jueves, 13 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 9




Había dos cosas que Paula hacía realmente mal en un bar. No sabía hacerle un nudo con la lengua al tallo de una cereza y no sabía cantar karaokes. Lo primero probablemente no tendría que hacerlo, pero The Love Shack estaba sonando y Penny quería subir al escenario y llevarse a Paula con ella.


—Pagaría dinero por ver a Eva ahí arriba —dijo Pedro.


—Pues necesitarías mucho —le respondió Eva.


Él se rió.


—Resulta que tengo un boleto de la lotería premiado.


—Un boleto que ahora mismo tiene menos valor que el papel sobre el que está impreso. Y ni siquiera todo ese dinero sería suficiente.


—Chicos, sois unos aburridos. Voy a pedir These Boots Are Made for Walking. Paula, cantarás conmigo, ¿verdad? —le preguntó Penny.


—Acaba de decirme que iba a echar una partida de dardos conmigo —dijo Pedro levantándose.


Paula giró la cabeza y con los labios le dijo «gracias». Cuando Pedro le dio la mano para ayudarla a levantarse, todo su cuerpo recibió una sacudida de alto voltaje al sentir el tacto de ese hombre. Quería apartarse pero aferrarse más fuerte a él al mismo tiempo.


Intentó deducir de su expresión si él había sentido lo mismo, pero Pedro ya estaba llevándola de la mano hasta la zona de juegos.


Arriba la luz era tenue y hacía que las pantallas planas en las que podían verse varios partidos brillaran con más fuerza. ¿Qué harían? ¿De qué iban a hablar? Tenía curiosidad por Pedro, por su divorcio, por cómo sería como amante, por cómo sería besarlo y acariciarlo…


—¿De punta de acero o blanda? —preguntó él.


Ella parpadeó.


—¿Cómo dices?


Él señaló hacia los dardos. Era una suerte que no hubiera mucha luz porque sentía sus mejillas encendidas. Se había dejado llevar demasiado por sus pensamientos.


—¿Qué diferencia hay?


—La punta blanda es mejor si no tienes experiencia porque si lo lanzas con fuerza y fallas, no le haces daño a nadie. Un dardo de punta de acero es más duro y penetra el tablero con más facilidad, pero es mucho más peligroso.


Paula tragó saliva. Más duro. Penetra. Oh, Dios mío.


—Tal vez deberíamos usar los blandos —y tal vez ella debería tomarse un respiro. ¿Pero qué le pasaba? Se trataba de unos dardos, estaba en un bar. No todo tenía que recordarle al sexo.


Él le dio un dardo y ella sonrió. Cuando lanzó, ¡falló estrepitosamente! Pedro se rió.


—Eres realmente mala.


Paula se rió con él.


—¿Sabes que es lo peor? Que como investigadora privada, tengo licencia para llevar un arma. Aunque para ser justos, creo que la última vez que jugué a los dardos fue con una diana de velero y tenía nueve años. En realidad soy buena apuntando con un rifle o con una pistola.


—Eso tengo que verlo para creerlo —le dio otro dardo, la rodeó por la cintura y le agarró la mano—. Échate hacia atrás, apunta y dispara.


El dardo voló por el aire.


Cuando Paula miró hacia arriba y vio los ojos de Pedro posados en sus labios, sintió sus pezones endurecerse.


Pedro bajó el brazo y le dio otro dardo.


—Toma. Prueba otra vez.


Después de eso, no volvió a rodearla con su cuerpo, pero la atmósfera entre los dos había cambiado, se había intensificado.


Tras echar una partida, volvieron con los demás, pero Pedro ya no la llevó de la mano, sino que había vuelto a levantar una barrera y avanzaba manteniendo las distancias.


Una mujer educada respetaría el derecho de un hombre a erigir una barrera emocional, pero su carrera consistía en eliminar esas barricadas y cada obstáculo que él levantaba entre los dos suponía un excitante desafío para ella.


El resto del grupo se encontraba alrededor de una mesa alta charlando y tomando unas copas.


