo:
—¿Has encontrado al chico de los calcetines adecuados?
—Aún no, pero sé lo que no me gusta. Imagino que tendré que seguir buscando.
Permanecieron en silencio hasta que Naomi se acabó su copa.
—Me voy a acostar. Estoy agotada. Iré a despertarte temprano, así que ni sueñes con echar el cerrojo de tu puerta.
—De acuerdo.
Naomi agarró su toalla y entró en la casa.
Paula permaneció en el agua borboteante, dejando que le relajara la espalda y los hombros.
Pasados unos minutos, oyó unos pasos y se irguió, alargando la mano hacia la toalla.
—¿Paula? —Pedro se materializó desde la oscuridad y se quedó al borde del jacuzzi contemplando su cuerpo desnudo y resplandeciente.
Paula se acercó al borde de la bañera y bajó la vista, sonriendo al ver que no llevaba calcetines.
Estaba descalzo y sexy.
En voz baja, le preguntó:
—¿A qué estás esperando?
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