jueves, 13 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 7



¿De verdad había anunciado delante de todo el mundo que sólo creía en las aventuras y no en las relaciones?


Cerró los ojos un momento y suspiró. Sin duda, ese comentario haría que su madre se sintiera orgullosa. Ya podía imaginársela en la peluquería mientras ojeaba una revista y sus amigas se compadecían de ella por el hecho de que con una hija así jamás pudiera llegar a alcanzar el estatus de abuela.


Pero eso no era la mejor parte de la desventurada entrevista. Paula además había dicho, con demasiado énfasis, que todos los hombres eran básicamente unos grandes mentirosos.


Eso ya le aseguraba no tener ninguna cita en el futuro. Prácticamente había anunciado a los cuatro vientos que le tomaría las huellas dactilares a cualquier hombre que le pidiera una cita. Si había algo que había descubierto con su trabajo, era que a los hombres les gustaba mantener sus secretos ocultos.


Bueno, de todos modos, tampoco tendría tiempo para citas porque seguro que su clientela aumentaría. Después del programa, había pasado unos veinte minutos junto a Eva charlando con miembros del público y casi se le habían agotado las tarjetas de visita. Eso sólo ya haría que el bochorno por haber participado en Entre nosotras hubiera merecido la pena.


Los miembros del equipo la felicitaron por su participación.


—Ha ido genial —le dijo Penny mientras le quitaba el micrófono y antes de marcharse para hacer algo más.


Juana apareció con una pequeña caja blanca.


—Puedes desmaquillarte con estas toallitas si quieres.


Paula sacudió la cabeza.


—Creo que me quedaré así. Hace que me sienta un poco más glamurosa y no puedo recordar la última vez que llevé maquillaje.


—¿Ni siquiera te maquillas cuando tienes una cita?


—¿Quién tiene tiempo de salir con mi horario? Empiezo a trabajar cuando la mayoría de la gente está metiéndose en la cama.


Eva se acercó a ellas. A Paula siempre le había parecido una persona muy carismática cuando la veía por televisión, pero en persona era sensacional.


—Ha sido una entrevista fantástica —dijo.


Paula captó su sinceridad inmediatamente.


—¿De verdad? Temía que me hubiera mostrado demasiado cínica.


—Al público le ha encantado. A mí misma me habrías venido muy bien con dos novios que tuve. Por cierto, he oído que fuiste al instituto con Pedro, así que dime, ¿tiene algún trapo sucio?


—¿Conoces a Pedro? —preguntó Penny cuando volvió a acercarse—. ¿Entonces
también estaba como un tren? —se rió.


«Sí».


Paula vio que las dos mujeres la miraban expectantes y le pareció interesante.


Tenían verdadera curiosidad por saber cosas sobre Pedro y eso significaba que él seguía siendo tan reservado como lo era de adolescente y que, como siempre, las mujeres querían descubrir sus secretos.


Conocía algunos porque los compartía con él, pero aunque su trabajo consistía en desvelar los secretos de la gente, los suyos eran de ella y de nadie más y los tenía bajo llave.


—Eh…


—Vaya, veo que te hemos hecho sentir incómoda —dijo Penny—. ¡Oye! ¿Por qué no sales esta noche con nosotros? Como hacemos siempre, hoy celebramos que empieza el fin de semana, y Pedro estará allí.


—¿Qué empieza el fin de semana? Pero si es jueves —dijo Paula algo confundida.


—Es cuanto terminamos de grabar el programa del viernes, Pedro se marcha de la ciudad y va a casa de su hermana a ver a sus hijas.


—Por eso el jueves es nuestro viernes —le dijo Penny.


Juana asintió.


—Y por eso el del viernes es nuestro peor programa.


Eva se encogió de hombros.


—O el mejor. Depende.


Eva y Juana se rieron. Estaba claro que se trataba de algún chiste que tenían entre ellas, pero Paula estaba recibiendo muy buena información sobre Pedro. Excelente.


Ahora ya tenía una explicación sobre dónde estaban sus hijas y ni siquiera había tenido que consultar archivos judiciales. Vaya, todo estaba resultando demasiado fácil. ¿Dónde estaba el desafío?


Justo entonces Pedro fue hacia el grupo, con un aspecto mucho más relajado que antes, pero tan sexy como siempre.


Bien, ahí llegaba su desafío. Un pequeño escalofrío le recorrió la espalda.


¿Pequeño? ¿A quién intentaba engañar? Sentía un cosquilleo por todo el cuerpo.


—Dile que quieres ir al Club Octane —dijo Eva apretando los labios como si estuviera conteniendo una sonrisa.


Paula miró hacia él y respiró hondo porque verlo caminar con ese paso tan decidido en su dirección le trajo recuerdos de un gimnasio oscuro. El baile del instituto, cuando ella tenía quince años.


