miércoles, 25 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 33




Paula intentó dejar de pensar en ello. Sin embargo, Julieta había conjurado imágenes que no resultaba fácil borrar: Pedro, los niños, ella… una familia feliz… Los niños vivirían felices y ella… ¡Ella estaría con Pedro! Recordó a Pedro jugando a las cartas, abrazándola, acariciándole los labios…


Paula tragó saliva, pero no pudo evitar seguir evocando aquellas imágenes ni las sensaciones de placer que le bailaban dentro del corazón, despertándole sus deseos más íntimos y eróticos…


¡Aquello era ridículo! Miró a su alrededor buscando algo que hacer para entretenerse, pero Julieta lo había dejado todo en perfecto estado de revista.


—Venga niños —dijo ella—. Vamos a damos un baño antes de cenar.


El baño resultó muy refrescante. Sin embargo, el mensaje que Pedro había dejado en el contestador, diciendo que iba a cenar fuera, cambió la perspectiva. Cena, baile, abrazo íntimo en la habitación de un hotel… Bien. Así pudo concentrarse en la cena de los niños, en darles su baño y en meterlos en la cama. 


Entonces, se sentó en el salón, para leer una novela, pero no pudo concentrarse.


Trató de convencerse de que no le estaba esperando, pero se quedó allí hasta pasada la medianoche. Él llegó muy cansado y se sentó en un sillón. Se veía que estaba agotado.


—¿Has tenido un buen día? —preguntó ella, observándolo.


—Duro. He tenido una conferencia de dos horas. Lawson se ha vuelto loco por obtener beneficios.


—¿No me dirás que quiere expandirse también al Oriente Medio?


—Efectivamente.


—Es algo que cada vez más empresas están haciendo.


—Yo no estoy en contra de la expansión, pero creo que se debe trasladar parte de una empresa, no toda entera. Deberíamos preocupamos tanto de incrementar el nivel de vida en zonas deprimidas como el nuestro propio. Buenos trabajos, buenos sueldos, beneficiar a las empresas y a los empleados.


—Tu innata compasión parece mezclarse muy bien con tu inteligencia para los negocios.


—¿Cómo?


—En otras palabras, estás diciendo que el mejor modo de asegurarse beneficios es invertir en las personas.


—Bueno, yo no lo he dicho de un modo tan sencillo, pero supongo que tienes razón. En cualquier caso, lo que yo diga no importa. Me he quedado ronco y no he conseguido nada. Entonces, me llamó Catalina y tuve que ir a cenar con… ¿Cómo están los niños?


—Bien —respondió ella, disimulando su dolor por saber que había estado con Catalina.


—Ella quería que conociera a una mujer que quiere adoptar a los niños.


—¿Cómo?


—Le dije que era inútil. Y así fue. Parecía ser una persona muy cariñosa y estable, pero no pienso dejar que esos niños se vayan con una persona soltera, sea hombre o mujer.


—¿Por qué no?


—¡Porque no! Ya viste el lío en el que se vieron cuando intenté coordinarlos con mi trabajo. Se necesitan dos adultos para tener una familia, un hogar… al menos el que Kathy quería para ellos. Kathy confiaba en mí y tengo que hacer lo que ella quería. Y también por mi madre.


—Los niños sienten mucho apego por ti, Pedro.


—Lo sé, pero no podría conseguirlo solo.


—Pero si estás planeando casarte…


—Catalina dice que no saldría bien. Que no es justo pedirle a ninguna mujer que cargue con dos niños que ni siquiera son míos. Y supongo… supongo que tiene razón.


—Y tiene razón —replicó ella, tan tranquila como pudo. Cualquier cosa sería mejor para ellos que verse bajo la tutela de aquel iceberg.


—Entiendo… —dijo él—. Y también tiene razón en otra cosa. Estoy andándome por las ramas y no es justo para los niños. Catalina dice que le saco faltas a todas las parejas que me presentan y… supongo que también tiene razón en eso. ¿Cómo se sabe? ¿Cómo se puede decir por una cuenta bancaria o la casa que tienen o lo que dicen? ¿Cómo sé si Sol será feliz o si Octavio se sentirá a salvo? No sé lo que hacer.


