martes, 21 de agosto de 2018
MILAGRO : CAPITULO 15
Más tarde, cuando el sol se puso y la temperatura descendió, Paula marcó el teléfono de sus padres. Aún no les había hablado del bebé ni de los problemas con su marido.
Tampoco les había dado su nueva dirección ni teléfono fijo, porque si querían localizarla tenían su móvil. Había estado aplazando lo inevitable.
Era hora de solucionar eso.
Su madre contestó al tercer timbrazo.
—Hola, mamá, soy Paula —era hija única y dar su nombre era totalmente innecesario. A Paula no le gustaba lo que indicaba respecto a su relación con sus padres: siempre sentía la necesidad de señalar su parentesco.
—Hola, Paula —Camila sonó estresada y corta de tiempo—. Estaba saliendo por la puerta para ir a clase de yoga y tu padre aún está en la oficina —las palabras y el tono de voz pretendían disuadirla de iniciar una conversación larga. Eso no era nada raro.
—Lo siento —Paula hizo una mueca tras disculparse. Pedro tenía razón. Paula se pasaba la vida pidiendo perdón. Se aclaró la garganta—. Esto es importante, mamá.
Se oyó un suspiro y un silencio.
—¿Qué ocurre? ¿Está bien Lucas?
—Estoy segura de que está perfectamente.
—Os habéis peleado —ofreció Camila.
—¿Pelearnos? No —había sido demasiado civilizado para llamarlo pelea—. He pensado que papá y tú deberías saber que le he pedido el divorcio.
—Oh, Paula —no había simpatía en el tono de Camila, sino una mezcla de exasperación y desaprobación—. ¿Por qué has hecho algo así? Tuviste mucha suerte al encontrar a alguien como él.
Suerte. Durante un tiempo Paula también lo había visto así. Pero incluso antes de que Pedro le dijera que se merecía algo mejor, había llegado a la conclusión ella misma.
—Hace tiempo que nuestro matrimonio no funciona, pero ahora... estoy embarazada, mamá. Voy a tener un bebé —sonrió al decir la última palabra.
—¿Un bebé? ¿Pero cómo es posible? Los médicos siempre dijeron que no podrías tener hijos.
La incredulidad no era la reacción que Paula había esperado de Camila. Su sonrisa se desvaneció al comprender por qué había tardado más de un mes en darles la buena nueva. Era irónico, y muy triste, que mientras el ginecólogo de Paula la había abrazado al darle los resultados de la prueba de embarazo, y a la enfermera se le habían nublado los ojos, su propia madre estaba demasiado atónita por la posibilidad de ese milagro para alegrarse sin más.
—¿Es todo lo que tienes que decir, mamá?
—No. Claro que no. Es que me ha pillado por sorpresa —aun así, en vez de preguntar cuándo nacería el bebé y cómo estaba Paula, Camila siguió en su línea habitual—. ¿Qué opina Lucas de esto?
Paula cerró los ojos y contó hasta diez, respirando por la boca, para controlar su ira y enmascarar su decepción. Era una técnica que había leído en un libro y que utilizaba con frecuencia al hablar con sus padres.
Curiosamente, su madre misma era terapeuta.
—¿Qué opina Lucas? Le he pedido el divorcio. Eso debería dejar claro lo que opina.
—Paula...
—No quiere al bebé —interrumpió ella, rompiendo otra de las normas de sus padres—. No quiere a su propio hijo.
Esperaba un poco de comprensión, al menos.
Pero debería haber sabido que era una esperanza vana.
—No todo el mundo quiere tener hijos —aseveró Camila.
—No todo el mundo quiere tener hijos —repitió Paula para sí. Cerró los ojos. Como si ella no lo supiera. Había sido criada por dos de esas personas y, estúpidamente, se había casado con otro ejemplar.
—Necesitas comprender por lo que está pasando Lucas. Debe ser un momento muy difícil para él.
Por lo que estaba pasando ¿Lucas? ¿Dónde quedaba ella? También era un momento difícil para Paula. Su paciencia se agotó.
—Lo siento, mamá, pero se me acabó la comprensión cuando me pidió que pusiera fin al embarazo.
—Estás siendo injusta.
Uno... dos... tres...
—No tiene sentido hablar —dijo con una voz casi cortés—. Me mudé hace un mes y hoy le he pedido el divorcio a Lucas.