—Había lista de espera para entrar al restaurante, así que hemos decidido ponernos aquí —les dijo Juana.


Paula se preguntó si Pedro se marcharía, pero al ver que se reunía con los demás en la mesa, se alegró, porque no estaba dispuesta a que la noche terminara. Entonces los sonidos de una guitarra llenaron la sala.


—¿Cuándo han empezado a traer grupos? —le preguntó Pedro a la camarera mientras retiraba unos vasos y ponía otros de cerveza.


—El dueño está intentando algo nuevo. El vocalista es amigo de su mujer.


Pedro miró a Paula.


—¿Quieres algo aparte de un zumo?


Ella negó con la cabeza.


—No. Esta noche tengo que trabajar y necesito tener la cabeza despejada.


—Hablando de trabajo, Paula, apuesto a que tienes historias geniales —dijo Nicole. Paula no la había conocido durante la grabación del programa, pero más tarde le habían dicho que ella era la que desarrollaba las ideas para las historias que se trataban en Entre nosotras.


—Ey, estás olvidando la regla. Nada de hablar de trabajo los jueves por la noche —dijo Eva entre risas.


—Esto no es trabajo —respondió Nicole sonriendo— y si Paula quisiera contar alguna historia excitante que me diera una idea para algún bloque, no voy a taparme los oídos y a hacer como si no escuchara.


—Muchas veces firmo un acuerdo de confidencialidad con los clientes, pero digamos que gracias a mi trabajo tengo una lista de los lugares donde no practicaría sexo.


Eva miró a Nicole, que le guiñó un ojo.


—Tenías razón. Esto es lo que quiero oír.


—Aparcamientos —dijo Paula—. Allí hay mucha acción, creedme. El parque cuando ha oscurecido y los pasillos de una biblioteca. Decid lo que queráis, lo he visto todo.


—Cuéntanos una historia de las buenas —le pidió Nicole.


Pensó por un momento y después chasqueó los dedos.


—Muy bien, tantos amigos de este hombre han contratado mis servicios que ya apenas es un secreto, así que os lo voy a contar. Me llamaron por teléfono para pedirme que siguiera a la esposa de un hombre que sospechaba que su mujer estaba teniendo una aventura con su ayudante administrativo.


—¿Y lo estaba? —preguntó Penny.


—No, que yo pudiera descubrir. No fueron a ninguno de los sitios habituales; ni iban a hoteles ni se reunían fuera de la ciudad. Sólo se veían en muchos restaurantes. A esa gente le encantaba comer. Cuando estoy siguiendo a alguien, suelo esperar en el aparcamiento hasta que salen y por eso los veía llegar, quedarse un rato dentro del local y después salir por separado. No estaba consiguiendo absolutamente nada. Entonces me di cuenta de que estas comidas que tenían duraban más que un almuerzo o una cena normales y por eso decidí investigar desde dentro.


—Me imagino lo que pasaba —dijo Nicole.


Paula se rió.


—Oh, no creo.


Las mujeres se echaron hacia delante para poder oír por encima de la música del sintetizador y de la guitarra.


—Elegían horas muy raras para comer. Ese día en particular fue después de la hora habitual del almuerzo y sospeché porque en el restaurante sólo estábamos otra pareja, un hombre y yo. Intento mezclarme entre la multitud para pasar
desapercibida, pero eso resulta muy difícil cuando no hay nadie, y la cosa empeoró cuando el hombre que estaba solo se marchó. Primero veo al auxiliar administrativo levantarse y dirigirse al cuarto de baño. Al momento, veo a mi objetivo levantarse. Sé que algo está ocurriendo porque ella también se dirige al lavabo de hombres.


Paula había captado la atención de todos los que había alrededor de la mesa.


Así debía de sentirse Eva al salir por televisión y despertar todo ese interés centrado únicamente en ella. Sintió el calor de la mirada de Pedro y casi deseó no haber empezado a contar la historia porque tal vez al hacerlo, ya no resultaría tan graciosa.