Pedro se reclinó y cerró los ojos. Paula se dio cuenta de lo mucho que quería a los niños y se sintió muy mal. Estaba intentando agradar a la mujer que amaba y tomar la decisión correcta con los niños. Llevaba demasiado peso sobre los hombros. Por eso, se levantó y empezó a darle un ligero masaje sobre el cuello y los hombros.


—¡Qué bien! —susurró él, desabrochándose la camisa.


—Pues puede ser mejor. Espera —replicó ella. Entonces, fue a sacar dos sábanas de la secadora y a por su crema de manos—. Quítate la ropa —añadió, cuando regresó.


—¿Cómo?


—¡Por el amor de Dios! No voy a acosarte pero, si quieres un buen masaje, es mejor que te desnudes. Te prometo que no miraré —dijo ella, extendiendo una de las dos sábanas en el suelo.
Cuando él estuvo tumbado, tapado por la otra sábana, Paula la retiró un poco y empezó a aplicarle el masaje.


—No es tan adecuado como en una mesa, pero es casi igual.


—Nada puede ser mejor que esto —susurró él, emitiendo gemidos de satisfacción—. Otra virtud que no aparece en tu currículum, señorita Sabelotodo.


—Tampoco estaba incluido en nuestro acuerdo —replicó ella, riendo—. Es algo extra y se paga doble, señor Alfonso…


—Maldito sea ese acuerdo… Puede dejarme en la bancarrota si no… ¡Ay! Sí, justo ahí…


—Se me da bien, ¿eh? Merece la pena el dinero extra.


—Oye, espera un minuto, siempre te sales con la tuya, con los dedos y con la palabra, pero… ¿cómo sé que estás cualificada para esto?


—Es fácil. Tendrás mi certificado de la Cruz Roja, más dos años de servicio en la Residencia de Ancianos Farmer.


—Estás de broma.


—De acuerdo, solo fue trabajo voluntario, pero eso también cuenta, ¿no?


—¿Que hiciste trabajo voluntario? ¿Por qué?


—¿Qué quieres decir con eso? ¿Es que tiene algo de malo?


—No, pero no es muy frecuente… Una mujer joven… Supongo que estabas muy ocupada con el trabajo y las citas.


—Sí —respondió ella, recordando la satisfacción de haber podido hacer algo por muchos ancianos.


—Muy interesante —dijo él—. De voluntaria en una residencia de ancianos.


—¡Por el amor de Dios! Solo era una actividad más.


Durante un rato, estuvieron en silencio. Pedro se veía muy relajado, pero Paula era un manojo de nervios. La intimidad que le producía el hecho de que sus dedos estuvieran acariciándole el cuerpo, los fuertes músculos de las piernas… 


De repente, él se dio la vuelta y la tomó entre sus brazos, estrechándola con fuerza.


—¡Dios mío! Para, para. No puedo soportarlo.


Paula no se podía mover ni controlar las embriagadoras sensaciones que se abrían paso dentro de ella. No pudo evitar que sus labios encontraran los de él, dejándole que los poseyera en un apasionado beso. 


Entonces, Pedro deslizó la mano por debajo de la blusa de ella y le alcanzó un pecho, acariciándole suavemente uno de los pezones. 


Ella gimió, deseando poder rendirse a la erótica sensación que se había apoderado de ella.


—Te deseo —susurró él.



—Sí, sí…


—No quería… intenté contenerme, pero… solo Dios sabe que no puedo controlar lo que me haces.


En aquel momento, Paula recordó claramente las palabras de Julieta. «Yo me lo quedaría». ¿Era eso lo que ella había intentado hacer? ¿Había sido el masaje una excusa? Acicateada por su propio deseo, había intentado seducirle a él. 


¡No! Ella no era una de esas mujeres que hacen cualquier cosa para conseguir a un hombre. 


Furiosa consigo misma, se apartó de él.


—¿Paula?


—Estás a salvo conmigo. Prometí que no te molestaría —dijo ella, con una sonrisa forzada. 


Entonces, salió corriendo.




martes, 24 de julio de 2018

CONVIVENCIA: CAPITULO 32





—Y dice que no ha hecho nada! —Exclamó Paula, hablando con Julieta al día siguiente mientras los niños veían la televisión—. Cree que no ha hecho nada por ellos. ¿Te lo puedes creer?


—Supongo que cree que ya debería haberles encontrado una familia adoptiva.