—Criar a un hijo tú sola será difícil —le advirtió su madre—. Los niños necesitan dos padres.
—Estoy completamente de acuerdo —asintió con firmeza, aunque su madre no podía verla—. Pero prefiero que mi hijo no tenga padre a que tenga uno que no quiere interferencias en su ritmo de vida y que está demasiado ocupado con el trabajo y los compromisos sociales para ir a las funciones teatrales del colegio o a sus fiestas.
Estaba hablando de Lucas, pero por lo visto había tocado la fibra sensible a su madre.
—Estás proyectando —dijo Camile, con su tono de terapeuta.
—No soy una paciente, mamá. Soy tu hija. Y no estoy proyectando. Estoy aseverando un hecho.
—Tu padre y yo debimos haber hecho algo bueno al educarte. Has salido bien —contraatacó Camila. Parecía sentirse insultada.
Paula habría preferido que se sintiera herida.
Esa emoción era más personal y más próxima a lo que sentía Pedro. Empezó a contar hasta diez otra vez, pero no había llegado a dos cuando el dolor que había mantenido embotellado a presión durante casi treinta años hizo saltar el corcho.
—Vosotros no me educasteis. Contratasteis a gente para que lo hiciera. Tú estabas demasiado ocupada arreglando la vida a otras personas y papá demasiado ocupando trepando en el mundo empresarial para interesaros por mí. ¡Yo! Vuestra única hija —se le quebró la voz y una lágrima se deslizó por su mejilla.
—Trabajábamos, Paula —repuso su madre cortante e impaciente—. Teníamos nuestra carrera y seguimos teniéndola. Muchos padres la tienen. Tus circunstancias no fueron tan raras. Muchos padres trabajan fuera de casa y, la verdad, te beneficiaste de que tuviéramos dos sueldos. Eso te dio un montón de oportunidades y ventajas. Otros estarían agradecidos.
—Tenéis mi gratitud —Paula no había querido oportunidades. Había querido su afecto, su tiempo, atención y amor incondicional.
—Sabes, es fácil juzgar a otros sin ponerse en su lugar —rezongó Camila—. Tú también tendrás que volver a trabajar si te divorcias de Lucas.
—Cuando.
—¿Disculpa?
—Cuando me divorcie de Lucas —oyó a su madre suspirar y decidió no permitirle seguir discutiendo—. Será mejor que te deje marchar, mamá. Ya te he quitado bastante tiempo, y sé que estás deseando ir a yoga. Por favor, comunícale la noticia a papá —colgó sin esperar la respuesta de su madre.
Paula estaba cansada, pero se sentía fuerte.
—Voy a ser una buena madre —dijo, acariciando el leve abultamiento de su vientre.
lunes, 20 de agosto de 2018
MILAGRO : CAPITULO 14
Paula siguió el ruido de los martillazos escaleras arriba. Los golpes se mezclaban con maldiciones. Encontró a Pedro en uno de los dormitorios, rompiendo un tabique interior.
Estaba desnudo hasta la cintura y la piel morena de su espalda relucía de sudor.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella, cuando alzó el martillo y se dispuso a golpear la pared otra vez.
Él giró bruscamente y estuvo a punto de dejar caer la herramienta. Parecía sorprendido al verla, y no necesariamente contento. Pero después su rostro se suavizó con una sonrisa amistosa.
—Paula. Hola. No sabía que estabas ahí —se aclaró la garganta—. ¿Va todo bien?
—Bien. Todo está bien —o al menos llegaría a estarlo. Señaló la pared y el montón de escombros—. ¿Qué estás haciendo? Aparte de ensuciarlo todo.
—Sólo trabajo un rato en mi reforma.
—Yo diría que hace demasiado calor para eso. Sobre todo aquí arriba.
—Estoy sudando ese helado —le guiñó un ojo.
Paula miró sus increíbles abdominales. Era obvio que no le hacía falta sudar. Cada centímetro de ese hombre era sólido como una roca, y en ese momento brillaba como algo etéreo. Al darse cuenta de que lo estaba mirando fijamente, volvió la vista a la pared, que lucía un enorme agujero.
—Yo diría que ya has compensado el helado y bastante más.
—También sirve para las frustraciones —admitió él—. ¿Se ha instalado ya tu marido?
—No va a quedarse.
—Ah —Pedro dejó el martillo en el suelo y se apoyó en el largo mango.
—Lucas y yo... hemos tenido algunos problemas.