Tras dar un sorbo de zumo, siguió:
—Esperé uno o dos minutos y entonces decidí seguirla y estaba totalmente convencida de que iba a encontrármelos… disfrutando el uno del otro en el lavabo.


—¿Y fue así? —preguntó Penny.


—No. Cuando entré, ella estaba atusándose el pelo frente al espejo, con una actitud muy natural.


—Con la diferencia de que estaba en el lavabo de hombres y que el otro ocupante no había salido —comentó Pedro.


—Exacto. Miré, pero no vi pies por debajo de las puertas. Todo era muy extraño. Allí estaba yo, en el lavabo de hombres, y no podía tardar mucho en dejar ver que me había confundido, pero justo entonces vi una puerta que no se había cerrado bien y que estaba moviéndose.


—¿Fue eso lo que pasó? ¿Él estaba allí? —preguntó Pedro.


Paula asintió.


Penny dejó caer los hombros.


—Bueno, pero no es demasiado sorprendente.


—A menos que pienses que encontrarte a un hombre desnudo y subido a la taza para que no lo veas por encima de la puerta no es algo demasiado sorprendente. Pero eso no es todo. El hombre empezó a quejarse porque no le había sacado una foto.


Penny arrugó la frente.


—Ahora no lo entiendo.


—Yo tampoco, al principio. Más tarde, descubrí que era el marido de la mujer. Me habían contratado porque querían que los descubriera haciéndolo en un lugar público. La siguiente vez también los descubrí. Les gusta tanto la calidad de mis fotos que me recomiendan a muchos amigos. La mitad de las veces que empiezo un trabajo nuevo no sé si se trata de un cliente que en realidad puede estar engañando a su pareja o si será algún amigo de este matrimonio. Me limito a sacar la foto, a enviarla al apartado de correos que me proporcionan y a recibir mi cheque.


Nicole comenzó a reírse.


—Es la historia más rara que he oído en mucho tiempo. No estoy segura de cómo puedo usarla, pero…


—Tal vez podemos darle un giro y hablar sobre cómo mantener fresca una relación —dijo Penny.


Eva sonrió.


—Penny, creo que vas encajar muy bien en el equipo de trabajo de Entre nosotras.


La banda terminó con la parte instrumental y el vocalista comenzó a bailar con energía.


Nicole se aclaró la garganta.


—Chicas, no tenemos esperanza de que estos hombres salgan a la pista de baile, así que propongo que les dejemos aquí y vayamos a pasar un buen rato. Y esto te incluye a ti, Paula.


Paula miró en la dirección de Pedro, pero en esa ocasión no recibió ayuda, ya que él se había recostado sobre la silla para disfrutar del espectáculo.


Con pasos renuentes, Paula siguió a las otras chicas hasta la improvisada pista de baile y al pasar y sentir los ojos de Pedro puestos en ella, sonrió para sí. Si quería espectáculo, lo tendría. Le gustaba que la mirara, quería sentir el calor de esos ojos.


Comenzó a mover la cabeza y unos mechones de pelo le cayeron sobre las mejillas.


Bailar era una forma de expresión y de atraer a los hombres. Sólo había otro lugar que le diera a una mujer la misma libertad para explorar su poder personal: la cama. Pensar en el sexo le dio a Paula la confianza en sí misma necesaria para explorar su sensualidad sobre la pista de baile. Se aseguró de que cada movimiento, desde un giro elegante de la pelvis hasta un meneo de caderas, le lanzara un mensaje Pedro. Mientras se movía, se acariciaba la piel.


Movimientos sutiles. Para cualquier observador, se trataría de un simple baile, pero para un hombre que la miraba como la había mirado él mientras jugaron a los dardos, con ese descarado deseo en los ojos, sus movimientos eran una invitación. Y una advertencia.


Con las manos trazó el escote de su blusa y se acarició suavemente mientras se contoneaba al ritmo de la música. Un movimiento diseñado para hacerle pensar en dónde quería que le pusiera las manos.


Lo miró.


Proyectaba cada uno de sus deseos interiores a través de su cuerpo. De sus ojos.