—Eso lleva mucho tiempo. ¡Piensa en lo que ha hecho él! Es soltero, siempre viajando, sin hogar propio, ocupándose solo de su trabajo… Entonces, de repente, recibe una llamada y se encuentra con la responsabilidad de dos niños pequeños a los que casi no conoce. ¡Menuda sorpresa!


—Sí, supongo que eso le sorprendería bastante, siendo soltero.


—Y, ¿te imaginas cómo se habrán sentido esos niños, viendo que su madre falta de repente y se encuentran solos y asustados?


—Pobrecillos.


—Y Pedro… Es un hombre tan cariñoso y compasivo… —añadió Paula, sintiendo que el corazón se le llenaba de ternura.—… entendió perfectamente lo que yo sentí cuando se perdió mi abuelo. Por eso me abrazó y me dejó llorar.


—Sí, ya me lo dijiste —replicó Julieta, mirándola con curiosidad.


—Y también sabía lo que sentían Sol y Octavio. Por eso les ha dado tanto cariño.


—Sí.


—Dios sabe que no sabía qué otra cosa podía hacer. Tal vez se haya equivocado, pero realmente quiere a esos niños. Me dijo que me quitara el uniforme. Él no quería que nos inspeccionaran. Tenía que ser al revés. Iba a ser él quien inspeccionara a las familias.


—¿De verdad?


—Supongo que eso es lo que está haciendo. Desde entonces, no ha venido ninguna pareja ni nadie de la agencia. Tal vez no supiera cómo hacerlo, pero ha conseguido que esos niños se sientan no solo queridos sino también seguros.


—Parece que el señor Alfonso ha ganado enteros en tu estima.


—No lo entendía. Creía que… Bueno, no importa. Debería haberme fijado en los niños. Ellos lo adoraron desde el principio. Deberías ver cómo Octavio se agarra a él.


—Tal vez sea eso lo que le preocupa.


—¿Qué es lo que quieres decir?


—Tal vez piense que se están apegando demasiado a él. Él no tiene un hogar permanente que ofrecerles y este lo es solo porque tú lo has conseguido. Ya sabes el jaleo que era antes de que tú vinieras.


—Sí, y yo solo lo hice por mi propio beneficio.


—Eso no es cierto. Me dijiste tú misma que sentías pena por esos pobres niños.


—¡Y yo le echaba la culpa a él! —exclamó Paula, sonrojándose—. Pensaba que era un padre horrible y era todo lo contrario. Julieta, debe de ser el hombre más cariñoso, amable y generoso que exista. Nunca pierde los nervios y es… muy divertido.


—¿De verdad?


—Yo creo que quiere tanto a esos niños como ellos lo quieren a él. Sería el padre perfecto para ellos.


—¿Tú crees?


—Bueno, no. No si se va a casar con Catalina Lawson.


—¿Quien es ella?


—Es la hija de su jefe y el mayor bloque de hielo que he conocido. Solo piensa en Sol y Octavio para librarse de ellos. Según ella misma me dijo, así Pedro y ella podrían seguir con sus vidas.


—Tienes razón. Están mejor sin ella —dijo Julieta, yendo al cuarto de la colada—. Voy a ver si esa ropa está seca.


—He estado pensando —comentó Paula, siguiéndola. Luego, sacó una toalla de la secadora y la sacudió.


—¿Pensando?


—Bueno… Yo podría adoptar a esos niños.


—¿Tú?


—Se permite a los solteros que adopten. La señorita Clayton trajo a algunos.


—Es muy duro estar sola con unos hijos, eso te lo digo yo.


—No quiero ni pensar en lo que esos niños tendrían que pasar si tuvieran que volver a cambiar. Ellos me conocen casi tan bien como conocen a Pedro.


—Estoy pensando en ti. Me parece que ya tienes más que suficiente con tus abuelos.


—¡Oh, pero si no te lo he dicho! Tengo trabajo. Uno de verdad. Un hombre de esa empresa de Los Ángeles me entrevistó por teléfono la semana pasada y me contrató… ¡Sin pensárselo dos veces! Dijo que mis referencias eran excelentes. Además, voy a ganar más que en CTI.


—Hace falta más que un buen trabajo para encargarse de dos niños, querida.


