jueves, 13 de septiembre de 2018

AÑOS ROBADOS: CAPITULO 8




Cuando salieron del edificio, buscó en su bolso las gafas para protegerse del sol de la tarde. Con su extraño horario de trabajo, se había convertido en una criatura nocturna y la luz del sol la molestaba.


Durante un rato, el roce de sus tacones contra el pavimento fue el único sonido que se oyó entre los dos.


—Sé que te han acorralado antes. No tienes que venir. Llamaré a Eva ahora mismo —le dijo Pedro, dándole la mano.


—No, no pasa nada. Creo que será muy divertido.


—¿Te das cuenta de que van a acribillarte a preguntas?


Ella se puso las gafas en la cabeza y le guiñó un ojo.


—La verdad es que les he prometido que les contaría un montón de trapos sucios. Sobre ti.


Él se tensó inmediatamente.


—Entonces tal vez deberíamos hablar de esto. Hay… temas de los que no hablo con nadie…


Según sus palabras se iban apagando, la tensión aumentó entre los dos. Paula tragó saliva. Sabía exactamente a qué se estaba refiriendo Pedro.


Le puso una mano en el brazo.


—No te preocupes. No voy a hablar de nada de eso —estaría encantada de no tener que pensar en lo que sucedió aquella noche—. Algunas historias es mejor dejarlas en el pasado.


Él la miró y Paula forzó una carcajada en un intento de quitarle gravedad a la conversación.


—Además, esas chicas quieren que les cuente algo con lo que luego puedan tomarte el pelo, algo humillante que te pasara en el instituto. A lo mejor debería contarles que fuiste en pijama a clase.


Él relajó los hombros y esbozó una media sonrisa.


—No te creerían.


—No, yo tampoco creo que me creyeran.


El calor de su mirada se desvaneció y sus ojos volvieron a mostrar un tono avellana. Ahí estaba otra vez esa barrera que la separaba de Pedro. Siempre la había habido. Y aunque ahora se mostraba más relajado delante de la gente, su actitud reservada seguía allí, y probablemente ésa era la razón por la que sus compañeras de trabajo disfrutaban tanto metiéndose con él. Ese artículo les había dado la herramienta adecuada para encontrar una grieta en su fuerte armadura emocional.


Pero a Paula no le gustaban las barreras, ya no. 


Podían hacerle daño a la gente.


Su trabajo consistía en derribarlas, en descubrir por qué alguien necesitaba esas barricadas. No le gustaba esa nueva pared que Pedro había levantado entre los dos.


—¿Dónde puedo conseguir una copia de ese artículo del que habla todo el mundo?


Pedro se volvió y la apartó a un lado de la acera.


—Olvídalo.


—Podrías dármelo. Después de todo, soy detective privado y tengo mis métodos.


—Pues vas a tener que emplearlos porque no pienso ponértelo fácil.


De todos modos, ella no querría que lo hiciera.


Pedro la llevó hasta un local con un gran rótulo que decía: Latitude 33. Antes de poder abrir la puerta, Paula ya oyó el ruido de toda una multitud disfrutando de la hora feliz. Entró. Sí, era un bar de deportes. Hileras de televisiones emitiendo fútbol, béisbol y golf plagaban el lugar. La decoración consistía en objetos que representaban todos los deportes imaginables y que colgaban del techo y cubrían puertas y paredes.


Desde el fondo del local, captó el sonido de bolas de billar procedente de las seis mesas cubiertas de fieltro verde.


Y el tentador olor a nachos. Se le hizo la boca agua.


Alguien le dio un golpecito en el hombro y, cuando se giró, vio a Eva.


—Bueno, ¿qué te parece?


—¡Guau! Es el paraíso de los hombres.


—Y eso que no has visto la planta de arriba. Ahí tienen los juegos interactivos, donde puedes practicar golf o batear bolas de béisbol. No hay nada como golpear una pared con una bola para liberarte del estrés. La verdad es que es muy divertido.


—Pues no cuentes ese secreto en tu programa o los hombres van a empezar a pensar que estos bares son el lugar perfecto para declararse a sus novias o para celebrar cumpleaños y aniversarios.


—Buen punto. ¡Ah! Ahí está Nicole, ha ido a buscarnos una mesa. Te presentaré a los demás, están deseando conocerte —miró a Pedro con una picara sonrisa—. Hemos apostado a ver quién puede sonsacarte la mejor historia de Pedro.


Él volteó los ojos, pero mostró un gesto afable.


—Deberías estar preocupado —le advirtió Paula—. Pueden comprarme. A lo mejor ahora no te parece tan mal darme el artículo. Sabes que puedo hacerte daño.


Y Paula tenía razón, podía hacerle mucho daño. 


Desde que había visto esas seductoras piernas en la sala de reuniones, había intentado no imaginársela desnuda.


No era la chica inocente del pasado. Era una mujer inteligente que sabía lo que quería y esa tarde junto a ella se había convertido en una dulce agonía. Dulce porque había congeniado con sus amigos y compañeros muy fácilmente y durante la última media hora se había reído y habían disfrutado el uno de la compañía del otro.


Agonía, porque no podía dejar de pensar en lo suaves que serían sus labios, en ese brillo tan sexy de sus ojos marrones, ni en cómo se movía en su silla ofreciéndole cada vez una nueva vista de sus muslos. Debería ser ilegal que esa mujer llevara falda en público. En público. Con él, en privado, podría llevar o no lo que ella quisiera.


Vio cómo Eva se rió por algo que había dicho Paula. Se sentía atraído por ella y, ahora que miraba atrás, se dio cuenta de que probablemente siempre lo había hecho.


Cualquier otra persona podría haberle ayudado con el latín, cualquiera que no fuera precisamente la hija del jefe de policía, pero había necesitado su compañía. Se había
sentido atraído por su franqueza y por su carácter alegre. Paula siempre le había recordado al brillo del sol.


Pero ahora…


Ahora, de pronto, la deseaba más de lo que había deseado nada en mucho tiempo, pero al igual que el tiempo de esos verbos en latín con los que le ayudaba, todo lo que se refería a esa situación era imperfecto. El pasado era el pasado y él había sido un idiota al llevarlo hasta el presente.


De todos modos, no importaba, porque tenía que marcharse de allí inmediatamente. Un nuevo infierno estaba empezando en el bar. 


Karaoke.



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