Cuánta angustia y tristeza sintió al ver que nadie la sacaba a bailar. Había pasado treinta minutos con la espalda apoyada contra la pared del gimnasio y sin dejar de preguntarse por qué había ido.


Mientras los demás bailaban, se había fijado varias veces en Pedro. Se había ruborizado y eso le había recordado la razón por la que había decidido asistir al baile.


Entonces él había caminado hacia ella.


Le había pedido un baile y ella, con el corazón a mil por hora, lo había acompañado hasta la pista. La canción que sonaba por los altavoces terminó y comenzó una más lenta y seductora. 


Pedro la acercó más hacia él. Ella respiró hondo.


Esa noche se había echado colonia, pero ese fresco perfume no ocultó los aromas que siempre asociaba con él: el cuero de su chaqueta y el jabón con el que se limpiaba la grasa de las manos después de trabajar en el taller.


Había cerrado los ojos al apoyar la frente en su pecho. Se juró que en cuanto esa canción terminara se marcharía de allí porque Pedro estaba bailando con ella por compasión, para evitarle la vergüenza de que nadie la sacara a bailar. Pero no le importó.


Pedro Alfonso había intentado salvarla en aquel momento, tal y como estaba haciendo ahora, al sacarla de una situación incómoda entre sus compañeras de trabajo. Qué encanto. Pero Paula era más que capaz de salvarse a sí misma. De hecho, Pedro debería preocuparse más por salvarse él. Por protegerse de ella.


—Tus compañeras están invitándome a acompañaros en vuestra noche de jueves. ¿Te parece bien el Club Octane?


Pedro se estremeció. Las chicas querían que Paula le hiciera sentirse incómodo.


Excelente. Les seguiría el juego.


—¿Qué tiene de malo el Club Octane?


—Dos palabras: Dancing Queen.


Eva y Juana se rieron, pero Paula seguía confundida.


—No lo entiendo.


—La probabilidad de que acabe bailando una canción de ABBA es peligrosamente alta cuando estoy en el Octane. Nunca he conocido a una mujer que no haya bailado esa canción y que no haya intentado sacarme a la pista con ella. No pienso permitir que vuelva a suceder.


Eva echó un brazo sobre los hombros de Pedro.


—Ya veis, según el Atlanta Daily News, nuestro Pedro sabe bien lo que quieren las mujeres. Y al igual que el resto de los hombres… no piensa dárselo. Nada de bailar.


Juana sacudió la cabeza con gesto apenado.


—Desde que se publicó ese artículo, sólo hemos ido a bares donde ponen partidos por televisión.


Pedro enarcó una ceja.


—Pues a ti no te ha ido tan mal.


—Es verdad, en un sorteo de la liga gané una tele de alta definición con pantalla gigante.


—Nunca habías visto a tantos hombres llorar encima de sus cervezas —dijo Pedro.


Paula se rió. Le encantaba. Le gustaba esa camaradería, esas bromas. Desde que había dejado la policía, no había disfrutado de esas cosas y hasta ahora no se había dado cuenta de lo que tenía entonces. Tal vez se debía a…


«¡Para!». No lo haría. No empezaría a buscar razones en su interior.


—Voy a llamar a Perry para preguntarle si quiere venir al Latitude 33. Os veo allí —dijo Juana.


—Buena idea. Yo llamaré a Mitchell y a Nicole.


Y así, Pedro y Paula se quedaron solos.


—Perry y Juana viven juntos y Mitchell es el novio de Eva —le dijo Pedro.


—Ah.


—Gracias, Paula. Hoy nos has salvado, pero bueno, eso es lo que haces siempre, ¿no?


Paula se quedó boquiabierta. ¿Estaba refiriéndose a aquella fatídica noche en la
que él estuvo a punto de morir y le pidió que fuera a buscar a su padre para que lo ayudara?


Paula se rió, intentando desviar el tema de conversación. Había recuerdos que no quería revivir y que Pedro la dejara sin habla era uno de ellos.


—Sí, bueno, ya veo que todo lo que trabajamos con el ablativo absoluto en latín te ha ayudado mucho.


Los ojos de Pedro se arrugaron ligeramente cuando sonrió.


—Ni siquiera recuerdo qué es eso.


Paula miró la hilera de monitores y todo le pareció irreal. Se sentía incómoda.


—Es extraño, pero me siento como si me estuvieran observando.


—Es una cadena de televisión, no puedes evitarlo. Pero sé lo que quieres decir. Si ya estás lista, podemos ir yendo al restaurante. Está sólo a una calle del estudio.


Eso era lo mejor de la zona centro de Atlanta, que podías llegar a tu casa, al trabajo o a los restaurantes caminando.




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