—Lo sé. Le dije que no podía empezar enseguida porque tenía algunos problemas familiares que solucionar en primer lugar. He estado pensando. Mi abuelo está muy mal. Algunas veces no reconoce a mi abuela y a ella le resulta muy duro. Va a verlo todos los días. En cierto modo, sería bueno para ella si yo me la trajera a vivir conmigo y me ayudara con los niños. Seguiríamos estando cerca del abuelo. El único problema sería que ella no vería a sus amigas, pero creo que le gustaría estar conmigo y con los niños. ¿Qué te parece?


—¿De verdad quieres que te lo diga?


—Claro.


—Bueno, si yo estuviera en tu lugar y quisiera adoptar a esos niños, le adoptaría a él primero.


—¿A él? ¿A quién?


—Al hombre más amable, generoso y cariñoso que has conocido.


—¿Quieres decir…? Oh, Julieta. Hablo en serio. Deja de bromear.


—No estoy bromeando. A mí me parece que sería perfecto. Si yo estuviera en tu lugar, me concentraría en mantener lo que tienes ahora.


—¿En mantenerlo? Pero si no puedo. Esto es solo temporal.


—Yo me encargaría de hacerlo permanente. ¡Conseguiría que él me pusiera el anillo en el dedo antes de decir amén!


—¿Un anillo? ¿De boda? —preguntó Paula, echándose a reír—. ¡Eso es ridículo!


—Me has preguntado mi opinión —replicó Julieta, encogiéndose de hombros.


—Esperaba una respuesta más sensata.


—Y estoy hablando de un modo muy sensato. Ya sé todo eso de las mujeres liberadas, pero yo doy gracias a Dios de que cuando mis dos hijos eran pequeños no tuviera que salir a ganarme el pan como lo hago ahora. Mi Joe se encargó de eso. Era un buen hombre. Se partió la espalda en el muelle, descargando barcos, para que yo pudiera quedarme en casa con mis hijos. Si no hubiera muerto…


—Lo siento, Julieta. Debes de echarle mucho de menos…


—Así es, pero tuve suerte de tenerlo, aunque fuera por poco tiempo. Fuimos muy felices, él, los niños y yo. Por eso te digo que lo que te estoy aconsejando tiene mucho sentido, jovencita.


—Hay una gran diferencia entre ser esposa y ser ama de llaves.


—No mucha.


—¡Por el amor de Dios, Julieta! Joe te quería. Pedro solo se acuerda de mí para llevar esta casa.


—No sabes más de hombres de lo que sabías sobre cómo llevar un negocio. ¡Ja! En lo único que pensaba Joe era en estar en el bar, apostándose el dinero, hasta que yo le demostré que había cosas mejores que hacer.


—Pero yo no… yo no… Mira, no es que yo esté enamorada de él o nada por el estilo…


—Pues a mí me parece que no te desagrada.


—Aunque fuera así… Él está prácticamente casado con Catalina Lawson.


—¿Te lo ha dicho él?


—No, ella.


—¡Ja! Entonces no tiene por qué ser así. Algunas mujeres tienen la habilidad de darle la vuelta a lo que dicen para que sea lo que ellas quieren.


—Bueno, pues a mí me parece que ella tiene razón. Además, eso no es asunto mío. ¡Ni siquiera me importa! —mintió, intentando deshacerse de los celos que la ahogaban.


—Te preocupas por ti, ¿no?


—¿Qué quieres decir con eso?


—Quiero decir que tienes que buscar el número uno, niña. Si yo estuviera en tu lugar, yo también daría la vuelta a las cosas para que estas fueran lo que yo quiero. ¡Claro que sí!


—¡Julieta! Yo no…


—¡Claro que sí! —Repitió Julieta—. Tú me has pedido mi opinión y yo te la he dicho —añadió la mujer, saliendo con la ropa limpia—. Es mejor que me lleve esto.


—Sí, en vez de perder el tiempo hablando de tonterías —dijo Paula.


Ella no era una de esas mujeres manipuladoras que se ganan el afecto de un hombre con…
¿Cómo lo hacían?