—Lamento oír eso.
—Gracias —jugueteó con el bajo de su blusa—. Vino a pedirme que volviera a la ciudad con él.
—Entonces, ¿habéis solucionado los problemas?
—En cierto sentido —Paula dejó el bajo de la blusa y alzó la vista—. Le he pedido el divorcio.
Pedro parpadeó con sorpresa. Aparte de eso,
Paula no supo medir su reacción, y tampoco quería hacerlo.
De hecho, Pedro estaba atónito. No sabía qué decir ni por qué se sentía tan fantásticamente tras oír la noticia. Controló una sonrisa; en ese momento lo adecuado era la empatía. Se estiró y le dio un suave apretón en el brazo.
—Dios, Paula. Lo siento —dijo, con tanta sinceridad como pudo.
—Gracias.
—¿Estás bien?
—Creo que sí —asintió vigorosamente. Pedro se preguntó si para convencerlo a él o para convencerse a sí misma—. Creo que a la larga será para bien.
Pedro había pensado lo mismo cuando se divorció, pero eso no le había facilitado las cosas. Había seguido sintiéndose como si lo hubieran coceado.
—¿Quieres hablar de ello? —le ofreció, de corazón.
—¿Un hombre que quiere hablar? —Paula lo estudió—. ¿Pero también escucharás?
—¿Disculpa? —arrugó la frente.
Ella cerró los ojos, suspiró y movió la cabeza.
—No, disculpa tú. Ese comentario ha sido insufriblemente grosero.
Pedro pensó que también había sido clarificador, y mucho. Dejaba muy clara una de las deficiencias de su marido.
—Tranquila. La oferta sigue en pie. ¿Qué dices?
—Te lo agradezco. De verdad —movió la cabeza negativamente—. Pero por tentador que resulte desahogarse, no creo que necesites oír los tristes detalles.
Él debería haberse sentido aliviado. Sin embargo, le apetecía mostrar su desacuerdo.
—Digamos que Lucas y yo tenemos una importante diferencia de opinión en una cuestión vital. Con eso basta —aclaró ella.
La vaga descripción picó la curiosidad de Pedro, pero ella tenía un aspecto tan triste y frágil que optó por respetar sus deseos. Asintió con la cabeza.
—Mi esposa y yo también tuvimos una de ésas.
—¿Sí?
—Sí. Ella quería seguir teniendo una aventura y yo pensaba que no era bueno para nuestro matrimonio.
Se preguntó por qué diablos le había confesado eso. Recogió su camisa del suelo y se secó la frente con ella.
—Ah.
—Derribé una pared entera yo solo cuando descubrí que se acostaba con un buen amigo mío. Ahora ambos son ex algo para mí.
—Eso debe haber sido horroroso para ti.
Más que horroroso. Se había sentido como si el mundo se hundiera bajo sus pies. Pero ante ella se limitó a encogerse de hombros.
—Lo de la pared también lo fue. Supuestamente sólo había que tirar un tercio.
—Bueno, Lucas no me engaña. Él... él no quiere... —sus ojos se agrandaron antes de llenarse de lágrimas y se puso una mano en la boca para ahogar un sollozo.
—¡Ay, Dios! No hagas eso —suplicó Pedro, sin conseguir disimular su pánico.
—Perdona —Paula agitó una mano, pero las lágrimas siguieron surcando sus mejillas.
Él había creído que ya era incapaz de suplicar, pero en ese momento lo hizo con fervor.
—Por favor, Paula. Por favor, no llores.
—Vale —asintió, pero las lágrimas no pararon—. Lo siento —sollozó.
Pedro se sentía impotente. Se preguntaba qué hacer y qué decir. Al final le dijo la única cosa que sabía sin ningún atisbo de duda.
—Él no se lo merece.
Ella dejó de llorar. Húmedos ojos azules lo escrutaron. Había conseguido su atención.
—No se lo merece —repitió él, con más convicción.
Se acercó a ella con la camisa en la mano, pero le echó un vistazo y comprobó que estaba demasiado sucia para secarle las lágrimas con ella, así que la dejó caer al suelo.
—Te mereces algo mejor, Paula. Te mereces mucho más —tomó su rostro entre las callosas manos y utilizó la yema de los pulgares para borrar las huellas de su dolor de corazón.
—Pedro.
—Sí —le pareció perfectamente lógico abrirle los brazos—. Ven aquí.