Y justo cuando vio a Pedro tensar los hombros y cerrar las manos en un puño como si quisiera levantarse y unirse a ella, dio un paso atrás. 


Permitió que otras personas que bailaban la ocultaran de su visión porque la lección más importante que había aprendido era que siempre tenía que dejar a un hombre deseando más.



AÑOS ROBADOS: CAPITULO 8




Cuando salieron del edificio, buscó en su bolso las gafas para protegerse del sol de la tarde. Con su extraño horario de trabajo, se había convertido en una criatura nocturna y la luz del sol la molestaba.


Durante un rato, el roce de sus tacones contra el pavimento fue el único sonido que se oyó entre los dos.


—Sé que te han acorralado antes. No tienes que venir. Llamaré a Eva ahora mismo —le dijo Pedro, dándole la mano.


—No, no pasa nada. Creo que será muy divertido.


—¿Te das cuenta de que van a acribillarte a preguntas?


Ella se puso las gafas en la cabeza y le guiñó un ojo.


—La verdad es que les he prometido que les contaría un montón de trapos sucios. Sobre ti.


Él se tensó inmediatamente.


—Entonces tal vez deberíamos hablar de esto. Hay… temas de los que no hablo con nadie…


Según sus palabras se iban apagando, la tensión aumentó entre los dos. Paula tragó saliva. Sabía exactamente a qué se estaba refiriendo Pedro.


Le puso una mano en el brazo.


—No te preocupes. No voy a hablar de nada de eso —estaría encantada de no tener que pensar en lo que sucedió aquella noche—. Algunas historias es mejor dejarlas en el pasado.


Él la miró y Paula forzó una carcajada en un intento de quitarle gravedad a la conversación.


—Además, esas chicas quieren que les cuente algo con lo que luego puedan tomarte el pelo, algo humillante que te pasara en el instituto. A lo mejor debería contarles que fuiste en pijama a clase.


Él relajó los hombros y esbozó una media sonrisa.


—No te creerían.


—No, yo tampoco creo que me creyeran.


El calor de su mirada se desvaneció y sus ojos volvieron a mostrar un tono avellana. Ahí estaba otra vez esa barrera que la separaba de Pedro. Siempre la había habido. Y aunque ahora se mostraba más relajado delante de la gente, su actitud reservada seguía allí, y probablemente ésa era la razón por la que sus compañeras de trabajo disfrutaban tanto metiéndose con él. Ese artículo les había dado la herramienta adecuada para encontrar una grieta en su fuerte armadura emocional.


Pero a Paula no le gustaban las barreras, ya no. 


Podían hacerle daño a la gente.


Su trabajo consistía en derribarlas, en descubrir por qué alguien necesitaba esas barricadas. No le gustaba esa nueva pared que Pedro había levantado entre los dos.


—¿Dónde puedo conseguir una copia de ese artículo del que habla todo el mundo?


Pedro se volvió y la apartó a un lado de la acera.


—Olvídalo.


—Podrías dármelo. Después de todo, soy detective privado y tengo mis métodos.


—Pues vas a tener que emplearlos porque no pienso ponértelo fácil.


De todos modos, ella no querría que lo hiciera.


Pedro la llevó hasta un local con un gran rótulo que decía: Latitude 33. Antes de poder abrir la puerta, Paula ya oyó el ruido de toda una multitud disfrutando de la hora feliz. Entró. Sí, era un bar de deportes. Hileras de televisiones emitiendo fútbol, béisbol y golf plagaban el lugar. La decoración consistía en objetos que representaban todos los deportes imaginables y que colgaban del techo y cubrían puertas y paredes.


Desde el fondo del local, captó el sonido de bolas de billar procedente de las seis mesas cubiertas de fieltro verde.


Y el tentador olor a nachos. Se le hizo la boca agua.


Alguien le dio un golpecito en el hombro y, cuando se giró, vio a Eva.


—Bueno, ¿qué te parece?


—¡Guau! Es el paraíso de los hombres.