CONVIVENCIA: CAPITULO 31




Paula no pudo dormir. No lo entendía. Había cenado tarde, había dejado que los niños se fueran después a la cama e incluso había visto una película, de la que ni siquiera recordaba el tema. Solo podía pensar en Catalina Lawson. La hija, la hermana… bueno, un familiar del jefe de Pedro. ¡No era de extrañar que se comportara con Catalina como si él le perteneciera! Además, él tampoco se había negado a que ella lo hiciera.


Eran casi las dos de la mañana y todavía no había regresado. Se recriminó por estar pendiente de la hora o por no poder dejar de pensar en la hermosa mujer con la que estaba. 


No era asunto suyo que, a las seis de la mañana del día tuviera que marcharse a Filipinas…


¡Dios santo! Se estaba comportando como lo haría una esposa. Tal vez, en los diez días que él iba a estar fuera, conseguiría recordar que era solo una empleada. Y temporal. Enviaría un currículum a esa empresa de Los Ángeles a primera hora de la mañana. Por eso, se iba a dormir enseguida. Se acomodó en la almohada y lo consiguió. No le oyó cuando regresó ni cuando se fue, a primera hora de la mañana. 


Solo le dejó una nota, dándole su dirección y diciéndole que llamaría.


Delante de los niños, mantuvo una actitud alegre mientras se ocupaba de sus tareas. Acababa de meterlos en la cama para la siesta cuando sonó el timbre.


Era de nuevo Catalina. Paula se quedó petrificada, hasta que aquellos ojos verdes brillaron llenos de ira.


—¿Es que no vas a dejarme pasar?


—¡Oh! Claro. Lo siento. Entre. Pensé que… Pedro, el señor Alfonso no está en casa. Está en…


—Sé dónde está. He venido a verte a ti —replicó Catalina, examinándolo todo. Luego entró rápidamente en el salón—. Veo que lo tienes todo muy ordenado. Eso está bien.


—Gracias —respondió Paula, mientras Catalina desaparecía en dirección a la cocina.


—Sí —dijo Catalina, satisfecha—. ¿No llevas uniforme?


—¿Uniforme?


—Ya veo que no. Esos pantalones cortos darían una impresión de lo más equivocada. Pobre Pedro. Nunca piensa en esos detalles. No importa. Ahora estoy yo aquí. Le prometí que me ocuparía de todo y lo haré. Te compraré algo decente para que te pongas. Descalza y con esos pantalones recortados no podríamos presentarte.


—¿Presentarme?


—Como ama de llaves. Madre mía, ya veo que Pedro no te ha dicho que los futuros padres adoptivos de esos niños van a venir a verlos. Él está deseando ver que están en una familia estable para que él y yo podamos seguir con nuestras vidas.


Paula se quedó perpleja. Se había comportado tan cariñosamente con los niños… ¿Se desharía de ellos tal vez para complacer a la mujer con la que se iba a casar?


—Me habría imaginado que Pedro te lo había explicado, pero el pobre está tan ocupado… Ha dejado el asunto en mis manos. Quiere asegurarse de que los niños están en una buena casa y eso no será fácil, porque no son recién nacidos. Cualquier familia que considere adoptar a un niño más mayor, querrá asegurarse de que ha recibido una buena educación y… ¡Por qué me molesto en darte detalles! Lo importante es que tenemos que ponernos manos a la obra. Te compraré un uniforme y también ropa para los niños. Ayer estaban muy desarrapados.


—¿Mientras estaban nadando? ¿Es que esperaba verlos con ropas almidonadas y zapatos de marca?


—¡Dios mío! Ahora te he molestado y no quería hacerlo. Estoy segura de que te las has arreglado lo mejor que has podido, dadas las circunstancias —dijo Catalina, con una condescendiente sonrisa—. Es que las apariencias pueden dar una impresión equivocada. Tendré que prepararlo todo antes de que la señorita Clayton dé el visto bueno.


—¿La señorita Clayton?


—De la Agencia de Adopción Infantil. Va a traer a algunos posibles padres adoptivos para que vean a los niños.


Al oír aquellas palabras, Paula se quedó sin hablar. Le hubiera gustado increpar a aquella mujer, pero se contuvo. Recordó que solo era una empleada y que Pedro había dejado a aquella mujer a cargo de los niños. Como no podía marcharse y dejar a los niños solos con ella, no podía hacer otra cosa que acatar órdenes. ¡Aquella era la mujer con la que Pedro iba a casarse! Era digna de él, pero los pobres niños… Estaba tan enfadada que casi no podía hablar cuando Pedro llamó. 


