martes, 21 de agosto de 2018

MILAGRO : CAPITULO 15



Más tarde, cuando el sol se puso y la temperatura descendió, Paula marcó el teléfono de sus padres. Aún no les había hablado del bebé ni de los problemas con su marido. 


Tampoco les había dado su nueva dirección ni teléfono fijo, porque si querían localizarla tenían su móvil. Había estado aplazando lo inevitable. 


Era hora de solucionar eso.


Su madre contestó al tercer timbrazo.


—Hola, mamá, soy Paula —era hija única y dar su nombre era totalmente innecesario. A Paula no le gustaba lo que indicaba respecto a su relación con sus padres: siempre sentía la necesidad de señalar su parentesco.


—Hola, Paula —Camila sonó estresada y corta de tiempo—. Estaba saliendo por la puerta para ir a clase de yoga y tu padre aún está en la oficina —las palabras y el tono de voz pretendían disuadirla de iniciar una conversación larga. Eso no era nada raro.


—Lo siento —Paula hizo una mueca tras disculparse. Pedro tenía razón. Paula se pasaba la vida pidiendo perdón. Se aclaró la garganta—. Esto es importante, mamá.


Se oyó un suspiro y un silencio.


—¿Qué ocurre? ¿Está bien Lucas?


—Estoy segura de que está perfectamente.


—Os habéis peleado —ofreció Camila.


—¿Pelearnos? No —había sido demasiado civilizado para llamarlo pelea—. He pensado que papá y tú deberías saber que le he pedido el divorcio.


—Oh, Paula —no había simpatía en el tono de Camila, sino una mezcla de exasperación y desaprobación—. ¿Por qué has hecho algo así? Tuviste mucha suerte al encontrar a alguien como él.


Suerte. Durante un tiempo Paula también lo había visto así. Pero incluso antes de que Pedro le dijera que se merecía algo mejor, había llegado a la conclusión ella misma.


—Hace tiempo que nuestro matrimonio no funciona, pero ahora... estoy embarazada, mamá. Voy a tener un bebé —sonrió al decir la última palabra.


—¿Un bebé? ¿Pero cómo es posible? Los médicos siempre dijeron que no podrías tener hijos.


La incredulidad no era la reacción que Paula había esperado de Camila. Su sonrisa se desvaneció al comprender por qué había tardado más de un mes en darles la buena nueva. Era irónico, y muy triste, que mientras el ginecólogo de Paula la había abrazado al darle los resultados de la prueba de embarazo, y a la enfermera se le habían nublado los ojos, su propia madre estaba demasiado atónita por la posibilidad de ese milagro para alegrarse sin más.


—¿Es todo lo que tienes que decir, mamá?


—No. Claro que no. Es que me ha pillado por sorpresa —aun así, en vez de preguntar cuándo nacería el bebé y cómo estaba Paula, Camila siguió en su línea habitual—. ¿Qué opina Lucas de esto?


Paula cerró los ojos y contó hasta diez, respirando por la boca, para controlar su ira y enmascarar su decepción. Era una técnica que había leído en un libro y que utilizaba con frecuencia al hablar con sus padres. 


Curiosamente, su madre misma era terapeuta.


—¿Qué opina Lucas? Le he pedido el divorcio. Eso debería dejar claro lo que opina.


—Paula...


—No quiere al bebé —interrumpió ella, rompiendo otra de las normas de sus padres—. No quiere a su propio hijo.


Esperaba un poco de comprensión, al menos. 


Pero debería haber sabido que era una esperanza vana.


—No todo el mundo quiere tener hijos —aseveró Camila.


—No todo el mundo quiere tener hijos —repitió Paula para sí. Cerró los ojos. Como si ella no lo supiera. Había sido criada por dos de esas personas y, estúpidamente, se había casado con otro ejemplar.


—Necesitas comprender por lo que está pasando Lucas. Debe ser un momento muy difícil para él.


Por lo que estaba pasando ¿Lucas? ¿Dónde quedaba ella? También era un momento difícil para Paula. Su paciencia se agotó.


—Lo siento, mamá, pero se me acabó la comprensión cuando me pidió que pusiera fin al embarazo.


—Estás siendo injusta.


Uno... dos... tres...


—No tiene sentido hablar —dijo con una voz casi cortés—. Me mudé hace un mes y hoy le he pedido el divorcio a Lucas.


—Criar a un hijo tú sola será difícil —le advirtió su madre—. Los niños necesitan dos padres.


—Estoy completamente de acuerdo —asintió con firmeza, aunque su madre no podía verla—. Pero prefiero que mi hijo no tenga padre a que tenga uno que no quiere interferencias en su ritmo de vida y que está demasiado ocupado con el trabajo y los compromisos sociales para ir a las funciones teatrales del colegio o a sus fiestas.


Estaba hablando de Lucas, pero por lo visto había tocado la fibra sensible a su madre.


—Estás proyectando —dijo Camile, con su tono de terapeuta.


—No soy una paciente, mamá. Soy tu hija. Y no estoy proyectando. Estoy aseverando un hecho.


—Tu padre y yo debimos haber hecho algo bueno al educarte. Has salido bien —contraatacó Camila. Parecía sentirse insultada.


Paula habría preferido que se sintiera herida. 


Esa emoción era más personal y más próxima a lo que sentía Pedro. Empezó a contar hasta diez otra vez, pero no había llegado a dos cuando el dolor que había mantenido embotellado a presión durante casi treinta años hizo saltar el corcho.


—Vosotros no me educasteis. Contratasteis a gente para que lo hiciera. Tú estabas demasiado ocupada arreglando la vida a otras personas y papá demasiado ocupando trepando en el mundo empresarial para interesaros por mí. ¡Yo! Vuestra única hija —se le quebró la voz y una lágrima se deslizó por su mejilla.


—Trabajábamos, Paula —repuso su madre cortante e impaciente—. Teníamos nuestra carrera y seguimos teniéndola. Muchos padres la tienen. Tus circunstancias no fueron tan raras. Muchos padres trabajan fuera de casa y, la verdad, te beneficiaste de que tuviéramos dos sueldos. Eso te dio un montón de oportunidades y ventajas. Otros estarían agradecidos.


—Tenéis mi gratitud —Paula no había querido oportunidades. Había querido su afecto, su tiempo, atención y amor incondicional.


—Sabes, es fácil juzgar a otros sin ponerse en su lugar —rezongó Camila—. Tú también tendrás que volver a trabajar si te divorcias de Lucas.


—Cuando.


—¿Disculpa?


—Cuando me divorcie de Lucas —oyó a su madre suspirar y decidió no permitirle seguir discutiendo—. Será mejor que te deje marchar, mamá. Ya te he quitado bastante tiempo, y sé que estás deseando ir a yoga. Por favor, comunícale la noticia a papá —colgó sin esperar la respuesta de su madre.


Paula estaba cansada, pero se sentía fuerte.


—Voy a ser una buena madre —dijo, acariciando el leve abultamiento de su vientre.




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