—Y eso que no has visto la planta de arriba. Ahí tienen los juegos interactivos, donde puedes practicar golf o batear bolas de béisbol. No hay nada como golpear una pared con una bola para liberarte del estrés. La verdad es que es muy divertido.


—Pues no cuentes ese secreto en tu programa o los hombres van a empezar a pensar que estos bares son el lugar perfecto para declararse a sus novias o para celebrar cumpleaños y aniversarios.


—Buen punto. ¡Ah! Ahí está Nicole, ha ido a buscarnos una mesa. Te presentaré a los demás, están deseando conocerte —miró a Pedro con una picara sonrisa—. Hemos apostado a ver quién puede sonsacarte la mejor historia de Pedro.


Él volteó los ojos, pero mostró un gesto afable.


—Deberías estar preocupado —le advirtió Paula—. Pueden comprarme. A lo mejor ahora no te parece tan mal darme el artículo. Sabes que puedo hacerte daño.


Y Paula tenía razón, podía hacerle mucho daño. 


Desde que había visto esas seductoras piernas en la sala de reuniones, había intentado no imaginársela desnuda.


No era la chica inocente del pasado. Era una mujer inteligente que sabía lo que quería y esa tarde junto a ella se había convertido en una dulce agonía. Dulce porque había congeniado con sus amigos y compañeros muy fácilmente y durante la última media hora se había reído y habían disfrutado el uno de la compañía del otro.


Agonía, porque no podía dejar de pensar en lo suaves que serían sus labios, en ese brillo tan sexy de sus ojos marrones, ni en cómo se movía en su silla ofreciéndole cada vez una nueva vista de sus muslos. Debería ser ilegal que esa mujer llevara falda en público. En público. Con él, en privado, podría llevar o no lo que ella quisiera.


Vio cómo Eva se rió por algo que había dicho Paula. Se sentía atraído por ella y, ahora que miraba atrás, se dio cuenta de que probablemente siempre lo había hecho.


Cualquier otra persona podría haberle ayudado con el latín, cualquiera que no fuera precisamente la hija del jefe de policía, pero había necesitado su compañía. Se había
sentido atraído por su franqueza y por su carácter alegre. Paula siempre le había recordado al brillo del sol.


Pero ahora…


Ahora, de pronto, la deseaba más de lo que había deseado nada en mucho tiempo, pero al igual que el tiempo de esos verbos en latín con los que le ayudaba, todo lo que se refería a esa situación era imperfecto. El pasado era el pasado y él había sido un idiota al llevarlo hasta el presente.


De todos modos, no importaba, porque tenía que marcharse de allí inmediatamente. Un nuevo infierno estaba empezando en el bar. 


Karaoke.



AÑOS ROBADOS: CAPITULO 7



¿De verdad había anunciado delante de todo el mundo que sólo creía en las aventuras y no en las relaciones?


Cerró los ojos un momento y suspiró. Sin duda, ese comentario haría que su madre se sintiera orgullosa. Ya podía imaginársela en la peluquería mientras ojeaba una revista y sus amigas se compadecían de ella por el hecho de que con una hija así jamás pudiera llegar a alcanzar el estatus de abuela.


Pero eso no era la mejor parte de la desventurada entrevista. Paula además había dicho, con demasiado énfasis, que todos los hombres eran básicamente unos grandes mentirosos.


Eso ya le aseguraba no tener ninguna cita en el futuro. Prácticamente había anunciado a los cuatro vientos que le tomaría las huellas dactilares a cualquier hombre que le pidiera una cita. Si había algo que había descubierto con su trabajo, era que a los hombres les gustaba mantener sus secretos ocultos.


Bueno, de todos modos, tampoco tendría tiempo para citas porque seguro que su clientela aumentaría. Después del programa, había pasado unos veinte minutos junto a Eva charlando con miembros del público y casi se le habían agotado las tarjetas de visita. Eso sólo ya haría que el bochorno por haber participado en Entre nosotras hubiera merecido la pena.


Los miembros del equipo la felicitaron por su participación.


—Ha ido genial —le dijo Penny mientras le quitaba el micrófono y antes de marcharse para hacer algo más.