Igual podría haber dicho ven a casa, porque así se sintió Paula cuando dio un paso adelante y se sumió en su abrazo. Un abrazo suelto y desconocido, pero aun así familiar..
Él acarició su espalda con la mano, murmurando palabras de consuelo que ella no podía descifrar. No le hacía falta. En ese momento sabía cuanto necesitaba saber. Estaba a salvo.
Le importaba a alguien.
Pero según fueron pasando los segundos, empezó a sentir emociones más desconcertantes. Pedro giró la cabeza y Paula sintió la calidez de su aliento en el pelo. Se dio cuenta de que estaba apretada contra su pecho, desnudo, sudoroso y fuerte.
La mano que acariciaba su espalda se detuvo justo encima de la curva de su trasero y a ella se le aceleró el pulso.
—¿Paula?
Ella habría jurado que su voz sonaba tan sorprendida y confusa como se sentía ella. Dio un paso atrás y volvió a toquetear el bajo de su blusa, para hacer algo con las manos.
Cuando alzó la vista, Pedro la observaba. Vio que su nuez se movía, pero aún tardó un momento en formular palabras. Eso halagó a su ego herido.
—Entonces, ¿le has pedido el divorcio?
—Nunca fue un buen matrimonio —dijo ella. Le dolía admitirlo, pero le parecía importante ser sincera—. Quiero ponerle punto final.
—Me alegro —dio un paso hacia delante y ella se preguntó si volvería a abrazarla. Si la besaría. Él no hizo ninguna de las dos cosas—. Por ti, quiero decir.
MILAGRO : CAPITULO 13
Paula estaba tan sorprendida como Pedro por la aparición de su marido. Y no favorablemente.
Había tenido un buen día, uno de los más agradables y relajantes que recordaba. Una parte de ella no había querido que concluyera.
Incluso había estado pensando en invitar a Pedro cenar con ella, aunque no tenía claro qué cocinar. Entonces había llegado Lucas. Y un vistazo a su sonrisa mordaz y ojos burlones habían hecho que la tensión de dos meses antes volviera.
—No mencionaste que fueras a venir —le dijo, cuando estuvieron dentro de la casita.
—Me gusta el elemento sorpresa.
Ella ignoró la acusación subyacente. No iba a sentirse culpable ni a ofrecerle ninguna explicación. Si alguien se merecía una, era ella.
—¿Por qué estás aquí? —le preguntó, directa.
—He venido a ver si has recuperado el sentido.
—¿Sobre qué? —cruzó los brazos sobre el pecho.
—Vamos, Paula. Ya has dejado clara tu postura.
—Mi postura. ¿Crees que a eso se limita mi traslado?
Él suspiró intensamente y jugueteó con la patilla de las caras gafas de sol, antes de colgarlas del cuello abierto de su camisa.
—Quiero que vuelvas a casa.
Casa. Ella ya no sentía el bonito piso de Park Avenue como su casa. En realidad nunca lo había hecho. Ninguno de los sitios en los que había vivido, antes o después de casarse, le había parecido el lugar ideal donde vivir para siempre.
Hasta ese momento.
Tenía demasiadas cosas en la cabeza para considerar las implicaciones de esa idea, así que la apartó de su mente temporalmente.
—Sigo estando embarazada, Lucas. Y no he cambiado de opinión respecto al bebé.
Esa tarde, mientras volvían a casa, había sentido un extraño cosquilleo en el vientre. Tal vez no fuera sino el resultado de un exceso de helado, pero quería creer que había sido el bebé, y eso había hecho que la vida que crecía en su interior le pareciera más real.
—Yo sí —dijo él con voz queda.
La respuesta la sorprendió tanto que creyó que no había oído bien.
—¿Has cambiado de opinión respecto al bebé?
—Sí. He cambiado —le acarició el brazo—. Quiero que vuelvas a casa.
El contacto fue tan sorprendente como sus palabras. Paula intentó convencerse de que se alegraba del cambio. Su bebé tendría dos padres que lo amarían y tendrían un papel activo en su vida. Pero algo no cuadraba. Y la siguientes palabras de Lucas lo demostraron.
—He pensado bastante. Nuestras vidas no tienen por qué cambiar tanto. Podemos contratar a una niñera interna para que se ocupe del niño.
—¿Una niñera interna? —ella torció la boca.
—No lo digas así. Yo tuve niñera cuando era pequeño. Y tú también.