Respondió todo con monosílabos. Él se quedó atónito e interpretó aquellas respuestas como si fueran culpa de la conferencia.


—Solo quiero que sepas que puede que esté aquí más de lo que me había imaginado. Apunta mi dirección. Si me necesitas…


Paula ni siquiera mencionó a Catalina. No le daría la satisfacción de saber que su futura esposa se estaba ocupando de todo a la perfección, tal y como él había deseado.


Paula se sentía tan indefensa como los niños ante los preparativos de la señorita Lawson. Y aún se sintió más cuando, en los días sucesivos, la señorita Clayton empezó a traer parejas para inspeccionar a los niños. Ella intentó protegerles, o al menos, prepararlos para las visitas.


—Vamos a tener visitas hoy. Debemos ser muy amables con ellos y estar muy bien vestidos. ¿Os gustaría poneros estos trajes nuevos tan bonitos?


No se le ocurrió vestirles mal y pedirles que hicieran travesuras. A pesar de sus rabietas, no eran niños traviesos, eran unos niños normales.


En realidad, para Paula, eran los niños más encantadores que había conocido. Cuando oyó lo que una mujer le dijo a la señora Clayton, estuvo a punto de ponerse a gritar.


—¡Nos encantaría quedarnos con el niño! La niña es un poco mayor y ya tiene sus propias costumbres, pero creo que queremos al niño. ¿Cómo se llama?


—No habíamos pensando en separarlos —respondió la señorita Clayton—. Tendré que consultarlo con la señorita Lawson.


¡Con la señorita Lawson! Paula, que estaba escuchando cerca de la puerta, hubiera querido espetarle que no eran de ella, sino de Pedro


Quería decirle que él jamás consentiría que se los separara. ¡Nunca!


Al menos, los niños no estaban delante. Paula se los había llevado antes de que empezaran a hablar.


Otras veces, la historia era muy diferente. Una mujer se arrodilló delante de Sol una vez, y tras tomarle de la mano, le había preguntado.


—¿Te gustaría a ti y a tu hermano venir a vivir con nosotros?


—No podemos —había respondido Sol—. Tenemos que quedarnos con Pedro.


—Tal vez, si él supiera que íbamos a cuidaros muy bien, no le importaría —dijo la mujer, prometiéndole una habitación llena de muñecas y un perro para su hermanito.


—No —insistió Sol—. Él nos necesita. Tenemos que cuidarlo. Siempre nos dice que no sabría lo que haría si yo no le encontrara las llaves del coche y le llevara el maletín para que no se le olvide. Y también necesita a Octavio. ¿Verdad que sí, Paula?


—Sí, claro que sí. Y yo os necesito a vosotros —respondió Paula, llevándoselos inmediatamente. 


No podía soportarlo.


Empezó a darse cuenta de que los niños se estaban dando cuenta cuando, un día, Sol le preguntó:
—¿Estamos ya asentados?


—¿Por qué? —quiso saber Paula.


—Porque en el hotel no podíamos tener perro, pero Pedro nos dijo que cuando nos asentáramos, podríamos tener uno. ¿Estamos ya asentados? ¿Puedo preguntárselo?


—Vamos a esperar… A que regrese.


No sabía todo lo que Catalina estaba preparando, pero sabía que ella misma tendría unas cuantas cosas que decirle cuando regresara por lo que les estaba haciendo a sus propios hijos.


El martes, estaban comiendo cuando él aparcó el coche delante de la casa.


—¡Ha llegado Pedro! —exclamó Sol, poniéndose de pie de un salto.


Los dos niños salieron a recibirle y le «ayudaron» con sus cosas. Cuando entró en la casa, Paula sintió que el corazón le daba un vuelco. Estaba tan guapo… Parecía que se había pasado más tiempo en la playa que en los despachos. Estaba más bronceado y el color de pelo era más claro, como si el sol se lo hubiera aclarado. Irradiaba salud y energía. Paula hubiera querido extender la mano para…


¿Cómo podía desear a un hombre que estaba atado a otra mujer, un hombre que ella ni siquiera apreciaba?