Juana apareció con una pequeña caja blanca.


—Puedes desmaquillarte con estas toallitas si quieres.


Paula sacudió la cabeza.


—Creo que me quedaré así. Hace que me sienta un poco más glamurosa y no puedo recordar la última vez que llevé maquillaje.


—¿Ni siquiera te maquillas cuando tienes una cita?


—¿Quién tiene tiempo de salir con mi horario? Empiezo a trabajar cuando la mayoría de la gente está metiéndose en la cama.


Eva se acercó a ellas. A Paula siempre le había parecido una persona muy carismática cuando la veía por televisión, pero en persona era sensacional.


—Ha sido una entrevista fantástica —dijo.


Paula captó su sinceridad inmediatamente.


—¿De verdad? Temía que me hubiera mostrado demasiado cínica.


—Al público le ha encantado. A mí misma me habrías venido muy bien con dos novios que tuve. Por cierto, he oído que fuiste al instituto con Pedro, así que dime, ¿tiene algún trapo sucio?


—¿Conoces a Pedro? —preguntó Penny cuando volvió a acercarse—. ¿Entonces
también estaba como un tren? —se rió.


«Sí».


Paula vio que las dos mujeres la miraban expectantes y le pareció interesante.


Tenían verdadera curiosidad por saber cosas sobre Pedro y eso significaba que él seguía siendo tan reservado como lo era de adolescente y que, como siempre, las mujeres querían descubrir sus secretos.


Conocía algunos porque los compartía con él, pero aunque su trabajo consistía en desvelar los secretos de la gente, los suyos eran de ella y de nadie más y los tenía bajo llave.


—Eh…


—Vaya, veo que te hemos hecho sentir incómoda —dijo Penny—. ¡Oye! ¿Por qué no sales esta noche con nosotros? Como hacemos siempre, hoy celebramos que empieza el fin de semana, y Pedro estará allí.


—¿Qué empieza el fin de semana? Pero si es jueves —dijo Paula algo confundida.


—Es cuanto terminamos de grabar el programa del viernes, Pedro se marcha de la ciudad y va a casa de su hermana a ver a sus hijas.


—Por eso el jueves es nuestro viernes —le dijo Penny.


Juana asintió.


—Y por eso el del viernes es nuestro peor programa.


Eva se encogió de hombros.


—O el mejor. Depende.


Eva y Juana se rieron. Estaba claro que se trataba de algún chiste que tenían entre ellas, pero Paula estaba recibiendo muy buena información sobre Pedro. Excelente.


Ahora ya tenía una explicación sobre dónde estaban sus hijas y ni siquiera había tenido que consultar archivos judiciales. Vaya, todo estaba resultando demasiado fácil. ¿Dónde estaba el desafío?


Justo entonces Pedro fue hacia el grupo, con un aspecto mucho más relajado que antes, pero tan sexy como siempre.


Bien, ahí llegaba su desafío. Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda.


¿Pequeño? ¿A quién intentaba engañar? Sentía un cosquilleo por todo el cuerpo.


—Dile que quieres ir al Club Octane —dijo Eva apretando los labios como si estuviera conteniendo una sonrisa.


Paula miró hacia él y respiró hondo porque verlo caminar con ese paso tan decidido en su dirección le trajo recuerdos de un gimnasio oscuro. El baile del instituto, cuando ella tenía quince años.


Cuánta angustia y tristeza sintió al ver que nadie la sacaba a bailar. Había pasado treinta minutos con la espalda apoyada contra la pared del gimnasio y sin dejar de preguntarse por qué había ido.


Mientras los demás bailaban, se había fijado varias veces en Pedro. Se había ruborizado y eso le había recordado la razón por la que había decidido asistir al baile.


Entonces él había caminado hacia ella.


Le había pedido un baile y ella, con el corazón a mil por hora, lo había acompañado hasta la pista. La canción que sonaba por los altavoces terminó y comenzó una más lenta y seductora. 


Pedro la acercó más hacia él. Ella respiró hondo.