Era cierto. Sus padres habían contratado a niñeras y canguros hasta que tuvo edad suficiente para enviarla a campamentos de verano y colegios internos. Incluso cuando sus padres estaban en casa, su cuidado estaba en manos de otros. Por supuesto, como madre soltera, Paula tendría que organizar algo para el bebé mientras estuviera trabajando, pero Lucas hablaba de mucho más que eso.
—Quiero ocuparme yo de las necesidades de mi bebé, en la medida de lo posible —dijo Paula, poniéndose una mano protectora en el vientre.
—¿Cómo vas a hacer eso y tener tiempo de ocuparte de todos los demás compromisos importantes? —Lucas sonó totalmente atónito.
—¿A qué otros compromisos importantes te refieres? —dijo ella, tan atónita como él—. Ya no trabajo —le recordó. Aunque era cierto que últimamente había estado pensando en buscar empleo. Había olvidado lo fantástico que era sentirse creativa.
—Sabes a qué me refiero —él agitó la mano con impaciencia—. Eres miembro de varios comités y presides algunos de ellos. Te ocupas de llevar la casa y de nuestros compromisos sociales.
Ella pensó que ese nuestro significaba «mis», de él. Todo en su matrimonio giraba alrededor de él.
—Doy una cena la semana que viene. ¿Es que lo habías olvidado?
—¿Por eso has venido aquí hoy? ¿Buscando anfitriona para tu cena?
—No seas ridícula —rezongó él, pero desvió la mirada y Paula tuvo su respuesta.
Antes de estar embarazada había sido lo bastante tonta para seguir en un matrimonio sin amor, pero no sometería a su bebé a esa atmósfera fría y rígida, sobre todo sabiendo que no mejoraría. Lucas le pedía que volviera a casa y alegaba que quería al bebé, pero no parecía contento por su próxima paternidad. De hecho, parecía resignado. Paula recordó a Pedro acariciando la barbilla del bebé un rato antes. Había demostrado más entusiasmo por el hijo de un desconocido del que Lucas demostraba por el que sería suyo. ¿Qué clase de padre sería Lucas?
Por desgracia, sabía la respuesta.
Lucas se metió las manos en los bolsillos y fue hacia la ventana. Estaba abierta, pero no corría la más mínima brisa.
—Dios, hace calor aquí —espetó, irritado—. ¿No puedes poner el aire acondicionado o algo?
Paula suspiró. Ése era Lucas, nunca feliz ni satisfecho. Con los años se había acostumbrado a sus protestas, pero en ese momento la irritaban.
—No hay aire acondicionado —no se molestó en decir que Pedro había prometido instalarlo pronto.
—Paula, no encajas aquí —dijo él, moviendo la cabeza y señalando la habitación—. Dios, este lugar apenas es habitable.
Ella miró a su alrededor y vio una habitación acogedora, con carácter y encanto, cosa que no se podía decir de su piso en Manhattan. Estaba exquisitamente decorado, pero Lucas vetaba cualquier intento de imprimirle personalidad... su personalidad. En la casita Paula no tenía restricciones. Pedro incluso le había permitido pintarla.
—No estoy de acuerdo. Esto me gusta. Me despierto por la mañana con el canto de los pájaros.
—Puedes oírlo poniendo un CD. Y también un arroyo y hojas mecidas por el viento, si es lo que quieres.
Paula comprendió que hasta hacía muy poco su vida había sido artificial, al igual que lo era la relación con su marido.
—Quiero algo de verdad —no se refería sólo a los trinos de los pájaros. Él pareció darse cuenta de eso.
—Me gustaría que volvieras al piso —dijo, con un deje de desesperación—. Creo que podemos superar este desacuerdo.
«Me gustaría...» «Creo que...»
—No, Lucas —movió la cabeza—. No podemos.
—¿Qué más quieres de mí, Paula? —preguntó, exasperado. Se puso las manos en las caderas y a ella le recordó a su padre regañándola. Eso sólo sirvió para reforzar su decisión.
Lo que quería de él era algo que era incapaz de darles a ella o a su bebé. Algo que él había dejado más que claro que no podía dar: amor incondicional.
—He cometido un terrible error —susurró ella.
—Me alegro de que por fin te des cuenta —dijo él, malinterpretando por completo sus palabras—. Llamaré a los de la mudanza y te sacaré de aquí antes de que acabe el día.