—¿Os gustaría ver lo que os he traído? —preguntó Pedro. Sobre el suelo, allí mismo, abrió la maleta y sacó los regalos: un pequeño tren para Octavio y una muñeca para Sol.


Los niños estaban encantados con los juguetes, Pedro jugó pacientemente con ellos, como solía hacer siempre. ¿Cómo era capaz de hacerlo cuando estaba planeando deshacerse de ellos en cuanto pudiera?


—Esto es para ti, Paula —dijo él, dándole un paquete pequeño. Entonces, se dio cuenta de que ella iba vestida de uniforme—. ¡Paula! ¿Por qué llevas puesto ese uniforme?


—Tenemos que estar guapos —respondió Sol—. Hemos estado recibiendo muchas visitas.


—¿Cómo?


—La señorita Clayton conoce a muchas personas —contestó de nuevo la niña—, y nos las trae para que nos vean. ¿Conoces a la señorita Clayton?


—No, creo que no. ¿Quién es?


Aquella vez fue Paula la que habló.


—¿Por qué no acabamos de comer? Después de la siesta podréis contarle todo lo que hemos estado haciendo. ¿Te preparo un bocadillo, Pedro? ¿Café? ¿Té?


Comieron y charlaron de Manila. Luego, subió a los niños al dormitorio y bajó, dispuesta a decirle a Pedro Alfonso lo que pensaba de él. Sin embargo, entonces, dudó. Lo que hiciera con sus hijos era asunto suyo, pero no podía evitar sentirse preocupada.


—¿Quien es esa señorita Clayton? —preguntó Pedro, ahorrándole el mal trago de empezar—. ¿Y toda esa gente? ¿Qué es lo que ha estado pasando aquí?


—Es la señora de la agencia.


—¿Qué agencia?


—La agencia de adopción. La señorita Lawson dijo que tú tenías muchas ganas de colocar a los niños en una buena casa.


—Sí, claro —dijo él, como si estuviera empezando a entender—. Y le pedí a Catalina que se ocupara de ello, pero he venido aquí directamente, sin hablar con ella. ¿Ha inspeccionado a una buena familia?


—Nosotros no hemos inspeccionado nada. Nos han inspeccionado.


—¿Qué es lo que quieres decir?


—Que han venido muchas parejas y no sé si son buenas o malas, pero vinieron a inspeccionar a los niños. Sol y Octavio tuvieron que ponerse ropa muy bonita y mostrar sus mejores modales —explicó ella, sintiendo que se le saltaban las lágrimas—. ¡Cómo has podido! ¿Cómo puedes hacer esto a tus propios hijos?


—¿Mis…? Espera un momento, Paula. Creo que te equivocas.


—Sé que no tengo ningún derecho y que no debería decir nada pero… ¿Cómo puedes soportar que tus hijos se exhiban como un par de cachorros de pedigrí para que la gente los compre?


—Lo siento, Paula. No quería que fuera así. Siéntate y déjame que te explique.


—Yo… pensé que los querías.


—Y los quiero, pero… Paula, escúchame. Sol y Octavio no son hijos míos.


—¿Cómo?


—Debería habértelo dicho, pero, a decir verdad, ni se me ocurrió. Para cuando tú viniste, yo estaba tan liado… Pero eso ya lo sabes. Déjame explicarte cómo los tengo yo —dijo él, contándole toda la historia.


—Pero si casi no los conocías —comentó ella, muy sorprendida.


—Solo los había visto una vez. Y eso fue hace un par de años.


—Pero no lo dudaste. Te los trajiste…


—No podía hacer otra cosa.


—Podrías haberlos dejado en una agencia.


—No, no podía. Déjame mostrarte la carta de Kathy —dijo él. Entonces, subió a buscar el documento.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas al leer la misiva. Parecía que aquella pobre mujer había tenido una premonición. Y sabía que Pedro nunca los hubiera dejado en una agencia.


—No sé por qué me los confió.


—Yo sí —dijo ella, acariciándole la mano—. Porque te quería y confiaba en ti.


—En cualquier caso, ahora ya sabes por qué quiero buscarles la mejor casa. Tal vez Catalina lo haya hecho del modo menos acertado, pero tiene buena intención. Hablaré con ella. Sabe más que yo de este tipo de cosas. Al menos, ella ya ha empezado a buscar. Como ves, yo todavía no he hecho nada.