Esa noche se había echado colonia, pero ese fresco perfume no ocultó los aromas que siempre asociaba con él: el cuero de su chaqueta y el jabón con el que se limpiaba la grasa de las manos después de trabajar en el taller.


Había cerrado los ojos al apoyar la frente en su pecho. Se juró que en cuanto esa canción terminara se marcharía de allí porque Pedro estaba bailando con ella por compasión, para evitarle la vergüenza de que nadie la sacara a bailar. Pero no le importó.


Pedro Alfonso había intentado salvarla en aquel momento, tal y como estaba haciendo ahora, al sacarla de una situación incómoda entre sus compañeras de trabajo. Qué encanto. Pero Paula era más que capaz de salvarse a sí misma. De hecho, Pedro debería preocuparse más por salvarse él. Por protegerse de ella.


—Tus compañeras están invitándome a acompañaros en vuestra noche de jueves. ¿Te parece bien el Club Octane?


Pedro se estremeció. Las chicas querían que Paula le hiciera sentirse incómodo.


Excelente. Les seguiría el juego.


—¿Qué tiene de malo el Club Octane?


—Dos palabras: Dancing Queen.


Eva y Juana se rieron, pero Paula seguía confundida.


—No lo entiendo.


—La probabilidad de que acabe bailando una canción de ABBA es peligrosamente alta cuando estoy en el Octane. Nunca he conocido a una mujer que no haya bailado esa canción y que no haya intentado sacarme a la pista con ella. No pienso permitir que vuelva a suceder.


Eva echó un brazo sobre los hombros de Pedro.


—Ya veis, según el Atlanta Daily News, nuestro Pedro sabe bien lo que quieren las mujeres. Y al igual que el resto de los hombres… no piensa dárselo. Nada de bailar.


Juana sacudió la cabeza con gesto apenado.


—Desde que se publicó ese artículo, sólo hemos ido a bares donde ponen partidos por televisión.


Pedro enarcó una ceja.


—Pues a ti no te ha ido tan mal.


—Es verdad, en un sorteo de la liga gané una tele de alta definición con pantalla gigante.


—Nunca habías visto a tantos hombres llorar encima de sus cervezas —dijo Pedro.


Paula se rió. Le encantaba. Le gustaba esa camaradería, esas bromas. Desde que había dejado la policía, no había disfrutado de esas cosas y hasta ahora no se había dado cuenta de lo que tenía entonces. Tal vez se debía a…


«¡Para!». No lo haría. No empezaría a buscar razones en su interior.


—Voy a llamar a Perry para preguntarle si quiere venir al Latitude 33. Os veo allí —dijo Juana.


—Buena idea. Yo llamaré a Mitchell y a Nicole.


Y así, Pedro y Paula se quedaron solos.


—Perry y Juana viven juntos y Mitchell es el novio de Eva —le dijo Pedro.


—Ah.


—Gracias, Paula. Hoy nos has salvado, pero bueno, eso es lo que haces siempre, ¿no?


Paula se quedó boquiabierta. ¿Estaba refiriéndose a aquella fatídica noche en la
que él estuvo a punto de morir y le pidió que fuera a buscar a su padre para que lo ayudara?


Paula se rió, intentando desviar el tema de conversación. Había recuerdos que no quería revivir y que Pedro la dejara sin habla era uno de ellos.


—Sí, bueno, ya veo que todo lo que trabajamos con el ablativo absoluto en latín te ha ayudado mucho.


Los ojos de Pedro se arrugaron ligeramente cuando sonrió.


—Ni siquiera recuerdo qué es eso.


Paula miró la hilera de monitores y todo le pareció irreal. Se sentía incómoda.


—Es extraño, pero me siento como si me estuvieran observando.


—Es una cadena de televisión, no puedes evitarlo. Pero sé lo que quieres decir. Si ya estás lista, podemos ir yendo al restaurante. Está sólo a una calle del estudio.


Eso era lo mejor de la zona centro de Atlanta, que podías llegar a tu casa, al trabajo o a los restaurantes caminando.