—No me refería a ese error —Paula cerró los ojos y soltó un suspiro. Se sentía agotada, pero libre.
—¿Qué quieres decir, Paula? —él estrechó los ojos y su expresión se endureció.
—Digo que quiero el divorcio.
MILAGRO : CAPITULO 12
ERA su marido.
Pedro sabía que tenía uno, pero aun así fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
Miró a Paula, intentando descifrar su expresión.
No parecía contenta de ver al hombre, a pesar de que llevaban un mes separados. No se estaba lanzando a sus brazos. De hecho, ni siquiera sonreía.
Parecía sorprendida, aprensiva y nerviosa. O tal vez se sentía culpable. Pero esa idea podía ser una proyección de Pedro, porque él se sentía culpable. Se recordó que aunque iba a invitarla a cenar, no habría sido una auténtica cita.
—Lucas —ella había palidecido—. No te esperaba.
—Obviamente —dijo él con sequedad, mirando a Pedro. Las miradas de ambos se enfrentaron con estoicismo mientras Paula hacia las presentaciones.
—Éste es mi... —titubeó lo suficiente para que ellos dos se sintieran incómodos. Lucas alzó las cejas—. casero —dijo por fin—. Pedro Alfonso. Pedro, éste es Lucas.
Mientras los hombres se daban la mano, Lucas miró el lateral de la casa, con la pintura pelada y un par de ventanas sin marco.
—Bonito sitio tienes aquí —la frase sonó tan falsa como insolente fue su sonrisa.
—Lo será cuando esté acabado —Pedro apretó los dientes—. Estas cosas llevan tiempo.
—Y dinero —dijo Lucas.
A Pedro no le gustó lo que implicaba el comentario de Lucas, pero se encogió de hombros.
—Eso no es problema para mí.
El marido de Paula no dijo nada, pero miró la camisa arrugada y sucia de Pedro y después su furgoneta. Era un vehículo de trabajo y no habría ganado ningún premio por su aspecto. Pedro supo lo que estaba pensando, pero se resistió a entrar en un debate sobre quién tenía la cuenta bancaria más cuantiosa.
Sus temas financieros sólo eran asunto de él.
—La casita que alquilo está en la parte de atrás —Paula rompió el tenso silencio. Sonrió a Pedro—. Gracias de nuevo por lo de hoy.
—De nada —asintió con la cabeza—. Llevaré la pintura y los utensilios después.
Mientras les observaba alejarse, Pedro dudó que Lucas fuera a arremangarse y ayudarla a pintar.
domingo, 19 de agosto de 2018
MILAGRO : CAPITULO 11
Paula estuvo callada en el camino de vuelta a casa. Pedro le echó un par de vistazos. Había estirado sus largas piernas y las había cruzado por los tobillos. Tenía las manos sobre el vientre.
Él pensó que se quedaría dormida con el frescor del aire acondicionado de la furgoneta, pero cuando llegaron a casa ella seguía teniendo los ojos abiertos y sus labios aún se curvaban con una sonrisa secreta.
Él lo había pasado bien esa tarde. Casi había olvidado lo que era pasar una tarde agradable con una mujer bonita. Paula ocultaba un sorprendente sentido del humor tras sus elegantes modales. Pensó en invitarla a cenar esa noche. Tenía un par de filetes que podría asar en su nueva parrilla de alta tecnología. Su hermana se la había regalado por su cumpleaños, hacía un mes, pero aún no la había probado. No sería una auténtica cita, sólo dos personas cenando. Al oír la protesta de la voz de su conciencia, Pedro se justificó pensando que no había nada malo en compartir una comida, aunque una de las personas estuviera casada.
Aparcó el coche y pensó en cómo plantearlo.
—Me preguntaba sí...
Un coche aparcó detrás de la furgoneta de Pedro.
Era un lujoso Mercedes plateado, que parecía recién salido de fábrica. El hombre que bajó de él también parecía de exposición. Gafas de sol de diseño, una camisa de lino sin arrugas y pantalones tostados. La expresión de su rostro era de irritación.
Pedro pensó que se había perdido. Debía haberse saltado la salida de la autopista y estaría molesto por encontrarse en un lugar apartado, en vez de ante su hotel de cinco estrellas.
—¿Necesita ayuda?
El hombre se quitó las gafas de sol. Sus ojos destellaban disgusto.
—Sí. ¿Podría decirme dónde puedo encontrar a mi esposa?
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